Ignacio Ottone (el nombre es ficticio) es un creador de fakes de profesión y, sobre todo, de vocación. Viene desarrollando su tarea en silencio desde hace algunos años, cuando fundó su empresa de social media, que hoy se encuentra entre las más importantes del país. En diálogo con la revista Paco, nos relata algunos detalles de sus inicios como pionero en el oficio de generar identidades falsas en internet.

¿Cuál fue tu primer fake?

El primero fue en el año 95, en el BBS Base Zeta, que promocionaban en la Rock & Pop. En ese momento todavía no se usaba la palabra “fake”, que surgió mucho después. Tampoco había un trabajo de construcción del personaje. Saqué el usuario con el nombre de mi viejo, porque no admitían menores de edad. Tuve que firmar un formulario y adjuntar una fotocopia de su DNI, que envié desde un locutorio por fax. Mi viejo había muerto dos semanas atrás, pero nadie se ocupó de chequear la información. Dieron de alta el usuario y ese fue mi primer contacto con la realidad virtual.

¿Qué hacías en el BBS?

No mucho: había un rudimentario chat, comentaba en foros, dejaba mensajes para los programas de radio. Todo con el nombre de mi viejo, claro. Había un foro de literatura donde empecé a comentar los libros de su biblioteca, que yo no había leído, por los resúmenes de las solapas. Creo que así surgió mi primer personaje: “el solapero”. Sólo que no me hacía llamar de esa manera. La ironía en los BBS era igual a cero. La gente que se conectaba eran nerds duros, apasionados de la tecnología, y algunas mujeres que leían a Pizarnik y escuchaban Hole. Dos caras del mismo trastorno. Pero la experiencia funcionó, fue una lenta y gradual pérdida de la virginidad.

¿Cómo ingresaste en internet?

Uno o dos años después, con los ahorros de mi primer laburo, me compré una máquina con monitor VGA y un modem de 14.400bps. Base Zeta estaba en decadencia, así que abrí una cuenta en Los Pinos BBS, que fue mi primer proveedor de internet. Esta vez ya pude hacerlo a mi nombre. Al principio iba y venía por sitios web corporativos, hasta que conocí el ICQ. Eso me cambió la vida.

¿Por qué?

Bueno, en principio porque me ayudó a coger, aunque tuve que dar varias vueltas primero. Y esto se relaciona con el tema de los fakes. Yo me había metido en el CBC de Comunicación Social, no laburaba ni tenía muchos amigos. Además me habían salido granos y en persona me costaba iniciar cualquier tipo de conversación. No era un personaje atractivo para nadie, y no alcanzaba con mentir: había que inventar personalidades enteras. Así que me abrí, no sé, ocho o nueve cuentas en Icq, y con todas fui probando a ver qué pasaba. Algunos tenían menos levante que yo. En otros, la cosa funcionaba. La personalidad bohemia, del tipo que “está de paso” en internet, pero tiene una activa vida social afuera, era la que mas funcionaba. Ahí, en algún momento, tuve mi primer resultado. El fake se llamaba “Galeano”, y era un estudiante de sociología dos años mayor que yo, que vivía con un grupo de amigos en un departamento de capital. Había militado en un partido trosko, pero no hablaba mucho del tema. Lo comentaba al pasar, como para despertar interés. Picó una gordita que se hacía llamar Lalita, era de San Justo y terminaba quinto año en un colegio privado. Cuando nos vimos me prestó “Como agua para chocolate”, yo le presté “El libro de los abrazos” de Galeano, que había comprado en una librería cerca de mi casa el día anterior. Lo mojé y lo dejé secar al sol para que pareciera leído. Nos encontramos en el obelisco, un mediodía de diciembre, y fuimos a la Lugones a ver una película de Lars Von Trier. Después ella se tomó el colectivo a Once y yo me volví a casa. Cuando chateamos le dije que estaba enamorado. Ella me dijo que le había caído bien. Nos vimos de vuelta el fin de semana siguiente, comimos en MacDonald´s, pero no pasó nada otra vez. En el chat, esa noche, hablamos de coger. Lo llamábamos “el abrazo”, porque sonaba mejor así. El tercer fin de semana nos besamos en los bosques de Palermo. Cogimos dos o tres semanas después, un domingo lluvioso, horrible, a mí casi no se me para. Cuando volví a casa eliminé el fake. En ese momento todavía tenía sentido distinguir entre la realidad y lo que pasaba en internet. Tenía dos o tres minas más en camino, que al final no funcionaron, así que no me importó. Al menos lo había conseguido.

¿Cómo te agarró la etapa de los blogs?

En 2003, 2004, ya tenía varias de estas historias. Pero eran minas raras, gordas, trastornadas, y yo quería una normal. Con los blogs me pareció que la cosa había empezado a cambiar. Las minas escribían como si fueran lindas, todas hablaban de coger. Y mis fakes, que al principio sólo estaban hechos para garchar, también habían evolucionado. Ya no eran tan esquemáticos ni estereotipados. Algunos eran mujeres, incluso. La web ya no era un reducto de gordas y nerds, se veían personajes cada vez más estúpidos o extraños, y a mí me gustaba parodiarlos. Pero no descuidaba ningún flanco: también abrí algunos blogs de tipos más normales, tranqui, como para enganchar alguna por ese lado. Reseñé libros, comenté mi vida cotidiana, recomendé restaurantes y hablé de drogas y masturbación. En esa época no cogí mucho, pero no me interesaba tanto, porque me di cuenta de que estaba creando algo nuevo. No sabía si era un artista o me estaba profesionalizando, o las dos cosas a la vez. Cada personaje era un mundo, que entablaba sus propias relaciones, comentaba en otros blogs y hablaba en una jerga propia. Alguno, incluso, era un estudiante inglés que había venido a cursar materias de Antropología a la UBA, y escribía en un cocoliche muy divertido, que me hacía reír en voz alta en la oficina donde trabajaba.

¿Cuándo empezaste a vivir de esto?

La primera vez que cobré por un fake fue cuando me pusieron publicidad de la cerveza Corona en un blog que se llamaba “Profundo Carmesí”, escrito por una tal “RoxiBelle”, una ex gorda medio boluda que hablaba de moda y de los pitos de los tipos con los que se acostaba. Era uno de los fakes que menos me gustaba, pero funcionó bien. Tenía seiscientas, setecientas visitas por día y se me llenaba de comentarios. Las minas me tomaban como amiga y confidente, me escribían mails, a todas hablaba de que quería “presentarles un amigo”, pero no tuve suerte por ese lado. Un día me llegó un mail de una empresa que me ofrecía 150 pesos al mes por un banner y algunos post por semana hablando de la cerveza Corona. Agarré viaje en seguida y lo tuvo durante unos meses, pero la cosa se empezó a pudrir cuando invitaron a RoxiBelle a algunos eventos, a los que ella por supuesto nunca asistió. De todas formas, ya le había agarrado la mano. Abrí más blogs, todos apuntando a públicos diferentes para generar un tráfico diferenciado de visitas, y empecé a manguear guita en las agencias de publicidad. En algunos casos, funcionó.

¿A qué te dedicás en la actualidad?

Básicamente, a esto mismo. Con Facebook y Twitter la cosa explotó. Yo fui uno de los primeros en darse cuenta. Cuando las empresas grandes decidieron poner un pie en internet, yo ya tenía un ejército de fakes para ofrecerles: gente de distintas edades e intereses, ubicados en zonas geográficas diferentes, había de todo: el negro, la minita, el intelectual, el geek, el cheto, el nerd. Como estaba sin laburo, me pasaba días enteros sin dormir, generando conversaciones entre ellos, discusiones, historias de odio o de amor. Un día me di cuenta de que yo sólo podía generar corrientes de información que otros usuarios (los reales, si es que existe alguno en internet) replicaban. Hoy manejo las cuentas de políticos, actores, conductores de televisión y empresas de primer nivel. La gente no se imagina hasta qué punto una gran parte de lo que ve en las redes sociales salió de mi cabeza.

¿Querés agregar algo más?

La verdad es que cojo poco, pero me divierto un montón.