La editorial Meridion acaba de publicar el primer libro de poemas de Jonás Chaia De Bellis titulado Mensajes de advertencia grabados en nuestros fósiles. Desde el título del libro, Chaia De Bellis invita al lector en un viaje barroco que implica los dos registros de la escatología, el que remite al cuerpo, a sus deyecciones, que pueden ir pegadas a la lengua, y la dimensión filosófica que nos impone un final, primero como individuos, y luego como especie. En Mensajes de advertencia grabados en nuestros fósiles citas en latín y personajes clásicos, como Creonte que abre el libro hablando cerca del lunfardo porteño, se mezclan con registros del proselitismo coyuntural, la política y la tecnología. Jonás Chaia De Bellis es licenciado en ciencia política y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires.

¿Cuándo y cómo empezaste a escribir poesía?

Desde los ventipico de años que escribo cosas, pero nunca llegaron a ver la luz porque en realidad no se trataba más que de imágenes, o de partes de algo mayor que nunca completaba o que ni siquiera comenzaba a redactar definitivamente: principios de cuentos, descripciones de personajes y de escenas para novelas, ideas para películas o para historietas, etc. Hasta ese momento sólo leía, justamente, novelas e historietas, pero no poesía. Cuando me metí a leer poesía (a Leónidas Lamborghini, a Alejandro Rubio, a René Daumal, a Joyce Mansour) descubrí una forma que me venía como anillo al dedo para pulir esas “miniaturas” que conseguía escribir. Descubrí también que algo parecido a esa forma había en las “canciones” –con las que estaba mucho más familiarizado- de grandes poetas como Homero Expósito, Ricardo Iorio o el Indio Solari, por ejemplo; entonces decidí concentrarme en esa forma, más práctica y familiar para mí.

¿Cómo surgió y se escribió Mensajes de advertencia grabados en nuestros fósiles?

Este libro surgió durante la cuarentena. En ese período -triste y ridículo- les mandaba por whatsapp a mis amigos algunas de mis impresiones de diferentes acontecimientos del momento (noticias o conductas –tristes y ridículas-) en forma de poesía; y como entre esos amigos estaban los muchachos de la editorial, un día me dijeron “¿por qué no escribís más de esto así armamos un libro?” No sé si esto me lo dijeron para que los dejara de joder con los mensajes, o porque verdaderamente les gustaban mis impresiones, pero la cosa es que, en efecto, escribí más, y armaron el libro. ¿Cómo se escribió el libro? El proceso de escritura seguía partiendo, como antes, de la pequeña escena, de la pequeña imagen, de una situación; tenía una escena, una viñeta, y la iba retocando poco a poco, día a día; no se trató de raptos líricos (ni me da el cuero ni me ficharon las musas), sino de algo más pequeño y esculpido. Retomo la idea de “miniatura” que mencioné antes, pensando en el rol de las iluminaciones en los manuscritos medievales (también llamadas “marginalias” por el lugar marginal que ocupan en la página). Las acotaciones a la historia principal en los manuscritos cristianos ya no fueron, como en la tragedia antigua, presentadas por el coro masivo, el coro impersonal idealizado por el realismo socialista, sino que se trataba de una acotación tan marginal como personal, una vocecita mordaz, un detalle grotesco que se escondía detrás de las letras mayúsculas con las que empezaba cada página del gran relato… ¿Qué otra cosa podía, o puedo hacer, frente a los irrefrenables cambios de la época, más que una acotación marginal en la que se juega nuestra personalidad? El monje iluminador de manuscritos dibujaba una mueca perdida, como un tango, como el mimo callejero de las grandes metrópolis; siento que con ese ánimo pensé y escribí este libro.

Hay un intercambio notable entre la tradición clásica y el habla contemporánea en los poemas. ¿A qué se debe ese diálogo?

Durante el Barroco -Baltasar Gracián, por ejemplo- se volvió y se dialogó con la tradición clásica, pero con una actitud y un lenguaje completamente arraigados en la época (incluso, aquél abordaje barroco contenía los elementos del grotesco y del humor negro que intento emplear en el libro). Las preguntas postuladas por la tradición clásica alrededor de la existencia, del orden y de la trascendencia estructuran siempre nuestra experiencia, tanto cuando son respondidas como cuando son negadas u olvidadas; volver a su formulación inicial pero en la época de la cuarta revolución industrial podría ser útil para recuperar la fe en nuestra cultura, como lo fue para los hombres y mujeres del Barroco… por eso, me parece que las respuestas (poéticas en este caso) deben ser actuales y viscerales. Por otra parte, la combinación entre preguntas trascendentales y dolorosas y respuestas viscerales es propia de todo el grotesco cristiano, del que soy un admirador apasionado. Está en Fray Francisco de Paula Castañeda y, claro, en Leopoldo Marechal; el poema Él vendrá de Fermín Chávez es un hermoso ejemplo; o, como decía antes, está en los miniaturistas medievales, o en Hieronymus Bosch y en Peter Bruegel “el Viejo”. El lenguaje actual y cotidiano es necesario porque es desde el sentido común (último refugio de la razón) que experimentamos la cultura; el lenguaje común del sentido común es la herramienta con la que construimos los símbolos que nos permiten comprender culturalmente nuestra experiencia. Si nos hiciera falta un lenguaje especial, pues estaríamos frente a la misma extorsión y distorsión perpetrada por la ideología y por los partidos políticos en la dimensión política de la cultura: terminaríamos necesitando de vanguardias especializadas para comprender las realidades paralelas o segundas realidades que esas mismas vanguardias montaron ideológicamente sobre nuestra propia experiencia inmediata. De esta redundancia se burla Erik Bulatov en Horizonte, Cielo y mar y muchas obras más. Por eso, tratando de emular -con más admiración que éxito- a los artistas que mencioné recién, confío en la intensidad cultural del lenguaje cotidiano, del sentido común, del habla contemporánea.

¿Cómo convive tu formación de politólogo con la poesía?

Las novelas que más me han hechizado son novelas políticas: Las partículas elementales de Houellebecq, Moscú feliz de Platonov, 1984 de Orwell, Los demonios de Dostoievski. Cada una de esas novelas es una especie de Tratado de Sociología General de Pareto, es decir: son edificios. El proyecto de mi libro, si tuviera que pensarlo en su relación con la ciencia política, podría verse como un modesto intento de presentar en imágenes poéticas el rechazo que Eric Voegelin hiciera del gnosticismo de masas, de los experimentos políticos que pretenden construir paraísos terrenales y terminan, como no podía ser de otra manera, en catástrofe; creo que ese es el tema político de mi libro. Y en este sentido, creo que el libro podría expresar algo novedoso, ya que la “poesía política” era, hasta ahora, territorio estalino.///PACO