Erwin Schrödinger nació en Edberg, cerca de Viena, el 12 de agosto de 1887. Faltaban unos años y una guerra para que empezara el siglo XX. En 1898, el joven Erwin entró en el Akademisches Gymnasium, una escuela de buena reputación en el exigente entramado burocrático austrohúngaro. En 1911 se empleó como asistente de Franz S. Exner y el mismo año hizo el servicio militar. En 1913 aplicó para recibir el cargo de Privatdozent y en 1914 le fue concedido, pero la Primera Guerra Mundial lo alejó de la docencia. Sirvió como oficial de artillería en Raibl, Komárom y Prosecco, el frente del sudeste de Austria, cerca de Trieste. Esto no resulta una excentricidad. Muchos jóvenes intelectuales europeos participaron de la Gran Guerra y Schrödinger, en 1917, llegó a ser profesor de meteorología en la Academia de Oficiales de Wiener Neustadt. Recién en noviembre de 1918 volvió a Viena para comenzar una serie de cambios regidos por su búsqueda profesional. 

La primera oferta que recibió fue para ocupar la cátedra de física teórica de la Universidad de Chernivtsí. Pero el país en el que había nacido ya no existía. Con el Imperio Austrohúngaro fracturado, Chernivtsí se había transformado en otro lugar, con otra lengua. Entendemos que Schrödinger se sentía más germano que centroeuropeo y en 1920 terminó por aceptar un cargo de asistente en el Instituto de Física de la Universidad de Jena. El 6 de abril de ese año se casó con Annemarie Bertel, la que sería su esposa de toda la vida. En septiembre viajó a Stuttgart para enseñar en la Escuela Técnica Superior. El joven profesor era disciplinado, metódico y moderno y enseguida se acostumbró a escribir y publicar sus investigaciones. Seis meses después se fue a Wrocław donde enseñó durante el verano aunque al fin volvió a cambiar, esta vez para ser jefe del Departamento de Física Teórica de la Universidad de Zurich. ¿Eran comunes estos saltos, en tan poco tiempo, para un docente universitario? Visto desde hoy, Schrödinger resulta inquieto, incluso para los años 20, bien caracterizados por sus exabruptos y su caótica fertilidad. 

En Zurich, Schrödinger vivió al aire libre, subió montañas y su trabajo comenzó a ser reconocido. Ese periodo de madurez científica fue opacado por un diagnóstico de tuberculosis, enfermedad que, en ese momento, tenía mucho de mortal. Sin embargo, el metódico profesor salió adelante. 

El año de 1926 fue crucial para su vida profesional cuando propuso su modelo atómico cuántico no relativista. El artículo, “Quantisierung als Eigenwertproblem”, se publica en la revista Annalen der Physik y trata la cuantización del problema en los vectores de la mecánica ondulatoria. De ese ensayo saldría la ecuación que lleva su nombre. En este modelo, los electrones se describen como una onda estacionaria de materia cuya amplitud decae de inmediato al sobrepasar el radio atómico. La ecuación de Schröndiger es a la física cuántica lo que las leyes de Newton a la física mecánica. De hecho, Schröndiger logró describir con precisión la evolución temporal de una partícula subatómica cuántica ordinaria. Dicho en breve,  Schrödinger utilizó ecuaciones diferenciales para explicar la manera en que cambia el estado físico de un fenómeno cuántico. No se trata de algo menor o una formulación abstracta. Lo que descubre es la composición, o mejor dicho, el movimiento de la materia en la misma base de su existencia atómica.

Al año siguiente, en 1927, el físico se mudó a Berlin donde ocupó la cátedra de física teórica de la Universidad de Berlín. En la capital alemana, los investigadores que se ocupaban del tema estaban divididos por lo que se conoce como la Interpretación de Copenhague. Schrödinger compartía su visión de la mecánica cuántica con Max Planck, Albert Einstein y Max von Laue y no reconocía esa interpretación. Considerada tradicional u ortodoxa, esta interpretación fue formulada en 1927 por el físico danés Niels Bohr, con ayuda de Max Born y Werner Heisenberg, entre otros, durante una conferencia en Italia. Se la conoce así por el lugar de residencia de Bohr y describe la función de onda –es decir, el movimiento de una partícula– como si fuese una onda de probabilidad. O sea, un punteado de lugares por donde es más probable que se encuentre una partícula, dependiendo de sus propiedades y de su entorno. La palabra “onda” es una analogía con su parecido a una ecuación de onda, pero implica antes una probabilidad que una certeza.

El axioma fundamental de la Interpretación de Copenhague es el postulado de la cuántica que dice que “los acontecimientos subatómicos son solamente perceptibles como transiciones indeterminadas físicamente discontinuas entre estados estacionarios discretos.” Esta discontinuidad física impredecible deriva en “una visión general no separable en el tiempo y el espacio.” De ahí que dicha interpretación proponga el principio de indeterminación, por el cual se establece que “no se puede conocer simultáneamente con absoluta precisión la posición y el momento de una partícula”. Werner Heisenberg describió y dio por verdad que las partículas colapsan en un lugar determinado “al ser medidas”. En 1928, Niels Bohr explicó estas ideas en El Postulado Cuántico y el Desarrollo Reciente de la Teoría Atómica.

Schrödinger, Max Planck y Albert Einstein no estaban de acuerdo. ¿Qué pasa cuando algo se observa? ¿Qué pasa cuando algo no se observa? ¿Hasta que punto se modifica el átomo observado y sus partes? ¿Es posible deducir el recorrido de un cuerpo cuántico?  Schrödinger pensaba que sí y siguió insistiendo con su ecuación.

En 1933, el PNSA llegó al poder y, luego de recibir presiones políticas, Schrödinger decidió salir de Alemania. También recibió el Premio Nobel de Física, compartido con el físico británico Paul Dirac. ¿Puede la misma persona, al mismo tiempo, ser un premio Nobel y un exiliado político? Con la ayuda de otro físico inglés, Frederick Lindemann, Schrödinger y su mujer se fueron de vacaciones a Tirol del Sur y desde ahí pasaron directamente a Oxford. Pero la experiencia británica del premio Nobel no fue del todo feliz. 

Oxford era una universidad lenta, con una herencia pesada, centrada en los modales, las tradiciones, el latín y la teología. Un físico dado a la observación y la especulación no desentonaba pero la comunidad berlinesa de discusiones apasionadas y largas argumentaciones tanto técnicas como teóricas había quedado atrás. Además, el cargo en el Magdalen College de Oxford, retribuido con un excelente salario, no comportaba trabajo docente y eso hacía que el físico austríaco se sintiera aislado. Al mismo tiempo, mientras asistían a cenas y salones, muchos exiliados continentales comprendían que su financiación llegaba de la Imperial Chemical Industries que aportaba cantidades ingentes de dinero interesada en descubrimientos prácticos que –no era difícil entreverlo– irían a la carrera armamentística. 

Pero quizás el origen directo de la incomodidad de Schrödinger fuera la acotada vida pública. Él se había educado en un imperio famoso por su sensualidad, su poesía, su música y por Sigmund Freud. Mientras que, más allá de su prestigio, Oxford no dejaba de ser el campus de una ciudad provincial. Para esa época, Schrödinger vivía con su mujer y con una joven muy bella de nombre Hildegunde March. El trío no se escondía. ¿Por qué habría de hacerlo? Eran felices. Pero el físico austríaco recibió acusaciones abiertas de Clive Staples Lewis, un catedrático de literatura inglesa, hoy olvidado. ¿Puede un hombre ser marido y amante en la misma casa? ¿Se puede ser un prestigioso profesor y, al mismo tiempo, un libertino?

En 1936, el fin de las subvenciones para científicos migrantes terminaron y Schrödinger decidió cambiar de lugar una vez más. Aceptó el cargo de catedrático de Física Teórica en la Universidad de Graz. Pero dos años después, en marzo de 1938, Alemania anexaba Austria. Schrödinger no quedaba en la mejor posición. El Anchluss traía fanatismos, conmovía los centros de estudio, monopolizaba la discusión y él ya había sido primero un prófugo de Alemania y después un colaborador de los Británicos. ¿Qué hacer? Otra vez se generaba un momento ambigüo en su biografía. Schrödinger no era nazi pero aconsejado por su entorno facultativo escribió y firmó una pieza periodística breve que apareció en el Tagespost.  Ahí se retractaba de su reciente oposición al nazismo e intentaba enmendar su error con elogios políticos. Su círculo íntimo criticó esa posición. ¿Puede un profesor escapar del nazismo y al mismo tiempo ser nazi? El gobierno alemán respondió esas preguntas por él. Sin dudar, le quitó su cátedra, lo destituyó y le pidió que no abandonara Austria. Schrödinger escapó a Roma. De ahí viajó a Irlanda donde lo esperaba Éamon de Valera, matemático y primer ministro, que le concedió la ciudadanía y le ofreció fundar un instituto de ciencias exactas en Dublin. La compenetración de Schrödinger con Irlanda fue tal que hoy se lo considera un científico austríaco-irlandés. ¿Se puede ser austriaco e irlandés al mismo tiempo? El inquieto profesor hizo un alto en sus permanentes cambios de domicilio y pasó casi dos décadas en Irlanda, investigando y escribiendo sobre los temas más variados. También protagonizó algunos escándalos con jóvenes estudiantes y tuvo dos hijas por fuera de su matrimonio. La libidinal vejez de Schrödinger no es consignada por sus biógrafos científicos. El profesor volvió a Viena en 1956, donde, ya jubilado, escribió libros que no desdeñan la filosofía. Murió el 4 de enero de 1961 cuando el mundo empezaba a cambiar otra vez. Fue enterrado en el pueblo de Alpbach, en Tirol, y se dice que su muerte estuvo relacionada con la tuberculosis que lo acompañó buena parte de su vida. Su obra de divulgación, que incluye conferencias y ensayos sobre física, ética y biología, a la que le dedicó muchísimo tiempo y esfuerzo, no es leída en la actualidad. Si hoy lo recordamos, es por un experimento irónico.

A lo largo de su vida, Schrödinger mantuvo una nutrida correspondencia con Albert Einstein. Fue en una de esas cartas que se le ocurrió un experimento teórico, también llamado Superposición cuántica, por estar vinculado a un evento subatómico aleatorio, pero que trascendió con el nombre de El gato de Schrödinger.

La interpretación de Copenhague decía que un sistema cuántico permanece en superposición –la palabra es clave– hasta que interactúa con, o es observado desde el exterior. Cuando esto sucede, la superposición colapsa en uno u otro modo, definiendo uno de los posibles estados. A ese estado no definido se lo llamaba superposición. Einstein se reía de esta idea y decía que, si esto fuera así, un hipotético barril de pólvora, después de un tiempo, podría ser descripto como una superposición de estados que incluían existir sin explotar y a la vez haber explotado. Pero el barril, que era un ejemplo práctico, resultaba poco atractivo. Schrödinger lo cambió por un gato. Y propuso meterlo en una caja sellada y poner un poco de cianuro en una botella hermética de vidrio atada a un dispositivo con una partícula radioactiva. El dispositivo estaría preparado para, si detectaba radiación, romper el frasco, liberando el veneno que mataría al gato. Dado que según la interpretación de Copenhague se da una superposición en los recorridos atómicos, mientras la caja estuviese cerrada, no podríamos determinar si el gato está vivo o muerto. La estruendosa explosión de un barril y la espera de esa explosión fueron reemplazadas por una sutil caja, un poco de cianuro y un suave felino doméstico que podía o no ser envenenado. O más bien, que era envenenado y no era envenenado al mismo tiempo. La parte débil del experimento consistía en imaginar un dispositivo que pudiera liberar veneno a partir de una medición subatómica. Lo importante es que Schrödinger lo formuló como una fina ironía sobre una teoría que consideraba absurda. Sin embargo, el gato encerrado se abrió paso más allá de la sorna y la correspondencia privada entre dos eminentes físicos. 

¿La mirada modifica el objeto mirado? Eso que Schrödinger quería parodiar fue confirmado, luego, por algunos físicos cuánticos y muchos cientistas sociales. El entusiasmo inicial y la posterior inutilidad del acelerador de hadrones de Ginebra –también conocido como La máquina de Dios– tuvieron que ver con esta idea. Más allá de la ciencia, la imagen del gato, la caja y el cianuro fue adoptada por la cultura pop, que la usó para describir uno de los desafíos más intensos que enfrenta el sujeto moderno. A saber: una cosa determinada en un espacio y un tiempo determinados puede, al mismo tiempo, ser y no ser. La interpretación popular, que generó cientos de chistes y memes, va más allá de la mecánica cuántica y dice que incluso cuando lo vemos algo puede ser en sí mismo y también su opuesto. Esta condición fantasmal no sería necesariamente irracional ni privativa de la modernidad. Pero los hombres de cada época buscan, usan y reproducen las metáforas y analogías que mejor describen su paso por el mundo. Concebido como una crítica de la interpretación de Copenhague –la ortodoxia predominante hacia los años 30– el experimento del gato de Schrödinger se consolida hoy como una herramienta para entender nuestra realidad y sus derivados tanto psíquicos como físicos y digitales. 

¿Puede una ironía científica convertirse en una verdad filosófica? El espectral gato de Schrödinger se hizo famoso y sirvió de base a muchas otras especulaciones. En 1957, por ejemplo, Hugh Everett propuso la interpretación many worlds que supone una ramificación en la evolución temporal de la función de onda. El gato, en esta tesis, está vivo y muerto pero en diferentes zonas del universo. Ambas zonas son reales, pero incapaces de interactuar entre sí. En otro desarrollo de la Interpretación de Copenhagen, algunos intelectuales, como el físico Lawrence M. Krauss y el divulgador Marcus Chown, sugirieron que los astrónomos que observaron la energía oscura en 1998 podrían haber “reducido la esperanza de vida del universo” proponiendo un escenario pseudofelino. Experimentos con animales, convivencia de la vida y la muerte, energía oscura, científicos irresponsables… La literatura y el cine vienen trabajando con estas ideas mucho antes de que estos investigadores sub-atómicos las formularan. Y al mismo tiempo el discurso científico y sus analogías, experimentos y metáforas, las volvieron a alimentar.  

En 1983, el Banco de Austria emitió un billete de mil chelines dedicado a Schrödinger. En la Argentina, donde es notoria la imposibilidad de contener la inflación y estabilizar la relación del peso con el patrón dólar, podríamos preguntarnos: ¿Cuánto valdría ese billete antes de que lo saquemos de la billetera? En esa línea podríamos querer saber: ¿Puede un enemigo del Estado ser presidente? Por su parte, el gato es un animal doméstico tan importante para nuestra cultura que hoy parece ser el habitante central de muchas casas del mundo. De hecho, es por el gato que recordamos a Schrödinger y no a Paul Dirac. En ese contexto, ¿qué es más importante en la construcción lingüística el gato de Schrödinger? ¿El gato o el nombre propio del físico austríaco? Supongo que la única respuesta posible sería que ambos al mismo tiempo.