Historia


Arroyos de Buenos Aires, enterrados pero vivos

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La Ciudad de Buenos Aires reposa sobre kilómetros y kilómetros de arroyos que en la actualidad corren enterrados bajo sus calles y avenidas. El arroyo Medrano, el Maldonado, el Vega y el Cildáñez, entre tantos otros, resultan hoy invisibles para los habitantes y los visitantes de la ciudad, aunque alguna vez estuvieron integrados a la trama urbana y formaron parte del paisaje cotidiano. El Medrano, que hoy corre bajo el boulevard García del Río, llegó a alimentar hasta la década del 40 el “Paseo del Lago”, ubicado en el Parque Saavedra, por el cual paseaban góndolas y en cuyas aguas se bañaban niños y adultos. 

Martín Civeira es ingeniero civil, especialista en ingeniería portuaria. Integra Arroyos Libres, un proyecto de divulgación de la situación actual e historia de arroyos y ríos urbanos, con énfasis en aquellos que se encuentran bajo tierra y las posibilidades futuras de las cuencas más importantes del AMBA. Difunden por varios medios casos de éxito en revitalización, renaturalización y daylighting en el mundo, y también planes generados localmente. En el marco de ese proyecto, Civeira acaba de publicar Arroyos de Buenos Aires: enterrados, pero vivos, en el que cuenta la historia de cada cuenca porteña y analiza los riesgos y desafíos de volver a integrar a la vida de la ciudad su patrimonio hídrico.

Parque Saavedra

¿Por qué y cómo se empiezan a entubar y finalmente a soterrar los arroyos de la ciudad de Buenos Aires?

Los arroyos de la ciudad se fueron convirtiendo paulatinamente en un problema al permitirse, o quizás al no fiscalizarse en absoluto, construcciones en su planicie de inundación. Por tratarse de ríos de llanura, tienen un caudal importante durante las temporadas lluviosas, en las que suelen generar inundaciones muy velozmente. Esto se vuelve más complicado si se combina además con una sudestada, que impide que desagoten sus desembocaduras. El resto del año, permanecen con un caudal reducido, sin causar mayores inconvenientes. Por otra parte, la falta de control sobre los desperdicios arrojados a sus aguas por los habitantes y todo tipo de industrias (desde las primeras “fábricas”, que fueron los saladeros, hasta las textiles y curtiembres que perduran hasta hoy) llevó a que los arroyos resultaran problemas higiénicos y fuentes de enfermedades. Tras una serie de trabajos de canalización que pretendían regularizar sus cauces, entre mediados y fines del siglo XIX la epidemia de fiebre amarilla de 1871 representó el desafío sanitario más importante de la antigua Buenos Aires. Alrededor de un 10% de la población de la ciudad falleció a causa de esa enfermedad, y tanto las clases más acomodadas como la gobernante se desplazaron a los “lejanos” poblados de Flores y Belgrano. Más adelante, durante la intendencia de Torcuato de Alvear, los arroyos del Radio Antiguo (la zona que hoy estaría aproximadamente comprendida entre el eje Pueyrredón-Jujuy, Av Caseros y el Río de La Plata) fueron entubados. Desaparecían bajo el empedrado de la época los otrora famosos Tercero del Norte-Manso, Tercero del Medio y Tercero del Sur. Con el avance de las urbanizaciones y la expansión de Buenos Aires, un decreto de 1919 generó la decisión de ir entubando los restantes cursos de agua. Las principales obras se pusieron en marcha alrededor de 1925, para ir concluyendo hacia mediados de la década de 1950. Previamente a esto, se había generado una convivencia con los arroyos más importantes (el Maldonado; el Vega, y el Medrano, de Saavedra y Núñez; el Cildáñez y sus bañados), que estaban encauzados, rectificados y tenían puentes para su cruce peatonal cuando tenían crecientes importantes, pero que podían ser utilizados como calles, durante la temporada seca.

El entubamiento, como manera de generar más espacio para el desarrollo urbano suprimiendo los rasgos naturales del paisaje, fue una idea de “progreso” muy difundida entre fines del siglo XIX y mediados del XX, en muchas ciudades del planeta. Londres, París, Nueva York o, sin ir tan lejos, San Pablo o Belo Horizonte adoptaron este modelo, que demostró ser exitoso hasta cierto punto, aunque requiere un adecuado mantenimiento y un refuerzo con más obras cada vez que se agota la capacidad de transporte de líquido de este. Me refiero principalmente a canales-túneles aliviadores paralelos al entubamiento original.

García del río y Crámer 1936

La mayoría de esos arroyos atravesaban lo que hoy es la ciudad, lo que hace pensar en una urbanización formada por canales y puentes. ¿Existe memoria de todo eso?

Precisamente, existía una serie de puentes peatonales para poder cruzarlos. La mayoría eran pivotantes, de modo que podían ponerse paralelos a las veredas, cuando los arroyos no llevaban mucha agua y se convertían en un estorbo para el tránsito de carros o de antiguos automóviles. Existe aún una de estas estructuras en Villa Maipú y hay varias fotos de los viejos puentes. Un proyecto de 1889 de Wenceslao Villafañe, que pretendía unir por vía fluvial el Medrano, el Maldonado, la localidad de Ramos Mejía y el Riachuelo, con un puerto en la boca del Maldonado en Palermo y facilidades portuarias intermedias, llegó  ser promulgado como ley durante el gobierno de Juárez Celman. La crisis de 1890 hizo imposible éste y otros emprendimientos, y la empresa no pudo concretar la concesión obtenida, que ya no volvería a retomarse. En 1910 se terminó la cobertura de los arroyos del Radio Antiguo y, en 1919, se decretó el entubamiento paulatino de prácticamente todos los cursos de agua de Buenos Aires. De la docena de arroyos que surcaban la ciudad, es bastante más fácil conseguir fotos históricas del Maldonado, el Medrano y el Vega (los más famosos y “civilizados”, podríamos decir), que del resto (White, Cildáñez, Ugarteche, Ochoa, Elía, Perdriel, San Pedrito, Erézcano y el Raggio, compartido con Vicente López).

En tu libro das los porcentajes de espacio verde que rodean a cada cuenca y parecen ser bajísimos. ¿Eso significa algo concreto? ¿Te parece que debería aumentarse ese porcentaje?

Solamente el Cildáñez tiene un porcentaje medianamente interesante de su cuenca con cobertura de espacios verdes: alrededor del 20%, concentrada principalmente en los parques y la reserva Lago Lugano, cercanos a su desembocadura. Los demás están por debajo de eso, muchos no llegan ni a la mitad. Tener este tipo de superficies absorbentes, preferentemente reforzadas con especies autóctonas, que suelen captar mayor cantidad de agua de lluvia, es un arma importante para retenerla y evitar que impacte de manera casi inmediata en la red pluvial, conformada por los colectores domiciliarios, callejeros y los cauces entubados. Dicha red resulta insuficiente ante lluvias concentradas y abundantes, lo que provoca que el agua regrese a las calles, desde alcantarillas y sumideros, en forma de inundaciones.

Desembocadura del Medrano

¿Qué problemas conlleva este paradigma de “arroyos encubiertos”?

Por una parte, está la necesidad de realizar obras nuevas y millonarias para generar una mayor capacidad de transporte de agua cada vez que se llega al límite del diseño del entubamiento original, cosa que está sucediendo cada vez más rápido y que suele tomar entre 10 y 20 años. Tener un complejo sistema de pluviales y arroyos escurriendo por conductos enterrados y funcionando adecuadamente requiere de acciones que van de lo más elemental y necesario, como tener alcantarillas y sumideros despejados de basura, que permitan transportar el agua eficientemente, hasta lo más complejo: contar con redes de medición y monitoreo de lluvia y de caudal, o poderosas estaciones de bombeo que operen de forma casi constante. Además, un curso de agua confinado bajo el pavimento trae, más allá de la obvia destrucción de la biodiversidad y del ecosistema que lo acompañaba, la desaparición de los servicios ecosistémicos que el arroyo brindaba cuando se encontraba a cielo abierto. Nos resta calidad de vida y sitios de esparcimiento, no presta su importante colaboración en la disminución del efecto de isla de calor urbano y torna imposible la investigación de las fuentes que producen su contaminación, entre otras bellezas.

¿Podría cambiarse este modelo por uno de cursos de agua a cielo abierto integrados a la trama urbana? ¿Hay algún caso en el mundo en que se hayan recuperado arroyos?

Podría, comenzando por sitios puntuales y en determinados tramos. Tenemos unos 200 kilómetros de arroyos entubados en la Capital. De hecho, esta modalidad se viene dando principalmente en el hemisferio norte, desde fines de la década del 90. Allí se está revirtiendo el paradigma de entubamientos mediante la recuperación de tramos de ríos y arroyos a cielo abierto. A la fecha, hay más de 200 ejemplos. El más conocido y espectacular es el del arroyo Cheonggyecheon, en el centro de Seúl, Corea del Sur. Allí se “destaparon” entre 2003 y 2005 casi 6 kilómetros de un curso de agua que había desaparecido en la década del 70 debajo de una avenida y de una autopista elevada. Pero no hacen falta acciones tan espectaculares como la de los coreanos. En general, los desentubamientos urbanos promedian los 600 metros y muchas intervenciones alcanzan 100 o 200 m. Podemos mencionar como ejemplos de esto el Bievre, en París, el Saw Mill River de Nueva York y el Porter Brook, de Sheffield.

Puente Calle Vera

¿Qué dificultades y qué ventajas traería la integración de los arroyos al medio urbano?

Empecemos primero por las ventajas que trae tener un curso de agua libre y en contacto con el sol y el aire de una ciudad. Los ríos y arroyos, en un estado más o menos natural, ayudan a reducir el efecto de “isla de calor” urbano y son impulsores de la regeneración en muchos de los barrios que recorren, luego de ser recuperados. Nos permiten disfrutar de la flora y fauna que regresa –o se incorpora artificialmente– a ese hábitat y de las parquizaciones adyacentes que suelen generarse, con efectos positivos para la salud, el bienestar, la educación y la recreación. A su vez generan menor riesgo de inundación debido a que carecen de problemas propios de los cursos de agua entubados, como bloqueos subterráneos, colapso de estructuras que han sobrepasado su vida útil, alcantarillas obstruidas… Por último, es más sencillo detectar y solucionar problemas de contaminación en las aguas cuando éstas se hallan a la vista que cuando están invisibilizadas bajo tierra.

Las dificultades que vemos para devolver los arroyos a la ciudad son, principalmente la alta densidad de población y el desarrollo urbano, que no dejan disponible la posibilidad de recuperar muchos tramos sin que medien costosas expropiaciones. La mayoría de los arroyos entubados se hallan bajo calles-avenidas totalmente aprovechadas, en lo que a construcciones se refiere, y que no suelen ser muy anchas. En sitios como bulevares o parques, la recuperación podría ser más aceptada y sencilla. Otra dificultad está en el grado de contaminación que tienen los cursos de agua, especialmente en los tramos medios y bajos de sus cuencas: conexiones industriales y cloacales clandestinas, desperdicios arrojados a las alcantarillas y otros aportes nocivos a sus aguas subterráneas desde hace décadas, dieron como resultado que, de la calidad de agua investigada recientemente en 4 desembocaduras –Raggio, Cildáñez, Ugarteche y Medrano–, sólo el primero de ellos puede clasificarse como “moderadamente montaminado”, en tanto que los demás estaban “muy contaminados”. También hay una dificultad en el desconocimiento respecto a la existencia de los cursos de agua urbanos y la pérdida casi total de la memoria viva. Nos estamos quedando prácticamente con nadie de la última generación que pudo convivir con ellos. En general le falta difusión a este proceso de daylighting (desentubamiento), como una alternativa al modelo imperante. Pero en el caso de que nos sintamos muy optimistas y podamos recobrar algún tramo, habrá que tener en cuenta algunas medidas de seguridad, para que el contacto con el agua no se vuelva un peligro. No quisiéramos tener un accidente, como pasa cada tanto en los lagos de Palermo en fuentes electrificadas, etc////PACO

Plan García del Río

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