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El lado oscuro del corazón

Desde la tapa de Inside Out, su autobiografía, Demi Moore mira al lector. No es cualquier mirada: honda y penetrante, y hecha con ojos de cinco décadas y un lustro de devaneos, matrimonios y éxitos profesionales, lo que dejan asomar es a una mujer renovada. Demi ha cambiado su pelo largo con raya al medio por un flequillo al bies tirado para atrás y se ha conformado con la sencillez de una blusa negra antes que con los fastosos tapados de Chanel. Ha comprendido el curso de su vida, y es lo que cuenta en su libro de memorias: Moore quiere que la conozcan tal cual es, sin barreras ni artificios. Como no podía ser de otra manera, le confía la tarea a sus recuerdos, aún si no siempre son una fuente fidedigna (“Honestamente, hay muchos detalles que se confunden en mi memoria”).

La historia esencial: Demi Moore nació en Roswell en 1962, aunque el trabajo de su padre adoptivo la llevó a moverse por el país. Con 16 años y dando muestras del carácter coriáceo que determinaría en buena medida su suerte, se mudó sola y catapultó una carrera como actriz que desde temprano la dejó en las puertas de Hollywood. Ahí filmó algunas de las grandes películas de la década del 90: Propuesta Indecente, junto con Robert Redford, Cuestión de honor, junto a Tom Cruise, Jack Nicholson y Kevin Bacon, Ghost, uno de sus clásicos, o Desmontando a Harry, de Woody Allen. Y hablando de Hollywood, tal vez sea aquella escena de Striptease —en la que suenan tres minutos de la canción de Annie Lennox, “Money Can’t Buy It”— la que ilumine un aspecto fundamental de su carrera.

Ahí, entre los caños platinados y los espejos, hay una madre soltera que ha decidido bailar para ganar dinero y recuperar la custodia de su hija. Su belleza es despampanante y los efluvios de su sensualidad dejan rendido al público, sin excepciones. Nadie puede creer lo que está sucediendo: esta mujer, que lograría vencer la lógica del envejecimiento (Moore era más sensual a los 45 que a los 20), baila como ninguna otra. Un hombre se atora y regurgita la cerveza que acababa de tomar. Otro solo puede decir: “Un ángel”. Seis años más tarde, el personaje de Moore de Los ángeles de Charlie: Al límite (Madison Lee) diría: “Para qué ser un ángel si puedo jugar a ser Dios”. No se equivocaba: su carrera hasta los mayores paraísos de la industria del cine en Hollywood siempre estuvo estrechamente vinculada a la conciencia sobre la creación de su cuerpo.

Mientras tanto, la autobiografía de Moore nos presenta en una página de cada cinco la exquisita vida del star system californiano, en una página de cada dos el carácter decidido que la hizo llegar hasta donde llegó y, en todas partes, una idea de la confesión y sus posibilidades organizadoras: “Pasé la mayor parte del tiempo un poco ausente de mi vida, convencida de que no merecía lo bueno y tratando de arreglar lo malo. ¿Cómo llegué hasta acá? Esta es mi historia”. En Inside Out lo que se juega es un ajuste de cuentas con la posibilidad de dar a conocer su vida sin tapujos y, de una vez por todas, sin papeles de por medio que distorsionen su verdadero yo. Pero sobre todo lo demás, Inside Out es también una expresión que designa que la parte de adentro de algo está dada vuelta, y de eso se trata el libro: de contar la realidad y no las apariencias.

Moore pudo haber sido una actriz exitosa, pero no hay rosa sin espinas. Detrás de ese ascenso hasta ser la mujer mejor pagada de Hollywood están los bemoles del trauma, y eso es lo que, a lo largo de Inside Out, muestra el costado más doloroso de los recuerdos de la actriz de Nuevo México, como cuando su propia madre decidió entregarla por una noche a un extraño a cambio de quinientos dólares. Esta es la razón por la cual Vanity Fair, The New York Times y Vogue han encontrado en Inside Out un gesto arriesgado: Moore baja la guardia y se anima a un racconto descarnado. Y es en este punto donde contarse uno mismo tal cual es —sin barreras, como dice Demi— significa contar aquello que de alguna manera resulta inconciliable.

Tal vez esta sea una idea acentuada por el hecho de que en otros relatos (el que los protagonistas de Hollywood elaboran para los paparazzi, por ejemplo) sólo la felicidad y el éxito tienen derecho de ciudadanía. O incluso porque las intenciones de aparentar abren un hiato entre lo que uno es y lo que uno parece ser. “La versión de mí que siempre presenté al mundo era segura, optimista, intrépida. Lo primero que hice cuando llegué a Los Ángeles fue comprarme una Kawasaki y salir a pasear por la ciudad sin casco”, cuenta Moore. Pero Inside Out no se conforma con el exitismo, y prefiere adentrarse en las vicisitudes de la vida. Para eso, Moore relata sin pudor su adicción a la cocaína, su relación descontrolada con el alcohol, su dependencia de la hidrocodona, el abandono paterno, el progresivo derrumbe de su integridad física y psíquica, la insoportable carencia afectiva y, sobre todo, el uso de su cuerpo como objeto erógeno capaz de costear esa demanda.

Es posible advertir ahí un primer nivel de referencias: la vida de Moore, la que ella misma cuenta en este libro, ya resonaba en sus primeros roles actorales. Su primer trabajo en televisión fue para un programa llamado Kaz, donde Moore interpretó a una prostituta de 13 años. “La frase que me ayudó a conseguir mi tarjeta SAG —del Sindicato de Actores de Cine— fue: Son cincuenta dólares, señor”. En Acoso sexual interpretaba también a Meredith Johnson, una ejecutiva involucrada en un ambiguo caso de acoso, en Échale la culpa a Río a la joven y sensual Nicole, que inicia un affaire con el padre de su amiga, y en ¿Te acuerdas de anoche? hacía de Debbie y encarnaba su voluptuosa superficialidad a través de la historia de sus escarceos. “Claramente había algo en mí que atraía este tipo de roles”, opina Moore.

Pero hay todavía otro nivel donde Inside Out pone de relieve uno de los problemas del género autobiográfico: la distinción clave entre autobiografía y ficción. La autobiografía parece depender de cosas que tuvieron lugar en la realidad y que son verificables. Sólo en ese supuesto encontraría sentido un proyecto como el de Moore, es decir, mostrarse sin barreras y narrarse tal cual uno es. Pero a pesar de esto, algunos recortes de Inside Out amenazan el equilibrio del sistema autobiográfico. Un ejemplo es cuando cuenta que se acostó con Jon Cryer (el coprotagonista de Charlie Sheen en Two And a Half Men) y aclara que fue con ella con quien Cryer perdió la virginidad. ¿Cómo cuadra esa aclaración en la idea de dejarse ver “sin barreras”? ¿Es mostrando socarronamente al otro como Moore pretende dejarse ver sin artificios? Para complicar más las cosas, poco después de publicarse Inside Out, Cryer publicó un tweet aclarando que si bien era fácil para Moore hacer esa asunción dada la pobreza de su performance sexual, en realidad había perdido la virginidad con otra mujer un tiempo antes.

Inside Out insiste así en presentarse como el momento de dejar de lado las interpretaciones, el momento de dejar de protegerse con los personajes. Pero la referencialidad no parece reducirse a si los hechos que cuenta Moore son verificables, sino también a qué hace referencia verdaderamente cuando pone a circular a los personajes que tejen su historia personal. En este punto, Moore parece obsesionada con hacer descansar el andamiaje traumático de su vida en un otro cualquiera en lugar de asumir sus responsabilidades. Entre el hastío y la autocomplacencia, los otros de Moore desfilan muchas veces como agentes del mal, mientras que su yo despacha cualquier posición activa con la excusa del mimetismo. Frente a cualquier situación, Moore construye una mirada de sí misma mediada por alguien más, lo cual la aleja tanto de una narración comprometida como de ese “mostrarse sin barreras”. Respecto a su alcoholismo, por ejemplo, tiene para decir que “Tony Geary —de General Hospital— siempre tenía algún licor en la mano cuando no estábamos en el set. Cada vez que me ofrecía, aceptaba. Al fin y al cabo, era la estrella del show, y si así se comportaba la estrella, entonces debía estar bien”. Y respecto de la cocaína, bueno… en el set de Échale la culpa a Río, sin ir más lejos, “todos la tomaban y a mí me ponía productiva y creativa, así que, ¿qué podría haber de malo en ello?”.

La fuerza del amor, en cambio, es más significativa. Tanto Bruce Willis como Ashton Kutcher aparecen en buena medida como los responsables de sus fracasos matrimoniales. Willis no soportó el éxito actoral de Moore y trató de confinarla al espacio doméstico: “Me dijo que nuestro matrimonio no funcionaría si yo me involucraba en proyectos por fuera de la familia”. Y Kutcher, después de haber visto frustrados sus deseos paternales —Moore perdió un embarazo suyo de seis meses— se lanzó a un frenético reajuste libidinal, que lo llevó a proponerle tríos sexuales sólo para dejarla fuera de la ecuación unos meses más tarde. A todo esto, Moore parece enredada en las trampas de la identidad y confundida por no haber podido articular un juicio certero: “De mis padres aprendí que el amor es algo por lo que hay que pelear, algo que podía desaparecer de un momento a otro. El tipo de amor con el que crecí era algo que daba miedo tener y dolor sentir. ¿Si no sentía ansiedad respecto de alguien, si no sentía un dolor incómodo, cómo podía saber que se trataba de amor?”.

Con todo, si algo nos enseñó el clásico manual de John Austin es que no existe una separación tajante entre los hechos y las palabras —más bien existe la posibilidad de “hacer cosas con palabras”—, y por eso es lícito preguntarnos si es la vida de Moore la que produce su autobiografía, o si debemos descifrar entrelineas que es a través de su autobiografía como Moore quiere hacerse una vida. ¿Por fin en paz consigo misma y lista, habiendo remozado su imagen con palabras, para buscar un nuevo desafío? Es posible: su capacidad estratégica no es ningún secreto. “Mi estrategia para enfrentar una situación nueva fue siempre operar como un detective y preguntarme: ¿cómo funciona esto? ¿Qué les interesa a las personas? ¿Quién tiene el poder? Y, por supuesto, la más importante: ¿Qué puedo hacer para encajar?”.

El mecanismo de Inside Out está en ese montaje imaginario de la tapa, donde sin duda puede leerse el problema en el que se asienta lo que sigue. ¿Existe una manera de mostrarse sin barreras ni artificios? Aquella frase que dijera Oscar Wilde puede ser la clave para ingresar a Inside Out debidamente advertidos de que este no es el gesto despojado y sincero que pretende ser, sino que, por el contrario, se trata de otra construcción más en una larga lista de papeles: “El rostro de un hombre es su autobiografía; el de una mujer, su obra de ficción”. Y tal vez sea el papel de la redención el que Moore intenta abrazar en Inside Out. Reconciliada con sus hijas, sacándose de encima cierta fama negativa y acaso reemplazando sus toy boys por juguetes que exigen menos mantenimiento, como su colección de taxidermia. Quizás eso explique el tono cercano a la prosa adocenada de la autoayuda: “Aprende, levanta tu autoestima, trata de conocerte a ti mismo e intenta maximizar tu potencial”. Claro, ¿por qué no? Con la batalla contra el tiempo perdida, es mejor enfocarse en la carrera hacia la felicidad. Porque si algo sabemos sobre esa carrera, es que nunca es tarde para empezarla.////PACO