Existe un volumen a través del cual se mide cada palabra escrita en internet. Y cada número y cada risa en un chat, y cada imagen y video, y también cada emoticón y cada búsqueda. En ese volumen se incluyen las versiones definitivas de cada contenido tal como existe en la web, pero también todos los ensayos previos y todas las modificaciones posteriores. En 2013, entre el tráfico de datos producidos a través de computadoras y celulares, ese volumen fue de 32.223 petabytes mensuales (y cada petabyte significa mil millones de megas). Pero el hardware, el soporte físico sobre el que recae el peso de esa memoria, se mide en un volumen más tradicional: 50 millones de toneladas solo en desperdicios –monitores, CPUs, teclados, teléfonos y módems cada vez más inmediatamente viejos, entre otros dispositivos electrónicos–; una montaña de chatarra que en 2017 va a incrementarse, según el programa de la ONU StEP (Solving the E-Waste Problem, al menos en 15 millones de toneladas más.

El consumo energético de los servidores que hacen posible la vida de internet es de más de 30 mil millones de watts en todo el mundo.

Aunque los países que más basura producen son Estados Unidos (con algo más de 9 millones de toneladas anuales) y China (siete millones), la organización StEP logró trazar un mapa con 184 países en el que, como el spam digital, los desperdicios electrónicos en versión analógica siguen un camino mediante el cual se convierten en un problema cada vez más grave para el ecosistema. Sin un destino geográfico establecido ni procesos de tratamiento concertados para los componentes más tóxicos de muchos de esos despojos –como el plomo, el mercurio y el zinc–, parte de la basura se acumula en depósitos de usuarios y en basurales comunes, mientras que otra se incinera, transformando sustancias como el cadmio y el mercurio en un problema capaz de afectar a la fauna marina. Según un estudio de Greenpeace, otra parte importante comienza un delicado viaje mediante la exportación (legal e ilegal) a “naciones en desarrollo” en África, con países particularmente afectados por la contaminación consecuente como Ghana y Etiopía, y en Asia, con India, Malasia y Singapur en primer lugar. ¿Pero qué es exactamente lo que recorre de manera casi siempre clandestina continentes una vez que los consumidores de mayor poder adquisitivo en Estados Unidos y Europa reemplazan sus aparatos tecnológicos? Una mezcla de repuestos genuinos para usuarios con menores posibilidades de reposición, una cantidad más o menos rentable de dispositivos todavía reutilizables y cientos de toneladas de basura tóxica tratando de ser escondidas bajo la alfombra del mundo.

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Los procesos de reciclado, mientras tanto, no figuran entre las prioridades de países altamente industrializados como Alemania, donde se producen 23 kilos anuales per cápita de desechos electrónicos, ni en países como Argentina, donde se producen 10. “Aunque hay una amplia información sobre el impacto ambiental y sanitario de los viejos métodos con los que se recicla la basura electrónica, la falta de datos concretos hizo que fuera difícil comprender la magnitud del problema”, explica el titular de StEP, el alemán Ruediger Kuehr, cuyo objetivo no es solo concientizar a los consumidores sino también promover la creación de nuevas políticas gubernamentales que regulen el que podría ser uno de los problemas ambientales claves del futuro cercano.

El soporte físico sobre el que recae el peso de la memoria se mide en un volumen más tradicional: 50 millones de toneladas solo en desperdicios.

Las proporciones del mismo problema fueron objeto de otro estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology), según el cual solo en 2010 los estadounidenses tiraron 120 millones de celulares viejos, aunque aún en esos desperdicios palpitan algunas arterias capitalistas sobre las que quienes incentivan el desarrollo de programas de reciclado apuntan sus luces. De acuerdo al MIT, si se recolectaran todos los metales de, por ejemplo, 10.000 teléfonos, podrían obtenerse 2,4 kg. de oro, 900 kg. de cobre y 25 kg. de plata por un valor final cercano a los 250.000 dólares. A largo plazo, advierten por último los especialistas de StEP, la ausencia de una política de reciclado y reutilización de materiales va a influir negativamente en el costo de producción y en el valor de venta de los dispositivos electrónicos del futuro, ya que la obtención de las materias primas para su fabricación implica una explotación minera altamente contaminante y costosa.

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Aún así, el mercado clandestino de la basura tecnológica se conforma por el momento con las posibilidades lucrativas del presente, sin mayores contemplaciones por el ambiente. Entre el total de la basura anual producida nada más que en los Estados Unidos, el 8.5 % se exporta a países como México, Venezuela y Paraguay (en forma de televisores y monitores de segunda mano), Guatemala, Panamá, Perú y Colombia (en forma de viejos teléfonos celulares) y Hong Kong, los Emiratos Árabes y el Líbano (destino privilegiado de laptops y tablets).

Si se recolectaran los metales de 10.000 teléfonos, podrían obtenerse 2,4 kg. de oro, 900 de cobre y 25 de plata por un valor cercano a los 250.000 dólares.

El de la basura, sin embargo, no es el único asunto delicado en el mapa de la infraestructura tecnológica. En paralelo al problema del volumen creciente de memoria digital y el volumen de dispositivos físicos a través de los cuales esa memoria se almacena y crece hasta ser reemplazados, está el problema del volumen de energía necesaria para mantener toda la web en funcionamiento. Según un informe del The New York Times, el consumo energético de los servidores que hacen posible la vida de internet es de más de 30 mil millones de watts en todo el mundo, de los cuales 10 mil millones son consumidos únicamente por los servidores en Estados Unidos. De esa cifra, solo el 12 por ciento se consume en mantener encendidas verdaderas computadoras; el resto se destina al funcionamiento omnisciente de las nubes de datos donde se cargan y descargan todos los contenidos que pueden encontrarse en espacios tan distintos de la red como Facebook, Google, YouTube y Netflix. “Espero que las personas reconsideren sus adquisiciones de juguetes, tablets y equipos por el estilo en esta Navidad”, dice el titular de StEP, desde la que se advierte que a partir de 2016 serán los países en desarrollo, antes que los industrializados, los que van a producir más basura de este tipo/////PACO