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Psicopatología del narcisismo digital

La dinámica narcisista de cualquier red social prueba que la idea central del filósofo Boris Groys (Berlín, 1947) en Devenir obra de arte es tan simple como verdadera: “Los artistas se autodiseñan, se autoenmarcan, utilizan sus cuerpos y sus vidas como readymades. Esta autoestetización, que comenzó durante el Romanticismo, se ha vuelto omnipresente”. En efecto, la “omnipresencia del autodiseño”, como Groys llama al afán colectivo por cerrar mediante la construcción de una imagen de uno mismo la brecha entre lo que uno es, cree que es o siente que es, y la percepción pública de lo que somos, se ha consagrado como el motor primero de una cultura que no busca necesariamente la belleza (como en su momento los artistas), sino el posicionamiento (bajo la aceptación, la inclusión o el reconocimiento).

Ante este escenario, el trabajo sobre la imagen, su efecto directo en la vida pública y el deseo narcisista que perpetúa la marcha permanente del proceso de “autodiseño” componen un tridente que, según Groys, podría compararse con la elaboración de lo que antes era llamado “alma”. Es decir, un “Yo deseante” a la exacta medida de nuestros anhelos, dispuesto a devolvernos únicamente lo que queremos. El problema es que a la sociedad ya no le interesa el alma, sino la imagen pública. O, en palabras de Groys, “la actitud ética ha sido sustituida por una actitud estética”. Este es el motivo por el cual el deseo narcisista, entendido como el deseo por controlar la propia imagen social externa tanto física como mental, se vuelve clave para pensar bajo qué parámetros ideológicos deben imaginar su existencia, su identidad y su estatus quienes aspiran a vivir a la exacta altura de las expectativas de la época.

Boris Groys

La fuerza del deseo narcisista no debe ser tomada a la ligera, y hoy es tan grande que, como prueban otra vez las redes, ni las tremebundas advertencias de los especialistas convencidos de que la Inteligencia Artificial del ChatGPT podría “hacernos perder el control de nuestra civilización”, como asegura la carta firmada por los propietarios de Silicon Valley en marzo, disuadieron a los miles de usuarios que, en las últimas semanas y contra el fantasma siniestro del apocalipsis, le entregaron de manera voluntaria y gratuita sus datos biométricos al ChatGPT a cambio de otra selfie (de estilo ciberpunk) con la cual recolectar nuevos “corazoncitos” y “Me gusta” en Twitter, Instagram y Facebook.

Sin embargo, la discusión de fondo alrededor del ansia narcisista y la reducción de la subjetividad humana a una imagen es si “lo real”, como Groys llama a aquello verdadero que escaparía de cualquier “autodiseño”, ha desaparecido definitivamente detrás de las superficies diseñadas o no. Sin duda, la imagen física, moral e incluso intelectual de cada uno puede modelarse y colocarse como cualquier otro producto mercantilizado en una góndola disponible a la mirada y el consumo de los demás. ¿Pero puede esa imagen “autodiseñada” para encantar serlo todo? ¿Hay algún intersticio para las verdades que ninguna imagen puede esconder? En medio de este debate, afirma Groys, “estamos condenados a ser nuestros propios diseñadores”. Pero, ¿acaso hay otras aristas que ayuden a comprender mejor lo que se juega en estas preguntas?

Peter Sloterdijk

El pensador alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) también considera que estos “combates ideológicos de la Modernidad”, como los llama en El desprecio de las masas, no son más que una disputa entre los que ofenden y los que adulan en el contexto de “un régimen afectivo en el que se desarrolla un narcisismo de masas”. Para entender qué significa esta escala superior del narcisismo, Sloterdijk sostiene que las masas (denominadas “los usuarios” en el ámbito actual de internet) requieren la “glorificación, idealización y sobreestimación” de su propia participación en la realidad, aún si eso implica desatender sus reales atributos en favor de un “embotamiento general”. Lo que define a nuestra sociedad, entonces, no es el habitual narcisismo jerarquizado entre quienes son reconocidos y quienes aspiran al reconocimiento, sino un narcisismo masificado en sentido horizontal, en el que reconocidos y reconocedores intercambian sus roles a cada instante para la gratificación continua de todos. Surgirá así la primera gran discrepancia entre los dos filósofos, dado que lo que Groys insiste en llamar “autodiseño”, Sloterdijk, simplemente, lo llama “autoengaño”.

Lo cierto es que la pregunta acerca de qué significa vivir bajo la idolatría de uno mismo podría resultar más delicada que el mero análisis de los nuevos hábitos digitales. De lo que se trata, por lo tanto, es de comprender el deseo narcisista para adentrarse en qué, cómo y dónde se expresa hoy la voluntad de multitudes que, quizás sin objetivos demasiado claros ni efectos tan concretos, todavía reclaman derechos, toman la palabra y emanan un poder sin otro espacio de reunión que las plataformas online. Por supuesto, la naturaleza política de estos problemas y de sus consecuencias es innegable, pero mientras la discusión define sus prioridades y aumenta su relevancia intelectual, las palabras de Sloterdijk iluminan con precisión la ironía profunda del narcisismo contemporáneo: “A pesar de que todos estos millones nunca se agrupen de un modo intenso en la masa e, incluso, de que cada individuo permanezca inmerso en el sentimiento de su unicidad y de su distancia con todos los demás, en todos ellos se ponen más de manifiesto los rasgos generales que los individuales”///////PACO