No me canso de este breve autoexilio de cuatro días en el hotel Estação Paraiso al que mis jefes de PACO me enviaron amablemente. Creo que los hoteles funcionan como el mundo debería funcionar: la clase media acomodada, los ricos arriba en habitaciones a las que no podemos acceder o siquiera imaginar con precisión, y gente de las demás razas y pueblos intentando brindarte servicios -ya estén incluidos en la tarifa del hotel o simpáticos extras como invitaciones a bares, restaurantes, prostíbulos, más restaurantes, otros prostíbulos, un paseo en lancha o un prostíbulo al que se llega en lancha. Me divierte escuchar sus propuestas y rechazarlas con un amable «no, gracias» en perfecto castellano. “No” es una palabra universal, la entienden hasta los tipos humanos ubicados en la puerta del baño del transformismo evolutivo.

Solo salgo durante el día y para mirar el color local, por lo que entiendo es a lo que me mandaron. En el paseo de ayer por los mercados de la plaza central de la ciudad decidí que el color local es amarillo y verde. Está en todos lados. Y negro, claro. En un mapa que un botones me entregó gentilmente en el hotel, sugerí en voz alta que me parecía buena idea ir a esa marca llamada «Cracolandia» que tenía por isologo una calavera cruzada por dos tibias. No fue sorpresa que el botones me aclare que no se trata de un parque de diversiones de temática pirata, sino una peligrosa favela, que para ir allí debía contratar un guía especial, ofreciendo los servicios de su cuñado Alexandre, residente desde hace dos lustros en esa zona que, aparentemente, es mítica.

Military Police at Ipanema

Ya elegí dónde mirar el partido de Argentina, hay un barcito tranquilo acá cerca llamado Dicas Chorando al que van los periodistas que no tienen entradas para el Maracaná, un cementerio del fracaso donde puedo sentirme a gusto. ¿Prostíbulos, otra vez? Diego Brancatelli y Sergio Gendler, por ejemplo, ¿les vieron las caras? ¿Les vieron el cuerpo? ¿Dónde más ponerla si no en un prostíbulo? Y las brasileñas, las garotas y la cerveza barata, y la noche de Copacabana (sea donde sea Copacabana, sospecho por este viaje que no está en Sao Paulo).

Cuando me cruzo con los periodistas argentinos, lo peor no es que todos se llamen a sí mismos “cronistas” sino que me pregunten a mí dónde están los mejores prostíbulos. Los periodistas no nos escuchamos cuando hablamos y por eso nos estamos preguntando lo mismo entre nosotros mismos todo el tiempo. ¿Dónde están los mejores puteríos? Sepan, por si no lo saben ni se lo imaginan, que cuando un periodista llega a cualquier lugar del mundo, lo primero que pregunta es dónde está el prostíbulo. Lo segundo es dónde está el mejor bar. Lo primero que pregunta un fotógrafo, en cambio, es dónde está el mejor prostíbulo y lo segundo es cuál es el más barato de los mejores prostíbulos. No sean moralistas, es lo que vende Brasil desde Échale la culpa a Río.

¿En qué idioma hablan los periodistas deportivos que me rodean? En vez de hacer goles dicen “convertir”. En vez de el arco dicen “la meta” o “la valla”. Un hijo de puta dijo “tiro libre penal” a lo que era un penal. Hablan como debe hablar el lobotomizado de Messi. La pelota es «el balón». Los periodistas deportivos no solamente se visten tan mal como un monito liberado en el armario de un viejo ridículo, ¿también tienen que hablar tan mal? Los llamo “colegas” pero me gustaría que las balas del BOPE se depositaran en sus cuerpos atiborrados de fármacos/////PACO

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