Lo que también cicatriza gracias a su poderoso factor de curación es la conciencia de Wolverine. Y esto quiere decir que así como la carne desgarrada y los órganos destrozados se recomponen, y los lóbulos oculares estallados y la piel calcinada se curan, ante las experiencias traumáticas la conciencia de Wolverine también “cicatriza” al instante. Como piedra angular para construir un personaje, esta característica mutante de su aparato psíquico es casi tan significativa como sus famosas garras de hueso (que después de los experimentos que lo transformaron en Arma X se convirtieron en garras de adamantium), aunque en las películas apenas aparece comprensiblemente trastocada bajo la forma de ciertos episodios de amnesia.

En los cómics, en cambio, hay un enorme milagro entre los guionistas de Marvel que se llama Jason Aaron. Una vez que Fox y Disney acuerden los términos definitivos para resucitar a Wolverine — oficialmente muerto en el Universo Cinemático Marvel desde Logan — , no estaría mal que Marvel Studios encontrara alguna inspiración en el trabajo de Aaron. Sin ir más lejos, el arco argumental de Destino manifiesto puede leerse como si ya fuera una película multimillonaria de Wolverine, e incluso porque tiene un poco más del sexo y de la violencia que Hollywood considera necesarios, podría ser un éxito. En tal caso, Jason Aaron es quien mejor pensó cómo sacarle provecho estético y dramático a la existencia de un hombre cuya conciencia “cicatriza” a la misma velocidad mutante que su cuerpo.

Cuando una conciencia se deshace de lo traumático , la construcción de esa misma conciencia se convierte en una tarea imposible.

El asunto es que cuando una conciencia se deshace de lo traumático — y la forma en que se completa esta “cicatrización” se llama olvido — , la construcción de esa conciencia se convierte en una tarea imposible. Por supuesto, no tiene sentido remarcar que lo traumático es una parte inapelable de la experiencia humana. Lo que para Aaron sí tiene un poco más de sentido, en cambio, es remarcar que sin una experiencia de lo traumático, ni siquiera puede haber una conciencia. Y esto, para Wolverine, se reduce a un problema omnipresente: nadie sabe quién es, nadie sabe de dónde vino, nadie sabe por qué llegó a “ser el mejor en lo que hace, y lo que hace no es agradable”, pero… tampoco Wolverine lo sabe.

El abandono de su padre. La muerte de su madre. El asesinato de su primera mujer. Los motivos por los que su hermano lo odia. Su fecha de nacimiento. Su reclutamiento por parte de los servicios de inteligencia canadienses. Los experimentos a los que lo sometieron los militares del Programa Arma X. Quiénes son sus hijos y quiénes son las mujeres que amó, que lo amaron y que terminaron muertas por intentar vivir con él. Ninguno, ni uno solo de estos eventos, dejó alguna experiencia en la conciencia de Wolverine — apenas, tal vez, la insustancialidad de algún recuerdo que ni siquiera podría catalogarse como “reprimido” — , lo cual sirve para formular una pregunta crucial. Si pudiéramos evitar el registro de todo lo que nos resulta traumático, ¿seríamos felices? A diferencia de Nicolás Dujovne o cualquiera de los otros poetas macristas de la incólume literatura del yo, Wolverine nos dice con total seguridad que no. Es más: si pudiéramos evitarnos el registro de todo lo que es traumático, ni siquiera podríamos saber quiénes somos. En esto, también, hay una lección política///////PACO