Entrevista


Ivana Romero: «Cada pueblo tiene fantasmas»


Ivana Romero es periodista y poeta. Y la prosa y el tema de Las hamacas de Firmat (emr, 2014) son elocuentes al respecto. Nacida en Santa Fe e instalada hoy en Buenos Aires, Ivana Romero vio en el caso de la hamaca fantasma de Firmat algo ante lo que el periodismo no pudo ver más que una «historia de color». Y también pudo ver algo que, además, la incluía como parte de un espacio y un tiempo particulares. En el carácter ordinal de esa mirada, en esa transformación que va de lo general a lo particular y de lo exterior a lo interior, emerge, cuando se trata de palabras, la poesía.

La presencia paterna flota en la historia desde el principio, recordándote un vínculo personal con el chico muerto antes de que se transformara en «el fantasma de las hamacas», ¿cómo funciona ese lazo autobiográfico?

El lazo autobiográfico devino más consistente en la medida en que decidí es que no iba a hacer una investigación periodística. Al menos, “periodística” en sentido convencional. Fui algunas veces a Firmat con el grabador y el cuaderno de notas, entrevisté a algunos de los personajes que aparecen en el libro (el historiador barrial Agustín Secreto, el Hamacólogo), revisé archivos en la biblioteca local sobre la historia del pueblo, miré un montón de videos y de materiales en la web, etc. Y utilicé esos materiales para escribir esta historia. Pero mientras iba avanzando en eso, me di cuenta de que paralelamente al asunto periodístico había un terreno, el personal, que se iba colando en el relato. ¿Qué sucede cuando tu entorno más cercano; es decir, tu familia, tus amigos, devienen “fuentes”?

Necesitaba hardcore, salirme de esa ciudad pequeña y enfrentar una gigante como Buenos Aires sólo para conocer de primera mano ciertos relatos míticos.

¿Qué hacer con el recuerdo? ¿Qué sucede si vivís en una ciudad como Buenos Aires y sencillamente sos Ivana y volvés por un rato al pueblo donde sos hija de, hermana de, vecina de, donde las filiaciones constituyen una forma de lo identitario? Entonces decidí que la historia iba a ir a contrapelo del periodismo. Es decir, iba a ser una historia con palabras pero también, con silencios. Y el registro no iba a ser periodístico por más que hubiese usado un método periodístico. Y decidí indagar lo autobiográfico hasta llegar a un punto donde lo personal fuera a la vez político. O sea, sí, aparece mi historia. Porque mi padre tuvo una panadería en el barrio La Patria, ahí donde está la plaza de las hamacas, y ahí me crié, y ahí están mis amigos. Pero necesitaba que esa historia tuviese ecos que me trascendieran. Así que cuando aparece la historia de mi tío y de su amigo, Angel Vázquez, dirigente obrero asesinado por la Triple A en el 74, decidí que había una historia para contar. Una historia silenciada, fantasmática, que da cuenta de que cada pueblo tiene muchos fantasmas que se hamacan en los pliegues de esos silencios.

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Más allá de este caso, ¿en qué términos se une y se separa (a través de motivos, lenguajes, recursos, aspiraciones) la escritura literaria y la escritura periodística?

Las dos escrituras se ocupan de contar historias. Pero cada una lo hace a su modo y por razones que no son las mismas. Hay textos periodísticos maravillosos que en general, también son híbridos, mestizos. Esto demuestra que el periodismo puede ser un espacio de experimentación más allá de los cables y la información dura, que también son parte de mi oficio cotidiano. Es decir, la escritura literaria habita en el periodismo. Pero en mi caso, necesitaba estallar en otra zona. Digamos que el periodismo me enseña a escribir historias y la literatura y la poesía me enseñan a investigar el lenguaje, a detenerme en lo ínfimo. Y a dinamitar lo aprendido.

Hubo un oportunismo comercial fugaz y también algo de pánico y amarillismo en Firmat durante el caso de las hamacas, ¿cómo afectó a una ciudad de esas proporciones un evento tan particular?

Al principio, las hamacas se convirtieron en una atracción y la tradicional “vuelta al perro” que se restringía a pasear en auto por las calles del centro, se extendió hasta este barrio obrero, en la zona sur de la ciudad. Hay gente de Firmat que le gusta ser referenciada con las hamacas y otra gente que no. Me interesaba señalar ese impacto pero también situarlo en una perspectiva. Nací en Firmat en 1976, pasé mi adolescencia ahí en los noventa.

El fenómeno de las hamacas es una suerte de punta del iceberg de otros cambios.

Mientras mi mejor amiga se mudaba a Buenos Aires y cada tanto volvía con música maravillosa (gracias a ella conocí Nick Cave, a Leonard Cohen), en el pueblo se cerraban las fábricas, dejaba de pasar el ferrocarril. Y estamos hablando de una zona con un polo obrero importante, que nació y se desarrolló por el paso de las vías ferroviarias. El barrio La Patria, cuyas casas fueron construidas con planes sociales iniciados en dictadura e inaugurados en democracia, también fue sacudido por esos vaivenes. Esto refuta la idea de que en un pueblo nunca pasa nada. Sí pasan cosas. El fenómeno de las hamacas es una suerte de punta del iceberg de otros cambios, de otras modificaciones que transformaron un pueblo vacío en los noventa en una zona próspera gracias al mercado sojero.

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¿Qué desviaciones y perversiones adquiere la mirada (personal, narrativa, periodística) sobre Firmat una vez que esa mirada «viajó y se desarrolló» en Buenos Aires?

Esa mirada adquiere todas las perversiones que puedas imaginar porque los viajes por geografías externas se corresponden con otros viajes, también pavorosos y fascinantes, por geografías internas. Quienes hacemos periodismo y escribimos otras cosas tenemos mucha curiosidad por las vidas ajenas y eso es una suerte de viaje que también va transformando la mirada.

¿Qué es, en definitiva, lo que personajes como el Hamacólogo esperaba que hubiera en las hamacas de Firmat?

Eso habría que preguntárselo a él. Lo que sí puedo decir es que a estas alturas, las hamacas dejaron de ser un hecho fascinante para la gente que vive en el pueblo. El día que presenté el libro en Firmat el Hamacólogo no fue pero envió un mensaje porque, parece, las hamacas no se mueven hace unos meses. Él dijo que quizás las hamacas dejaron de ser fenómeno para convertirse en literatura.

Como poeta, en vez que como periodista, ¿cómo habrías escrito Las hamacas de Firmat?

De la misma manera que lo hice. Lo poético no consiste en escribir versitos sino en mirar debajo de las piedras para ver qué hay ahí. Y contarlo. Y quedarse en silencio. Y buscar la manera de que tu escritura esté habitada también por el silencio, que es una forma elocuente del decir.

¿Qué creés que dice esa expectativa (algo fantástica y algo inocente) sobre el Estado y el interior? («Mi gente necesita hard core», pinta alguien en una de las paredes de Firmat).

Hay gente que la pasa muy bien en los pueblos pequeños y gente que se va. Cada cual con su mundo. Hay quien se mete en el infierno de mudarse a una ciudad grande, como es mi caso, por la sencilla razón de que no podía no hacerlo, por más que no haya sido nada fácil. Esa pintada “mi gente necesita hardcore” apareció en los noventa y por alguna razón, sigue ahí. Me representa porque está sobre una calle por la que siempre pasaba para ir desde mi casa hasta el barrio La Patria, a la panadería de mi padre, a la casa de mis amigas. Esa pintada habla de sacudir la abulia de los pueblos, porque eso de “mi gente” tiene una alusión política y colectiva en un momento donde el discurso era muy individualista y desmovilizador.

Lo poético no consiste en escribir versitos sino en mirar debajo de las piedras para ver qué hay ahí.

Por otro lado, yo necesitaba hardcore, salirme de esa ciudad pequeña y enfrentar una gigante como Buenos Aires sólo para conocer de primera mano ciertos relatos míticos sobre esta ciudad. Esta ciudad sigue siendo el centro de muchas cosas. Pero a la vez, siempre se pueden construir relatos desde la periferia, y dejarlos que broten, que anden, que hagan su vida. A los relatos, el reconocimiento de Buenos Aires los tiene sin cuidado. Hay un montón de gente escribiendo cosas maravillosas en todos lados y sólo se trata de ir a buscar escrituras que, a través de la web, circulan mucho, están bastante al alcance de la mirada. Lo que sí ocurre es que Buenos Aires sigue siendo una vidriera tentadora pero no más que eso. En lo que respecta a este libro, fue una forma de volver al lugar del cual me fui. Volver por un rato, a mi modo. Para irme nuevamente, claro. A veces no tenemos más que el movimiento para contrarrestar la necesaria quietud que implica sentarse a escribir//////PACO

Fotos: Cristian Delicia