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Terry Eagleton contra el optimismo estúpido


Cada libro del crítico Terry Eagleton (Inglaterra, 1943) es una lección magistral de lectura, una indagación bibliográfica exhaustiva ‒sin miedo a lo agotador‒ y una pieza de artillería intelectual dirigida a otros escritores y ensayistas que, a veces, apenas parecen capaces de discernir el silbido de lo que se les aproxima hasta que ya no queda hacia dónde correr. En
Esperanza sin optimismo, por ejemplo, la nómina de autores a los que Eagleton ofrece el honorable filo de su espada incluye, entre muchos, al filósofo Alain Badiou ‒cuya noción de acontecimiento reduce a “mero apocalipticismo”‒, el lingüista y psicólogo Steven Pinker ‒autor de una historia cultural de la violencia a la que dinamita como “anodino relato”‒ y el teólogo Avery Dulles, al que acusa de olvidar “el dolor, el fracaso y la humillación” de Jesús en Getsemaní. Sin embargo, son las casi veinte páginas dedicadas a la demolición del autor de El optimista racional, Matt Ridley, ex presidente no ejecutivo del Northern Rock, “banco que estuvo en el epicentro de la catástrofe financiera británica en 2008”, las que sirven al autor de clásicos como Marxismo y crítica literaria para, primero, demarcar el asunto de su propio ensayo y, después, recordar al lector tal vez adormecido por una cultura de conciliaciones obligatorias y fobias al conflicto que la confrontación y el debate todavía son tareas críticas vivas.

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Cada libro de Eagleton es una lección de lectura y una pieza de artillería dirigida a otros que, a veces, apenas parecen capaces de discernir lo que se les aproxima hasta que ya no queda hacia dónde correr.

Entonces, ¿por qué irrumpen hoy con tanta fuerza en el pensamiento político y económico nociones como “optimismo” y “esperanza”? ¿Y por qué, si se trata de palabras más cercanas a la psicología y la teología, se establecen a veces como único horizonte programático? Escrito contra los “custodios de la alegría”, categoría con la que Eagleton define a esos ideólogos algo improvisados que entre el “analfabetismo teológico” y el “determinismo tecnológico” suelen convertir en oportunismo literario o mercantil su merodeo a “la mayoría de las variedades de progresismo ingenuo”, Esperanza sin optimismo establece una diferencia entre optimismo y esperanza. A través de referencias que se remontan, en lo filosófico, de Aristóteles a Jürgen Habermas, pasando por Søren Kierkegaard, Friedrich Nietzsche y Ernst Bloch, y que en lo literario van de Shakespeare a Enrique Vila-Matas, Eagleton describe por un lado un optimismo que “como actitud general se resiste a ser refutado por los hechos”, y, por otro, una esperanza que requiere “reflexión y compromiso”. A partir de ahí, optimismo y esperanza le sirven para trazar recorridos ideológicos distintos a través de términos como el progreso ‒“creer que hay progreso en la historia no significa necesariamente creer que la historia como tal avanza en un ascenso continuado”‒ y el futuro ‒“que no es un valor en sí mismo, salvo, quizá, para los especuladores de Wall Street”‒, y para subrayar instantes en los que solo parecen imponerse paradojas (recordando como ejemplo la descripción que hizo Samuel Johnson del matrimonio como “el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”).

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Lúcido para desnudar las posiciones de izquierdas y derechas, tampoco se deja impermeabilizar por el espíritu confortable de la neutralidad.

Lúcido para desnudar con rigurosidad las posiciones hoy recurrentes tanto de las izquierdas como de las derechas, Esperanza sin optimismo tampoco se deja impermeabilizar precisamente por el espíritu confortable de la neutralidad, y en la línea de su propia descripción de otro crítico cultural con el que comparte cierto espíritu, Slavoj Žižek ‒a quien elogia “una promiscuidad intelectual que parece no tener fin porque sufre de esa rara afección conocida por estar interesado en todo”‒, Eagleton hace del músculo crítico una herramienta preocupada por explicar de manera concreta (antes que interpretar de manera etérea) cuáles son y cómo funcionan las ideas que insisten en dar un sentido único y acabado a la realidad. Porque, “de hecho, si no luchamos contra lo inevitable nunca sabremos hasta qué punto era realmente inevitable”///////PACO