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Vuelvo a revisar y creo que no me equivoco: la reciente lectura que Juan Terranova hace de César Aira no tiene ninguna cita de ningún libro de César Aira. Sí hay de entrevistas e intervenciones críticas en medios culturales. Y eso es porque El rebote insoportable. Variaciones sobre César Aira (Ediciones Paco, 2021) no es tanto una revisión de la obra de César Aira como sí una lectura de las lecturas que de su sistema de novelas se hicieron. O de la lectura, sin plural y sin tiempo, porque Terranova bien capta, en el centro de su ensayo, cierta forma de la extorsión con la que Aira, estratega fértil, captura las maneras en que se lo lee en un protocolo burlón, unilateralmente dirigido por él. Está muy bien que Terranova vuelva sobre ese mecanismo tramposo, que no deja de hablar de la habilidad imaginativa y técnica del escritor. Está bien que Terranova dude, sin exagerar malas voluntades (él, como Aira, tampoco es ya un joven francotirador, y avanza sobre su objeto con el temple de la madurez), pues ésa es la actitud más severa del crítico. Una lectura de lecturas entonces, nada aireana por cierto, que va iluminando los entredichos no por lúcidos menos ensimismados pero ampliamente difundidos sobre el autor a la luz de una sociología de los sistemas de circulación de las ahora más de cien novelas y, finalmente, los estatutos políticos de esos circuitos. Aira y la historia: Aira en la dictadura genocida, Aira en la socialdemocracia alfonsinista, Aira en el leve y violento menemato, Aira en la progresía kirchnerista. Sin citas; parecen no hacer falta para que Terranova se pregunte, en cada caso, ¿qué fue, en el césped prolijo de la crítica literaria o en la selva de la cultura argentina, César Aira para sus lectores? Es frente a ese espejo que se revela, en su genialidad, la mezquindad del último gran rebelde de la literatura, que sobrevive a los Lamborghini, los Fogwill, los Laiseca, los Saer o los Piglia, que es su resistencia al tiempo. La duda de Terranova, entonces, es necesaria y necesaria es, en el terreno de la crítica literaria argentina, la publicación del ensayo El rebote insoportable para captar, en la historiografía de la literatura nacional, los circuitos detrás de la canonización en vida de César Aira.  

El crítico, que reconoce no desvivirse por Aira, sabe que imposible sería eludirlo para avanzar analíticamente en el traspaso del siglo XX al XXI, fundamentalmente con la irrupción de Internet, una verdadera revolución en las gramáticas de la escritura y la lectura. En esos relieves crece el “Enigma Aira”, que es un Enigma total porque su centralidad extraña se proyecta sobre toda la literatura: la encuesta sobre la Biblioteca Aira es una encuesta por los lugares de la Literatura, así, solita y en mayúscula. Podemos preguntarnos cuánto le debe la literatura del siglo XXI al debate sobre los derechos humanos, cuánto a Internet, cuánto al feminismo, cuánto al coronavirus. Pero el “Enigma Aira” –una literatura caprichosamente sentada de brazos cruzados sobre la vieja roca de la autonomía- es el enigma de cuánto le debe la sociedad a la literatura, qué lugar ocupa la ficción literaria en el entramado ajeno de la vida. Es como si en Aira se midiera la efectividad de la propia tribu, la posibilidad de rastrear el funcionamiento de las herramientas propias, sin auxilios. Terranova comienza a leer Aira, como lo hizo una enormidad de sus primeros flujos de lectores, en la universidad. Se reagrupa entre los “jóvenes universitarios de humanidades”, dice el crítico, que marcan “una franja social que muchas veces es despreciada o ignorada. Se trata de una especie de esfera intermedia, que funciona en un potencial nutrido de narcisismo”. En la disquisición del ya imbatible “triunfo” de Aira en el campo literario argentino, donde tiene una parcela de las grandes y lujosas y donde crece una “Familia Aira” (o “la Gran Familia de la Frivolidad Irónica”), Terranova observa la cosecha fértil en las geografías más amplias de las lecturas masivas y consagratorias en Argentina. Es, a mi entender, uno de los momentos más ricos del ensayo:

Los demás lectores [los que no llegan sus lecturas la academia], cuya cantidad seguirá siendo uno de los grandes misterios estadísticos argentinos, todavía prefieren y consumen, a nivel nacional, Borges, Bioy, Cortázar, Tomás Eloy Martínez, ´Gordo´ Soriano, ´Negro´ Fontanarrosa, Poldy Bird, Luisa Valenzuela, Mesas de Novedades y Mesas de Saldos. En Derechos Humanos, un Rodolfo Walsh resulta imprescindible. Y en la comunidad gay-cinéfila es moneda corriente adorar a la Tía Puig, como dijo Lemebel la última vez que estuvo en Buenos Aires. Más acá los lectores de La Nación que antes tenían en la mesa de luz un Sebreli (siete páginas por mes) o los de Página/12, que se daban con un Osvaldo Bayer o un Bonasso, ya se animan por calidad o recomendación de amigos a un Piglia o a un Saer. (…) En ese hilar de autores y lecturas, estereotipos, equívocos y falsedades, Aira encuentra a sus lectores, con mucha precisión, en la academia. Esto no es ni bueno ni malo. Incluso tiene una tradición. La universidad, desde que existe y gracias a Dios, fue garante de autores que a la intemperie del mercado se marchitarían. Aira no es el único, pero visiblemente pertenece a este conjunto y quizás sea sí, a fuerza de talento, uno de sus más conspicuos representantes.

Lectura de lecturas, entonces, Terranova prefiere las que hicieron Flavio Lo Presti o Elvio Gandolfo, o las intervenciones de Ricardo Strafacce, pero el fluir de gran parte de su análisis es en debate y tensión con el clásico (es decir, el que con efectividad ordenó las coordenadas de lecturas hegemónicas) de Sandra Contreras, Las vueltas de César Aira (2002). Sin reproches a su verosimilitud (“es el intento más lúcido y potente de la academia argentina por entender qué es lo que pasa con Aira, y cómo leer y desenredar sus complejas operaciones estéticas”), Terranova le recrimina ser la más efectiva reproductora de la Ideología Aira, su falsa conciencia, lo que piensa mientras piensa que está pensando. “Pese a su apellido”, puntúa. El “umbral crítico” que construye Contreras no tiene ninguna escalera, ningún trampolín, y por lo tanto “en ningún momento lo traspone”. Por ejemplo, militante de la Ideología Aira, la rosarina evita exponer a su autor al calor de la historia, que no es la Historia, sino la pequeña-grande de los nombres propios, que no son los de Ideología, Tradición, Patria o Nación. En ese vacío demasiado conceptual, Terranova construye su propia operación, que avanza en primera persona:

“La poética de César Aira participa de esta tradición nacional: la que re-imagina la nación desde una mirada exterior, la que se instala en la propia lengua como un extranjero” escribe Contraras en la página 89 de su libro. Si esta hipótesis es cierta, Aira no estaría tanto en el grupo de los Hudson y los Gombrowicz sino más bien ligado a sus compatriotas políticos, aquellos que participaron del pacto Roca-Runciman, al inefable Krieger Vasena, o más claramente, a sus contemporáneos, los cuadros más representativos de la operación económica menemista formados en la escuela de Chicago. ¿Soy excesivo? Quizás. Pero ¿por qué habría de contener mi exceso? ¿Por qué esa lectura sería peor que la reverencial de Contreras? El crítico tampoco logra, de todos modos, tranquilizar su objeto. Lo que en Contreras son “vueltas” en Terranova son “rebotes insoportables” o “variaciones”. Un tic nervioso, iterativo, que vuelve molesto, ataca a los lectores de Aira. Nadie escapa de este efecto. La publicación de El rebote insoportable se publicó casi en simultáneo a ¿Qué hacemos con Menem?, ensayos reunidos por Martín Rodríguez y Pablo Touzón. Hay mezquindades que son tan nuestras… No queda sino volver, martilleantes, sobre ellas. Aira es una mezquindad de la literatura argentina: “Es probable que Aira tenga más simpatía por los lectores que a su vez lo odian a él, que por los lectores que lo aman”. Los 111 parágrafos reflexivos que Terranova puntúa, junto con el prólogo y las “Notas” finales, recogen textos ya escritos y publicados semanalmente durante el 2010 en hipercritico.com –extraño medio que reúne columnas políticas de Luis Majul, literarias de Juan Terranova y deportivas de Pablo Llontos-. Las notas del final, por su parte, fueron publicadas en revistapaco.com, en 2021. En ese transcurso de fermentación Terranova se decidió por reunirlas y publicarlas como libro: “…al hacerlo entendí que, en esta década que pasó, César Aira cambió como autor, y sobre todo cambió la forma de leerlo”. Inobjetablemente, Terranova repasa la parábola que va de las facultades de Letras, de Buenos Aires a Rosario, a cierta bohemia que iba de Flores a Bahía Blanca en los ochentas, de la nominación internacional que de Aira hizo Patti Smith a la congratulación de la Biblioteca Nacional y el ingreso al sistema de premios internacionales. Por eso, quizás, Terranova prefiere dialogar con un Aira al que toma, como en el mito de Paul McCartney, por muerto: canonizado, no importa si vivo, no tiene mucho más para decir. Luego de años intensos de voluntarismo escriturario y una sólida posición performativa mantenida por más de cuatro décadas, la maquinaria se ha desprendido del autor que la ponía en marcha: anda sola. Aira no da la sensación de querer correrse del podio, o más bien pedestal, en que se ha subido, simultáneamente y sin contradicciones vivaz y marmóreo; Aira tampoco parece sugerir que pronto habrá nuevos y sorpresivos vuelcos en su método; el tiempo dirá. No pretendería practicar lo que Barthes, citando a Pasolini, llamó la acción de “abjurar”, desplazarse del propio lenguaje cuando éste ha sido capturado por amplios poderes. Decía Barthes: “Obcecarse y desplazarse pertenecen en suma y simultáneamente a un método de juego. Así no hay que sorprenderse si, en el horizonte imposible de la anarquía del lenguaje —allí donde la lengua intenta escapar a su propio poder, a su propio servilismo—, se encuentra algo que guarda relación con el teatro”. Terranova estudia el Teatro Aira; y su única función: “César Aira, el muerto”////PACO

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