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Lo que muere con Logan

 

Una de las lecturas más interesantes del problema de la vejez ‒término elegante para definir el trance vital inmediato hacia la muerte‒ se organiza alrededor de la masculinidad. Entre los escritores que le dedicaron centenares de páginas a esa cuestión hay muchos ‒ganadores del Nobel como John Maxwell Coetzee, satiristas inmortales como John Updike, intelectuales refinados como Saul Bellow, ironistas locales como Adolfo Bioy Casares, melancólicos patriarcales como Philip Roth‒, aunque tal vez es el británico Martin Amis quien mejor sintetizó la clave del asunto cuando escribió que “la guerra contra el espejo es una que se pierde todos los días”. En síntesis, los terrores que el tiempo le infringe a los cuerpos son inevitables, y el único verdadero memento mori al que aludían los poetas clásicos es el que surge cuando, superada la famosa “mediana edad”, un hombre comienza a ser invisible ya no solo a la mirada femenina, como escribe Michel Houellebecq, sino a la mirada juvenil. La moda, los consumos, incluso las palabras en la calle: todo conspira para informar, de manera unívoca, que la flecha del tiempo avanza y que su desenlace no es agradable. Pero es ahí cuando, concentrada en la masculinidad, la pregunta sobre la vejez tiene la posibilidad de oxigenarse con un aire cultural más intenso y relevante. Y ahí es también cuando la literatura recobra un estímulo capaz de salvarla del registro gris del lamento (para quienes conozcan la obra más reciente de Philip Roth, la “acusación” de que todo se trata siempre de un viejo tratando de acostarse con chicas jóvenes llegó a definir incluso buena parte del temario de lo que, hace unos años, The New York Times definió como la esencia de los “American Great Male Novelists”). En tal caso, el conjunto de avances sociales, científicos y económicos vinculados a los intereses de lo que podría definirse (de manera apurada pero práctica) como “feminismos”, y que provocó durante los últimos cincuenta años ‒en los que se consolidó una nueva posición de los géneros‒ una textura inédita en las relaciones sociales, es también un conjunto de particularidades capaces de provocar inquietudes narrativas nuevas.


Exhausto por la carga siniestra de sus errores, no es solo el nombre sino la propia función heroica la que Logan resulta obligado a ceder a una mujer.

El aparente “agotamiento” de la masculinidad que se ocupan de retratar autores tan diversos como los mencionados no podría entenderse, en ese sentido, sin el contrapeso inevitable de una realidad común que los rodea a todos más allá de las diferencias geográficas: hay una nueva posición de la mujer en el mundo y la fuerza de los cambios asociados a esa nueva posición no puede ser ignorada. La verdadera pregunta literaria, por lo tanto, es de qué manera el impacto de los nuevos tiempos es capaz de alterar la imaginación que le da forma a la identidad masculina, y por qué el avance indetenible de las mujeres sobre áreas tan delicadas como la sexualidad y el mercado ‒cuyo dominio simbólico relacionado directamente a la noción de poder solía reservarse a la fuerza viril‒ se transforma en novelas que antes que “alegrarse” por el presente se “lamentan” por el pasado (con su habitual agudeza, la polemista Fran Lebowitz resolvió ese detalle con una pregunta básica: si los hombres han tenido el poder durante tanto tiempos, ¿por qué querrían cederlo?). Entre quienes exploraron esa respuesta, El profesor del deseo, publicada en 1977 por Philip Roth, es todavía una novela paradigmática. Inspirada en un personaje cuya “herencia erótica” ha quedado disuelta por las nuevas costumbres que vinculan a hombres y mujeres, el viejo profesor David Kepesh atraviesa con amantes, matrimonios y frustraciones múltiples un momento álgido del siglo para llegar hasta la novela El animal moribundo, publicada en 2002, donde empieza a descubrir de qué manera, al menos en la vida interior de los campus universitarios, lo que había surgido con la fuerza de las reivindicaciones de libertad ‒incluso entre alumnas y profesores‒ empieza a transformarse en un nuevo disciplinamiento moral de los cuerpos, ahora bajo la normativa ambigua de la corrección política.


Una vez que el “patriarcado” sea doblegado y vencido por su propia “vejez”, ¿qué va a ocupar su lugar y de qué modo podría hacerlo?

De hecho, desde eventos cardinales como la revolución sexual en los años sesenta, con la aparición de la pastilla anticonceptiva y la posibilidad inédita de planificar la reproducción más allá de los azares de la vida familiar nuclear, hasta la posibilidad hoy latente de la clonación dentro de los laboratorios como parámetro definitivo para una continuidad de la vida más allá del encuentro de los cuerpos, la posición masculina enfrenta dilemas existenciales distintos. Y la representación estética de esos dilemas no solo incluye lo más notable de la obra de John Maxwell Coetzee ‒con novelas reconocidas como Desgracia, punto cúlmine de todo lo que un hombre puede perder con un simple paso en falso en el nuevo mapa de los géneros: su trabajo, su libido, su legado‒ sino que ha llegado a las pantallas más populares del cine. Vista por encima de la espectacularidad de sus efectos especiales, Logan, la última película sobre el personaje de cómics Wolverine, asume desde el principio el problema de representar ese presunto trance final del “patriarcado”. Exhausto por la sombra exagerada de sus propios aciertos pero, sobre todo, por la carga siniestra de sus errores, ya casi incapaz por momentos de desplegar sus famosas garras de adamantium ‒hay una escena sutil pero capital en la que Wolverine se ayuda con una de sus manos para que las garras se eleven con la firmeza habitual‒, no es solo el nombre sino la propia función heroica la que el personaje más famoso de los X-Men resulta obligado a ceder a una mujer (nada menos que a su hija, la “nueva generación” del poder mutante). Donde la película termina, por otro lado, es donde la imaginación literaria también establece la inquietud más palpitante del presente. Una vez que el “patriarcado” sea doblegado y vencido por su propia “vejez”, ¿qué va a ocupar su lugar y de qué modo podría hacerlo?////PACO