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Por Natalia Gauna

En el shopping. Una amiga me dice que necesita comprarse un rímel para las pestañas. Nos acercamos a uno de esos mini locales que se encuentran en la planta baja en los que no encontrás lo que buscas pero en los que algo siempre te van a vender. En un mostrador de plástico transparente que simula ser un vidrio están acomodados todos los rímeles de una marca en especial. La clasificación resulta básica: primero por color, después por tamaño y por último, por precio. Una vendedora que no supera los 20 años se acerca, es petiza, apenas sobrepasa el alto del mostrador. De hecho, está en puntas de pie. Apoya la pera en la frente de la modelo que posa en un cartón duro. “¿Qué rímel me recomendas?”, dice mi amiga. “¿Qué pestañas querés tener?”, responde la petiza. Miro a mi amiga que observa detenidamente el mostrador, casi sin moverse, miro a la petiza que ni se inmuta y observa a mi amiga esperando su respuesta. “No sé. No quiero que sea a prueba de agua” contesta finalmente. “No te preocupes, todos los tenés en versión lavable”, le dice con obviedad la petiza.

Mi amiga agarra uno, lo abre y lo observa. Hago lo mismo y agarro otro. Lo abro, miro como los pelitos del pincel salen uno a uno embadurnados de esa pasta negra. Me mancho un dedo pero no digo nada. Disimulo y me froto el dedo manchado con otro limpio y ahora son dos los dedos sucios. “¿Este que efecto tiene?”, pregunta mi amiga. La petiza sabe de memoria los efectos de cada uno de los maquillajes y nos lo quiere demostrar. “Bueno, este de acá, tiene efecto mojado. Da la sensación de las pestañas ehhh… mojadas. Después tenés este que es extra volumen. Abrilo si querés. Vas a ver que es distinto el pincel. Este otro, te las deja arqueadas”. “Si pero yo ya las tengo bastante arqueadas”, interrumpe mi amiga. La petiza retoma su monólogo y dice. “Si bueno, si no las queres tan arqueadas podes llevar este que te da más volumen pero ojo porque lo que tiene, es que te junta las pestañas como de a grupitos, te quedan como tres o cuatro juntas. Sino este, le da volumen pero te las separa bien porque no es tan pastoso. O…”. “Ah, no, no. Que no me queden todas juntas”, dice mi amiga. Asiento con la cabeza. “También tenes este que es mirada de felino”, concluye la petiza. Inmediatamente, miro ese pincel. Me produce una atracción inimaginada. La petiza lo abre en cámara lenta, los pelitos del pincel salen poco a poco, uno a uno empapados en una pasta negra, suave como chocolate. Termina de salir y salpica un poco. Ella no lo nota, yo veo las gotitas en su mano y atino a limpiárselas pero me abstengo de hacerlo. Mi amiga sostiene la mirada en el pincel sin notar que una gota cayó en su dedo índice. “Este cuanto sale”, pregunta mi amiga. “Ciento veinte pesos”. Abrimos los ojos grandes y en voz baja ambas decimos que no. “Llevo este”. Mi amiga rápidamente agarra el del efecto extra volumen que es un poco más barato. Mientras la petiza ensobra el rímel y mi amiga saca la billetera para pagar, yo sólo pienso en el rímel que llevo puesto, es el más barato que encontré en la perfumería. Ya está todo pegoteado, varias veces se me cayó y lo pegué con cinta adhesiva. Concluyo que mis pestañas son largas pero están descuidadas. Me imagino frente al espejo de mi baño, envuelta en una bata blanca de satén, ya perfumada pero todavía desnuda, mientras me pongo el rímel de mirada de felino.///PACO