¿Quién ofreció más lecturas a esa “violencia de origen” del Matadero de Echeverría? ¿María Gutiérrez, que le tomaba el pulso al propio cautivo? ¿Rojas? ¿Viñas? ¿Kohan? ¿Gamerro? ¿Quién? ¿Cuándo y por qué? ¿Dónde? ¿En casa? ¿En un colectivo? ¿En un despacho de Filo? ¿En un aula? Agachándose sobre los escombros de sus lecturas, la literatura argentina debe indagar con mayor énfasis la trama de sentidos que sustentan su existencia (es decir, el diálogo de una obra con un tiempo que no es el suyo), en búsqueda de la sensibilidad de los órganos vivos de aquella violencia primigenia. La sensibilidad lectora que no es sino la comprobación de que aún se tensa algo en su recorrido. Estoy seguro de algo, y es que en todas las escuelas se lee cada año, en algún curso, en algún salón, entero o fragmentado, romántico, rosista, con dibujos, con relatos lineales de manuales, sin prestar atención o entendiendo cualquier cosa, pero que se lee, se lee, El matadero. Hablo de la literatura en la escuela, qué más. He visto decenas de pizarrones a medio borrar donde se esbozaba una crítica nueva, posible, tentativa, articulada sobre las anteriores, la de los grandes, de nuestro cuento primero. ¿Qué sería de Echeverría si no fuera por una pibe o una piba de un 4to C que irrumpe bellacoso con un “A pesar de que la mía es historia…”? ¿Qué sería de él, cobarde, huidizo, desertor, tembloroso, poeta, si la profesora de 5to A no pretendiese, con esmero y preocupación, machetéandose con un manual que cita a Adolfo Prieto, iniciar una sana discusión, en nuestros tiempos de colapso y transición, acerca del romanticismo argentino?
Por intensidad, la literatura argentina debe más de lo que recuerda a las lecturas escolares. Y contra todo: las y los docentes que en condiciones largamente degradadas incentivan el tránsito social de las obras, las que se escribieron y se escriben. Todo docente de literatura da lo que lee. Y los docentes leen de todo. En ese dominó de textos fotocopiados, compartidos por WhatsApp, anillados, copiados en el pizarrón, dictados, leídos en voz alta, resumidos sin más, autores contemporáneos a veces se extienden más de lo que ellos mismos sospechan. Un poema grabado en un audio: sucede todos los días. La literatura argentina debe, entonces, mayor atención sobre la vida, el porvenir, de la educación. O que no sea tan rimbombante: las escuelas, los profes.
No es vasta nuestra literatura escolar, la de Juvenilia. Hay textos docentes recientes, bellos y relevantes, como En las escuelas. Una excursión a los colegios públicos de PBA de Gonzalo Santos (en cuyo título resuena, en clave bélica, la conflictividad aquella), Los actos públicos de Walter Lezcano, la plaqueta reciente Satrapía de Javier Roldán o el extraordinario La lectura: una vida de Daniel Link, que conoce -y seguramente allí se apoye lo mejor de su labor como crítico, como en sus manuelas exquisitos- los vericuetos de la enseñanza media. Literatura estrictamente docente. Pero no hablo de escribir sobre escuelas, profesores ni alumnos. La idea, al leer un texto en el aula, nunca es estar estrictamente ahí. Y por eso, me hubiese encantado, y quizás sea conveniente ponerlo en debate, un pronunciamiento más estricto, más firme, más sistemático, de los escritores respecto de la vida escolar. Asumir, con mayor esmero, la agenda educativa.
Una ocurrencia, por ejemplo, esta semana en la que se cumplen dos años del crimen de Sandra y Rubén en la escuela Primaria 39 de Moreno, cuando explotaron por los aires. Crudamente. Es una escena de origen también. De violencia. ¿Y ahí, en la escuela demolida, qué hay, civilización, barbarie? Hoy Sánchez Zinny, entonces responsable de la educación en la provincia, es funcionario porteño. Todos los funcionarios políticos de la gestión de Vidal están impunes. Libres, laburando con barbijo, con sus causas cerradas. No hay aquí una apelación algo así como subjetiva. Cada cual sabrá. Sino a pronunciamientos colectivos, que irrumpan en la escena pública, que molesten, más o menos, pero forjar -allí residirá lo estratégico- una preocupación. Y discutirla. Los medios de difusión son muchos: proclamas, cartas abiertas, fotos por Instagram. Serán analizados, después, sintácticamente. Para que se hagan las obras en las escuelas. Bueno, se sabe, el pliego de reclamos es amplio. Y la situación es crítica. No son pocos los gestos solidarios, las donaciones de libros, de actitudes militantes. De hecho, son muchas, y hay que ponerlas en valor. Deben solidificarse. La literatura argentina, sus escritores, debe hacerse un lugar en la discusión educativa. Y una novela, quizás empiece: “Para Sandra y Rubén, presentes”////PACO
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