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La revuelta del sentido

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Podría creerse que Maximiliano Crespi es un melancólico. Contra cierto voluntarismo posmoderno que se muerde la cola buscando lo último de lo último, él insiste en la transposición de fuerzas críticas que, pese a la tentativa de declarar “el fin de las ideologías” también en el campo literario, se realzan al calor de una América Latina que retoma los apuntes del siglo pasado para hacer sus propios ejercicios de lucha, también en el campo de los signos. La batalla de las ideas se produce rauda, aún cuando el propio crítico de críticos prefiera el lugar del moderador.

Crespi titula su casi último ensayo (pues acaba de publicar otro) La revuelta del sentido (Esdiciones la Cebra 2019) y recoge el legado de León Rozitchner. El apellido es sintomático: demodé, cualquiera podría confundirlo con el del escriba macrista, su hijo. El del crítico, en cambio, es un verdadero ejercicio de espiritismo académico, que requiere más paciencia y tozudez que el relampagueo de un troll: Crespi conjura a la revista Contorno, convoca un debate con Mallea, alza la voz con Sartre. Se extiende sobre Freud y sobre Marx. Su apoyatura histórica, finalmente, no reposa en el insistente setentismo, sino en la etapa previa, más analógica para los ojos contemporáneos pero quizás más productiva, de los cincuentas y sesentas, que recorren el peronismo clásico, el golpe gorila, el frondizismo y el Cordobazo. 

Pero no aparecen. Ni el peronismo ni el Cordobazo, ni Frondizi (o apenas) ni el golpe gorila. Sólo León Rozitchner y su pensamiento. Contrasta la presentación que de Rotizchner hace Crespi, más parecida a la de un libro solitario sobre el escritorio del lector, con la que hace Horacio González cuando en el ensayo que le dedica al filósofo(1) lo presenta en la mesa de un bar, acompañado y bonachón, entre los que aparece además David Viñas al que Crespi también prefirió en su soledad. Acaso porque toma, como Rozitchner con Perón o San Agustín, el método de enmascararse sin comillas en el pensamiento ajeno. Escribe ni bien arranca: “Leer es, bajo la piel de este pensamiento en resistencia, exponerse a una especie de ejercicio íntimo y político…”. 

La revuelta del sentido es una sólida aproximación al sistema de pensamiento rozitchneriano. Y donde la revuelta es en un sentido abstracto, y no homologada a un terreno concreto donde seguramente hubiese estado menos pulcra. Es una decisión teórica. Y puede discutírsela. Esta operación decanta en la vacancia política del texto: el autor, no Rozitchner, se expone poco. Crespi disecciona las ideas de Rozitchner como un todo y se dirige hacia el todo de sus ideas, pero sin tensiones, como un cuerpo al que se le han limpiado la sangre y las heridas antes de manipularlo. ¿Para qué hacer entonces el viaje a un tiempo que el ensayista cancela? Crespi trabaja como un técnico obsesivo de la crítica: donde proliferan los apellidos del campo intelectual, se borran los del político y social. Arremetiendo con Rozitchner, como ya lo había hecho pacientemente con Viñas, la propia fuerza de sus fantasmas, que el ensayista conoce a fondo, parece politizar el trabajo de Crespi más de lo que él mismo quisiera. Es su íntima revuelta del sentido. 

En La revuelta del sentido el crítico articula su prosa espesa con una reflexión viva sobre el destino de los conceptos que van más allá de la autoridad de los nombres propios: libertad, resistencia, comunicación, ideología, pensamiento, lectura y escritura. No les da pudor. Está bien que proponga su discusión. Y lo hace bellamente, camuflando el exceso teórico en una escritura barroca, certeramente ensayística, con mucho oficio por caso. Su producción teórica y crítica, así como de docente e investigador, es vasta. Buscando como Rest o Antelo, otros de sus apellidos, la imagen teórica en el pulso de la prosa, en sus contorsiones logra echar luz y ordenar las potencias disgregadas del pensamiento de León Rozitchner y así condensar, con su propia apelación, un más allá de los textos, el excedente de un pensamiento ahora recogido.

En la escritura, en el trazo y en el pulso, es donde Maximiliano Crespi más y mejor pelea. Pues evita revestir al ejercicio crítico con la placidez del periodismo cultural, aún cuando lo ejerza activamente como agente en la prensa masiva e incluso como sensible editor. La mejor manera de sorprender el espesor teórico de cualquier texto de Crespi es leerlo en su conjunto, en la serie que lo agrupa. Las actualizaciones teóricas sobre los autores con los que trabaja -y que en otra frecuencia el propio crítico usa como cajas de herramientas para su propia labor con la literatura argentina contemporánea-, en este caso un minucioso Rozitchner, son instrumentos del pensar crítico, del pensar teórico, del pensar ordenado, tareas y prácticas que merecen ejercicio y elongación. Serán necesarias. Los tiempos las exigirán. Y claro, algo de fe: la que Crespi tiene en la potencia de las ideas, de la literatura////PACO

(1) “Filosofía y crítica de un ciclo: David Viñas y León Rozitchner”, en El acorazado Potemkin en los mares argentinos, 2010.

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