La primera pregunta a la que invita Slavoj Žižek con ¡Pandemia! apunta a definir a quiénes deberíamos leer para que nos ayuden a pensar el mundo durante y después del coronavirus. Así que, con una cuota de justa malicia, empecemos en una escala de menor a mayor. ¿Deberíamos leer a los periodistas, que entre su sempiterna pereza y falta absoluta de cualquier pista nos escurren a diario la humedad de sus pañuelos y pañales con “impresiones personales” de la vida allá afuera? Es dudoso. Hasta los “cronistas” tuvieron que aceptar que su rancia aristocracia de la subjetividad, disfrazada durante décadas de turismo moral, podía hacerse desde la asepsia de internet. ¿Deberíamos leer a los voceros de la ciencia, esos laboratoristas frustrados que al ignorar que “la ciencia no puede pensar” insisten en impostar el deber de ser objetivos ante el desastre y repetir la palabra «protocolo»? En el mejor caso, ninguno se salva de resultar terriblemente aburrido. ¿Deberíamos leer entonces a los analistas políticos? Esto ya es un poco más probable. ¿Pero a cuáles? ¿A los progresistas de sensibilidad socialdemócrata, siempre bienintencionados y a la vez acomplejados por su eterno pavor existencial a cualquier realidad manifiesta del poder? ¿O deberíamos leer a los liberales tan hechos y derechos que ya casi ni se molestan en esconder que son vasallos obedientes del poder?
En tal caso, de lo que ni unos ni otros hablan (porque no se les ocurre ni por accidente, aunque sea algo sobre lo que se debería hablar) es de estrategias genuinas de interés nacional ante un reordenamiento mundial. Así que restan los economistas, verdaderos difusores de los deseos del gran capital, quienes hoy más que nunca nos dicen en las maneras más directas (pero no las más simples) cómo pretende reencuadrarse a partir de una muerte y una recesión de escalas planetarias la narrativa de la riqueza. Sin embargo, contra todo pronóstico, este es también el punto en el que tenemos que recordar a los filósofos. Al menos, a los que son capaces de dar un salto cualitativo sobre estos discursos mecanizados y descartables para dotarlos de un sentido inteligente y vital que abra las puertas al pensamiento. Pero, ¿a qué filósofos recordar primero?
Esta es la pregunta más fácil, porque casi desde el principio de la pandemia, el único debate de ideas con algún sentido se organizó rápido entre Byung-Chul Han y Slavoj Žižek. Ahora bien, sin necesidad de entrar en detalles tediosos, digamos que la articulación de este debate tiene una explicación que va más allá del oportunismo (y el limitado entusiasmo) de los otros “filósofos de la pandemia”. Para empezar, Han y Žižek, como sabe cualquiera que haya recorrido sus obras, son dos de los mejores lectores contemporáneos de Hegel. Y esto es importante en la medida en que se entienda bien qué significa tal posibilidad de contemporaneidad. Para eso, nada mejor que recurrir a los términos estrictamente hegelianos. Digamos entonces que si, como el propio Hegel señaló a propósito de la lechuza de Minerva en su prólogo a la Filosofía del derecho, “es insensato creer que alguna filosofía se puede anticipar al mundo presente”, en el prólogo a La fenomenología del espíritu, Hegel también advirtió acerca de la necesidad de “estar convencidos de que lo verdadero tiene por naturaleza el abrirse paso al llegar su tiempo y de que sólo aparece cuando éste llega, razón por la cual nunca se presenta prematuramente ni se encuentra con un público aún no preparado”. En otras palabras, es la autoridad filosófica de Hegel la que dilucida la pertinencia de filosofar acerca de lo que pasa mientras pasa, siempre y cuando ese filosofar ilumine una verdad acorde (es decir, contemporánea) a su tiempo.
Recapitulando, sabemos que tanto Byung-Chul Han como Slavoj Žižek son dos precisos y astutos lectores de Hegel, lo cual les provee una plataforma común de ideas que habrán de delinearse en sus respectivas obras a partir de sus propias agendas. Sin embargo, subrayada esta convergencia, todo lo demás es divergencia. Porque, como también sabe cualquiera que haya recorrido sus obras, más allá de Hegel, el resto de la matriz filosófica de Han se articula sobre la filosofía de Heidegger, mientras que la de Žižek se articula sobre Marx y Lacan (y aunque las convergencias entre Heidegger y Lacan existen, las divergencias entre Heidegger y Marx no podrían ser más grandes). Y bien, ¿para qué sirve esta avalancha de nombres y linajes intelectuales? Para entender que si el debate entre Han y Žižek, tal como muestra ¡Pandemia!, va a seguir “radicalizándose” al compás de un mundo sacudido por el coronavirus, es porque entre la pregunta por el Ser que Han intenta replantear a partir de Heidegger y la reinvención del comunismo que Žižek intenta replantear a partir de Marx, la distancia ideológica frente al sentido de nuestra existencia será cada vez mayor.
En consecuencia, ¡Pandemia! puede leerse como el primer capítulo de una discusión acerca de cómo habrá de imaginarse ya no la nueva distribución material de los recursos limitados, sino (y sobre todo) los lazos que podrían mantener unida a una humanidad económicamente diezmada. En este sentido, lo que para la perspectiva heideggeriana de Han se encuadra como la última prueba del “fracaso de Europa”, consumida por un largo y ahora fatídico olvido del Ser, situación que, por otro lado, se contrasta con el sentido de trascendencia que aún resguardan para sí los asiáticos, capaces de cederle al poder del Estado (antes que a su narcisismo individualista) la prerrogativa de dirigir una emergencia sanitaria, para la perspectiva marxista de Žižek, en cambio, obliga a redefinir “un enfoque global que debería ir mucho más allá del mecanismo de los gobiernos individuales”.
Aún así, confundir ¡Pandemia! con un libro sobre los conflictos entre Marx y Heidegger (al que, al pasar, Žižek caracteriza como un “viejo místico”) sería caer en el error más evidente: esto no es un debate entre los más grandes pensadores del siglo XIX y XX sino entre Žižek y Han, apenas en el comienzo del siglo XXI. Y en todo caso, ¿qué es lo que este debate coincide en desplazar desde el principio? Probablemente, a los nuevos sueños de opresión que las sensibilidades socialdemócratas anhelan en forma de aceleracionismo, esa “panoplia de estrategias” que de la mano de un izquierdismo universitario que critica el imperialismo cultural capitalista “aunque, de hecho, le horroriza la idea de que su campo de estudio pueda acabar resultando innecesario”, escribe Žižek, considera que “el capitalismo se derrumbará a través de su exceso de desarrollo, por lo que hemos de participar en él hasta el final…”.
Alrededor de esta cuestión, Žižek llega a uno de los centros de ¡Pandemia! con otra pregunta clave: ¿qué es lo que está mal con nuestro sistema para que, aún dentro de un régimen de rendimiento laboral y técnico exacerbado como nunca antes, nos hayan atrapado sin estar preparados para la catástrofe? Esta es la incógnita a partir de la cual se puede discutir la verdadera naturaleza social y económica de las relaciones entre las personas en una escala que, por supuesto, va más allá de los cursitos sobre la higiene psicodramática del amor individualista a los que nos había acostumbrado el mundo antes del coronavirus. La respuesta žižekiana no sorprende a los lectores žižekianos: lo que falla es la incapacidad de pensar una “sociedad alternativa”, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que, en las palabras de Žižek, “se actualice en las formas de solidaridad y cooperación mundial”. Y para que ese pensar sea posible, es necesario discutir qué podría volver a significar el comunismo.
Este es el momento en el que la filosofía y la historia tienen su primer roce. Porque al leer “comunismo”, Žižek sabe que las primeras imágenes que la gran mente colectiva relaciona con esa palabra son los gulags de Stalin, el culto a la personalidad de Mao o las masacres de Pol Pot, por nombrar apenas tres hitos mundiales entre las galerías del terror. Sin embargo, más dañinas que esas confusiones paralizantes, sostiene Žižek, es que las últimas versiones del comunismo aún en marcha se presenten ante nosotros como “socialismo democrático”, es decir, como una idea vaga de solidaridad social no muy distinta a la que gestionan a través de sus respectivas ONG los mismos multimillonarios que se reúnen cada año en Davos para asegurar los ambientes de “confianza y seguridad” que sus verdaderas inversiones necesitan para que no se altere el principio general de desigualdad bien probado por Thomas Piketty. ¡Pandemia!, por lo tanto, intenta dejar claro que si la filosofía se retira de la perspectiva marxista que esta nueva realidad demanda, no será difícil conformarse con las distopías que ya imaginaron un futuro similar al que hoy nos propone el poder mientras esperamos algún milagroso retorno a la normalidad: quedarnos en casa, trabajar en nuestras computadoras, comunicarnos por videoconferencia, hacer ejercicio en una esquina de la habitación y ocasionalmente masturbarnos delante de una pantalla que muestra sexo duro, antes o después de la comida por entrega y sin ver nunca a otros seres humanos en persona. Desde ya, no solo es una descripción bastante adecuada de la conducta aceleracionista, dispuesta a acompañar hasta los confines del valle de las tinieblas al nuevo modelo de vida del viejo capitalismo, sino también la vida perfecta para los débiles de carácter.
Al fin y al cabo, si la epidemia de coronavirus puede dar ahora un nuevo impulso al comunismo, escribe Žižek, es porque nunca antes fue tan evidente que nuestros incentivos de eficiencia individualista, los mismos que bajo una lógica neoliberal de alcance estatal dieron forma a una burocracia que cambió el liderazgo político por la presunta “racionalidad de mercado”, fracasaron. Y en su versión desesperada, señala Žižek, este fracaso puede leerse en el regreso triunfante del animismo capitalista, que trata a fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero como si fueran entidades vivas. “Si uno lee nuestros grandes medios de comunicación, la impresión que se tiene es que lo que realmente debería preocuparnos no son los miles que ya murieron (y miles más que morirán) sino el hecho de que los mercados se están poniendo nerviosos. El coronavirus está perturbando cada vez más el buen funcionamiento del mercado mundial y, como hemos oído, el crecimiento puede disminuir en un dos o tres por ciento. ¿No indica todo esto claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía mundial que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado?”
El comunismo que le interesa a Žižek, por lo tanto, es uno con un enfoque global que debería ir mucho más allá del mecanismo de los gobiernos individuales. De hecho, debería abarcar la movilización local de personas fuera del control estatal, así como una coordinación y colaboración científica internacional sólida y eficiente. Pero a partir de estas premisas, la filosofía no puede sino quedar a la expectativa de las dinámicas diarias de la realpolitik. Sin ir más lejos, una de las paradojas que desnuda ¡Pandemia! es que si el primer modelo incierto de tal coordinación global es, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud, “de la que no recibimos la habitual algarabía burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico”, escribe Žižek, ¿cómo interpretar entonces las intrusiones del gobierno chino sobre los criterios de tales “advertencias”? ¿Se trata de una prueba más del agotamiento del viejo modelo manipulador comunista o de la prueba fehaciente de los modos egoístas en los que funcionará cualquier modo realmente existente de organización humana? Con cautela, Žižek tampoco olvida aclarar que a pesar de pensar más allá de los retenes mentales de la democracia liberal y la economía de mercado, en ningún momento pretende abandonarse a los brazos del utopismo ni apela a una solidaridad idealizada entre las personas. La solidaridad y la cooperación mundial, en otras palabras, sería en interés de la supervivencia de todos y cada uno de nosotros, y por eso “esto es la única cosa egoísta racional que se puede hacer”.
Marcado este punto, el segundo roce entre la filosofía y la historia es más didáctico. Ante los planes de ayuda financiera que los distintos países (incluida la Argentina) destina para sus ciudadanos “violando todas las reglas convencionales del mercado”, ¿no es necesario preguntarse, advierte Žižek, si este “socialismo forzado” no podría repetir la lógica de aquel “socialismo para los ricos” del rescate de los bancos en 2008 mientras millones de personas comunes y corrientes perdieron sus ahorros? La única respuesta posible tendrá que venir de la mano de la política. Y por eso mismo, es necesario no ceder a la tentación de dejar las diferencias políticas de lado ya que, como también repiten los medios, “ahora estamos juntos en esta crisis y debemos trabajar al unísono para salvarnos”. Esta noción, subraya Žižek, es la falsedad ideológica más peligrosa de todas, precisamente porque omite el hecho de que las decisiones sobre la solidaridad son eminentemente políticas. En Argentina, por lo pronto, la advertencia podría servir para entender quiénes y por qué se suben a la falsa ilusión de la “unión en la crisis”, como si el coronavirus representara alguna desaparición de las diferencias entre quienes usan la política para distribuir recursos de manera inclusiva y quienes la usan para concencentrarlos de manera restrictiva////PACO
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