Entrevista a Luciano Schwindt


“No se puede pensar una política exterior autónoma sin defensa”

A contramano de las muchas (tal vez demasiadas) opiniones que enumeran e imaginan cambios, al parecer, irrevocables para el gran orden mundial una vez que la pandemia por el coronavirus termine, Luciano Schwindt publicó en Nomos un artículo, La importancia de la reflexión geopolítica para la defensa nacional, que ya desde el título replantea el asunto desde un costado ignorado por casi todos: el interés nacional. Especialista en Relaciones Internacionales por la Universidad Argentina John F. Kennedy y maestrando en Estrategia y Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra, Schwindt ilumina en su artículo algunas primeras respuestas a los puntos ciegos de esta discusión. En otras palabras, ¿cuáles son las prioridades, los intereses y los motivos argentinos a tener en cuenta frente a esta hipotética transición hacia «un nuevo mundo»?

A partir de la pandemia mundial empezaron a circular textos de distintos pensadores acerca de lo que esta crisis podría inaugurar. Slavoj Žižek, por ejemplo, habla sobre la posibilidad de un nuevo comunismo, Byung-Chul Han sobre el agotamiento del modelo cultural y político occidental ante el modelo oriental, y Aleksandr Duguin sobre el fin de la globalización. De modo implícito o explícito, todos incluyen en estas hipótesis una mirada de reordenamiento geopolítico, y al mismo tiempo, ninguno se concentra demasiado en la identidad particular de las naciones envueltas en estos reordenamientos. Más allá de tus preferencias sobre estos autores, ¿de qué se trata esta aparente ausencia de una mirada estratégica nacional a la hora de pensar una «nueva geopolítica»?

El drama que causó el COVID-19 no sólo es humano y político, también dejó a los pensadores más influyentes sin poder dar respuestas que estén a la altura del acontecimiento. En momentos como el actual, el hombre busca un punto firme desde el cual volver a orientarse, en medio de una realidad súbitamente transformada. Las certezas hasta ahora existentes ya no nos otorgan muchas respuestas y, sin embargo, necesitamos saber qué está sucediendo, por qué sucedió, y cuál será el mundo al que nos enfrentaremos mañana. Por desgracia, los intelectuales de mayor renombre no han estado a la altura y han ensayado respuestas que tienen mucho de suposición y otro tanto de anhelo. Lo que sí parece estar claro es que habrá un retraimiento del actual orden internacional liberal y que una nueva configuración del reparto del poder mundial será su lógica consecuencia. Cabe esperar, sin embargo, que el reordenamiento se dé dentro de las mismas coordenadas que vienen caracterizando al sistema internacional. Tucídides ya decía que son los fuertes quienes determinan lo posible y que a los débiles no les queda mucho más que aceptarlo. Entonces, si bien la pregunta por el ordenamiento del día después es preciso realizarla, la cuestión central para nosotros es qué podemos y qué queremos hacer. Ninguna potencia esperará la aprobación de ningún librepensador para imponer su interés nacional. ¿Por qué lo haríamos nosotros? Aquí es donde debemos ser prudentes. La geopolítica, al estudiar la política del Estado en función de los condicionantes geográficos, es una gran herramienta para, mediante el despliegue de una estrategia adecuada, obtener márgenes de maniobra en política exterior. Nos conmina a pensar estratégicamente, elaborando escenarios que orienten la praxis política. Lo que desean las potencias es que esto no ocurra, que no elaboremos nuestras propias categorías de análisis ni desarrollemos una estrategia nacional realmente situada. Por ello no hablaría de una “nueva geopolítica” luego de la crisis. La lógica del sistema internacional será la misma. Los imperios caen, pero la lucha por el poder se mantiene. Y la geopolítica seguirá marcando el rumbo a los Estados. Entonces, cualquier nuevo orden se impondrá sin consultas. ¿Mantendrá este los ideales de la ilustración, tal como anhela Henry Kissinger? ¿O sobrevendrá un ordenamiento “iliberal” basado en dictaduras médico-militares tal como predice Duguin? Lo que suceda nos afectará, pero lo importante para Argentina y el resto de Sudamérica, será qué rol deseamos cumplir. Esto dependerá, claro, de nuestra capacidad de poder y potencial, y de cómo afrontemos el desafío. Algunos proponen ir hacia una defensa con eje en la guerra biológica. No me arriesgaría a tanto. Pero lo que no se debe perder de vista, en ningún escenario, es quiénes son nuestros enemigos. ¿Lo será cualquier nueva pandemia que aparezca o la voluntad que manipule esta o cualquier otra situación en contra de nuestros intereses? La defensa siempre se plantea respecto de la voluntad de otro. Si esto se pierde de vista, perdemos el eje y olvidamos su función primordial, corriendo el riesgo de confundirla con la seguridad interna, con el robustecimiento de las instalaciones sanitarias o la tecnología médica.

¿Pensar el lugar de un país dentro del orden mundial significa necesariamente «nacionalismo»? Y en ese caso, ¿por qué eso genera tanto temor?

Digamos que la geopolítica, practicada de manera consciente y científica, implica la adopción de una mirada estratégica desde el interés y la situación nacional; «nacionalismo» es, en cambio, una causa o movimiento político que hace bandera del interés nacional. Sin embargo, lo que se identifique con lo «nacional» en un plano ideológico o meramente afectivo, bien puede, eventualmente, resultar contrario al interés nacional, entendido desde la perspectiva científica de la geopolítica. Dicho esto, los resquemores que motivan tanto la adopción del interés nacional en materia estratégica, como los distintos tipos y clases de nacionalismo, provienen de aquellos que expresan o tácitamente defienden el orden internacional liberal, asentado en los valores de la Ilustración y el cosmopolitismo que le va de suyo. Para quienes creen en esto, resulta increíble y paradójico que los pueblos quieran liberarse del liberalismo. Pero resulta que este orden, prometiendo libertad e igualdad, empujó a las mayorías a la ruina material y al enjuiciamiento de sus costumbres a manos de clases ilustradas, que con aires de superioridad todavía repiten desde sus cátedras y medios de comunicación que poner la preferencia de sí antes que el interés del otro es «mala palabra». Al mismo tiempo, sometió monetaria y económicamente el interés de los Estados a las potencias económicas del Euro y el Dólar, y a los dictados —nunca sometidos a votación popular— de los organismos internacionales. Que cause más miedo este o aquel «nacionalismo» antes que esta situación objetiva de empobrecimiento y sometimiento de las naciones es un problema ideológico. En cualquier caso, también cabría devolver la pregunta, no apuntando al crecimiento de los nacionalismos, sino al fracaso de todas las opciones políticas tradicionales.

¿Existe hoy un pensamiento geopolítico argentino? Y en tal caso, ¿cómo se inserta dentro del Estado y del gobierno? A nivel internacional, uno podría deslizar rápidamente un nombre: Steve Bannon.

Argentina ha tenido prolíficos pensadores geopolíticos. Afortunadamente, la geopolítica está cobrando un nuevo impulso y lo que la caracteriza, hoy, es que es un conocimiento abordado en su mayoría por civiles. Sus principales pensadores históricos son Jorge Atencio, Norberto Ceresole, Juan E. Guglialmelli, José F. Marini y Segundo Storni. Ahora bien, en la actualidad contamos con interesantes pensadores como Juan José Borrell, Adolfo Koutoudjian, y Alberto Hutschenreuter. Estos últimos tienen la peculiaridad de insistir en que los condicionantes del espacio tienen más vigencia que nunca para la política y que es necesaria una mirada amplia de los fenómenos políticos mundiales para atender a los intereses de la nación. En el nuevo libro publicado por Juan José Borrell, Geopolítica y alimentos, hace mención del poder estructural agroalimentario, elaborando así una categoría de análisis útil para comprender en qué situación se encuentra el sistema alimentario nacional. Por su parte, Alberto Hutschenreuter nos habla de la existencia de Estados de geopolítica cero, aquellos que no ponderan el espacio, no tienen una tradición de geopolítica aplicada, y no consideran la realidad en forma sistémica, entre otras características. Mientras que Adolfo Koutoudjian insiste en que nuestra mirada tiene que estar puesta en el Atlántico Sur y sus alrededores. Con Nomos también intentamos hacer nuestro humilde aporte, desde una mirada interdisciplinar, con los compañeros Andrés Berazategui y Esteban Montenegro, entre otros. Para responder dónde tiene lugar este pensamiento mejor es empezar por la negativa, por dónde no tiene lugar: está ausente en la alta política y en los medios de comunicación masiva. Parafraseando al Almirante Storni, hay que crear conciencia geopolítica en la nación. Ahora bien, muchos hemos sido formados en la Escuela Superior de Guerra, que es la institución por excelencia para la Geopolítica en Argentina. Ya hace un tiempo, también tiene espacio en algunas universidades privadas y esperamos que las públicas puedan también hacerlo. En ese sentido, desde Nomos, hemos tenido la oportunidad de organizar un Seminario de Geopolítica Argentina en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, junto a compañeros de la UES y, fuera del ámbito institucional, también hemos realizado varias presentaciones de libros y conferencias sobre geopolítica en diversas instituciones, siempre con mucha concurrencia e interés por parte del público en general. Por otro lado, no me atrevería a decir que nuestros intelectuales no son reconocidos. Lo son por cada uno de los asistentes a conferencias, seminarios, y, también, por las autoridades de las instituciones educativas. Sucede que no son lo suficientemente valorados para la definición de políticas. A diferencia de lo que sucede en las potencias anglosajonas, como es el caso de Henry Kissinger en los Estados Unidos, donde es un hombre que es escuchado, leído y que delinea políticas. Por eso, insisto en que la geopolítica no debe ser algo exclusivamente académico sino también tener un impacto práctico. Esta es una ciencia que poco a poco está haciéndose un lugar. Pero aún falta. Esperemos que sea ponderada en la alta política para el bienestar de los argentinos. Si hoy el gobierno solo se atiene a amortiguar los efectos inmediatos de la pandemia global y no elabora estrategias a largo plazo, seguiremos sufriendo ante la realidad internacional, no solo contingencias sanitarias, sino consecuencias económicas y políticas derivadas de una situación de dependencia y subordinación. A nivel internacional hoy vemos que, de alguna u otra manera, los mayores exponentes de la geopolítica, como Henry Kissinger o Aleksandr Duguin, no solo escriben buenos libros y columnas de opinión, sino que también son asesores con influencia política concreta. Steve Bannon no pertenece al ámbito de interés de la geopolítica más que por las consecuencias de su rol como operador político; por lo general, Bannon promueve un alineamiento internacional difícil de identificar con el interés de cada uno de los países donde ciertos políticos siguen sus consejos.

La sensación inmediata es que, para el gran público, la mirada argentina a la hora de identificar los intereses del resto de las naciones se limita a un «periodismo internacional» que no hace mucho más que traducir del inglés o el portugués artículos de los principales medios extranjeros. En consecuencia, ¿qué dirías que hace falta para entender en serio las prioridades y las falencias de la actual posición geopolítica argentina?

Hay todavía un sesgo respecto de la producción nacional y de que todo lo que viene de afuera no solo es mejor sino también válido y aplicable a nuestra situación. Este sesgo no es nuevo, viene desde nuestros inicios como nación independiente, y el periodismo no es ajeno a ello. Lo que hace falta es, en primera instancia, mayor producción académica nativa. Quiero decir, nativa epistemológicamente hablando. De poco sirve producir material local que reproduzca lo que se piensa en otras latitudes. Para lograr esto, hay que replantearse todo lo que hemos aprendido. Nos dicen que la guerra cambió, que hoy nuestra amenaza es el cambio climático o un grupo narcotraficante en la frontera, y que, por lo tanto, nuestras fuerzas armadas ya no necesitan material pesado y de última tecnología. Incluso, que son innecesarias. Hoy vemos cómo en todos lados aplauden al ejército entregando barbijos. Está muy bien, pero socorrer en situación de catástrofe no es la función para la cual fue concebida la fuerza. Las fuerzas armadas existen para defender nuestro territorio nacional, el que, por cierto, aún hoy está parcialmente ocupado por una potencia extranjera. Este mero hecho obliga a la Argentina a volver a reflexionar sobre su situación geopolítica, identificando sus enemigos y amenazas, pensando cómo obtener mayores márgenes de maniobra en política exterior, y acrecentando su poder relativo para tal fin. Tenemos un vastísimo territorio, continental y marítimo, pero aún con grandes deficiencias en su vertebración como nación. Somos un país bicontinental y bioceánico, con islas ocupadas militarmente y depredación ilegal de sus recursos marítimos, pero sin poder naval. Por otra parte, es necesario institucionalizar líneas de acción política estratégica que ponderen esta clase de conocimiento. De poco sirve si este no tiene una traducción concreta. El panorama del conocimiento geopolítico a nivel regional presenta similares falencias. Quizás sea mejor comprendido en un país como Brasil, que posee una tradición imperialista con una geopolítica muy fuerte, pero que hace ya algunos años viene demostrando una gran impotencia para consolidarse definitivamente como un hegemón regional. Lamentablemente, la mayoría de los Estados sudamericanos están caídos del mapa. Sin dudas, pudo haber resultado una adecuada solución regional aquella idea del ABC planteada por Perón. Pero hoy no pondría esperanzas por fuera de nuestros propios límites, siendo que nosotros no hacemos nuestros deberes. Sería quitarnos responsabilidades.

¿En qué se convierte la política si se niega a incluir los principios de defensa y enemistad a la hora de entender su propia situación?

No se puede pensar una política exterior autónoma sin defensa, y ya la misma definición de defensa implica considerar el principio de enemistad, dado que uno se defiende siempre de otro. Si nuestra existencia transcurriera en el mundo idealizado por el liberalismo, en donde no existen fronteras y solo prevalece la fraternidad universal, no necesitaríamos defensa alguna. Pero claro, estamos en el mundo real. Y aquí cada comunidad política tiene sus propios intereses, y por entrar estos intereses en conflicto con otros es que necesitamos obtener poder y una defensa adecuada. Esto permitirá sortear todos los problemas de naturaleza estratégica que se le presenten a la política exterior. Julien Freund decía lúcidamente que estamos en una sociedad conflictual por excelencia. El conflicto siempre va a existir, y negarlo implica el riesgo de perecer. Para dilucidar cuales son los conflictos reales es suficiente ver nuestra posición en un mapa y analizarlo. Nuestro principal conflicto es la disputa por las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur. La guerra de 1982 terminó, pero el conflicto sigue latente. Negar esto y no hacer nada concreto para remediarlo es postergar la recuperación de las islas. Es, en otras palabras, facilitar la estrategia a nuestro enemigo real. Clausewitz decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios: por eso debemos prepararnos. La guerra es un momento, una eventualidad, y si esa eventualidad es posible eso será lo que nos dará la pauta para determinar quién es nuestro enemigo. Claro, la defensa no se reduce a un solo frente y los enemigos pueden ser varios. Argentina tiene importantes intereses en la Antártida que están siendo cuestionados por varias naciones. Lo mismo sucede en nuestro Atlántico Sur, en donde, además, hay importantes intereses económicos provenientes de la pesca y explotación de recursos naturales. Por desgracia, desde la política se dice y promete mucho, pero la realidad es que nunca podremos sostener una política en el tiempo si no construimos un poder acorde a la inmensidad de nuestro espacio continental y marítimo. El almirante Storni insistía en el poder marítimo, mientras que el Gral. Gugliamelli hacía énfasis en vertebrar las distintas regiones del país. Eso aun hoy no lo hemos logrado.

¿Cómo encuadrarías el conflicto por las Malvinas y qué diferencias hay entre la gestión del gobierno macrista y el gobierno actual para tratar esta situación?

La cuestión Malvinas, lamentablemente, por inoperancia de nuestra clase dirigente, se está dirimiendo bajo la tesitura británica. Hoy se negocia siguiendo el encuadre económico propuesto por el Reino Unido. La idea del “paraguas de soberanía” sigue de manera tácita en plena vigencia al momento del diálogo entre ambas partes. No me limitaría, por ello, a señalar las diferencias entre las distintas administraciones. De momento, el gobierno actual propuso la creación del Consejo Nacional de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas, un proyecto de ley sobre la demarcación de los límites exteriores de la plataforma continental argentina, y endurecer los controles y sanciones a la pesca ilegal. Pero, al mismo tiempo, colocó al excombatiente Edgardo Esteban en la dirección del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, personalidad no muy querida por sus compañeros de armas, por ser promotor de la idea de los “chicos de la guerra”, que subsume a los héroes por debajo de la figura de la “víctima”. Lejos de tratarse de algo anecdótico, esta idea constituye uno de los pilares del derrotismo y la desmalvinización que atraviesa a grandes sectores de la sociedad a un lado y al otro de la “grieta” y que supone la inutilidad de toda inversión o esfuerzo en materia de defensa porque “contra las potencias no se puede hacer nada”. Sin embargo, está claro que, de acuerdo con las propuestas antes mencionadas, podemos dilucidar en el gobierno actual una visión más soberanista que la del gobierno anterior, que lisa y llanamente licitó sectores de nuestra cuenca de Malvinas a actores extranjeros. Aún así, lo que asombra, más que las diferencias, es la continuidad. La continuidad en la desinversión de nuestras fuerzas armadas, pese a las intenciones señaladas por aumentarlo, es algo de lo que todos los gobiernos se desentienden. Argentina tiene el presupuesto más bajo de la región en materia de defensa. Y parece una verdad de perogrullo, pero sin fuerzas armadas nunca podremos recuperar las Malvinas. Y esto no significa que hay que armarse para ir a la guerra: la defensa está lejos de limitarse a ello. Estar bien armado y equipado permite realizar reclamos diplomáticos desde otra posición, en la que una hipótesis bélica implique mayores costos al enemigo que a nosotros. Implica, además, una posición responsable, que considera que no es suficiente con la colaboración de los demás para resolver nuestros problemas. La ONU ha sido siempre favorable a la posición de Argentina, antes y después de la guerra. Y eso, hasta ahora, no ha significado nada en las negociaciones. Por último, estar armado para poder defenderse previene el avance de las potencias. Recuperar las Malvinas y nuestro Mar Argentino depende solo de nosotros, de nuestra firmeza en asir nuestra propia defensa, y de la habilidad diplomática con que nos proyectemos para lograr sentar al Reino Unido a reconocer la soberanía. En esa dirección, perder el miedo de decir estas cosas y recuperar el orgullo por los que dieron todo para lograr ese objetivo, es el primer paso/////PACO

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