Ayer, 8 de diciembre, día de la Virgen, finalmente Metallica tocó en la Antártida. El proyecto estaba bien pensado. Coca-Cola Zero ponía los medios y el grupo se daba el gusto. La campaña por Twitter resultó vaporosa y rindió en un plano comercial. Un montón de fans  –yo entre ellos– prometiendo sin imaginación, diciendo que darían todo por hacer el viaje, implorando como niños que los llevaran a ver sus ídolos. ¿Vale quejarse? ¿Habría sido mejor el grupo solo con sus plomos y el equipo técnico tocando para el fin del mundo? En el video de “I dissapear” ya se habían medido con los elementos y habían logrado, digamos, sacarle un empate a la naturaleza. Voy a ser egoísta. Ayer mientras miraba la transmisión on line y mi nivel de envidia en sangre subía a niveles idiotizantes, algunas ligeras imágenes retorcidas empezaron a cruzar por mi cabeza. Hay que decir que la banda de sonido y el escenario ayudaban. Infectado por el cinismo agresivo de Twitter, entonces, de golpe nada me alcanzó. Pedí –siempre sin moverme de mi computadora– que Hetfield le comiera la cabeza a un pingüino empetrolado. Pedí que cayera Felix Baumgartner del cielo con una bomba. Pedí que se hiciera una asado caníbal con la carne de los fans. Me reí del gorrito de Pitufo de Lars. Señalé que se trataba del peor público. Sin pogo ni fugitivos de Greenpeace. Sugerí que una piadosa avalancha debía tapar a Kirk Hammet y exigí que Papa Noel cayera con un trineo atómico y les bombardeara el domo (licencia poética mediante, porque como ya sabemos Papa Noel vive en el otro polo). Después de todo eso, reclamé la muerte del CM de @CocaColaZeroAr y tildé a los fans de maricones por no haber llevado armas. Nicolás Saraintaris estuvo más sutil y preguntó por los glitches en el tejido espacio-temporal. Bien ahí.

Metallica 

Entonces comprendí que Metallica no tocaba en la Antártida. Sí habían tocado en Springfield, en la caja de una F100 manejada por Juan Topo, pero eso que ahora nos vendía Coca-Cola se había filmado en otro lado, en Canadá tal vez, para que los músicos pudieran volver esa misma noche al Sheraton de Toronto. ¿Dónde estaban los nazis exiliados si no? ¿Y dónde estaban los dinosaurios carnívoros que dejaban atrás su hibernación y despertaban conmovidos por las vibraciones del metal? ¿Y dónde estaban los mamuts? ¿Dónde están los putos mamuts, Lars? Puse en Twitter: “El hombre no llegó a la Luna. Metallica no tocó en la Antártida. Pero we want to belive.” Ese era mi estado espiritual.

Perderse un recital, querer ir, dudar, no sacar la entrada, preferir hacer otra cosa, y después comprender que se te escapó algo bueno, algo que hubieras disfrutado, es terrible. Nos pasó a todos. Pero este no era el caso, acá no había forma de estar. O incluso podríamos decir que era el caso amplificado, era una fecha gloriosa que sí o sí te ibas a perder. Así que quise que se quebraran los hielos, se abriera la tierra y que Metallica se fuera sonando al infierno. En ese momento para que yo me reconciliara con el grupo, Hetfield tenía que sacar un FAL y empezar a luchar contra platos voladores nazis arriba de una morsa gigante. Menos era una farsa. Producto de mi despecho comencé a imaginar la irrupción de la Expedición Armada Justicia Por Napster al frente de la cuál vendría Dave Mustaine cabalgando un oso polar blindado. También fantaseé con la aparición de Cliff Burton, todo barbudo, vestido con pieles, armado con arco y flecha, listo para matar o morir, y diciendo que regresaba «a reclamar lo que era suyo.”

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El concierto no fue en vivo, sino en un discreto diferido de algunas horas, lo cual tentó a la producción de hacer una edición más pro y le sacó la rusticidad que merecía. Pero todos los artilugio no lograban borrar la sensación de revancha contra el obcecado Lars que tuvo que aceptar que no se cobrara por el streaming. Te consumimos gratis, Ulrich. Tu excentricidad nos necesita, baterista. A futuro vas a tener que arreglar tu mente ferretera con los sponsors y dejarnos copiar y piratear tu música porque ya no vivís en el siglo XX. Así las cosas, ¿viajaron para concientizarnos sobre el valor ecológico del continente blanco? No, viajaron porque les gusta el quilombo y los desafíos. Y también viajaron porque podían viajar. (Véase el retruécano popular de por qué el pero se lame las bolas. Y espérese el comentario irónico de los Simpsons sobre este hecho trascendental de la historia del rock.)

¿El concierto debería haber terminado con los fans saqueando Base Marambio? Cuando empezó el riff de “Enter sandman” los zombies podrían haber salido del agua helada. El cierre llegó con “Seek and destroy” y por un momento vi recortada en el horizonte una patrulla de soldados soviéticos perdidos que volvían para hacer justicia. (En ese momento, en algún lugar de Palermo, Daniel Molina escribió “Todo es hermoso” en Twitter y no pude más que sonreí en la calidez de la noche estival de domingo.)

Así las cosas, pese a Hammet que no está tocando bien, pese a que a Trujillo no lo dejan o no se anima a pelar, pese a que Lars Ulrich es un botón, Metálica con Hetfield como voz, soporte psicológico y frontman sigue sonando y sigue siendo la banda de las autopistas y las rutas de nuestra existencia. (James, adoptame, seré leal, seré tu esclavo, te llevo los equipos cuando tengas 240 años y tu cabeza en un frasco cante en la luna.) Bueno. Metallica tocó en la Antártida. Todo lo demás es historia. Respeto. Eso sí, la próxima armen un escenario y vendan las entradas por Ticketek así vamos con @trjorksen en nuestra propia lancha artillada. ///PACO