Cine


Experiencia cercana a Houellebecq

 

Lo mejor de Near Death Experience (Delépine, Kervern, 2014) es el trailer diseñado para que los incautos crean que se trata de una película esencialmente cómica en la que Michel Houellebecq ‒disfrazado de ciclista en la campiña francesa‒ interpreta a cualquiera de los personajes apáticos de sus novelas, hasta que asoma la posibilidad inminente de un suicidio que, después de algunas peripecias cómicas que lo postergan, resulta frustrado ‒como no suele pasar en sus novelas‒ por una inesperada explosión de vitalismo que, de alguna manera, representa la esencia misma de la condición humana.

Como Wakefield, el personaje que interpreta Houellebecq abandona a su esposa y a sus hijos y empieza a vivir en lo agreste.

Near Death Experience, de hecho, es exactamente eso, pero también es la suma de uno o dos giros dramáticos ‒y el último, por supuesto, es al mismo tiempo el más brillante y el más oscuro‒, pero, sobre todo lo demás, es una película en la que el peso de lo literario corroe lo estrictamente cinematográfico hasta drenar casi todas sus posibilidades interesantes. Por supuesto, quienes la hayan visto ‒y necesiten verificar lo que vieron en «términos cinematográficos»‒ podrán pensar con buena voluntad en los planos largos fijos e incluso en la fotografía de la película. Pero esos son elementos más cercanos a la pintura y a la fotografía que a la acción cinematográfica, y es habitual que resulten los únicos elementos destacables cuando no hay nada realmente interesante para destacar (si alguien lee alguna crítica de Jauja, por mencionar otra experiencia cercana a la muerte, va a encontrar muchísimas alusiones a planos largos y fotografía…).

Near Death Experience se recorta en cambio como un breve ensayo literario, incluso como un poema, hecho película ‒híbrido que solamente mantiene en pie la figura de Houellebecq‒, un ensayo típicamente houellebecquiano sobre el conflicto entre las neblinas existenciales de la modernidad y las posibilidades intermitentes de una salvación romántica en lo sublime de la naturaleza. En las palabras de Charles Baudelaire ‒que figura entre los agradecimientos‒, ese es el conflicto entre el agobio de los “mórbidos miasmas” y la purificación en un “aire superior”.

El moderno no es un hombre desarraigado de la naturaleza sino un hombre liberado al fin de lo natural, y por eso su lenguaje no es (ni puede ser) el de las cosas mudas.

Como un Wakefield francés, el personaje que interpreta Houellebecq abandona sin aviso a su esposa y a sus hijos y, como un aprendiz de santo, empieza a vivir, sin otra premeditación que la necesidad desesperada de un cambio, en lo agreste. Desnudado de todo artificio, lo natural emerge como aquello donde no hay más que “la luz clara que inunda los límpidos espacios” ‒para seguir con las palabras de Baudelaire, que Houellebecq recita al final‒, y donde lo único que queda es intentar comprender “la lengua de las flores y de las cosas mudas”. Sin embargo, el hombre moderno no es un hombre desarraigado de la naturaleza sino un hombre que se ha liberado al fin de lo natural, y por eso su lenguaje no es (ni puede ser) el de las cosas mudas. Empujado a sociabilizar su experiencia trágica en el mundo, por lo tanto, el proyecto de fusión con lo sublime, igual que en las novelas de Michel Houellebecq, fracasa.

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De esa sociabilidad, lo más valioso es la experiencia amorosa (que es, a su manera, la única vía accesible hacia lo sublime). Pero a la sombra de la publicación de Sumisión lo más interesante de Near Death Experience, además de comprobar la impunidad estética de Michel Houellebecq al involucrarse en otras artes ‒que es lo que, por otro lado, convierte a la película de Delépine y Kervern en una experiencia cercana a la literatura de Michel Houellebecq, y no al revés‒, probablemente sea su aproximación directa al asunto de la trascendencia religiosa, aproximación hecha desde una sensibilidad humanística perfectamente secularizada y por eso algo ridícula. La única voz con la que Houellebecq realmente dialoga en toda la película, al fin y al cabo, es la de Endorfina, una entidad beatífica que le habla durante trances de éxtasis traumático, y a la que él le pregunta si no es en realidad la Virgen.

Near Death Experience comprueba la impunidad estética de Michel Houellebecq al involucrarse en otras artes.

El núcleo de esa sensibilidad humanística (y de sus debilidades epistemológicas) es una de las verdaderas columnas del proyecto narrativo de Michel Houellebecq, y uno de los ensayos de John Gray en El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos sirve para iluminarlo: “Los humanistas de hoy, que afirman tener una forma de ver las cosas totalmente secular, se mofan del misticismo y de la religión, pero la condición única de los humanos es difícil de defender, e incluso de entender, cuando no viene acompañada de la idea de la trascendencia. Desde un punto de vista estrictamente naturalista ‒uno en el que el mundo se entienda en sus propios términos, sin referencia a ningún creador o reino espiritual‒, no hay una jerarquía de valores en la que los humanos se encuentren cerca de la cima. Simplemente hay animales variopintos, cada uno de ellos con sus propias necesidades. La unicidad humana es un mito heredado de la religión que los humanistas han reciclado como ciencia”. Con menos palabras y con más precisión, Wallace Stevens refleja el mismo punto en uno de sus poemas: «El principal defecto del humanismo / es que tiene que ver con los seres humanos».

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En tal caso, si existió un punto de conversación verdadera entre las inquietudes y las angustias del científico y las inquietudes y las angustias del humanista, Houellebecq solo lo imagina en un período preciso de la Historia: el momento en que las ideas que hacia finales del siglo XVIII habían comenzado a expandirse en Europa, y que Auguste Comte tradujo en un sistema de pensamiento basado en la observación experimental, marcaron no solo el inicio de un ostracismo inédito del pensamiento metafísico, sino la posibilidad de que el pensamiento científico irrumpiera con su propia lógica sobre estructuras sociales que, hasta entonces, se consideraban naturales. Y es en el corazón de ese desplazamiento cultural radical, en ese progreso cuyo volumen se mide a través de los cambios de los últimos tres siglos de Occidente ‒y con el que Near Death Experience se divierte al transformar la voz de la Virgen en el efecto de endorfinas‒, donde Houellebecq sugiere que se esconde el plus siniestro que cuestiona el sentido de la vida humana. Los versos de Wallace Stevens son iluminadores otra vez respecto al paso siguiente: «Entre el humanismo y alguna otra cosa, / tal vez se pueda crear alguna ficción aceptable»//////PACO