¿En qué medida la voz de un autor se expande cuando migra del verso a la prosa? Esta no es una cuestión sintáctica y sería un error confundir los términos cuantitativos de lo que conviene medir en términos cualitativos. Una palabra útil para sumar al asunto (aunque algo aséptica) podría ser intensidad.

Como dice Michel Houellebecq, el poeta —el buen poeta, el que no llama poesía a su propia incapacidad para narrar— es un parásito sagrado. A semejanza de los escarabajos del antiguo Egipto, puede prosperar sobre el cuerpo de las sociedades ricas y en descomposición. Pero también hay lugar para él en el seno de las sociedades fuertes y frugales. ¿Existe una sociedad de la prosa y una sociedad de la poesía? Y de existir, ¿tienen esas dos sociedades algo que decirse? ¿Cuáles son los ritos de pasaje y las credenciales necesarias para circular con plenos derechos entre una y otra? ¿Es relevante preguntarse a cuál de las dos pertenece San Francisco (China Editora, 2014)?

En tal caso, varios de los poemas de San Francisco parecen por momentos versiones breves y en verso de buena parte de lo que gracias a los cuentos de El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro ubicó a Luciano Lamberti (Córdoba, 1978) entre los nuevos autores argentinos que es necesario leer. El comienzo del poema Gimnasia deportiva, que en tres imágenes sintetiza la trayectoria de un personaje listo para despegar hacia cualquier historia, es un buen ejemplo: Un segundo antes de convertirse en el Rengo, / Sebastián cruza corriendo la calle, / escucha la frenada, ve el enorme guardabarros y / diez años después pasa la siesta con cerveza, / la tarde con faso, la noche / con una cocaína amarilla, pastosa, cortada con vidrio molido / de tubo fluorescente, o jabón en polvo.

El escenario es Córdoba, un espacio que la voz de San Francisco contornea en detalle cuando le hace falta padecerlo y que hace pasar de largo cuando le hace falta superarlo. Otra vez, como en los cuentos de Lamberti, lo que late en esa maniobra es menos una neurosis ligada a la pertenencia —el destino es el encuentro del individuo con su clase, escribe en la sección Córdoba del poemario— que la posibilidad de inaugurar un territorio abierto a nuevas experiencias. Y es justo ahí, cuando la melancolía y cierta atmósfera de bildungsroman están por inundarlo todo, que puede emerger incluso la fuerza redentora del asesino. Un buen faenador sabe que / su cuchillo es abertura hacia Dios», dice el poema Metalúrgico mata a sus hijos y los entierra en el patio.

Porque en comparación a sus otros libros San Francisco es distinto y en algún punto germinal, la poesía de Lamberti es también algo más (y no, como suele pasar entre quienes escriben poesía por hartazgo o incapacidad para otra cosa, algo menos). Qué es exactamente corresponderá descubrirlo a los lectores. Como escribe Lamberti en El Advenimiento, la última parte del poemario: Yo soy ciego pero reconozco la luz////PACO