Estos son algunos apuntes sobre la “cosmotécnica” en China, una coda a la cuestión de la batalla geopolítica alrededor de la tecnología en un escenario inevitablemente multipolar. Así que empecemos por recordar que el objeto digital, dice Yuk Hui tras los pasos de Gilbert Simondon, permanece entre nosotros como un objeto técnico acerca del cual no sabemos, en calidad de usuarios e incluso habitantes del modelo tecnológico digital, casi nada. Esto significa que se trata de un objeto técnico mucho más opaco que los que antes, pensados como tales, fueron la televisión, la radio, la imprenta y un extenso etcétera que podría culminar, quizás, en el fuego.
Sea lo que fuere técnicamente, lo que sí sabemos es que el objeto digital es lo que la “estructura de emplazamiento”, tal como la pensó Martin Heidegger y es retomada por Hui, determina que sea. En otras palabras, lo que hoy Silicon Valley determina que es. ¿Y qué es? El objeto digital es lo que produce y comercializa relaciones digitales (dinamizadas mediante algoritmos y burbujas de filtros) antes que contenidos digitales, que son, apenas, el side-business comercial o psíquico de los usuarios. Esta es la razón por la que, aun si es más fácil y entretenido ocuparse de los contenidos, están lejos de indicarnos lo que es significativo para adentrarnos en la esencia de la técnica moderna.
Frente a este horizonte, la idea de una “tecnodiversidad”, como dice Hui, está clausurada. Y el motivo es que, ya sea por derechas o por izquierdas, la trampa se cierra a partir de un modo único de pensar la relación entre la tecnología digital, el hombre y el mundo. En términos heideggerianos, podríamos decir que la técnica mundializada lo ha reducido todo a la mera verdad del “ente” (y, por lo tanto, al olvido del Ser). De ahí que toda idea de futuro, todo pensar, se subordine a una única experiencia tecnológica global ya previamente clausurada: la experiencia de que sólo Silicon Valley y su tecnofeudalismo diseñan el futuro. Ahora bien, la “cosmotécnica” de Yuk Hui se propone “fragmentar” este punto muerto de nuestra imaginación a partir de la reivindicación de lo que, ya explicado en otros lugares, podríamos sintetizar como cosmovisiones diversas.
En La pregunta por la técnica en China Hui analiza este asunto a partir de la experiencia técnica en China y su realización desde una perspectiva y una historia absolutamente desacopladas, tanto en la teoría como en la práctica, respecto de la experiencia occidental. Por supuesto, el objetivo del libro es demostrar que el modelo tecnológico globalizado vigente no siempre fue global, por lo cual, si podemos entender cómo y por qué hoy ese sistema funciona globalmente, tal vez en el futuro resulte posible volver a “fragmentarlo” (en el peligro está lo que salva, nos recitaría Heidegger). Hay muchísimos aspectos valiosos en La pregunta por la técnica en China, pero la premisa alrededor de la “cosmotécnica”, que en este segundo libro de Yuk Hui comienza a gestarse, es clara: distintos modos de pensar la naturaleza, el conocimiento y la religión, en esta ocasión a través de la distinción entre Occidente y Oriente, posibilitan distintos modos de pensar la técnica. Por otro lado, el recorrido adquiere importancia en la medida en que Hui lo escribe no solo a la sombra de la historia remota de China y la técnica, sino a la luz del “acelerado” e inquietante vínculo existencial actual entre esos mundos.
Una especialización profunda en sinología es innecesaria para saber que China tiene la particularidad de ser, al mismo tiempo, un país comunista y una superpotencia capitalista, razón por la cual la tecnología se piensa y se utiliza para maximizar y desarrollar dos instancias aparentemente antagónicas del materialismo de manera simultánea. De hecho, quien preste atención a lo que China representa, incluso, a partir de la caricaturesca “amenaza comunista” que a veces retratan los medios occidentales, podrá comprobar otra paradoja fascinante: la misma tecnología digital que en Occidente se supone que nos ayuda a liberarnos individualmente de los opresivos brazos burocráticos del Estado nacional, en China, en cambio, convierte a esos mismos brazos estatales en perfectos instrumentos de sustentabilidad colectivista. De igual modo, aquello que se supone que la tecnología hace en Occidente para favorecer la libertad del ágil capital privado y disolver el vetusto control estatal, en China, en cambio, lo hace para favorecer al orgulloso poder estatal y disolver al egoísta capital privado.
Este trastorno agudo en la percepción de un mismo fenómeno tecnológico no tiene otro nombre que ideología. Como subraya Hui, ya todo había sido intuido por Heidegger entre 1942 y 1948 (es decir, antes de la Revolución china de 1949) cuando, en sus Cuadernos negros, escribió que la China feudal “iba a quedar libre para la técnica” en cuanto el comunismo, en tanto que otra forma de una misma “estructura de emplazamiento”, triunfara. Este “quedar libre”, en consecuencia, debe leerse como lo que ocurrió: China quedó a disposición de la misma esencia de la técnica moderna, la misma tecnocracia, imperante en Occidente. El detalle, explica Hui, es que en Occidente existía lo que llamamos una filosofía de la técnica. ¿Pero qué había en China, cuyo ingreso tardío en el tiempo mundializado de la técnica moderna significó un auténtico trauma?
La pregunta por la técnica en China recorre varios nombres y escuelas, pero a los fines prácticos podemos quedarnos con la idea general de que todos los grupos humanos, todas las civilizaciones, hacen un uso de la técnica, aunque el modo de pensar la técnica no es universal. Por el contrario, tal pensamiento está asociado a la cultura de la cual surge. En este sentido, también Heidegger se remontaba a los antiguos griegos para distinguir entre la “tekné” y la “poiesis”, o entre lo que la técnica puede ofrecer como desocultamiento y lo que la técnica puede ofrecer como creación (lo cual podría servir a cualquier crítico agudo de Yuk Hui para inquirir si la “cosmotécnica”, al final, no es más que “creación poética”). En todo caso, es precisamente este vínculo fundante entre técnica y cultura lo que abre la apuesta por una cosmología, una visión idiosincrática sobre la existencia y su sentido capaz de ayudar a repensar la técnica como “cosmotécnica”.
Para hacernos una idea del contraste entre Occidente y Oriente, Hui menciona el mito de Prometeo, quien al robar el fuego a los dioses establece la primacía de la astucia y la creatividad de la humanidad sobre la aparente inviolabilidad de la naturaleza y su primitiva concepción divina. Pero en China, en cambio, la racionalidad humana no se opone a la voluntad de los dioses. De hecho, lo divino se naturalizó de un modo mucho más duradero, de lo cual derivaría una concepción del mundo hasta hoy distinta (la medicina china, por citar un ejemplo, ofrece un rápido vistazo “cosmotécnico” ante la medicina estandarizada occidental). “Cosmotécnica”, una vez más, significa un orden moral y técnico para entender el mundo: una “imagen del mundo”, en términos heideggerianos, o una “episteme” (un “discurso de la verdad”) en términos foucaultianos. Ahora bien, recién en el siglo XIX, cuenta Hui, concluidas las Guerras del Opio, China ingresará al universo de la técnica occidental, desatando así un nuevo pensamiento que nada tenía que ver con su experiencia previa, que no oponía a la técnica ni el caos ni el azar del mundo.
Observemos esto con cuidado. En palabras heideggerianas, en Occidente la técnica es un modo de extraer una verdad de lo “ente”, mientras que para la tradición china esa verdad se encarna a través de la armonía con lo “ente”. La distinción es clave porque implica que el universo tradicional chino, a diferencia del occidental, que permanece vacío, está provisto de un orden moral que se proyecta, a su vez, en modos particulares de gobernar, administrar justicia y disponer de la naturaleza. Lo que se le plantea a China, entonces, es en primer lugar el problema de cómo aprender de Occidente para superar a Occidente (una misión ya casi cumplida en términos geopolíticos) y cómo ubicar el lugar de la tradición en ese problema (el auténtico núcleo traumático todavía irresuelto).
Si a ese problema lo llamamos desarrollo, entonces La pregunta por la técnica en China nos abre sus puertas a un elenco de filósofos oficiales que intentaron (y aún intentan) replantear qué significan para la República Popular China el desarrollo, la naturaleza y la humanidad. Para los curiosos, Google seguramente resulte entretenido al lanzarle un nombre: Yu Guangyuan. Mientras tanto, el presente de la técnica en China, configurado por elementos tan reconocidos como su versión descarnada de la supervigilancia y el hipercontrol sobre su población, como así también por el turbocapitalismo y la expansión de su influencia sobre el resto del mundo, es descrito por Hui como un “estar en el océano sin divisar ni el punto de partida ni el de destino”. Para no autoaniquilarse, por lo tanto, China también requiere con urgencia una “cosmotécnica”///////////PACO