Según Jaime Bayly, el “boom latinoamericano”, aquel fenómeno cultural y comercial que sobre el final de la década del sesenta del siglo pasado forjó a la primera (y quizás la última) gran generación de narradores latinoamericanos celebrados en bloque en todo el mundo, podría narrarse, también, como una divertida novela de sexo, dinero y poder. Es por eso que, en primer lugar, Los genios recurre a fragmentos de un escándalo real: en febrero de 1976, en un cine mexicano, el peruano Mario Vargas Llosa, ya por entonces uno de los más destacados novelistas en lengua castellana, noqueó de un puñetazo en el ojo izquierdo al más exitoso de los best sellers del “boom” y patrono colombiano del realismo mágico, Gabriel García Márquez. Los motivos de aquel golpe entre hombres que habían sido buenos amigos y admiradores mutuos hasta ese instante se han mantenido en una nebulosa de rumores y especulaciones. “¡Esto es por lo que le hiciste a Patricia!”, gritó Vargas Llosa frente a los pocos testigos, en referencia a quien era su esposa (y prima) Patricia Llosa. Pero, según otras versiones, en realidad su frase fue: “¡Esto es por lo que le dijiste a Patricia!”.
A partir de ahí, Bayly construye con los tempestuosos vaivenes de su laureado compatriota, el “último playboy de Miraflores”, tal como lo retrata Los genios, una trama conyugal lo suficientemente compleja como para que ambas frases resulten verosímiles. Aún si, a los fines prácticos, el propio Vargas Llosa se haya mantenido en la firme posición de no decir nunca por qué le pegó a su colega. “Ya sé que me lo preguntarán mil veces, pero diré que es un asunto personal. Y punto”, sentenciaron tanto el Vargas Llosa de carne y hueso como el imaginario de Los genios. Pero, ¿qué fue lo que pasó? ¿García Márquez le recomendó a la esposa de su amigo que se divorciara? ¿García Márquez, en cambio, se acostó con la esposa de su amigo? ¿O fue la esposa de Vargas Llosa quien inventó por despecho un romance que terminó en la irreconciliable discordia?
Los genios no solo puede leerse como la reconstrucción ficcional de una escena de celos que, más tarde, se ramificaría también en un distanciamiento político frente a la figura de Fidel Castro (que el peruano, hacia la misma época, comenzaría a criticar, mientras que el colombiano, por su parte, no dejaría de defender). Los genios, en realidad, también puede leerse como otra jugada de Bayly en favor de destejer los silencios alrededor de lo que, en principio, otros preferirían mantener callado por conveniencia, orgullo o vergüenza. Y es en este punto donde el sexo, el dinero y el poder, esta vez entre los protagonistas del “boom latinoamericano” en una galería que incluye al paso a Pablo Neruda, Jorge Edwards y Julio Cortázar, entre otros, desnudan poco más que ligeros matices de sofisticación intelectual si se los compara con el sexo, el dinero y el poder tal como se despliegan en ámbitos tan pedestres como los que el propio Bayly, con su habitual talento, ya ha narrado en novelas como No se lo digas a nadie, Los últimos días de La Prensa o Yo amo a mi mami.
La premisa fundamental, en esta línea imaginaria, es la misma: detrás de las máscaras del éxito, debajo de las superficies de la belleza o entre las raíces de la riqueza, ya sea que se trate de la existencia erótica de los mayores escritores en castellano del siglo XX o de las buenas costumbres de la burguesía limeña, siempre hay una verdad inconveniente. Una verdad humana e inexorable a la espera de quien tenga el coraje para pronunciarla. “Ahora estás acostándote con tu hermana, querido Mario”, se burla la madre de Susana Diez Canseco cuando, por un momento, le hace creer al escritor peruano que la mujer por la cual (según Los genios) habría abandonado durante algunos meses a su esposa Patricia es una hija perdida de su odiado padre. Arrebatado por una pasión semejante a la que lo llevó a casarse primero con su tía y más tarde con su prima, la escena, sin embargo, es la excusa cómica de Bayly para señalar que, en palabras de la famosa tía Julia, con la que Vargas Llosa estuvo casado entre 1955 y 1964, “Marito, cuando se enamora, no piensa, pues todo lo que tiene de genio para escribir lo tiene de bruto para enamorarse”.
Claro que, en defensa de las fuerzas impostergables del amor, tanto Los genios como la extensa obra de Vargas Llosa no dejan de recordarnos que estos mismos atropellos intempestivos contra las convenciones familiares, a veces, son lo único capaz de permitirnos vivir en paz con nosotros mismos. ¿Y acaso no es esta, también, la esencia de No se lo digas a nadie, la novela con la que Bayly tuvo su debut en 1994 gracias al apoyo de Vargas Llosa? A propósito de No se lo digas a nadie, Joaquín Camilo, su protagonista, afirma en algún lado que “en el Perú puedes ser coquero, ladrón, mujeriego, pero no puedes darte el lujo de ser maricón”. Y es con eso en mente que Bayly, entre la mordacidad y el afán de contar, avanza sobre lo que sería más conveniente silenciar ante las malicias y las taras de una sociedad hipócrita, machista y clasista de la que él mismo es víctima y verdugo. Por supuesto, si al hacer esto Bayly vulnera la intimidad de sus más reconocibles personajes de ficción (como ocurrió con el actor peruano Diego Bertie) es una discusión distinta, quizás más pertinente entre abogados que escritores. A treinta años de No se lo digas a nadie, en tal caso, con Los genios Bayly parece dispuesto a continuar con el mismo mandato que Vargas Llosa tomó desde sus mejores épocas, nada menos, que del maestro francés Gustave Flaubert, que escribió convencido de que el hombre no es nada y la obra lo es todo//////////PACO