Néstor Barron es un escritor argentino pero, al mismo tiempo, es mucho más que eso. Publicó libros de poemas como Eromancia, Canciones irlandesas y Ética del soldado y novelas como Váyanse todos a la mierda, dijo Clint Eastwood y Jazz, o La gran novela psicótica argentina. Sin embargo, su obra es más amplia, subterránea y diversa. Su paso por la música, la televisión, la poesía y la historieta dejó marcas que a veces no son del todo conocidas, pero sí fácilmente reconocibles con una segunda mirada. En la actualidad, es editor de la revista de historietas Revolver que sale en papel. Le hice dos entrevistas largas en el 2018. La primera en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur y la segunda en el bar The Oldest de Caballito. Barron tiene una facilidad increíble para contar anécdotas y para narrar partes de su vida o de vidas ajenas. Lo que publicamos en estas cuatro entregas es apenas una parte de todo lo que hablamos. El 29 de enero, Barron cumple cincuenta y nueve años. Desde Revista Paco, este es nuestro pequeño homenaje, sabiendo que todavía falta mucho por vivir, escribir y contar. Feliz cumpleaños, Néstor.

Mi nombre es Néstor Barron. Soy escritor, a veces músico. Soy del 61. Pero hice la colimba más tarde. Así que, aunque yo ya era civil, se decía que nos podían llegar a llamar para Malvinas. Si se extendía la guerra… Pero era una locura. Yo me escapaba todo el tiempo de la colimba. No sabía lo que era una arma, disparar, nada. No había agarrado un arma nunca. Al final, en la segunda mitad del 81, me mandaron a hacer guardia a un lugar de comunicaciones que decían era secreto. Había que hacer guardia, bancarse toda la noche con el operador que quedaba de turno y nada más. Éramos tres soldaditos, uno de ellos era Fernando Lupano, el bajista que después tocó con Charly, y el otro no me acuerdo. Hacíamos eso. Hacíamos mate todo el día y después a las siete, ocho de la noche, se iban todos y quedaba el operador de guardia. Y uno de nosotros se quedaba ahí. Se quedaba ahí parado mientras los militares hacían sus historias, no sé. Nunca tuve la menor idea. Y un día cayó gente de ATC, en ese momento era ATC, y agarraron e hicieron el programa de Carozo y Narizota desde ahí. Así que muy secreto no era. Salió todo por la tele. Si eras un espía ruso, por decir algo, mirabas ese programa y veías atrás todos los mapas. Qué delirio.

Cuando yo era chico, las Malvinas eran algo sin muchas vueltas. Te comprabas el mapa Rivadavia y estaban las Malvinas ahí. No había mucha vuelta. No se hablaba. El país era eso y punto. Tampoco se explicaba mucho qué pasaba. Después, de más grande, te enterabas que había ingleses ahí. En la primaria y la secundaria no se hablaba demasiado del conflicto. En historia argentina, un día fueron las invasiones inglesas, otra vez se quedaron en las Malvinas. En mi experiencia, todo fue como pasado por arriba siempre. Tenía esta ambigüedad: son nuestras pero sin saber bien de qué se trataba. Esto me quedó de la escuela sobre Malvinas. Hasta que llegó la guerra.

Cuando empieza la guerra, yo ya había cumplido con la colimba y estaba trabajando en una librería. En Belgrano, Cabildo y Sucre, ya no existe más, y ahí me enteré del desembarco y todo esto. Y a mí, como a tanta gente, la boca se me cayó al piso. Porque no teníamos ni idea de que existía ese plan. En general, la gente preguntaba qué pasó. Y también recuerdo algo que es conocido. Una semana antes se había hecho la primera movilización medianamente grande en contra de la dictadura. A la semana siguiente hubo otra movilización y salía Galtieri a hacerse el Perón, con sus manos en alto, y no era que una semana fue una gente y la semana siguiente otra, mucha gente era la misma. Eso siempre me generó una sensación extraña, entendible pero extraña. No recuerdo exactamente cuánto pero debe haber pasado una semana o diez días entre una movilización y la otra, la trístemente célebre con Galtieri en el balcón.

Lo primero que hice con Malvinas fue un programa de televisión. Yo escribía y, como todos los escritores, empecé a hacer periodismo y a escribir notas. Buscar satélites de la escritura para no tener que manejar un taxi. Y aparte eso no lo iba a poder hacer porque no sé manejar. Quería acercarme a la escritura de manera más profesional. Escribí notas en revistas y demás. Y también guiones de historietas. Después te cuento de eso. Y pensé escribir para televisión porque parecía una salida interesante en cuanto al dinero. Primero escribí algo como ghost writer para una gente que tenía un programa de televisión y unos meses después, dije: “vamos a ver qué puedo hacer yo.” Fui a Canal 9, que estaba a cargo de Alejandro Romay, el zar de la televisión. Fui con un amigo que quería escribir. O sea, a ver, entendeme. Fuimos a Canal 9 y preguntamos por el señor Romay. El tipo de la entrada estaba totalmente desconcertado de ver dos hippies preguntando por Romay. Y ahí pasó una chica que era productora y el de la entrada la llamó, vení, vení, atendelos vos. Esta chica era productora de un programa que se llamaba Sin condena. Ese programa lo dirigía Rodolfo Ledo. Ella nos dijo que tenían mucha gente escribiendo, y que no no veía la posibilidad de que empezaramos a colaborar con ellos, salvo, atención, que tuviéramos algo que al director, o sea, a Rodolfo Ledo, le interesara mucho. Y ahí dice: “él siempre quiso hacer algo sobre Malvinas y nunca encontró un guión que le gustara.” Ahí fue cuando pensé: “ya está, entré en la televisión.” 

Yo tenía una historia que había conocido unos meses antes. Un ex-combatiente. Y quería escribir sobre eso. A ver. Antes de esto, mucho antes, me llegó el dato de que había un ex-combatiente que tenía una empresita muy chiquita que representa una firma inglesa. Lo fui a buscar. Me costó mucho convencerlo de que charlemos un poco hasta que finalmente pudimos encontrarnos, charlar y me contó su historia. Era bastante terrible, como lo fueron todas las historias, pero bueno, la parte de que termina representando a unos ingleses me gustaba. ¿Cómo llega a eso? En un momento, después de la guerra, el tipo este se metió en un barco y se fue de polizonte en un barco inglés. Desembarcó sin nada en Inglaterra. Estaba bastante alterado por el tema de la guerra. Con sus secuelas, ¿no? En el caso puntual de él tenía un tema con la adrenalina. Durante la guerra, se produce adrenalina y, eso me explicaba, el que está ahí después queda como buscando producirla todo el tiempo, como un drogadicto de sí mismo, de esa situación extrema. Él lo manejó, lo pudo manejar muchos años después, con médicos. Otros no lo manejaron y terminaron yéndose de mercenarios en otros lados. Hay casos de colimbas que se fueron a Estados Unidos, y pelearon en Irak, en la primera guerra del Golfo. Pero este cuando terminó de acomodarse, cuando terminó de volver, dijo “tengo que ir a Inglaterra.” Cuando me entrevisté me dijo: “necesitaba ver la cara de una madre que perdió un hijo en Malvinas. ¿Mirá si lo maté yo?” Así que llegó a Londres y se sorprendió que no lo deportaran. Incluso le dijeron que lo iban a contactar con ex-combatientes británicos. Y así fue. Y esos veteranos lo llevaron a ver madres que habían perdido hijos en la guerra. Para él fue una experiencia que le sirvió. No sé si de limpieza porque la guerra es una experiencia que no se limpia nunca, pero le sirvió. Y después hasta le ofrecieron un trabajo. Así que cuando lo conocí el tipo tenía una empresa de repuestos de manijas de cocina, para hornos, placares, manijas de cerámica, esas cosas. Y tenía mujer, dos hijas, estaba instalado, trabajando. Y eso, sumado a su experiencia en la guerra, era una historia maravillosa, digo, maravillosa desde el punto de vista creativo. Pasan un par de meses y hablo con esta chica, Paula De Ser, hija de un periodista conocido de esos años, José De Ser, y ella me dice eso, me dice que Ledo quería filmar Malvinas pero no tenía guión. Lo que le habían llevado no lo convencía. Y ahí le dije: “dame una semana que te traigo la historia de Malvinas.” Nos fuimos con este amigo a escribir. Me acuerdo que fue muy gracioso que antes de esa época, estaba el sketch de Olmedo, el de Álvarez y Borges que siempre terminaba con una chica que decía: “Álvarez, lo han llamado de Canal 9.” Bueno, me acuerdo que ese día fue un lunes. Voy al canal. Me presento. Baja esta chica, le doy el guión, le doy mi teléfono. Le digo: “ojalá Rodolfo pueda leerlo.” Vuelvo a casa y mi hija, que era chiquita, me dijo “papá, te llamaron de Canal 9.” Y yo me pensé: “Soy Álvarez.” Y ahí hablo con Ledo, que me dice: “el guión está bien, la semana que viene lo rodamos.” Y así fue. Mi primer laburo sobre Malvinas fue ese, un guión para Sin condena. Ledo reconstruyó Malvinas en General Rodríguez. ¿Y cómo salió? No era imposible de ver. No era, desde ya, una producción yanqui. Básicamente hicimos la historia de este veterano que te conté. Fue la primer ficción para la televisión argentina sobre la guerra.

Me acuerdo que Rodolfo me llamó un día y me dijo: “escuchame, hay un tema acá, yo voy a grabar el guión tal cual está. Todo bien. Pero tenemos que entrevistar al personaje que te dio el testimonio. Si no, muchos no van a creer esto…” Me costó. Me costó convencerlo. Creo que fue lo más difícil que hice en mi vida. Pero lo convencí. Así que fueron un día y lo grabaron y pusieron fragmentos. Y era interesante porque no sabías, al verlo, si era un actor o no era un actor. Eso estaba muy bien, era muy potente. Habían pasado trece años pero no se había hecho nunca nada en la tele sobre Malvinas. Creo que había aparecido algún personaje en alguna tira, pero al pasar. No se había hecho una ficción completa. El programa de Ledo duraba una hora y media, una pequeña película, en extensión, no en producción, claro. Esto se hizo en el 95. Algo hay en YouTube, no sé si está el programa entero. No había una política de guardar. 

Sería interesante tener ese material. Era Malvinas en General Rodríguez. Había muchas escenas de noche. Pero insisto, para ser Canal 9, en la década del 90, estaba bien. El ciclo ahora es medio de culto. Hicieron cosas muy extrañas, algunas bizarras, otras que estaban muy bien. Hacer algo sobre Malvinas, lo que fuera, me parece un gran gesto. Y Rodolfo Ledo era también muy bizarro. Un tipo con un talento enorme, con una capacidad creativa y de trabajo gigantesca y también un poco… En el ambiente de la tele se decía: “Ledo está medio loco.” No, qué medio, estaba clínicamente loco. No era “un loquito.” Estaba loco. Y aparte era un genio.///PACO 

Continúa en Parte 2

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