-¿Y tiene algún cargo?
-No, ningún cargo… Ah, diputado soy.

 

En la semana del debut de Showmatch, Marcelo Tinelli presentó a José Ottavis en el estudio de Ideas del Sur. El militante kirchnerista fue el primer político que asistió al programa en su nueva temporada. Se paró al lado de su doble en Gran Cuñado –encarnado por Bicho Gómez- y junto a la falsa Victoria Xipolitakis, interpretada por Fátima Flores. Mientras la humorista le meneaba encima y le hacía mimitos en la oreja, Tinelli lanzó la pregunta que esperaba América: “¿La extrañás a Vicky?”. José balbuceó y respondió: “A la verdadera sí, la extraño. Ésta no es tan Vicky”. Demostró así no comprender la esencia de la parodia. Fue a jugar un juego sin tener claras las instrucciones que lo harían ganar. “Yo te quiero, dale, dame un beso”, le decía la actriz, mientras él la miraba atónito. Ottavis oscilaba entre hacer comentarios amigables para el televidente promedio y hablarle a la tribuna (ésta última leída tanto en clave metafórica como en su sentido literal: había una columna de militantes con pecheras de La Cámpora que lo alentaba en el estudio). El summum de la noche llegó cuando dijo que no tenía un cargo y, segundos después, se corrigió al recordar sí lo tiene. “Es diputeado”, bromeaba la doble de Vicky. El dirigente fue víctima de un furcio memorable y enseguida recibió la fulminante en Twitter: los usuarios coincidieron en que el Ottavis original era más boludo que su imitación.

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La asimetría despertaba sospechas. Desde que se dio a conocer el romance, empezaron los chistes unidireccionales que daban a entender que él era un boludo. Y aquella conclusión tenía que ver con su elección de pareja.

SIMULACROS. Fabián y Florencia son actores. Él es el más renombrado del país, ella es una desconocida. Durante el rodaje de un film, inician un romance que se precipita en casamiento. Todo marcha bien hasta la luna de miel, donde Florencia lo empieza a conocer de verdad. Ésa es la sinopsis de Me casé con un boludo, la película que protagonizan Adrián Suar y Valeria Bertuccelli, en cuya avant premiere Ottavis y Vicky anunciaron que estaban comprometidos. Ottavis tuvo coraje; se declaró enamorado pese a la inevitable proliferación de memes que sabía que llegarían a las redes sociales. Las burlas no tardaron en arrancar y todos –la mayoría con humor, unos pocos con indignación- consideraron que su relación con Xipolitakis sólo podía conducir a una conclusión: Ottavis era un boludo. Cuando el dirigente de La Cámpora y la mediática anunciaron su noviazgo, hubo algo que desde un principio molestó. Sus excesos incomodaban. Ella y su pelo platinado, su figura voluptuosa, su sonrisa blanco Ala. Él y su semi-enanismo, su barba de duende, sus excéntricos looks. Los besos en público, los arrumacos, el fetiche casi maniático de ella con sus orejas. La asimetría entre ambos despertaba sospechas. Desde que se dio a conocer el romance, empezaron los chistes unidireccionales cuyo desenlace daba a entender que él era un boludo. Y, pese a sus cuestionables logros como dirigente político, aquella conclusión tenía que ver con su elección de pareja. Ottavis era un boludo por mostrarse en público con una mujer como Vicky. Era un boludo por enamorarse de un “gato” y encima anunciarlo a la sociedad, porque alguien como ella podía ser aceptada para un touch and go, pero no era una mujer para llevar al altar. De Vicky también se habló. Pero no se la juzgó por elegir como pareja a un dirigente político, sino que la pregunta tenía que ver con qué ganaba por meterse en una relación así. Había latente una sospecha de simulacro, de transacción escondida detrás de una pareja hecha para vender. Como lo pensó Zygmunt Bauman, se los miraba desde tiempos de amor líquido en los que todas las relaciones son evaluadas en términos de costo-beneficio. ¿Pero qué querían vender Vicky y Ottavis? ¿Qué rédito sacaban ellos? ¿Qué le sumaría a ella casarse con un boludo? Y mientras se daba por hecho que esta pareja era un simulacro, ellos seguían paseándose enamoradísimos por los programas de la tarde, jurando que entre los dos no había telón ni abismos.

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Como lo pensó Zygmunt Bauman, se los miraba desde tiempos de amor líquido en los que todas las relaciones son evaluadas en términos de costo-beneficio. ¿Pero qué querían vender Vicky y Ottavis?

PONERSE UN BAR. Si bien resultaba difícil comprender cómo se beneficiaba Vicky estando con Ottavis, la pregunta sobre qué podía ganar él en esa relación proponía una respuesta fácil: conocimiento público. Aunque quedaba una incógnita: mostrarse como un boludo en los medios, ¿le aportaría algo en el plano político? Hubo muchas lecturas al respecto, pero quizás se pasó por alto que ninguna de ellas le interesa a Ottavis. Es que el dirigente da indicios de estar en plena búsqueda de expansión de su horizonte laboral. Parece seducido por migrar de la política a alguna actividad que le dé más margen de supervivencia. Tal vez reinventándose como un Coti Nosiglia en versión camporista. “La exposición que tuve no me parece una tormenta. Hacer política es más difícil que salir con Vicky”, afirmó Ottavis días atrás, queriendo dar cuenta de que está preparado para su salto al estrellato. Ya antes había manifestado que “de político no vive nadie que es honesto” y confesado que está “tratando de abrir un bar”, parándose muy lejos de la promesa del café literario de Néstor Kirchner. Es que Ottavis dejó atrás la batalla cultural y la guerra con Clarín, deslumbrado por la noche y los flashes. Y eso tuvo consecuencias: en los últimos meses, desde el kirchnerismo se lo acusó de “descuidar” su labor política por estar perdiendo el tiempo con Vicky. El diputado no logró contener a su tropa ni siquiera en las sesiones extraordinarias del verano y debió renunciar a la jefatura del bloque. Sin embargo -aunque la minoría intensa apunte sus cañones contra ella- sus traspiés como dirigente poco tuvieron que ver con Xipolitakis. En su reciente participación en Showmatch, Ottavis se mostró solo, sin su novia vedette. “Hoy no está Vicky, eso significa mucho”, le dijo a Tinelli y de ese modo insinuó que era él quien quería estar ahí. Ya no iba en calidad de acompañante. Y como si su relación con Vicky no hubiera sido un motivo suficiente para indignar al camporismo y al PJ, ahora se acercó a Moria Casán para coronar su transversalidad. “Tenemos una relación de amor y de admiración, dice cosas profundas, disruptivas», opinó sobre la diva, a quien calificó como “una intelectual impresionante” con quien está construyendo “una verdadera amistad”. Mientras muchos opinan que se lo comió el personaje, que el Ottavis mediático devoró al Ottavis político, y el camporista sigue ganando exposición, pero lo que desconcierta es a costa de qué. Es que Showmatch es un producto cultural de masas altamente eficaz, pero participar en el programa no beneficia a cualquiera. Para sacar provecho del rating de Tinelli es necesario estar muy coacheado o tener carisma. De lo contrario, el invitado corre el riesgo de gestionar su propia demolición. O, en el mejor de los casos, de quedar como un boludo.

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Para sacar provecho del rating de Tinelli es necesario estar muy coacheado o tener carisma. De lo contrario, el invitado corre el riesgo de gestionar su propia demolición.

FIN DE LAS MENTITAS (sic). “#DesilusiónComoHombreyPersona”, escribió Xipolitakis en Twitter al anunciar el fin del romance del año. Como una profecía autocumplida alimentada por prejuicios ajenos, demostró que la relación estaba destinada al fracaso. Todos tenían razón: Ottavis era un boludo si creía que podía casarse con alguien como ella. Meses atrás, cuando empezó a correrse el rumor de su romance con Vicky, él esquivó definiciones y afirmó: “Ni desmiento ni confirmo. Te confirmo mi romance con La Cámpora, con la JP, mi romance con la política”. Tal vez, aquel “romance” con la política, entendido como una relación de amor adolescente, se desvaneció después de que el FpV perdiera las elecciones y él, con el corazón roto, decidió canalizar su libido en otro lado. Un Ottavis desencantado buscó el romance en lugares ajenos a La Cámpora. En momentos políticos complicados, en los que no estaba claro hacia dónde rumbear, Ottavis se desenamoró de la política y se dejó obnubilar por los flashes. Y así encontró a su Victoria del Amor. Xipolitakis no representa a Ottavis, no es responsable de sus errores. Desde un principio, las críticas a esa relación hablaron más del extravío político de quienes creyeron que un dirigente puede ser juzgado por sus elecciones de pareja, y también de los prejuicios de una sociedad que divide a las mujeres en dos bandos: las que sirven para casarse y las que no. Ottavis tuvo una militancia territorial respetable y cosechó –aunque escasos en los últimos tiempos- ciertos logros políticos. Si su perfil mediático opaca al militante, si pasa a la historia como un boludo, eso está más allá de Vicky. Más allá de las plumas. Más allá de los escotes. Y ella tiene derecho a decidir quién está a la altura de sus ilusiones. Como mujer y como persona///////PACO