Entrevista


Naturaleza según Sofía Wiñazki


El atelier de Sofía Wiñazki (1985) parece hecho de fragmentos planos de un botánico y de salas congeladas de un vivero. En determinados rincones también hay pájaros, pero habitan una dimensión completamente distinta. Aunque no terminan de volar sobre ningún cielo, tampoco descansan del todo sobre ninguna superficie. La utilidad de las palabras a veces es relativa, pero no la palabra alemana que eligió para una parte de su trabajo, Waldeinsamkeit, “el sentimiento de soledad en el bosque”. Últimas hojas, la muestra individual que a partir del 16 de mayo va a exponer en la Galería Mar Dulce (Uriarte 1490), vuelve sobre esas mismas obsesiones: la experiencia de lo natural en medio de ecosistemas urbanos y digitales, las posibilidades de representar esa experiencia con lápices y pinceles, la resistencia de la Naturaleza al vacío.

¿Por qué elegís trabajar la naturaleza en una época donde predominan casi de la misma manera lo urbano y lo digital?

Primero pinto y después analizo, no me planteo qué hacer hasta después de una serie de pinturas, el proceso nunca es anterior. La historia es que vivía en Caseros y me tomaba el 53 Rápido para ir a la facultad en La Boca. El 53 Rápido va por la autopista y por eso a veces tenía 40 minutos de espera, todos los días, durante los que podía mirar y sacar fotos de los árboles de Plaza Constitución, una plaza que es espantosa. Empecé a dibujar eso mismos árboles como ejercicio para la facultad, pero también borraba los elementos de la ciudad, como los cables. Nunca pensé “voy a borrar la ciudad”, pero no me gustaba el resultado estético cuando aparecía también lo urbano. La gente veía los dibujos y me decía que algunos parecían árboles muy raros, como una araucaria de algún bosques del sur, aunque en realidad era una araucaria del Palomar, cerca de la base aérea, donde saqué la foto. Siempre dibujaba los árboles que me cruzaba. “De la nada” no puedo dibujar, siempre necesito una referencia, una foto o a veces un proyector, que sirve para plantear la imagen en escalas grandes, aunque ahora cada vez invento más.

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Algunos de tus dibujos y pinturas parecen influenciados por el impresionismo y el romanticismo, y otros por una estética más realista, ¿qué te interesa de esas escuelas?

Me es difícil autodefinirme en un movimiento, pero del impresionismo me interesan el trazo y la luz que se consigue saliendo del taller. Ese es un efecto que se aleja de los claroscuros porque se desatura un color y se produce una sombra con los colores complementarios, y no con el negro. Dibujar al aire libre es algo que hago siempre que puedo. Doy clases tres veces por semana y me doy cuenta de que la gente dibuja cada vez más desde el iPad o la pantalla del teléfono, algo que yo también hago, pero para aprender a dibujar soy un poco conservadora y creo que es mejor la observación directa de la naturaleza. Patricio Larrambebere escribió un texto para mi muestra donde dice que hay una constancia de muchos años dibujando árboles -unos diez años-, durante los que el material, el punto de vista y los materiales fueron cambiando. Sé mucho menos de lo que la gente piensa sobre árboles y pájaros, pero aprendí bastante. Elijo los árboles visualmente, pero después averiguo un poco más sobre ellos. Del movimiento romántico me gusta el tema de la inmensidad de la naturaleza. Por otro lado, a mí me gusta cambiar de dimensiones al momento de trabajar: puedo pintar desde un vaso de cerámica hasta una vidriera de diez metros. Lo que cambia entre trabajar desde un movimiento más impresionista u otro más romanticista es la composición.

Creo que no pinto objetos urbanos, y eso es algo que los árboles y los pájaros comparten, pero no se disputan nada.

¿Hay otros artistas de tu edad interesados en la naturaleza?

Hay varios que vuelven a ese tema, pero también existe una necesidad de producir objetos que provoquen una interacción más particular con el público. Hay algo más conceptual funcionando en el arte en este momento, y por eso no importa tanto qué se hace. Por eso a veces creo que, en algún punto, Duchamp le hizo muy mal al arte, porque se sigue alimentando la idea de que cualquier cosa puede ser arte. No quiero sonar conservadora, pero esa es una concepción de la pintura que se sigue alentando contra las formas tradicionales. Entre los artistas que se ocupan de representar la naturaleza me interesan los dibujos de Mariana Sissia y Matías Duville.

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Pensados en tu obra como elementos del paisaje, ¿los árboles y los pájaros se complementan o se disputan algo en términos estéticos?

Los pájaros y los árboles no se complementan ni conviven. Los pájaros empezaron con una muestra en la Galería Mar Dulce, que es una galería que trabaja con formatos chicos. Yo había hecho pájaros en acuarela y venía de varios años de dibujar con carbonilla y de no usar colores, así que les hice la propuesta y aceptaron. Por algo compulsivo y repetitivo que tiene que ver con mi personalidad, empecé con un pájaro y después seguí con muchos otros más. Creo que no pinto objetos urbanos, y eso es algo que los árboles y los pájaros comparten, pero no se disputan nada. Los árboles me interesan más por la textura, exigen algo más creativo; los pájaros me cuestan más por el color, y son un poco más realistas. Para documentarme antes de trabajar saco fotos de los árboles cuando puedo, pero con los pájaros estudié varios libros y me puse en contacto con observadores de aves. También uso mucho internet. Lo más interesante que me acuerdo siempre sobre pájaros es que el apus apus tiene las patas demasiado cortas, entonces puede estar sin bajar a tierra durante muchísimo tiempo porque le cuesta mucho volver a volar.

¿Documentarse potencia o limita la imaginación?

La imaginación es todo. La documentación potencia la imaginación, no la anula. Yo saco fotos todo el tiempo, lo que más me interesa del teléfono celular es la cámara. A partir de una foto tomo la referencia de la anatomía de un pájaro, pero desde ahí empiezan a influir otras cosas: con qué color y con qué materiales lo voy a representar, cómo son las líneas. Nunca se trata  del mismo pájaro de la foto.

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¿Qué significa exponer en una galería cuando casi todo puede verse a través de una pantalla desde otro lugar?

Me interesan los materiales y por eso entiendo que ver las obras en persona es distinto que verlas a través de Instagram. Una acuarela, por ejemplo, cambia si se mira de una forma u otra. Yo estoy a favor de las dos maneras, y me gusta mucho lo que pasa con Instagram, Twitter o Facebook al momento de mostrar mi trabajo.

La imaginación es todo. La documentación potencia la imaginación, no la anula.

Desde ahí la obra llega a mucha más gente y creo que es la forma de exposición ahora. La galería queda, de por sí, para un circuito reducido de gente; siempre hay más personas yendo a recitales y al cine que a galerías. Esta es mi tercera exposición individual, y en este caso me llamaron desde la galería, aunque también hay muchas otras galerías autogestionadas por los propios artistas a las que se puede acceder para una muestra. En una galería como Naranja Verde, por ejemplo, hay libertad absoluta para cualquier propuesta y por eso me gusta. La Galería Mar Dulce trabaja más con ilustradores, por eso necesitan formatos chicos, así que para esta muestra se me ocurrieron cuadros compuestos a partir de cuadros más chicos. También hay galerías como Isla Flotante, de Nani Lamarque, que ahora expone en ferias internacionales, o Rayo Láser, que se disolvió. Hay muchas galerías a pesar de que no hay tanto mercado local. Dentro del circuito del arte, mi trabajo empezó a circular a partir de concursos y convocatorias de las que fui participando. Yo me formé en Artes Visuales el en IUNA, pero hay un cincuenta por ciento de otros artistas que se formaron en espacios distintos. Exponer, en realidad, puede exponer cualquiera, y al no importar tanto en este momento la técnica es difícil marcar diferencias desde ahí.

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A partir de esa disponibilidad de galerías, ¿quiénes legitiman el valor artístico de lo que se expone y cómo se fija el valor comercial?

Los curadores y los directores de museos siguen siendo las figuras legitimadoras. En este caso, la curaduría de la muestra que estoy preparando la charlo yo con la galería, pero el año pasado expuse en la Galería Zavaleta Lab y un curador francés tomó las decisiones. Yo soy obsesiva de los materiales y es algo que me preocupa, tengo un fetiche con los materiales y con las hojas, así que le presto atención al montaje. Hay un montón de factores climáticos que afectan al papel; la humedad y la temperatura son importantes. Una acuarela, por ejemplo, tiene que estar ubicada contra la luz solar porque el tiempo de exposición en una galería puede afectarla. Respecto al valor comercial, según el material, el tamaño y el proyecto, una obra puede costar entre 10.000 y 30.000 pesos. Hay coleccionistas de arte, pero sobre todo hay personas jóvenes que compran obras decorativamente para sus casas.

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¿Qué artistas contemporáneos te interesan y cuáles no?

Entre los artistas que me interesan están Mariana Sissia, que me gusta mucho, Nicolás Sarmiento y Matías Duville, que trabaja paisajes en carbonilla. Entre lo que no me gusta están las performances y los videos, que me aburren muchísimo, y la pintura de Milo Lockett, que me parece mala. El valor comercial de las obras depende de muchas cosas.

Las vidrieras aparecen en la vida cotidiana y las ven miles de personas que pasan por ahí aunque no compren nada.

¿Cómo se reparte la libertad creativa y el mandato del cliente a la hora de trabajos como los que hacés para las vidrieras de Rapsodia o Arredo?

Pintar vidrieras empezó a partir de un concurso para intervenir vidrieras en Rosario. Ese trabajo lo mostré el Flickr, y a partir de ahí me empezaron a llamar de distintos lugares. Hace poco pinté vidrieras para Rapsodia y, como era el Día de la Tierra, me pidieron que hiciera algo específico, pero en general me llaman sabiendo qué es lo que hago. Con Arredo pasó lo mismo: uno hace su propuesta y después hay que ponerse de acuerdo. Si algo no me convence no lo hago, pero es una situación que no me suele pasar. También necesito vivir de lo que hago, y esa es la forma que encontré para hacerlo. Además, las vidrieras sirven para seguir pintando lo que me gusta, y tienen algo relacionado con la masividad que me interesa mucho. Me encanta cuando alguien me manda fotos de algo que pinté y vio por la calle. Eso es lo que más me gusta de las vidrieras: aparecen en la vida cotidiana y las ven miles de personas que pasan por ahí aunque no compren nada. Hace unos años, en el shopping Alto Palermo, pinté para la muestra Arte en Movimiento unos plátanos idénticos a los que hay en la avenida Santa Fe. Me gustaba la idea de poner un árbol en un lugar donde nadie se lo esperaba. Ahora tengo el proyecto de pintar medianeras y hacer árboles de diez pisos de altura. Me interesa ese efecto sobre los espacios públicos, pero es más difícil conseguir la medianera que pintar.

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También pintás y vendés tazas con tus dibujos.

Las tazas empezaron mientras trabajaba como asistente de una artista y necesitaba ganar más plata. Empecé pintando platos de cerámica a mano, que después vendía por internet. Después tercericé una parte del trabajo comprando los platos hechos. Como hacer muchos platos se me volvía largo y caro, pasé a trabajar con vasos a partir de obras mías que pudieran reproducirse más fácil. Con mi hermana hicimos entonces Tienda WI, y vendemos por internet y en locales como Neoda, Tienda Salmón y Tienda Cuo Cou. Ahora, con Almacén de Lou, estamos preparando unos estampados para cuadernos.

El apellido Wiñazki tiene una pertenencia muy marcada con el periodismo, ¿cómo funcionó desde ahí tu vínculo con el arte?

De chica mis viejos me mandaron a un taller de arte, durante el secundario fui a otro y después me anoté en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Cuando tuve que decidir qué hacer, no dudé. A mis padres les encantó. Mi viejo es periodista pero también estudió filosofía y le encanta que me dedique al arte, le parece maravilloso comparado con la vida en las redacciones, y lo mismo con mis hermanos, aunque ellos disfrutan más ese trabajo.

Cuando tuve que decidir qué hacer, no dudé. Yo nunca pude trabajar de otra cosa que no fuera pintar.

No sé si el apellido me favorece o no. Hay una fama inesperada desde hace poco, sobre todo, por la tele; capaz sirve para llegar a más gente. Yo nunca pude trabajar de otra cosa que no fuera pintar. En un momento hacía remeras o creaba diferentes objetos, pero siempre eran emprendimientos vinculados a la creatividad. Durante un cuatrimestre trabajé los domingos en un lugar donde se vendían arte, pero no funcionó. También trabajé como asistente haciendo cuadros para Mónica Millán, que hace unos dibujos que me gustan y con los que aprendí mucho, y también con Gachi Hasper, que hace pinturas planas y geométricas con acrílico. También di clases durante cuatro años de la materia Oficios y Técnicas de las Artes Visuales en el IUNA. Dando talleres de dibujo ahora el trabajo es distinto. En el dibujo se produce una sensación y se dibuja, no hay una forma específica de hacerlo: es un impulso que lleva a la mano. Lo que se transmite desde la docencia son nociones de observación y algunas técnicas de representación. La mayoría de los que vienen a los talleres se dedican a otra cosa, pero a mí me incentiva ver dibujos de otros. Me ayuda a pensar en lo que yo misma hago//////PACO