Hay muchas objeciones, y algunas son inteligentes y otras no lo son tanto. Entre las peores objeciones hechas a los filósofos que intentan decir algo sobre los efectos sociales y políticos de la pandemia por el coronavirus, una de las más extrañas es la que señala la “falta de evidencia” de sus hipótesis, como escribió algún perito de la policía científica en Anfibia. Puestos en esa línea, las objeciones tendrían que ser más ambiciosas. Por ejemplo, ¿qué “evidencia” se supone que tiene Platón para hablar de arquetipos? ¿Dónde están las “pruebas irrefutables” de la existencia del Espíritu Absoluto de Hegel? ¿Y la deconstrucción de Derrida? ¿Cuántas “partículas elementales” de eso fueron certificadas por un laboratorio?

Al margen de estas ridiculeces, que casi siempre surgen del apuro antes que de la ignorancia, lo que sí vale la pena señalar es que entre los “filósofos de la pandemia”, sin duda, están los que improvisan ensaladas hechas de miedos y sensaciones (como Franco “Bifo” Berardi, que escribe algo así como un diario personal de su paranoia), están les que no tienen absolutamente nada que decir pero se sienten obligades a decir algo (como Paul Preciado y sus largas lecciones ucrónicas sobre Michel Foucault) y están los que sí amenazan con decir algo sustancial porque, además, están pensando algo. Es el caso de Slavoj Žižek o Byung-Chul Han.

Esta diferencia entre el decir y el pensar no es menor. Para usar una imagen trillada, la lechuza de Minerva “emprende el vuelo cuando se ha vivido el día”, lo cual significa que el trabajo de pensar, como sabe cualquiera que alguna vez haya pensado algo, requiere un tiempo que difícilmente pueda sincronizarse con los eventos que motivan el pensar. En términos simples, la filosofía no es Twitter —por muchos podcasts que escupa—, y esto, por supuesto, no es ignorado por los filósofos, ni siquiera por los “filósofos de la pandemia”.

Probablemente el caso de Slavoj Žižek sea el más “espectacular”. Cuando Žižek escribe acerca de “reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la gente y la ciencia” y del coronavirus como un prólogo para “otro virus ideológico, mucho más beneficioso: el virus de pensar en una sociedad alternativa”, cualquiera que haya leído, al menos, un libro de Žižek en los últimos diez, quince o veinte años, podrá reconocer una línea argumental cuya penúltima actualización es, ahora, la pandemia. Hasta hace unos meses, sin embargo, ese lugar estaba ocupado por las protestas ecologistas y el conflicto militar entre los Estados Unidos e Irán, y antes por la migración masiva de los refugiados sirios en Europa, y antes por la imprevista presidencia de Donald Trump, y ese “significante vacío”, útil para seguir pensando a través de la coyuntura inmediata los conflictos del orden ideológico capitalista, podría seguir y seguir su desplazo, on and on, hasta anclarse en “una pieza de evidencia” tan contundente —para decirlo en los términos detectivescos de CSI— como La idea de comunismo, un libro compilado por Žižek en 2013, o El sublime objeto de la ideología, escrito hace casi treinta años. En definitiva, al proponer el comunismo como una respuesta a la pandemia, Žižek sólo sintoniza con un contexto urgente un pensamiento que viene trabajando desde hace tiempo. El suyo, efectivamente, es un pensar antes que un simple decir.

El caso de Byung-Chul Han, sin embargo, es más interesante, probablemente porque el suyo, a primera vista, no parece ser un pensamiento organizado en una obra tan uniforme y planificada. Hecho de varios libros breves, incluso a veces dispares, y concentrado en objetos tan mundanos como las redes sociales antes que en el desarrollo de grandes abstracciones, ni siquiera sería equivocado caracterizar el trabajo de Han como el de un crítico filosófico antes que el de un creador de conceptos. La trampa de esta primera impresión, sin embargo, está en pasar por alto (o simplemente desconocer) el verdadero sustrato filosófico que mantiene unido al conjunto —en un arco que va desde un fallido elogio de la globalización en Hiperculturalidad, un libro publicado en 2005, hasta la más radical crítica al sistema de mundo actual en La expulsión de lo distinto, publicado en 2017—, y que podría resumirse en un nombre: Martin Heidegger. El análisis de la pandemia que hace Byung-Chul Han, por lo tanto, no puede ser entendido si se ignora la articulación de su pensar con el de Heidegger (que es, además, el pensar del filósofo más importante del siglo XX).

Para llegar al centro de la discusión, digamos que tanto para Heidegger en su momento como para Han ahora, la técnica es uno de los centros de la pregunta fundamental acerca del Ser. En este sentido, lo que al principio de su obra Heidegger planteaba en términos de “nada originaria” y “angustia” —en oposición a un vitalismo que pasaba por alto el trasfondo metafísico de esa nada—, se convertiría más adelante en un “pensar” en oposición a la lógica de la ciencia, que ya a mediados del siglo XX se perfilaba como el modo de experiencia indiscutible de la civilización moderna y, a juicio de Heidegger, reducía al mundo al puro ente (de ahí que “la ciencia no puede pensar”, como escribe en ¿Qué significa pensar?).

Medio siglo después, la cuestión es la misma. ¿Cuál es el vínculo entre el hombre y la técnica ante la pregunta por el Ser? ¿Y en qué instante el hombre y la técnica, al olvidar esta pregunta, iniciaron su disputa por el control del mundo? En Sobre el poder, un libro publicado por Byung-Chul Han en 2005, esta inquietud heideggeriana se repite de manera perfectamente clara: “Hallarse con un mundo interpretado previamente dado, e incluso con una verdad previamente dada que no hace falta poner en cuestión, brinda una exoneración del Ser”.

A partir de la impronta filosófica de Heidegger, Han formula más preguntas. Por ejemplo, ¿hombre y técnica son conceptos realmente en disputa? ¿Y si la apuesta no fuera redefinir nuestra relación con la técnica sino redefinir nuestra relación con lo humano? En principio, frente al crecimiento exponencial de sus posibilidades técnicas, para Han el hombre se coloca en una posición en la que, como pocas veces antes, debe dar una respuesta urgente a la pregunta de si lo que puede hacer, y lo que hace, tiene que ver con él mismo. En este marco, la “ausencia de negatividad” que caracteriza a la técnica digital de nuestra época —y que Han presenta a partir de las ideas de Hegel, otro de sus grandes tutores filosóficos— es el síntoma de un régimen tecnocrático neoliberal que no solo adelgaza el entendimiento y reduce cualquier conciencia civil o política a simples manifestaciones afectivas o indignadas en las redes sociales, sino que reemplaza, también, la pregunta por el Ser. Y es precisamente a partir de este elemento heideggeriano que Byung-Chul Han, frente a la pandemia por el coronavirus, piensa en “el fracaso de Europa” y “las ventajas de Asia”.

Esto no se trata, como otra lectura superficial podría indicar, de un maquiavélico elogio al autoritarismo chino, la alienación surcoreana o la sumisión japonesa como puertas de entrada a una terrible y devastadora “vigilancia digital”, tan capaz de resolver la emergencia sanitaria como de devorar nuestras almas. Por el contrario, cuando Han escribe acerca de la “mentalidad autoritaria” de esos países, lo importante, al menos para cualquiera que haya leído antes algún libro de Han, no es lo “autoritario” sino lo que viene después. La frase entera es: “Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado”.

Si los libros de Byung-Chul Han en mente son Filosofía del budismo zen, publicado en 2002, o Ausencia, publicado en 2007, o incluso Shanzhai, publicado en 2011, tal vez resulte aún más fácil entender que el punto no es el carácter autoritario de los países asiáticos sino su “tradición cultural”. Y, aún así, tampoco se trata de que esa tradición sea el confucianismo (o cualquier otra) sino de que, en tanto tradición, ya sea que opere como un resabio de espiritualidad por debajo de la exacerbación capitalista de Corea del Sur o como una oscura ética de la resignación para el disciplinado proletariado comunista de China, esa tradición les ofrece a los asiáticos algo que los europeos parecen haber perdido: un rumbo para encaminarse hacia la pregunta por el Ser. Y ahí está la ironía: aún cuando el sentido de la existencia está controlado por un Estado autoritario como el chino, a los ojos del pensamiento heideggeriano ese horizonte de trascendencia parece ser mejor que el completo “olvido del Ser” en el que, desde hace un largo tiempo, viven y ahora mueren como moscas abúlicas o hedonistas los europeos, asfixiados por un “individualismo acentuado” que nada tiene que ver con el egoísmo.

Estas, a grandes rasgos, son las condiciones que dan origen a una época que Byung-Chul Han define a lo largo de toda su obra como “postpolítica” y “postmetafísica”, una época sin tiempo para ejercer el tipo de negatividad que posibilitaría un auténtico rol político y una reflexión sobre el Ser. ¿Y en qué lenguaje nos habla este mundo inerte? En el lenguaje neutro de la eficiencia, escribe en En el enjambre, un libro publicado en 2013.

Por lo demás, este mundo asiático de la “vigilancia digital” que Han describe bajo el coronavirus y que asusta a los desprevenidos no es tan distinto al que ya está en marcha en el resto del mundo occidental. ¿Solamente en China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación? ¿Solamente en China se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales? Žižek, más en sintonía con Han de lo que parece, no se equivoca cuando, a propósito de nuestra fantasía de aparente libertad democrática, dice que no se trata simplemente de recordar lo que Amazon hace con nuestros datos, sino que basta con publicar una broma sensible o una crítica filosa en cualquier red social para sentir “inmediatamente la fuerza de la censura de lo políticamente correcto”, ya que nuestra permisividad “hace años que se convirtió en lo opuesto”. Eso es lo que Byung-Chul Han también señala, por otro camino, desde hace años////PACO

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