Por Soledad Valdez / @___Samira___

Diez semanas, una manada interminable de bufones y muy poco talento, así podría resumirse a El artista del año. Programa que ya tiene fecha de vencimiento oficial, este sábado. La premisa original era encontrar a un artista completo, que supiera cantar, bailar y actuar, aunque nunca se dijo que debería hacerlo bien. Al comienzo, proponía un reallity más en el que los participantes se iban a aislar del mundo, y el que saliera último iba a apagar la luz con una sonrisa, un prometedor contrato con una discográfica y centenares de fans histéricas que llevarían orgullosas la vinchita con su nombre. Pero no. Éste va a ser un reallity menos, porque quien apague la luz del conservatorio va a saber desafinar lo menos posible, bailar confundiéndose pocos pasos y vendiendo más con la cara que con la performance.

En todo el cotillón no faltaron: los cambios inesperados de días y horarios; el cierre de secciones; cruces de palabras de la mentora Nacha Guevara con los coachs y algunos participantes; lágrimas forzadas como último intento para no quedar afuera; apelaciones a historias de vida poco felices; recortes presupuestarios que dejaron las puertas del conservatorio abiertas solamente para aprender. Y el alejamiento en buenos términos del mentor Nicolás Repetto, quien fue reemplazado por Ricky Pashkus, un cambio de figuritas para un álbum de pocas páginas que terminará incompleto.

Nunca se supo bien para donde iba encarado todo. Las primeras galas circulaban directamente por el pasto. Muchos de los participantes iniciales eran rezagos de sueños perdidos inspirados en bloopers grabados en vhs. Llegaron a entrar muy pocos, y por el “visto bueno” de Repetto, porque si era por la exigente mentora no pasaba nadie. Después, consecuencia de una discusión entre Sparrow y Barbossa, el timón se soltó y todo fue hacía un rumbo inesperado. Los mentores bajaron las exigencias, aparecieron algunas buenas performances, y hasta los encargados de apretar el botón verde lo hacían en simultáneo. De golpe, se empezó a buscar calidad en un basurero apenas inaugurado hacia un mes atrás. Y revolviendo se abrió un ropero, que vomitó falsos Ken devenidos en muñecos de trapo y señoritas expulsadas de un casting barato símil Glee.

Tanto cambio fue negativo y corrió el programa a la media noche, donde tendría que haber estado desde un principio. Aquellas carcajadas generadas por el morbo de lo estrafalario quedaron a bajo volumen, y las expectativas de ver a un nuevo neandertal convertido en la estrella de Pol-ka naufragaron. Pero, dentro de tanto chiquero, tantos cerdos y aparentemente ninguna perla, si había algo que salvaba el programa era la mismísima Nacha Guevara. Con sus devoluciones sinceras, afiladas y visionarias motivaba a seguir mirando el programa tan sólo para verla decir “que le corten la cabeza”, en reencarnación de Iracebeth. Pero eso no va a suceder en el último programa, porque ya no hay más tiempo, y ella se encariñó con los participantes. El melodrama que nunca fue llega a su fin este sábado, dejando promesas incumplidas. Después de haber pasado por tantos malos tamices, desilusiones y frustraciones sólo hay que ver cómo termina todo, porque en los finales siempre “algo” pasa, supuestamente.///PACO