Nicolás Caresano me contó hace unos días que en la calle Luis Sáenz Peña había una placa dedicada a Carlo Emilio Gadda. Así que fui hasta el 909 de esa calle, en el barrio de Constitución, a metros de avenida Independencia. Encontré una típica casa porteña de techos altos, un árbol, una ventana y una puerta. Hay varios timbres, uno roto y otro parchado con cinta adhesiva. A la izquierda de la puerta se ve una placa blanca que, con letras sucias, dice: “En esta casa vivió en los años 1923 y 1924 Carlo Emilio Gadda, uno de los mayores escritores italianos del siglo XX. La asociación Dante Alighieri de Buenos Aires y la Unión Latina, en homenaje.” La Dante es una institución de enseñanza del italiano famosa en Buenos Aires. No sé qué es la Unión Latina. Google se enreda con ese nombre. La acotada información que da la placa alcanza para formular algunas preguntas. Hoy sabemos que Gadda pasó más tiempo en Argentina. Algunas cronologías dicen que dejo Italia sobre la vigilia de la Marcha sobre Roma y estuvo en nuestro país de octubre del 22 hasta el otoño del 24. Otras marcan diciembre de 1922 hasta comienzos de febrero de 1924. ¿Qué hizo y qué vio Gadda en esos años? ¿Por qué se fue? ¿Qué buscaba en Buenos Aires que no lo pudo retener más tiempo?
Carlo Emilio Gadda nació en Milán, el 14 de noviembre de 1893, y estudió ingeniería en el Regio Istituto Tecnico Superiore di Milano. Muy joven, peleó en Caporetto durante la Primera Guerra Mundial como voluntario del 5 Regimiento Alpino. Su hermano Enrico, a quien Carlo Emilio llamó “la parte migliore e più cara di me stesso”, era aviador y murió en combate a principios de 1918. Caporetto es una batalla central de la historia italiana. Curzio Malaparte y otros escritores italianos también participaron y escribieron sobre ella. Gadda tiene un diario como soldado y prisionero de guerra titulado Giornale di guerra e di prigionia. Si después el escritor padeció el fascismo y la Segunda Guerra, no fue de forma tan directa. Hoy se lo conoce como novelista pero, en tanto autor de prestigio, disponemos de mucho material como cartas, diarios y entrevistas. Carlo Emilio Gadda murió en Roma, el 21 de mayo de 1973, a los setenta y nueve años. A menudo es tenido como una especie de alegorista por lo cual, muy rápido, se lo asocia con Kafka y, en tanto un novelista experimental, también con Joyce. Son relaciones rápidas, solo en parte acertadas y hasta cierto punto inútiles.
Cuando le comenté el descubrimiento de la placa, Sebastián Napolitano me pasó Trabajos forzados, un libro de Dalia Galateria. Me dijo: “La idea es muy buena, la realización no tanto.” Leí el prólogo y algunas de sus piezas, incluida la de Gadda. ¿De qué trabajaban los escritores cuando no trabajaban de escritores? se pregunta Galateria. Las respuestas son viñetas de corte biográfico que enlistan profesiones y ocupaciones varias. Gorki, estibador en el Volga, Blais Cedras, pianista de cabaret, Jack London, buscador de oro, Italo Svevo, aplicado hombre de negocios de Trieste, Kafka, famosamente, agente de seguros. El título ya encierra una clave de lectura. Cuando el escritor no trabaja de escritor, su trabajo es forzado… Quizás en la Argentina el problema sea diferente. En un país central donde un novelista puede vivir de su escritura, o al menos ese era el mito del siglo XX, la cuestión tiene otros tintes. Más allá de estas elucubraciones, Galateria nos señala que Gadda tuvo en su juventud una etapa nómade que lo trajo a Buenos Aires. Vivió en pensiones y piezas de alquiler, de las que abundaban en la zona sur de la ciudad. Trabajó en la Compañía General de Fósforos, fundada por los industriales italianos Dellachà y Lavaggi. (La fábrica quedaba en Campana, sobre el río, y a Gadda le molestaba el calor y la humedad del verano.) En una carta desaconsejó a su hermana que viniera a visitarlo. No por la ciudad, sino porque no quería que lo molestaran. En la web encuentro una foto donde el escritor, muy joven, aparece jugando a las cartas con tres hombres más en una mesa que parece acomodada en el medio de la calle. Se dice que es en el Chaco. También hay fotos embarcando en el piroscafo Principessa Mafalda “in attesa di salpare da Genova per l’Argentina il 30 novembre 1922.”
Según Galateria, sus trabajos como ingeniero no eran malos. De vuelta en Italia fue profesor de matemática y física en Liceo Parini di Milano. Más tarde, ya en Roma, encontró empleo en Ammonia Casale, una fábrica de amoniaco sintético. Antes o después deambuló por Sardegna, Lombardía, Alemania, Bélgica. Ganaba bien. Pero vivía en movimiento.
En Per favore mi lasci nell’ombra. Interviste 1950-1972, publicado por Adelphi, ya hablamos de un Gadda maduro. Ahí se lee: “L’ingegnere con onorato servizio alla Vizzola (Società elettrica milanese), con due anni di esperienza in Argentina (1922-24) presso la Società generale fiammiferi e esercizi elettrici…” En la edición crítica de L´Adalgisa, Claudio Vela señala con cierto alivio de biógrafo: “A partire dal novembre 1940 le lettere e le cartoline postali inviate a Gadda recano finalmente un indirizzo destinato a rimanere stabile per qualche anno: Via Repetti 11, Firenze.”
Galateria supone que se jugaba cierto edipo –mejor usar complejo de castración– y cita la figura angustiante de la madre. Bueno. Qué decir. Prefiero pensar que Gadda iba y venía porque era joven y quería dedicarse a escribir y no al quehacer industrial. En parte, él mismo lo confirma. De vuelta en Italia, intentó estudiar letras para vivir de la docencia superior pero finalmente terminó trabajando como redactor en la RAI. (Galateria retoma esa época en su breve ensayo pero algo en la traducción hace que no terminemos de entender el fino y corrosivo humor del narrador italiano.)
Del 1 al 6 de septiembre de 1965, Renato Barilli, Angelo Guglielmi, Carla Vasio, Antonio Porta y un muy joven Umberto Eco, entre muchos otros intelectuales italianos, se reunieron en Sicilia para discutir qué era y que no era la novela experimental. Gadda, que no fue parte de ese Grupo 63 –año en que se publica La cognizione del dolore, escrita mucho antes, durante el fascismo– aparece citado de costado: “Los más grandes narradores contemporáneos desde Joyce a Beckett y Gadda…” Su obra y su estilo, sin embargo, están en el centro de ese debate. Entre Robbe-Grillet, Günter Grass, Pynchon, Raymond Roussell y Edoardo Sanguinetti, presente en Palermo, Gadda es la figura que resalta por el olvido. Cuando Angelo Guglielmi pregunta “¿Qué decisión tomará el novelista experimental ante un campo de batalla lleno de cadáveres?”, sentimos que Gadda está citado en la pregunta y, al mismo tiempo, que su obra es parte de la respuesta. Ahora reviso cartas y diarios que o bien son de antes o bien de mucho después. No encuentro nada sobre Buenos Aires. ¿Existe una correspondencia argentina de Gadda?
Si en 1921 Carlo Emilio se afilia al Partito Nazionale Fascista, como dijimos, casi enseguida viaja y se instala en nuestra capital. Hace cien años, entre el 23 y el 24, Argentina vivía una época de abundancia. Constitución era otro barrio, Buenos Aires, otra ciudad. En la actualidad, el ojo atento puede descubrir ambos, barrio y ciudad, en alguna arquitectura que resiste al tiempo. Entre el 22 y el 28, gobernó Marcelo Torcuato de Alvear. Faltaba para la década infame. Faltaba para el peronismo. La Argentina era el granero del mundo, la París del cono sur, una ciudad que se expandía en todo sentido. Había salones, desfiles, teatros, vanguardias. Para el 23, se inaugura el Barolo, ícono de lo italiano en Buenos Aires, que hasta 1935 sería el edificio más alto de la ciudad, Leopoldo Lugones daba sus famosas conferencias en el Teatro Coliseo y Borges publicaba Fervor de Buenos Aires, en una muy acotada y humilde edición. Caras y caretas estaba en su mejor momento con redactores como Fray Mocho y Soiza Reilly. Horacio Quiroga publicaba Anaconda y otros cuentos y El desierto. Los jóvenes poetas del momento eran Leopoldo Marechal, Raul Gonzalez Tuñon, Oliverio Girondo. Hoy recordamos esos años como los de Boedo y Florida. La Revista Martín Fierro salió entre el 24 y el 27 y hay una foto donde se los ve a todos juntos, celebrando la primera visita de Marinetti a nuestro país. Al analizarla, David Viñas señala que todavía faltaban unos años para que las diferencias políticas los separaran.
¿Con quién habló Gadda mientras vivió en la calle Luis Saenz Peña? ¿Qué leyó? ¿Qué libros compraba? No es difícil imaginarlo caminando por Avenida de Mayo, por Florida, por el barrio de Congreso, por el centro. Pero ¿siempre andaba solo? Juan Rodolfo Wilcock, otro ingeniero, otro escritor irónico de las lenguas y el ingenio ácido habría sido un interlocutor casi ideal. Pero nació recién en 1919. Bioy, menos afín, era del 14. Las fechas no dan. Borges ¿andaba todavía posando de yrigoyenista? ¿Ya había abandonado su etapa de elogio al comunismo soviético? Unos años antes, Marcel Duchamp había ocupado una casa de la calle Alsina, no lejos de la casa de Sáenz Peña. Entre 1918 y 1919 vivió dos años porteños y tampoco entabló relación con sus pares locales dedicándose a jugar al ajedrez. Como fuere, resulta difícil imaginar mucho diálogo entre el joven ingeniero y el artista francés.
Creo que el Gadda de Buenos Aires se parecía más bien a un personaje de Roberto Arlt. Quiero decir, Arlt podría haber retratado a ese italiano sobrio, elegante, tímido, elocuente solo en privado, que se dedicaba a trabajar y a fantasear con una vida como escritor. El juguete rabioso que salió en 1926 lo podría haber tenido como personaje secundario. De hecho, hay un ingeniero en el desenlace de la novela. Tropecé con una silla… y salí. Pero también aparece la afición por la química como herramienta revolucionaria en Los siete locos y los lanzallamas. Desde ya en El amor brujo, el ingeniero Estanislao Balder podría tener los rasgos de ese Carlos Emilio que conocemos por una foto donde posa, prolijo, de bigote.
En una entrevista titulada Carlo Emilio Gadda come uomo, firmada por Dacia Maraini, incluida en el libro editado por Adelphi y aparecida, por primera vez, en la revista Prisma de mayo de 1968, Gadda responde con parquedad sobre su experiencia argentina.
“E come si trovava in Argentina?
Male. Non ero preparato. Ero immaturo per un viaggio simile.
Ma è stata un’esperienza positiva dopo tutto o no?
Direi di sì. Anche se non ho potuto brillare, fare buona figura.
Lei è ingegnere elettrotecnico vero? E che lavoro faceva in Argentina?
Un lavoro stancante. Mi occupavo di macchinari vari.
Si è fatto degli amici in Argentina, fra gli altri ingegneri, gli operai?
Facevo una vita piuttosto solitaria.”
¿Y si se hubiese quedado? ¿Habría pasado a ser un tano recién llegado o un colaborador de Sur? ¿Habría escrito una obra? Existe una notable afinidad formal entre La fiesta del monstruo de 1947 y Quer pasticciaccio brutto de via Merulana de 1946. Ambos textos tienen recorridos estrábicos. Quer pasticciaccio aparece por primera vez en cinco entregas de la revista Letteratura. Once años después recién es publicado en libro, con algunos agregados. Gadda prometió una segunda parte que jamás llegó. La fiesta del monstruo, escrito en 1947, se publicó en Argentina recién en 1977, después de haber sido difundido por única vez en septiembre de 1955 en la revista Marcha de Montevideo. (También tuvo una edición porteña en la revista Adán, en abril de 1967.) Donde Borges y Bioy se ríen de los hombres y las mujeres del peronismo, Gadda propone un crimen sin resolver en el marco de la Italia fascista. En ambos hay humor, pero el segundo se aleja de la experimentación lúdica y llega a algo más denso, más preciso, que roza el nihilismo. ¿Dónde está el orden en nuestro mundo? ¿Qué papel jugamos en ese desorden?
Gadda fue un escritor de fragmentos continuos, de las versiones, del orden y el desorden, las causas y las coincidencias. No hay muchas traducciones de sus obras al español, y menos hechas en la Argentina, donde tiene pocos lectores. Quer pasticciaccio brutto de via Merulana, en argentino, podría haber sido El terrible desastre de avenida Rivadavia. Aunque también Ese quilombo feo de la calle Castro Barros. (Es importante que el nombre de la calle tenga cuatro sílabas. La traducción de Seix Barral intenta El Zafarrancho aquel de Via Marulana. Pero zafarrancho ¿no es para nosotros el estado de alerta en un barco frente a un ataque bélico o un incendio?) La definición de pasticciaccio –“Situazione ingarbugliata, con risvolti misteriosi o problematici, senza via d’uscita né soluzione”– es muy solidaria con las connotaciones de nuestra palabra quilombo.
En su primera visita a Buenos Aires, Alexander Duguin dijo que Europa ya no se parecía a la idea que tenemos de Europa, sino que intentaba ser y parecer Estados Unidos o incluso las ciudades más avanzadas de Asia. En ese sentido, Buenos Aires, según Duguin, conservaba las tradiciones arquitectónicas, sociales y culturales de una de esas ciudades europeas que ya no existe. ¿Qué es Buenos Aires? ¿Qué vio y que no vio acá Gadda? ¿Qué vemos nosotros, los que nacimos acá, en nuestra ciudad? ¿Qué no vemos? Cien años después de una austera visita, una casa de puertas altas y las diferentes opciones a la hora de traducir una palabra, de forma lateral pero insistente, continúan promoviendo esas preguntas.////PACO