Los libros sobre el Holocausto son un género. Prueba de esto son novelas históricas tan olvidables y recientes como Las costureras de Auschwitz (2022), de la británica Lucy Adlington, e incluso ciertos ensayos de autoayuda como En Auschwitz no había Prozac (2020), de la sobreviviente, psicóloga y escritora de origen húngaro Edith Eger. Ahora bien, novelas como La Zona de Interés (2014), del inglés Martin Amis (1949-2023), marcan más que el ritmo de una moda. De hecho, son el síntoma mismo de una perturbación en la lógica usuraria de la moda.
Cierta tarde, cuando Amis tenía 12 años, se enteró de que un buen amigo de su familia era judío. Desde ese instante, empezó a saber también acerca de la existencia de la sospecha y el desprecio contra los judíos. Y eso le dio algo sobre lo cual pensar, incluso, antes de entender el judaísmo. Preocupado por el hecho de que los judíos despertaran en el mundo a su alrededor nuevas palabras despectivas y burlas desconocidas, el joven Amis, que apenas había visto en los diarios algunas viejas imágenes de los campos de concentración nazis, interrogó a su madre. “Hitler y toda esa gente hambrienta… ¿Por qué Hitler…? ¿Por qué el…?”. “Oh, no te preocupes por Hitler”, quiso aliviarlo ella. “Vos tenés pelo rubio y ojos azules. Hitler te habría amado”.
A partir de esa lejana fantasía de que Hitler lo “habría amado”, como bromea Amis en Desde adentro, su último libro, surgirían dos novelas. La primera fue La flecha del tiempo (1991), una historia narrada en reversa acerca de los experimentos pseudocientíficos que los nazis realizaban con los prisioneros de Auschwitz. Pero la más exitosa llegaría a ser La Zona de Interés (2014), que una década después de ser rechazada por las editoriales alemanas (“quizás los alemanes estuvieran dispuestos a aceptar que el nacionalsocialismo fue atroz, pero no todavía que también fue ridículo”, opinó Amis entonces), fue adaptada y dirigida como película por el británico Jonathan Glazer en 2023 y nominada a cinco premios Oscar de este año. Pero aunque La Zona de Interés escrita por Amis fijó la esencia de La Zona de Interés filmada por Glazer, en realidad se trata de dos historias algo distintas.
“¿Por qué si lo que hacemos es tan bueno huele tan horriblemente mal? ¿Por qué a los lunáticos, y solo a los lunáticos, parece gustarles este lugar? ¿Por qué teñimos la nieve de marrón, como si fuera la mierda de los ángeles?”, se pregunta uno de los nazis de la novela de Amis a medida que la maquinaria para el genocidio intensifica su marcha y las noticias desde el frente se vuelven menos optimistas. No obstante, el centro de La Zona de Interés escrita por Amis es una historia de amor. Una historia de amor entre Hannah Doll, la esposa del comandante de Auschwitz, Paul Doll, y el escéptico oficial de las SS Angelus Thomsen, uno de los subordinados de Doll.
Contada con el singular talento de Amis para la sátira desde las perspectivas de Paul Doll y Angelus Thomsen, será este idilio el que, entre la idiosincrasia delirante del nazismo y el fuego y la ceniza de los crematorios, movilice la pregunta esencial entre “saberlo todo y no saber nada”. “Si hay tal cosa como un miedo mortal, entonces existe también un amor mortal”, dirá por su lado el tercer narrador de esta historia, Szmul, el prisionero judío que dirige el Sonderkommando, el grupo encargado de tratar con los miles de cuerpos de hombres, mujeres y chicos asesinados cada día en Auschwitz.
En La Zona de Interés adaptada y dirigida por Glazer, en cambio, el muro que separa al campo de concentración y exterminio de la paradisíaca casa del comandante de Auschwitz no es franqueado casi nunca. Ni hay, tampoco, una historia de amor. Lo que sí persiste alrededor del hogar de Rudolf Höss (el verdadero comandante, que vivía con su esposa Hedwig y sus cinco hijos) es el rumor imparable de los crematorios, las llamaradas nocturnas sobre los cadáveres gaseados, los gritos difusos de las familias separadas durante las “selecciones” al pie de los trenes y el eco de los ladridos y los disparos. Pero la pregunta continúa: ¿saberlo todo o no saber nada? Por supuesto, el comandante Höss y su esposa saben muy bien lo que pasa. Y también sus hijos y sus parientes, a pesar de que su inocencia o su ingenuidad los amparen un poco. El problema, entonces, da un giro. Esto ya no se trata acerca de saberlo todo o no saber nada, sino acerca de cómo convivir con el autoengaño. Puestos a reflexionar desde el pasado, y también desde el presente, a partir de otras situaciones donde el crimen genocida a gran escala es parte de la vida cotidiana, ¿en qué convierte la maldad del terrorismo de Estado a quienes apuestan a justificarlo con su propio autoengaño? Las pistas para acercarse a una respuesta están entre nosotros. En particular, alrededor de las reacciones al discurso de Jonathan Glazer sobre los crímenes israelíes en Gaza cuando recibió su Oscar: “Ahora comparecemos aquí como hombres que se niegan a que su judaísmo y el Holocausto se vean secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel o del ataque que se está llevando a cabo en Gaza”, dijo.
Para Amis, que dedicó varias novelas, relatos y ensayos (como Los monstruos de Einstein, Koba el Temible y El segundo avión) a examinar el crimen y la maldad desde las más variadas ideologías del siglo XX, la excepcionalidad del Holocausto llegó a convertirse en una obsesión. Al fin y al cabo, como decía su amigo Christopher Hitchens, ¿qué otro asunto humano ameritaría tanta inquietud intelectual? “Sabemos mucho acerca de cómo se hizo lo que se hizo”, escribe Amis en el epílogo de la novela La Zona de Interés luego de analizar la bibliografía sobre el Holocausto, “pero no parece que sepamos casi nada sobre el por qué”. Lo cierto es que, entre las aristas de ese desconocido “por qué”, el territorio donde los límites morales corrientes se borran, todavía brotan muchas de las novelas sobre el Holocausto. Para el sobreviviente y escritor Primo Levi, el primero en marcar en Si esto es un hombre (1947) que en Auschwitz no había ningún “por qué”, eso no fue un impedimento para narrar la crudeza necesaria para salir del campo con vida. Y a pesar del tono y la intención histórica muy distintas, también Las costureras de Auschwitz, entre muchos otros libros por el estilo, relata el trance mediante el cual la vida y lo que es bueno intentan imponerse sobre la muerte y lo que es malo. Pero, ¿qué hay acerca del “por qué”? ¿Qué pasa con eso inentendible e inclasificable?
“El organizador de un festival literario me acusó de reírme del nazismo”, anota Amis en Desde adentro sobre la época en que promocionaba La Zona de Interés por Europa. “La burla es un arma, me hubiera gustado decirle. ¿Por qué Hitler intentó castigar las burlas contra él con la muerte?”. Sin embargo, la pregunta acerca del “por qué” del Holocausto no es una burla, ni es tampoco algo de lo cual solo deban ocuparse únicamente los historiadores o los protagonistas de la historia. “Creo que nada, nada de nada, debería estar protegido de los ojos de un escritor”, decía Amis, cuya muerte, ocurrida casi al mismo tiempo que la película La Zona de Interés llegaba al Festival de Cannes, le impidió saber que sería un éxito. “Y si esta es la mirada de un fundamentalista literario, entonces eso es lo que soy”////////////PACO