Would you follow ROB FORD if a ZOMBIE APOCALYPSE hit Toronto? VOTE @ bit.ly/RobFordZombie

Me pidieron que escriba sobre Rob Ford, el alcalde de Toronto, un drogadicto obeso en las antípodas del frankunderwoodismo, que abusa del progresismo dorado y glorioso de la patria en la que habito estos días. Un tipo cuya intención de voto seguía siendo del 32 por ciento incluso después de haber reconocido que sí, es posible que sí tuviera algunos problemitas de salud. Toda esa seguridad de tipo común y corriente que llegó al gobierno está bien para un país hecho en su mayoría de gente común,  inmigrantes de no importa (verdaderamente no importa) qué remotos lugares del mundo, pero hay ciertos límites que no se trascienden. Los límites de “lo sexual” siguen estando del lado oscuro del conservadurismo humano, no importa si sos hijo de canadienses anglófonos, chino o un sudaca con un buen puesto directivo en una compañía joven de IT.

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¿Qué puedo decir yo al respecto? Vivo en Montréal,  un agujero federal progresista y orgulloso, una ciudad donde el fuego galo va cociendo el día a día, una suerte de Rosario meets Barcelona que tuvieran un hijo muy tranquilo, educado y fashionista que habla en francés. Toronto es la verdadera capital de este país, después está Montréal y después Vancouver, que está llena de chinos.  Ottawa es un pueblito en el medio del camino, lleno de vecinos que se conocen hace años. Acá, en Montréal, la política es propia, local, limitada: hace poco los liberales ganaron las elecciones contra el Parti Québécois, una manada de inconformistas de izquierda intentando ser más progresistas que el progresismo, proponiendo una maravilla  de medida hiperbólica de la condición moderna llamada “Charte de la laïcité” – o “Charter of values”, para los que los fines de semana nos negamos a hablar en  francés – en la que se obliga a los trabajadores públicos, incluyendo maestros y médicos o enfermeros, a no utilizar ningún tipo de vestimenta/accesorio que ponga en evidencia su religión o creencia. Delirio popular y duras críticas en una ciudad donde vas al supermercado y en el camino te cruzaste no menos de 5 judíos ortodoxos, 3 indias vestidas con un sari, 10 chinos fumando (estoy empezando a convencerme que esa es su religión), y algunos latinos que todavía siguen creyendo en Dios. Resultado: ganan los liberales, unos pibes más cercanos a la tradición anglófona de our honorable Queen Elizabeth, aunque se llamen Phillipe o Pierre o Yves; con algún que otro tropezón por corrupción en campaign funding y menos ganas de invertir en educación que yo en zapatos de taco alto para venir a trabajar.

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Dicho esto (el crisol de razas, la no representatividad de los que están arriba): nunca sentís que estás en casa. Todo es una suerte de película independiente, en una ciudad linda pero chica, linda pero no tanto, donde todo está optimizado, la gente es muy amigable y los muebles se compran en IKEA cuando sos inmigrante y llegás con $2000 dólares ahorrados, atravesando la frontera con miedo aunque ya estés contratado por unos tipos que ni te conocen. El tema de la identidad es parte fundamental de la política localista de Québec. Acá sos más quebecois si hablás en francés, y hay quienes defienden eso a rajatabla, y sos más falluto si hablás en inglés y «gorila» por estar a favor del liberalismo, por ejemplo. En mi barrio los carteles de «Pare» en la calle dicen «Stop» solamente. Dos cuadras más adelante hay un cartel de cada lado de la calle: uno dice “Stop”, el otro dice “Arrêt”.En otros barrios, más al sur,  solo dicen “Arrêt” y ya. La cantidad de plata que gastan estos muchachos en poner todo en dos idiomas porque eso te da, no sé, cierta legitimidad como ciudadano, es un delirio.

Como inmigrante estás en un stand by constante, sin mucha identidad, sin mucho tiempo para pensar en la identidad, en extrañar, en la casita de tus viejos y otras necesidades muchísimo más sudamericanas, creo yo.

Entonces eso pasa acá, en Montréal. Pero hay un espacio de frontera, un no lugar común a todas las grandes ciudades canadienses (o del hemisferio norte, diría yo), que es ese territorio hijo del consumo, las mini vans, las madres en equipo de jogging de plush (no importa si son trabajadoras o no, no apunto a la baja estofa de la categoría “amas de casa” y la crítica facilista) y los bajos precios en propiedades de miles de metros cuadrados, esos espacios absurdos y amurallados que son los suburbios. La dinámica ahí es clara: la mamá es la mamá, el papá es el papá y los nenes son los que van la escuela, juegan al hockey, y las nenas usan ropita de Barbie, princesas, todo lo que sea rosa y tenga brillos indefectiblemente. Un fin de semana en los suburbios se compone de: horas desperdiciadas en un auto viajando hacia los oasis del consumo local, shoppings con restaurantes, Walmarts, casas de decoración, cines, Toys r Us y todo lo que hace sentirse al canadiense de los surburbios como en casa; comer, comer, comer; partido de hockey; efusiva vida infantil (la pileta pública los domingos a la mañana es lo más parecido que vi al infierno en mis casi 28 años de vida) y dormir. Y dormir acá es a las 7, 8 pm. Bienvenidos a la calma DE VERDAD.

¿A quién vota el habitante de los suburbios? “El verdadero “blue collar” worker, habitante de una vivienda unifamiliar con patio o jardín, conductor de un auto (jamás transporte público o bicicleta), lector del Toronto Sun, populista y conservador, que toma café con doble crema y doble azúcar, es el típico votante de Rob Ford”, dice Anne Golden, una (así definida según los medios) académica canadiense que organizó un think tank en el  Wilson Center para discutir el fenómeno Rob Ford en el que participaron aproximadamente 25 cerebritos progresistas fascinados por el gordo quilombero.

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De todos modos, la pregunta que me gusta hacerme es: ¿puede la diferencia de estilo de vida, de filosofía casi, determinar el destino de una de las ciudades más importantes y con mayor calidad de vida del hemisferio norte? Anne Golden dice que la gente de los suburbios se siente alienada por la sofisticada “urban class”. A mí me suena la alarma al escuchar la palabrita marxista y huyo de este tipo de simplificaciones, y sin embargo… No sé en qué creer. El Voto Protesta, aparentemente, es una facultad de las sociedades que, aun contando con ventajas sociales de lo que se dice primer mundo, quieren ser víctimas una y otra vez.

Le pregunto a un colega asiático born and raised acá en Montréal qué opina sobre Rob Ford. “Cool guy”, me dice, y remarca el hecho de que al tipo no paran de atraparlo haciendo pelotudeces. Confiesa que tiene un problema con el alcohol (no que fuma crack), y ok, te seguimos aceptando Ford, no hay drama. Mientras tanto, paga el programa de rehabilitación más caro de Norteamérica en algún sitio escondido de Bracebridge (Ontario), según los diarios locales, y comunica a través de su abogado “Rehab is cool”, mientras que este se encarga de pedir, no menos progresistamente, “que lo dejen solo y tranquilo”. Maravilloso.

Ford se queda en el poder, y todos podemos verificarlo minuto a minuto gracias a sitios web de este estilo: http://isrobfordstillmayor.com/

Pero hay quienes dicen que no le queda mucha vida, y el problema no son las drogas, un fenómeno modermo muchísimo más insignificante que problemas universales como el sexismo. Todos somos hijos de madres, madres de hijas o hijos, mujeres de. No podemos escapar de tener una o más relaciones con alguna mujer, no importa del tipo que estas sean. Y el hombre de los suburbios, como el de la ciudad, es exactamente la misma persona que nosotros, acá en Montréal, en Buenos Aires, o en Toronto. Escucharon a Ford decir algo así como: “You can fuck her if you want, in front of me … she lets me fuck girls in front of her all the time”, hablando sobre su mujer, y ahí estalló el principio del fin. Un pedido de Leave of Absence para llevar a cabo la rehabilitación, el distanciamento de sus actividades oficiales, y un abogado alejándolo a los océanos secretos del silencio en medio de Ontario. Y es que las nenas no se tocan, Ford. En un país donde cuesta que nazcan niños, las mujeres tienen un año de licencia de maternidad para asegurar que los hijos crezcan colgados de una teta, real o gubernamental, para poder tener “real canadians” en tierras canadienses.

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Las elecciones en Toronto son a fines de octubre. En Montréal, los resulta-dos fueron inesperados: después de años de gobierno pro-francófono y de izquierdas, los votantes cambiaron el rumbo y eligieron a Couillard. Quizás los votantes de los suburbios se cansen de Rob Ford y el manoseo de sus nenas (y bolsillos), y puedan dejar de elegir a un tipo que ni siquiera cumple con el primer paso de cualquier programa de rehabilitación: aceptar su fracaso. Ya está, gordo, se acabó, armá las valijas y aprovechá este, tu último año. Mientras tanto, acá, en la Nueva Francia, seguimos mirando a nuestro equipo pelear las series de la Stanley Cup de hockey sobre hielo, comemos brunch los domingos al mediodía y disfrutamos de la efímera gracia de los 20 grados primaverales como si este fuera nuestro último verano/////PACO