Hay cosas como la historieta o la tele que nacen de la ansiedad de escribir y ganar un peso. Primero fue con la historieta y luego con la tele. Y cuando me dicen por primera vez “se filma”, también me llaman para pagarme. Yo no lo podía creer. Y era guita… No recuerdo cuánto. Pero era guita. Con la historieta ya venía trabajando. Ahora con la tele fue: “Bueno, vamos a ver qué onda.” Y no me acuerdo cómo conocí unos pibes que estaban haciendo un programa en Canal 13 con García Satur y Florencia Peña, que en ese momento era una nena. Y les iba bien y me sumaron para tirar ideas. Así que trabajé con ellos. Esa fue mi primera aproximación. Así que ya había visto un guión de tele. Pero Ledo era otra cosa. Ledo estaba loco. Y laburaba de esa manera. Mirá, yo le dejo el guión de Malvinas a Ledo y volví a mi casa y, como te contaba, a las dos horas, no, antes, a la hora y media ya me había llamado para decirme que se filmaba. Él miraba el guión, lo hojeaba, lo pasaba y decía: “Sí, esto va, se filma.” Y arrancaba. O decía: “No, no va” y pasábamos a otra cosa. Y acertaba. Él había sido guionista, tenía experiencia. No era un director de cámara. Era escritor, había dirigido teatro, conocía gente del ambiente. Y había escrito mucho para televisión también. ¿Si se conserva algo de todo eso? Creo que no… En Canal 13, en Volver, quizás… Me acuerdo que él había sido guionista de Los miedos y nosotros, o Nosotros y los miedos, algo de principios de los años 80. Y fue famoso, uno de esos unitarios que quedan en la memoria. Y cuando se puso a dirigir hizo el primer gran protagónico de Francella, que era una novela donde él era carnicero, se llamaba De carne somos

Sin condena era una especie de club de marginales. Si era necesario, Ledo te conseguía una estrella. Al tipo lo quieren mucho, muchos empezaron con él. Pero él no necesitaba nada para hacer televisión. Necesitaba gente, si era famosa, mejor, sino, adelante. Y todo era muy rotativo. Tanto los guionistas como los actores iban rotando, pero había un núcleo más duro, al que yo pude entrar durante un tiempo. Pensá que cuando yo llego él ya había hecho la primera temporada del programa. Así que entro a escribir la segunda temporada. Y había un núcleo de gente que estaba siempre. Uno era Luis Luque, Pipo Luque, que estaba en un momento heavy de su vida. Pipo, del “elenco estable”, por decir de una manera, era el más conocido. Los demás, no. 

El primer año Ledo agarraba casos policiales y los filmaba. Ese fue el primer año de Sin condena. Agarraba el caso Giubileo, por ejemplo, y lo hacía para tele. Y el segundo año, se fue ampliando y se hizo más bizarro y ahí metimos Malvinas. Y también recuerdo cosas más pequeñas. Hizo Barreda con Norman Briski, sí, pero hacíamos cosas más laterales. Me acuerdo que a mí me tocó escribir un caso de una mina a la que habían echado de un colegio o de una universidad porque era lesbiana. Nosotros tomábamos el caso y lo ficcionalizábamos. Y a esta profesora le puse que vivía con un gay con el que compartía el departamento, que era profesor de matemática, y a ese gay lo hacía Pipo Luque. Pero eso no era un caso policial, era un caso social.

A Ledo mucha gente le mandaba material. Pero al final terminaba trabajando con las cuatro o cinco personas que los rodeaban. Y yo lo veía el programa cuando lo emitían, claro. Y llegué a grabar en VHS algunos capítulos, que luego prolijamente dejé en la casa de alguna amiga o amigo y perdí para siempre.

Con el famoso programa del Che no tuve nada que ver. Era como una bio del Che y lo lookearon a Gerardo Romano que parecía de El planeta de los simios. La reconstrucción histórica no estaba mal… pero, bueno, no tenían un gran presupuesto. El actor que hizo de Fidel estaba bien. Se mandaba un discurso de cuatro, cinco minutos, que en tele es muchísimo… Pero Ledo necesitaba algo más y pidió ese maquillaje. ¡Era el toque bizarro que faltaba! Ahora, él generaba una cosa de locura, de equipo de samuráis, que hacían lo que les pidieran. La grabación de Malvinas los tuvo dos noches sin dormir y nadie se quejó. Había que filmar y se filmaba. Hacer un unitario en un departamento y en un bar es una cosa, pero meter un escenario de guerra en cuatro días ya es otra cosa. Yo fui más de una vez a grabar a una villa y Ledo quería hacer corridas por los pasillos y de golpe un camarógrafo se trepaba a una casilla y le gritaba: “¡de acá, Rodolfo, de acá lo agarro bien!” Y el tipo estaba subido a dos maderas casi en el aire. Ledo generaba eso. 

Es mentira que todo está en Internet. Hay cosas que no están en Internet. Yo busqué durante años, durante décadas te diré. En el 98… No, en el 99. Pará. Ya me acordé. En el 99, Yankelevitch lo llama a Ledo. Yankelevitch en ese momento manejaba Telefe, el marido de Cris morena, y le encarga a Ledo que haga la novela del año. “Pedí lo que quieras” le dice. Entonces Ledo le pide a Diego Ramos, a Natalia Oreiro, a Sbaraglia, estaba Norman Briski, un elenco enorme, gente conocida. ¿Y cómo se llama la serie? Casablanca. ¿Por qué? Era el nombre del restaurante donde pasaba todo. Bueno. Nos ponemos a armar la historia y me llaman a mí y me ponen a trabajar con el hermano mellizo de él, que no es pelado. Ledo es un tipo muy delgado, pelado, blanco, y el hermano mellizo es muy moreno, con pelo. Juntos empezamos  armar la historia que pasaba en un restaurante manejado por Norman. Ledo nos dice que Natalia venía del interior, a trabajar como mesera, y Sbaraglia era el cocinero. Y Ledo nos decía “ustedes acomoden eso, pero igual nos vamos a ir reuniendo, y yo les voy tirando la historia.” Así que empezamos a escribir, y él empezó a grabar. Estaba Marcelo Mazzarello también… Estaba Claribel Medina. Se habían grabado dos, tres, cuatro, llegamos a grabar siete capítulos. Con Ledo es todo rápido, a los pedos. Ocho capítulos. Y Ledo ya venía y decía cosas raras: “Che, me parece que Norman se tiene que casar con Natalia.” Y nosotros medio que no lo entendíamos. Y él: “denle para adelante, él se lo propone y ella duda porque lo quiere a Sbaraglia, pero al final dice que sí. Ustedes háganlo.” Paralelamente, en las subhistorias que había, por ejemplo, Mazzarelo con Claribel Medina, habían empezado a exagerar con la improvisación. Y ledo en eso es claro. Lo suyo lo hace. Y te pregunta: “¿Qué querés hacer? Bueno, no tengo tiempo de pensarlo. Hacelo.” Y las subhistorias empezaron a ser cada vez más absurdas y la novela se empezó a ir al carajo de a poco. Habíamos sumado dieciseis capítulos, dieciocho… Y no se emitía. Pero todos seguíamos. Se llegaron a grabar veintidós capítulos. Pero antes de eso ya se había ido todo a la mierda. En un momento Mazzarelo mata a un personaje, no recuerdo cuál, y hacen empanadas con el cadáver. En ese momento, el hermano de Ledo, que era uno de los principales guionistas, no se hablaba más con Ledo. Cada vez que lo veía decía: “No se puede así, esto es una barbaridad.” Y yo soy más de “bueno, hagámoslo, qué sé yo.” Aparte estaba Telefe atrás, Yankelevitch, Natalia Oreiro, no era algo subversivo, teatro del absurdo, era para horario central… Así que empecé a hacer de intermediario entre los hermanos mellizos. Al final lo escribimos el capítulo de las empanadas. No me acuerdo a quién se comían. Un fin de semana, yo estoy en casa, suena el teléfono. ¿Dónde está Rodolfo? ¡Y yo qué sé! Me llama el hermano. ¿Dónde está Rodolfo? De la producción. Nadie sabía. El lunes vamos a los estudios que eran por zona norte y todos preguntaban lo mismo. Claro, le preguntaban al hermano mellizo. ¿Dónde está Rodolfo? Y a mí no me creían. Me decían: “Vos lo cubrís a él y él lo cubre al hermano.” Pero nosotros no sabíamos nada. Ahí nos enteramos que Ledo hacía cuatro días que no contestaba el teléfono. Lo fueron a buscar a General Rodríguez, porque él tenía una casa ahí. No estaba. Pasan un día o dos. Volvemos al estudio, nos encontramos con los actores, sin saber qué hacer, y en un momento sale una de las mujeres de la producción y nos dice que nos tenemos que ir ya mismo a Telefe que nos está esperando Yankelevitch. Llegamos y lo encontramos a Yankelevitch transpirando. Y el hermano mellizo de Ledo le dice: “Mirá, Gustavo, disculpame pero yo no sé nada.” Yankelevitch hace un silencio, toma aire y pregunta en qué está la cosa. Le informan de producción, con mucha diligencia, que hay veintidós capítulos filmados y que está el veintitrés escrito. Se hace otro silencio. Y Yankelevitch dice: “Bien, esto hay que emitirlo ya, porque se invirtió mucho y si no aparece Ledo no importa…” Y ahí yo comprendí que nunca había visto ni leído nada. Yankelevitch no tenía idea. Le tenía una confianza ciega a Ledo ¡y no sabía nada! Natalia Oreiro era la novia que todas las madres querían para sus hijos… Pero este programa era otra cosa. Yankelevitch nos manda a todos a trabajar, que no se pare, se busca otro director… Ahí lo miro al hermano de Ledo y él me mira con cara de “sí, esto se fue a la mierda.” Salimos y yo pensaba “en cuanto el editor cuente un poco, nos echan a todos.” A los dos días no había más nada. No había serie. Ni guiones. Ni actores. A Oreiro la tenían contratada y le inventaron otra novela por otro lado. Y Ledo apareció como seis o siete meses después en el sur, en la cordillera. Eso fue en agosto del 99, una cosa así, y se le ocurrió hacer una novela en la Patagonia y me pidió que fuera a trabajar con él. Y obvio fui y grabamos en El Bolsón una telenovela que se llamó Margaritas y salió ese verano en América. Casablanca jamás se emitió. 

Yo iba mucho a las grabaciones de Ledo porque era muy divertido. Ledo era una máquina de trabajar. Trabajaba todo el tiempo. Por ejemplo, si tenía que filmar en un bar, armaba las escenas seguidas, aunque luego no fueran seguidas en la edición. Y armaba todo un sistema de postas con los camarógrafos y con los actores. Era como un reloj. Y armaba esa logística y en un momento cuando estaba todo listo gritaba: “¡Acción!” Y salía. Y en diez minutos grababa seis escenas así como venía. Eso generaba una energía muy grande. A veces los resultados eran bizarros, cosa que a Ledo no le desagradaba, a veces no terminaba de funcionar. Pero conceptualmente y para la lógica de la tele era maravilloso.

En el 95 escribí algo que no se hizo. En ese momento se conocía muy poco la historia del capitán Erich Priebke, que estaba en Bariloche. No sé cómo me llegó la primera noticia. Y me puse a leer, a buscar información. ¡El tipo nunca se había cambiado el nombre! De hecho, hay una película sobre la masacre de la Fosas Ardeatinas con Marcello Mastroianni y aparece un personaje que es él, obviamente. Y siempre eso me pareció raro. Que hubiera una nazi no me parecía raro, pero que no se hubiese cambiado ni siquiera el nombre… A la Argentina vinieron a llevarse de los pelos a Eichmann, pero Erich Priebke estaba ahí, en Bariloche. Después me empiezo a enterar de que no era solo un capitán. Priebke hablaba muy bien italiano y le hizo un par de veces de traductor, de intérprete, a Hitler cuando se encontraba con Mussolini. Algo habrá escuchado en esas conversaciones, ¿no? Así que con un colega empezamos a armar un guión. Pero no podíamos decir nada. No podíamos decir: “el tipo está acá y no cambió el nombre porque…” Eso seguro lo sabe el Mossad, o la CIA, yo eso no lo sabía. Entonces hicimos un guión sugerente. Lo tomábamos con su familia durante treinta años. Cuando llegaba a la Argentina, cómo elegía Bariloche, cómo formaba su familia, cómo iba envejeciendo, los miedos que tenía, que jugaba al ajedrez… Y en ese momento no había ninguna denuncia contra él. Nada. Como en el 2000 se lo llevaron recién a Roma. Así que el guión era algo sugerido, pero había quedado bien. Y yo estaba muy contento. Cuando lo ve a Ledo para Sin condena al toque me dice que sí. Casi que no lo leyó. Me pagaron. Cobré todo. Pasó una semana. Pasaron dos semanas. Pasó un mes, dos meses. Tres meses. Un día le digo a Ledo: “Che, Rodolfo, ¿y lo de Priebke?” Y él me responde como era él: “No sé, no sé, vamos a ver, vamos a ver.” No era un tipo comunicativo. No te sentabas a charlar. Y nunca se grabó. Supongo que alguien dijo: “che, esto mejor no.” Pero nunca supe quién fue. Y cuatro años después se lo llevaron a Priebke y lo enjuiciaron. Murió de noventa y pico de años. Una historia rara.

Ledo tenía una oficina muy chiquita en el canal. Y vos lo ibas a ver. En su último año, que fue el 98, durante unos meses, Romay lo puso a manejar el canal. Y Ledo ya tenía quince programas listos. Pero no sé qué pasó, andá a saber. Igual esa etapa fue muy divertida. Yo le llevaba los guiones a Ledo, o directamente llamaba a los actores y se los proponía. Y siempre fue difícil en la tele hacer algo. Hay camarillas muy viejas, de muchos años, muy cerradas. Y yo siempre fui un outsider de todo eso. Aunque hice varias telenovelas más allá de Ledo y el viejo Canal 9. No sé si podría haber sido dialoguista, o formar parte de grupos de guionistas muy grandes, eso no sé. Hoy seguro que no. Siempre hice la idea general y siempre la escribí yo, y la verdad es que me divertía.////PACO

Continúa en Parte 3

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