Vi en internet un grupo de equitadores que en vez de cabalgar llevaban palos de escoba entre las piernas con una cabeza plástica de caballo en la punta. Realizaban saltos de obstáculos, clásicos en la equitación, sin potencia ni elegancia. En el video se puede ver al jinete, una joven ambientalista europea, intentar acompasar su respiración con la del animal ficticio. Su cavidad torácica baja y sube con una frecuencia exagerada y torpe. Si se compara su respiración con la de un jinete real es clara la diferencia y lo obvio se vuelve humillante: no hay simbiosis bestia hombre, falta el animal.

¿Es posible un futuro en el que los deportes y espectáculos que involucran animales muten hasta alcanzar un estado hibrido hombre máquina? ¿Quién lo impulsaría? Incluso trascender la hibridación y ser solo un conglomerado de tecnología ¿qué aporta el hombre? Las carreras de galgos, la doma de caballos y las corridas de toro: un remplazo progresivo de la tracción a sangre por fundiciones de cromo que alojaran electroimanes comandados por microcontroladores. Luego, sin el animal ¿qué seguiría?

Los toreros modernos se enfrentarían a maquinas robustas, fabricadas con súper aleaciones de titanio para una óptima relación dureza-densidad. Toros mecánicos cuya piel de silicona escondería una estructura acerada de articulaciones hechas con engranajes y pistones contrayéndose para simular el músculo. Todo recubierto por un baño de aceite de baja fricción para controlar la temperatura del interior y proteger los sistemas electrónicos y las luces LED. El líquido ámbar avanzaría viscoso por mangueras que comunican pistones y bombas de presión. Dispositivos para que la maquina replique los movimientos del toro creado por Dios. Una plaqueta alojada en el centro tendría en su código un nivel de riesgo aceptable para el youtuber que se enfrente al toro moderno. Eso, claro, dará lugar a un mercado paralelo de corridas de toro con máquinas adulteradas. Un adolescente harto editaría la línea del código de programación que impide daño letal. Imagino un emprendimiento de corridas de toro ilegales, plazas improvisadas en campos. Puedo ver las calcomanías pegadas en los lomos metálicos. El público consumiendo el opioide de moda. Publicidades y leyendas en letras góticas. Imagino también el día que los organizadores vean llegar una camioneta 4×4 tirando un carro con corral de madera. El desconcierto general y el saludo operativo de un encargado de seguridad acercándose al conductor. Adentro de la jaula se escucha el bramido de un toro.

Las posibilidades que puede ofrecer la ciencia para optimizar un espectáculo así son infinitas. Maquinas más potentes, más precisas y más resistentes. Más grandes y más parecidas, idénticas a lo real. La competencia entre ingenieros ya la vemos en la Fórmula 1. La comprensión de la dinámica de los fluidos para entender los flujos de energía que aplastan los monoplazas contra la pista avanza a base de vueltas y vueltas sobre circuitos asfaltados. La verdadera competencia no es entre pilotos, sino entre técnicos.

La cultura taurina es de tradición, sangre y gloria. Los toreros constituyen una mitología amplia en la que se narran sus múltiples virtudes al momento de enfrentarse a un toro. Son menos los animales que alcanzan algún peldaño de fama y por supuesto, ninguno aborda el arco de héroe. Sus calaveras colgadas en la pared conservan algún vestigio de amenaza y conmemoran al torero herido.

Ernest Hemingway cuenta en su libro El verano peligroso la historia de un torero llamado Antonio Ordoñez, un joven talento de la tauromaquia, un diestro de los mejores que vio y que seguía la tradición de su padre, Cayetano, una leyenda con la cual el escritor entabló una amistad. Cuando Hemingway se reunió con Antonio, al finalizar una lidia, el matador le preguntó: “Dígame ¿soy tan bueno como mi padre?”

Según Hemingway, un buen torero tiene que tener tres cualidades: coraje, técnica y carisma. ¿Qué hace a un piloto buen piloto?

La muerte del toro es una suerte de regalo del matador al público que vitoreó y aplaudió durante la toreada. Es la capitalización de su valentía. La forma más utilizada en la actualidad es el “vuela pies”. Para ejecutar la maniobra, el torero se coloca delante del toro y cita al animal con la muleta baja para que descienda la cabeza. Luego corre hacia el toro y se deja caer sobre el animal clavándole la espada en la parte alta de la región dorsal, entre los dos brazuelos. Aunque en esta instancia el toro ya está cansado, es un momento espectacular y de éxtasis. El torero corre riesgo de sufrir una voladura y caer al piso. Otra forma de matar al toro es conocida como “suerte de recibir”. A diferencia de la anterior, el torero cita al toro con los pies juntos, inmóvil, con la espada en una mano y la muleta en la otra. En esa posición aguarda al toro, es una maniobra reactiva. La especulación del torero está en esperar que el animal se arroje con violencia a sus pies y cuando esté encima levante con furia la cabeza para alcanzar con los cuernos su pecho. A último momento, esquiva la embestida mediante un quiebro y coloca la espada de tal forma que la inercia propia de la acometida aporta en forma cinética la energía necesaria para que el filo desgarre cuero, tendones y músculos alcanzando así el corazón del animal.

¿Puede la tecno-tauromaquia germinar una estirpe de tradición y herencia? La pregunta es por el futuro y por la calidad del coraje. No se trata solo de acercarse a la muerte si no de la forma en la que se realiza. ¿Hay espectáculo si al hombre le falta la bestia y su lugar lo ocupa la maquina?

Las carreras y las corridas son disciplinas de hombres. De padres y de hijos. Cayetano y Antonio, Jos y Max Verstappen, Cesar y José María Pastor, Gilles y Jacques Villeneuve. Ejemplos de la tradición heredada. Y por supuesto, los toros. Largas estirpes de toros campeones, toros que incluso consiguieron adentro de la plaza, el indulto. Pero en el automovilismo el hombre no se enfrenta a la maquina sino a la probabilidad.

Pasaron sesenta años desde la inauguración de los deportes de motor hasta la creación de la Fórmula 1. A la actualidad hay cuarenta y dos pilotos muertos en competición. Mientras que en los últimos trescientos años de lidia moderna han muerto setenta y cinco toreros. Ambos apuestan en cada carrera o corrida contra las posibilidades. Buscan amputar la incerteza y por lo tanto el caos. Ya sea la verborragia del toro o el equilibrio del monoplaza en una curva, ambos son intentos de domesticación de la inercia. ¿Qué relación se teje entre dos conceptos contrapuestos? La inercia es la tendencia de un cuerpo a perpetuar su estado, es una certeza. Es decir, a menos que interfieran fenómenos (o voluntades) exteriores la inercia gobierna la naturaleza cinemática. Cuando se rompe aparece el caos y la duda. ¿Cómo es la influencia de un cuerpo sobre otro? ¿Cómo afecta el toro al torero y viceversa? ¿Cómo ayuda el auto al piloto? Partiendo de las condiciones iniciales un sistema evoluciona de una forma determinada, pero ligeras perturbaciones de ese estado original derivan en una compleja red de posibilidades. Es decir, si el toro está en el toril o el piloto en la línea de largada el caos aguarda. ¿Puede una maquina replicar esa incerteza?

Con cada pase el torero se acerca al toro. Cada embestida del animal tensiona el cuadro estadístico al punto de que se vuelve una anomalía seguir ileso. La física determinista explica con precisión el movimiento de los cuerpos más grandes que los átomos. Ante las sabidas excepciones, quizás se puede pensar en agregar la acción de las bestias. ¿Por qué decide no ladear la cornamenta? Hay una probabilidad de muerte contra la que los toreros apuestan cada enfrentamiento y entre más éxito obtienen peor se vuelve contra ellos. Es como escalar una montaña cuya única forma de bajar es saltando. No es entonces enfrentarse al toro en sí lo que despierta admiración sino enfrentarse a las chances. La pelea es contra el azar y las armas son la técnica y la disciplina. Conocer con precisión la posición y la velocidad del toro asegura al torero un espacio mental en el que operar sin riesgo, sin embargo, el toro no es determinista. Tiene intenciones, hay variables que no pueden ser contempladas y el orden puede derivar sin transición en caos. Ese caos es el que segrega la adrenalina y ofrece la gloria, el gran emisor de la entropía. Un caos contenido y limitado. Un caos que también aparece en el circuito de Fórmula 1, el caos autoimpuesto. Ese caos es lo único contra lo que se puede apostar.

El torero le enseña al toro a embestir. Su relación es pedagógica. Con dedicación corrige sus defectos y el animal, contra todo pronóstico, aprende. Se esfuerza y cuando se confunde se vuelve letal. Las chances del hombre son complementarias a la del toro. En esa dualidad se evoca el caos. La máquina sin el hombre carece de azar e incluso en su aleatoriedad solo se encuentra determinismo.////PACO