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¿Qué hora es en París?

Azul Francia acaba de publicar En París son las once, primer libro de relatos de Francisca Mauas, trece historias contadas con velocidad, humor serio y un estilo a la vez sólido y punzante. Varias de las piezas toman como tema central el amor y su consecuente desamor, siempre en sordina y mediado, pero el libro no se limita eso. Bordeando el fracaso del amor, el eje del libro aparece, en una segunda lectura, escenificando la decepción, escenificando el desengaño y, de una forma muy poco previsible, el encuentro en el desencuentro. ¿Qué pasa cuando no pasa nada? ¿Con quién nos encontramos cuando no nos encontramos con nadie? ¿Y cuando nos cruzamos con alguien a quien no conocemos? Lejos de ser tristes o lacrimosos, los cuentos de En París son las once proponen finales abruptos generadores de diferentes formas de anagnórisis, que muchas veces se dan tanto para el personaje como para el lector. ¿La decepción sería el momento donde se pierde, sin mucha sorpresa, la ingenuidad? 

No resulta difícil hacer la lista de filiaciones de la autora. La primera reacción del lector interesado sería Silvina Ocampo, aunque el fantástico no se consustancia nunca aquí y aparece más bien insinuado, o como parte de los paisajes mentales muy bien perfilados de los protagonistas y narradores. También es posible ver una relación con la narrativa serializada y directa de los cuentos de A vida como ela è de Nelson Rodrigues. Mauas trabaja a la par de Rodrigues, detallando con pocas palabras gestualidades que conocemos, aunque su vocación es más indie, sin remates de noticia policial, claramente menos dada a la cuña de prensa gráfica del siglo XX donde intervenía el brasileño. Por momentos, se impone la sensación de que los relatos de En París son las once podrían ser guiones o sinopsis de películas de la Nouvelle vague. A saber, una narradora se despierta en una departamento ajeno con un hombre que no conoce, un hombre que ama a una mujer va con otra a la costa de un lago, una pareja de posibles amantes visita una casa abandonada, una novia llora en el altar, una mujer se obsesiona con la basura, otra mujer se obsesiona con un hombre y lo llora mientras vela a un muerto ajeno… 

Aunque desprendida de la carga de clase y de cierto virtuosismo de la escritura, que Mauas no transita, pienso que hay también empatía con la obra de María Lobo. Digamos, una fraternidad en el extravío ambiguo, hamletiano, de los protagonistas. Pero donde Lobo despliega, Mauas simplifica. Son vecinas que se reconocen sin hablar, como podrían serlo sus personajes. Con Luciano Lamberti la cercanía formal resulta más evidente. El cuento Gérmenes de Mauas lo podrían haber escrito cualquiera de los dos. Y arriesgo que solo ellos. Una mujer joven va a nadar y después visita a su madre que vive en el descuido, alguien la sigue por la calle, la paranoia es nocturna, costumbrista. Ambos narradores comparten la escenografía de casas deterioradas pero a la vez habitadas, y el placer chejoviano de decir solo lo necesario, y a veces un poco menos. 

En Instantáneas, el anteúltimo relato, Mauas nos da una pista de cómo deben ser leídas sus historias, marca o guía que ya había insinuado en Una exposición de mi vida. En Instantáneas un grupo de tres niños, que crecen muy rápido, se sacan fotos, las intercambian y las atesoran. Sobre el final, los encuadres, que nunca son ingenuos, vuelven como recuerdos y espejismos. En La exposición de mi vida, un hombre recorre una muestra de pinturas seguro de que cada obra comenta su existencia. ¿Quién puede negar que en esas escenas fragmentarias, o en otras similares, dentro y fuera del arte, se juega una parte de la construcción de nuestra subjetividad? El libro se lee así, con la curiosidad de quien ve fotos ajenas, de gente que no conoce, de lugares que nunca visitó, y de golpe se ve reflejado en una mueca, en un vestuario, en un peinado o en una pose. 

Como nota de necesidad contemporánea, agrego que no se trata, esta vez, de literatura femenina ni mucho menos de literatura feminista, pero tanto en los protagonistas masculinos como en los cuentos donde la que narra o protagoniza es una mujer, hay una sensibilidad táctil, ansiosa por momentos y a la vez pausada, un atención particular a la observación que genera un extrañamiento laxo, licuado en la trama, pero firme, que bien se podría identificar como un rasgos particular del estilo de la autora.   

Son trece relatos, entonces, muy parejos en calidad, sin rebarbas, eficientes, pulidos. Uno de los narradores del libro podría señalar, con ligera ironía: “justo tenían que ser trece…” También podría decirse que la certeza del título, transmitida por teléfono en el relato del mismo nombre, no es gran cosa. Una vez o incluso dos veces al día son las once en París, Pero dentro de las grandes sinsabores de nuestra vida mundana, ese dato, real, irrefutable, nos sirve para darnos cuenta de que nuestro laberinto neurótico puede ser detenido y conjurado, al menos, durante un instante. En esa alegría mínima, en esa verdad acotada, pero deseada y gratificante, se cifra el magnetismo y el talento rotundo de Mauas como narradora.///PACO