Libros


Los monstruos de Agustín Ducanto


Hay libros que se dirigen al lector planteándole patrones de empatía, ya sea en la familiaridad de sus lenguajes, de sus escenarios, de sus tramas, de sus personajes o de su propio imaginario sensible. Hay otros que buscan incomodarlo, inquietarlo, alterarlo, desplazarlo de aquella situación que se presume como natural. Reforzando la imagen de una consistencia previa, los primeros apelan a alguna de las variantes emotivas del costumbrismo para conmover; los segundos, a las formas frías de la negatividad para transformar en el lector los marcos de percepción y elaboración del sentido. Con un lúcido programa narrativo que opera tanto en el orden de la fábula como en los filamentos de la ficción, el primer libro de Agustín Ducanto se inscribe explícitamente en la huella desafiante de esta última tendencia. Los siete relatos que componen La cabeza del monstruo insisten de manera por momentos asfixiante en señalar la condición teatral que rige la lógica de los relatos. El gesto traduce cierta reminiscencia brechtiana. Más que como un escritor de escenas, Ducanto se muestra en este libro como un estudioso de la escena entendida como unidad narrativa fundamental. Las cartas están siempre sobre la mesa: la escena es producida y lo primero que el lector debe enfrentar es el mecanismo de producción escénica. Sin embargo, el artificio no se pierde en la mueca autorreferente de la operación formal. Al contrario: con cálculo deliberado apunta a remarcar, por contraste, el falseo propio de las ideologías de la espontaneidad, que buscan naturalizar lo artificial en escenas de lo banal o lo cotidiano: la pose, la apariencia, el simulacro de representación sobre el que se conforma el campo de las relaciones sociales.

la-cabeza-del-monstruo-agustin-ducanto-450901-MLA20424286095_092015-F-1000x1000

Todo lo que ocurre ocurre en función de un espectador y del juego siempre impredecible de sus reacciones. Los personajes son literalmente actores: están representando siempre un papel ya para el lector, ya para los otros personajes de la historia.

Todo lo que ocurre ocurre en función de un espectador y del juego siempre impredecible de sus reacciones. Los personajes son literalmente actores: están representando siempre un papel ya para el lector, ya para los otros personajes de la historia. Son locos, payasos, ilusionistas, perversos, actores frente a una cámara que está tras de la cámara. Actúan siempre de una manera un poco histriónica para sostener, reforzar e identificarse con lo que se espera de ellos, como si con ellos el narrador buscara subrayar el componente moral que sostiene a toda actuación. Son ―y tratan de ser― lo que representan para los otros: los albañiles actúan ante y para sus compañeros de obra, los ilusos ilusionistas para su fascinado público, el hombre hermoso para la mujer perdida, los payasos para los cazadores furtivos, la niña y sus monstruos imaginarios para la aniñada terapeuta, el viudo pusilánime para los secuestradores infames, el metódico perverso para la mirada del chico. En función de esa comedia de figuraciones, los relatos de Ducanto presentan personajes enceguecidos y grotescos que llevan adelante gestas absurdas, burocráticas e irracionales. Y sobre esos sacrificios extraordinarios se resuelven luego las tramas que, por momentos un poco brutalmente, funden la narración en los protocolos de la fábula moral, donde los temas recurrentes son los de la frustración y la huida. La experimentación asume así en este libro el riesgo de proponer sentidos. La Cabeza del Monstruo es la contracara a veces feroz y a veces paródica de la Razón de la Norma: el sacrificio se hace siempre en nombre propio, pero como un espectáculo para los demás//////PACO