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Construido en el astillero Príncipe y Menghi, el transporte polar ARA Bahía Paraíso fue botado en 1981, hizo su primera campaña antártica entre ese año y 1982 y luego se incorporó a las fuerzas argentinas de mar que pelearon en la guerra de Malvinas, primero como transporte logístico, tarea que nunca dejó de realizar, y luego como buque hospital. Cuando la guerra terminó, la historia acelerada del Bahía Paraíso continuó en la Armada y, desde luego, cumplió funciones en las campañas antárticas anuales. Una de las tareas que se le asignaron a este buque de paz, luego de la guerra, fue llevar turistas a la Antártida. A las tareas de reaprovisionamiento y recambio de personal, se agregaba esta novedad. En 1989, saliendo de la Base Palmer, el Bahía Paraíso chocó contra una piedra y quedó badeado mientras se inundaba. La evacuación se realizó sin inconvenientes. Dos días después el buque empezó a hundirse. César y Evangelina se conocieron en el Bahía Paraíso justo un año antes, en la campaña antártica que comenzaba en diciembre de 1987. Él trabajaba en comunicaciones y ella era enfermera. No podían hablar mucho así que empezaron a escribirse cartas. Antes o durante esa correspondencia, que se dio primero en alta mar y después en la Antártida, se enamoraron. ¿Cuántos argentinos se pusieron de novios por carta navegando en un buque polar de bandera argentina? 

César: Soy suboficial mayor retirado de la Armada. Mi nombre es César Augusto Blasón y cumplí los treinta y cinco años de servicio en la Armada. Me fui como me tenía que ir. Cuando entré soñé llegar y el sueño se cumplió. Ascendí todos los grados. Cuando entré a la Armada, tenía quince años. Encontré un folleto que decía “La Armada es una aventura.” Y entré y fue así. Fue muy lindo. Todo lo que aprendí dentro de la Armada fue muy lindo. La vocación de servicio. Y tuve la suerte de formar parte de campañas antárticas a bordo del Bahía Paraíso. Entré a estudiar a la Escuela de Mecánica de la Armada en el año 1982, justo el año de la guerra. Ese año cursé el primer año de la escuela de suboficiales. Seguíamos estudiando, pero siempre atentos a ver qué pasaba. Éramos muy chicos. 

¿Qué especialidad elegiste?

César: Elegí conductor. Tenía quince años y quería manejar. No tenía ni idea. Y me salió comunicaciones. Y la vocación la vas haciendo. Para mí era todo nuevo, todo un desafío. Y jamás vi un abuso. De hecho, tuve un problema de salud y la escuela hizo todo lo posible para que siga, me quede. 

¿Qué te pasó?

César: Se me empezó a caer todo el cabello. Y mis superiores me hicieron atender en el Hospital Pedro Mallo. Lo cual a mí me hizo muy bien porque, bueno, había cola para entrar a la Armada y uno menos no hacía la diferencia… Pero en ese sentido me cuidaron y estoy muy agradecido. Yo tenía compañeros que me llevaban cinco años y el estudio me estresaba mucho. 

Evangelina: Mi nombre es Evangelina Fabiana Maizares. Soy suboficial principal enfermera. Tengo treinta y cinco años de servicio de Armada. Y este año si Dios quiere ya me estoy retirando de la Armada. Nací en Jujuy, en El Carmen, una ciudad muy chiquita. Y fui a estudiar a Puerto Belgrano en el año 1985. Acompañé a una prima que fue a Salta, a rendir el examen de ingreso. Había que ir a Salta porque en ese momento no había delegación de la Armada en Jujuy. Y fui, y quedé seleccionada. Tenía dieciséis y entré porque en esa época no pedían el secundario terminado. 

¿Y dónde se conocieron?

César: Nos conocimos en el Puerto de Buenos Aires porque el Bahía Paraíso estaba en Dársena Norte. Yo estaba embarcado. Ya había hecho dos campañas antárticas con ese buque y se venía la tercera. Y ese año embarcó personal femenino, dos enfermeras y dos de operaciones, que son las que trabajan en el puente de comando con la planificación de la navegación. 

Evangelina: Éramos cuatro mujeres y doscientos varones de tripulación.

César: Ya había habido una experiencia piloto con mujeres en operaciones antes. Pero no para ir a la Antártida, sino para navegar como parte de la flota de mar. El Bahía Paraíso, pese a formar parte de la Dirección Nacional del Antártico, también hacía navegaciones, en la época que no había campaña, se navegaba con la flota de mar, se hacía algún ejercicio de apoyo logístico. Y jamás hubo inconvenientes. Mirá que en ese momento todavía… La mujer entra en la Armada en el año 80, 81. Había que cambiar toda una mentalidad machista, hay que decirlo. Y la verdad es que no hubo ningún inconveniente. Menos que menos navegando. Y después embarcaron ellas ya para la campaña antártica. Así que nos conocimos en el buque, en puerto, pero embarcados. Al principio, ni nos veíamos. Yo trabajaba en la proa del barco, donde está la estación de comunicación, y ella en la popa, donde estaba la enfermería, el quirófano, el hospital. Nos cruzábamos a la hora de comer.

Evangelina: Yo a la Antártida no quería ir. Hacía poco que me había recibido y quería pasar las fiestas con mi familia. Aparte no tenía ninguna experiencia. Pero me anoté y salí seleccionado dentro de un grupo grande de enfermeras. Y ahí dije: “no, no voy” y un suboficial me dijo: “usted va porque se anotó voluntaria, y si no va, ya sabe lo que le corresponde.” Era una sanción y quedaba mal en el legajo. Así que fui sin ganas. Me prestaron ropa porque no tenía ni ropa para embarcar. Y nos conocimos una tarde que yo andaba desratizando. El enfermero le toca esa tarea también. Andar por todo el barco con gente de una empresa que se contrata para hacer la desratización, antes de zarpar. Ahí cruzamos algunas palabras por primera vez. Y después el señor se cortó el dedo y venía todos los días para que yo lo curara. Venía, y venía y seguía viniendo. Así que al final yo le ponía alcohol y él se aguantaba, se le veía en la cara. Y después ya en viaje, a veces tomábamos un mate. Se compartía. Pero bueno, nos habían pedido compostura. No se podía charlar mucho. Nos dijeron: “al primero que hace una amistad, lo bajamos en Ushuaia y lo mandamos de vuelta a Buenos Aires.” 

César: Nosotros lo hablamos, un poco riéndonos, “vienen chicas” decíamos, pero la verdad es que fue una relación de mucho respeto, un trato de compañeros de trabajo. La Armada ya empezaba a cambiar. Empezaba esa Armada en que la mujer vino a cambiar ese machismo. Era conocerse. Romper esa ignorancia que existía. 

Evangelina: En el comedor por ahí a alguno se le escapaba una mala palabra, por el tema del fútbol, cosas que estaban acostumbrados, y enseguida nos decían “perdón, perdón.” Era un trato muy formal. Por eso cuando terminó la navegación nadie sabía que éramos novios.

¿Y cómo se pusieron de novios?

Evangelina: Por carta. 

César: Respetamos esa distancia. Yo lo hablé con mi encargado, que era un suboficial, y él me dijo: “Bueno, te gusta la chica, respetala, respetá a todos tus compañeros de trabajo y listo.” 

Evangelina: Así que nos empezamos a escribir.

Pero ¿dentro del buque?

Evangelina: Sí, así es. Cuando íbamos al comedor, yo ya llevaba la cartita y la dejaba en un lugar, y él pasaba y la agarraba. 

César: Era lindo. Te ibas a dormir y la leías. 

Evangelina: Y la primera vez que vi la Antártida, esa inmensidad, esa blancura, lloré. Yo estaba acostumbrada a las montañas de Jujuy pero eso era diferente. Nunca me imaginé que iba a ser así. Y pensé de todo lo que me iba a perder si no iba. Era el destino, tenía que ir. Y aproveché, y como el enfermero tiene que ir en el helicóptero cuando va a las bases, me las conocí todas. Con mi compañera, Silvia Zabaleta, nos turnábamos, una vez cada una. Es un sueño. Sentir como el helicóptero se posa en un témpano es algo maravilloso.

¿Y después?

Evangelina: Y después volvimos, desembarcamos y yo me presenté en mi hospital, me dieron la licencia y me fui a mi Jujuy. No había teléfono. No había forma de contactarse. Y un domingo estaba saliendo de la iglesia con mi mamá, mi abuela y, te imaginás, un pueblo que tiene una iglesia, una plaza, como son todos los pueblos… Y salimos y en la plaza, sentado, con un bolsito estaba él. Y mi mamá dice: “Ese muchacho no es de acá.” Él nunca me había dicho nada de que iba a viajar a Jujuy. Y yo muy sorprendida le explico que era un compañero de trabajo. Una sorpresa. Así que cruzamos a la plaza y se lo presenté a mi abuela. Y yo no lo había charlado con nadie de mi familia. Había pensado que no lo volvía a ver…  Entonces mi mamá le pregunta: “¿Y usted qué intenciones tiene?” Y César le responde: “Me quiero casar con su hija.” Yo no entendía nada. Y así fue. Nueve meses después nos casamos. 

César: Nosotros desembarcamos en enero del 88 y en enero del 89 nos casamos. Me acuerdo que me fui de pase a la central principal de comunicaciones de Puerto Belgrano y ella estaba en Buenos Aires. Y nos casamos… Nos íbamos a casar el 16 de diciembre en Jujuy. Pero el regalo que me hizo mi jefe fue darme licencia recién el 16 de diciembre así que tuvimos que suspender todo y nos casamos el 6 de enero. Y a fin de ese mes se hundió el Bahía Paraíso. Yo no lo podía creer. Llegó un cable, lo descifré y no lo podía creer. No estaba hundido todavía, había sufrido un daño… No lo podía creer. 

Evangelina: Ya llevamos treinta y tres años de casados y nos conocimos ahí. Y en marzo de 1990 nació Mariano, nuestro primer hijo. Nueve de marzo.

César: Sí, nació Mariano y yo me fui al Golfo. Siete meses. 

Evangelina: Sí, el 25 de septiembre César se fue a la Guerra del Golfo con el Destructor Brown.

¿Y no tuvieron miedo?

César: A mí me gustaba lo que hacía. Y ella se la aguantó sola, trabajando y con el bebé. En esa época se hacían guardias de veinticuatro horas. Pero yo estaba tranquilo porque sabía que me iba a entender. 

Evangelina: Cuando me dijo… Bueno, lo que se veía en la televisión eran bombardeos todo el tiempo. Pero me dijo que iban última línea, al fondo de todo. Aunque, qué sé yo, cuando empiezan a volar los misiles, vos no sabés para dónde van a ir. Pero uno sabe dónde está, quién es y el compromiso que tiene. Así que le dije que fuera y que lo íbamos a esperar. Se preparó y salió.

César: Estábamos en contacto. Creo que los vecinos ayudaron mucho. Y fue una experiencia muy intensa. Operamos con las mejores armadas del mundo. No había cómo aburrirse. Se trabajaba todo el tiempo. Se llamaba Operación Alfil y después pasó a llamarse Operación Tormenta del Desierto.

Y si los hubieran llamado para Malvinas ¿habrían ido?

César: Claro, desde luego.

Evangelina: Sí, sin dudar. A mí me hubiera gustado ir a alguna misión de paz. A Haití, por ejemplo. Yo estaba en Infantería en ese momento. Dos años estuve con los infantes y me gustaba salir de campaña, al campo. Al final era un infante más. Pero no me tocó ir. 

Y hoy tienen tres hijos.

Evangelina: Sí, Mariano, Justo Daniel y Agustina. Y ninguno de los tres es marino.  

César: Ninguno.

Evangelina: Nosotros estamos muy agradecidos de la Armada. Mirá, la primera vez que fui a un hospital vi sangre y me desmayé. ¿Qué enfermera iba a ser si veía sangre y me desmayaba? Y tuve una instructora y una psicóloga que me ayudaron. Yo no quería volver a Jujuy con las manos vacías, tenía ese orgullo. Y seguí adelante y bueno, acá estoy. Estuve en todo tipo de operaciones y sigo trabajando. Siempre estudiando, terminé el secundario, hice una licenciatura. Y bueno, por eso estoy muy agradecida de la Armada. 

¿Y qué recuerdos tienen del Bahía Paraíso? 

César: Todo. Si cierro los ojos, empiezo a caminar de popa a proa y me acuerdo todo. Las cuadernas, las puertas, los túneles de las bodegas, era mi casa. Yo vivía ahí. Era un barco muy confortable. De hecho, en un momento, años 86, 87, se hizo turismo. Lo añoro mucho. Como todos los barcos donde estuve pero el Bahía Paraíso fue mi primer destino. 

Evangelina: Yo me acuerdo del cruce del Pasaje de Drake. Trabajamos durante dos días porque todo el mundo se descomponía. Pusimos un montón de inyectables. Me acuerdo del quirófano que tenía el Bahía Paraíso, que era espectacular. Tenía también una salita de internación para cinco personas, una sala de esterilización, una farmacia, un pequeño laboratorio incluso. Y trabajábamos mucho porque siempre alguien se cortaba o se lastimaba. Una vez, estando de franco en Buenos Aires, me llegó una carta de Nepal con una postal. Yo no entendía nada así que la hice traducir y era de un muchacho japonés que había estado haciendo turismo en la Antártida, en el Bahía Paraíso, y me agradecía que lo había atendido.

César: Son las cosas que pasan en la Antártida.

Evangelina: A mí, conocer la Antártida me dio mucho. Bueno, eso queda claro////PACO