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Los estrenos treinta y las otras veinte

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I
El Capitalismo es también una educación de la palabra. En la infancia fue mamá, papá y Coca-Cola. En la niñez, McDonald´s. La adolescencia introdujo especificidades como Menú Porteño (por $ 1,50 en aquel entonces). Hoy algunos códigos como latte alto y muffin de arándanos trazan sus propias trayectorias en la pubertad tardía de las nuevas generaciones. Ayer a la tarde, sin embargo, expandí mi lexicón capitalista con una nueva frase: Los estrenos treinta y las otras veinte. Es lo que se repite cuando uno vende DVDs copiados en la calle. Al menos cuando se los vende en la esquina de Coronel Díaz y Beruti. Tengo un amigo en el negocio. Y los domingos son ociosos así que lo acompañé un rato. No me dejó sacar fotos, ni me permite precisar datos, pero me dio bastante información.

Como no soy uno de esos pelotudos que creen que el periodismo narrativo consiste en insertar descripciones atmosféricas entre datos irrelevantes, vamos a pasar a lo fáctico. Cada DVD vendido a treinta pesos se divide de esta manera: quince pesos van a la comisaría, cuyo jefe de calle pasa a recolectar -en patrullero y a eso de las ocho de la noche- la porción debida. El comisario del barrio no es especialmente codicioso, pero fija un piso mínimo de 500 pesos por día. No importa lo que se venda, hay que entregar, al menos, 500 pesos por día. Y el negocio funciona bien los sábados y los domingos. Si uno no paga… El gesto recurrente ante la pregunta consistía en golpear el puño derecho sobre una abierta mano izquierda, varias veces. Los otros quince se dividen de la siguiente manera: diez van para el productor de los DVD y cinco para el vendedor. Sobre la red de vendedores o loneros no interesa decir nada. Excepto que la abolición de la esclavitud en la Argentina rige estrictamente para los argentinos pero no para los hermanos menos privilegiados de los países limítrofes. Amén.

II
Vender es aprender sobre la condición humana. Lo mío se limitaba a repetir treinta los estrenos y las otras veinte. Fueron tres horas bastante ilustrativas. Los clientes se dividen por franjas horarias. En el lapso entre las tres y las siete de la tarde, los más tempraneros son las mujeres solas. Entre los treinta y los cuarenta años. Buscan estrenos y son los clientes más fieles. No importa cuántas veces uno explique cuáles son los estrenos -tarea del vendedor-, esta clase de cliente pregunta, cada vez, de qué se trata la película en cuestión. Otro nodo importante de clientes son las parejitas jóvenes. Buscan algo para magrearse mientras los padres no están en casa, así que les da todo bastante igual. Algunos hipsters se permiten preguntar por películas del circuito independiente. Es interesante esta clase de diálogo entre un esclavo semianalfabeto que trabaja en cuclillas sobre una lona colorida y una parejita de hipsters. Interesante en el sentido más morboso.

Una parejita se llevó Amélie. Veinte pesos. Casi no hay hombres solos que compren DVDs en la calle. Excepto dos policías de civil -es fácil reconocerlos: mulatos con zapatillas blancas, bijouterie dorada en los dedos y el pelo cortado al ras-, que no pagaron las tres películas que se llevaron -la saga Monsters, o algo así, para retrasados mentales-, el resto de los clientes son mujeres y parejas. Soledad, Torrents y estrógeno: las bases del negocio.

III
No hay clientes que regateen. El único que lo intentó ayer fue un tipo joven y con barba, esmirriado, los ojos blanquecinos y completamente vestido (más bien, disfrazado) de runner. Llevaba un pedazo de cartílago de proporciones colosales en lo que suele ocupar el espacio de la nariz humana.

Su única preocupación era ahorrarse diez pesos mediante la discusión acerca de si una película que todavía no se estrenó en los cines es o no es un estreno. Fue mi única intervención: si un estreno vale treinta y hay una película que es más nueva que un estreno, en vez de treinta son cuarenta. Esto, por supuesto, dicho con una sonrisa. Ni un niño palestino con una gomera lo habría hecho mejor.

IV
El vendedor (o lonero) se llama José pero lo rotan todos los fines de semana. Ya había vendido en la misma lona dos o tres veces antes. No hablaba mucho. Lo poco que hablaba no se entendía. Pasé buena parte del tiempo leyendo a unos pasos, así que tampoco lo intenté. No vivía en la capital y estaba entrenado en el arte de ser solícito sin caer necesariamente en la humillación. Pero tampoco le habría costado mucho una deportación permanente a ese lugar. Parecía asexuado, parecía inofensivo, parecía eso que mi amigo emprendedor llama una pinta -«los villeros están pintados, no sirven para nada, son pintas»- y probablemente lo fuera. Una pinta que repite:
-Los estrenos treinta y las otras veinte.

No hacía falta jugar a Hunter S. Thompson para saber que la vida de José el lonero era una mierda. Una mierda del tipo intrascendente, además. (A todo esto, un rato después leí los detalles de la experiencia de Christopher Hitchens en Carolina del Norte, haciéndose torturar por agentes de las Fuerzas Especiales para comprobar que los simulacros de ahogamiento también eran una tortura inhumana. Suck that, cronistas de las aventuras meteorológicas y la intrascendencia cotidiana).

V
Los días de semana se venden entre 50 y 80 DVDs por día. Los fines de semana entre 80 y 150 por día.
Me llevé Tres tipos duros, la última de Al Pacino.
La calidad de la imagen es bastante mala pero se puede ver.
Al Pacino baila con una chica, golpea a un par de nabos, tiene una sobredosis de Viagra y termina en una escena de western que se funde con la toma de un atardecer pictórico.
Veinte pesos, cortesía de la casa. ///Paco