Ambientalistas, veganos, vegetarianos y defensores de los animales como industrialistas, extractivistas y desarrollistas provienen del mismo prejuicio antropocéntrico que supone que los humanos somos una especie superior.
La arrogancia es la misma.
El paternalismo es idéntico.
Sólo nosotros sabemos cómo destruir, o bien salvar, al planeta.
¿Qué nos hace pensar que somos tan malos o en tal caso tan buenos, que tenemos las respuestas o las soluciones?
¿Y si somos engranajes en un sistema que nos es es ajeno?
La Tierra es un planeta insignificante entre trillones de trillones de otros planetas insignificantes ¿qué nos hace pensar que una ballena más o un delfín menos pueden afectar ese sistema gigante?
La hipótesis Gaia de James Lovelock, entre otros, postula que el planeta Tierra es un ser vivo.
Digo entre otros porque no solamente es de Lovelock.
Los académicos son defensores patológicos de la propiedad intelectual y se ofenden muy mucho cuando no se les respeta.
Volviendo a Gaia: según esta hipótesis los humanos seríamos una especie de rémoras.
Gaia, como teoría, tiene grandes evangelistas y críticos enconados.
El mundo científico es así, la irrelevancia es tal que pueden darse el lujo de pelearse a muerte como mocosos en el recreo.
Una de las conclusiones de Lovelock y cía, muy resumidamente, sugiere que los humanos no podemos hacer nada para salvar o para perjudicar al planeta.
Somos parte de un sistema que nos contiene y nos supera, al que no entendemos ni mucho menos podemos manejar.
Todo esfuerzo es vano.
Ver también “autopoiesis” o “autopoyesis”, palabro pergeñado por los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela en los primeros 70s.
Estas teorías se dan de a palos con la soberbia de las religiones monoteístas y sus descendientes occidentales iluminissstas antropocéntricos que nos hicieron creer que somos los pasajeros VIP del planeta.
Los dueños.
Los guardianes.
O algo así.
A ver: somos primates que aprendieron a vestirse.
Somos monos que pueden dejar la paja.
Somos apenas un depredador que se las rebuscó para encumbrarse en la pirámide alimenticia.
Por ahora.
Podemos caernos en cualquier momento.
Nos cortan la luz y el gas y no servimos para nada.
Esa es la trampa, siempre lo fue.
El día que nos corten la luz, el gas y el celular, vamos a ser tan inútiles que nos vamos a extinguir en horas.
No hace falta ébola ni bombas atómicas.
*
La naturaleza está, en el mejor de los casos, para ser explotada hasta donde me dé el bocho o la suerte.
En el peor de los casos, es un obstáculo, una enemiga, un contratiempo que me disputa oxígeno, agua y alimentos.
Elon Musk, el nuevo enfant terrible idolatrado en Silicon valley desde que murió Steve Jobs, suele decir a quien quiera oírlo “Fuck Earth”.
Léase “Me cago en la Tierra”.
Es más, dice que si en 2030 no hay en otros planetas asentamientos humanos permanentes habremos fracasado como especie.
Los líderes y agitadores del ecologismo mundial adoran a Elon.
Elon es el fundador de Tesla Motors, el fabricante de autos eléctricos y “verdes”, rindiendo ganancias assstronómicas en los mercados de valores de Wall Street, adorado por ecosnobs de toda calaña.
Es multimillonario Elon.
Le encanta la guita.
Hace unos años fundó y vendió PayPal.
Ahora, además de Tesla, tiene una empresa que busca desarrollar transporte comercial interplanetario de pasajeros.
Lo mismo que Jeff bezos, fundador de Amazon.
Y lo mismo también que Sir Richard Branson.
En fin.
Enamorarse del planeta es una pelotudez absoluta.
Nada más conservador, tradicionalista y reaccionatrio que enamorarse de la Tierra.
Es una consecuencia de nuestra formación fascista, burguesa, eurocéntrica y judeocristiana.
Te lo dice La Línea.///PACO