Música


Diez escenas en la vida de Ornette Coleman

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I.

Precisiones biográficas. Ornette Coleman nació en algún momento de marzo de 1930 en Forth Worth, Texas, “where the west begins” como les gusta decir a los locales con orgullo por su pasado vaquero, y murió en Nueva York en 2015 de un paro cardíaco. En el medio, 85 años, su vida, una vida dedicada a un oficio y un arte preciso: tocar el saxofón, y otros instrumentos, y componer algunos discos que todavía hoy suenan. 

Entre algunos datos de su biografía inicial, se lee que su padre murió cuando él tenía 7 años. Era cocinero. De allí, la infancia de Ornette Coleman no imagina muchas sorpresas ni lujos: sur de Estados Unidos, la gran depresión, una familia negra y un niño sin padre al cuidado de su mamá, una trabajadora funeraria. Fue ella quien le regaló su primer saxofón cuando tenía 14 años, pero no había plata para lecciones. Ornette aprendió solo. Su hermana mayor, Truvenza, era cantante y tuvo su propia banda en Fort Worth. Aunque poco se sabe de ella. Pero, según el propio Ornette, fue su primo, James Jordan, saxofonista, quien lo influenció en sus primeros y autodidactas pasos en la música. En algún lado, Ornette cuenta “siempre quise ganarme su respeto, porque él fue a la escuela, estudió, y yo no”. Años después, Jordan daba clases de maestría en la universidad y llevó a sus alumnos para analizar The Shape of Jazz to Come, el primer álbum de su primo.

II.

Un músico local y olvidado, Red Conner, fue el primer saxofonista al que Ornette le prestó atención cuando aprendía en soledad a tocar su instrumento. Según Coleman, Conner era más ingenioso que el propio Charlie Parker, pero su vida terminó muy temprano. “Red murió joven” cuenta Ornette, “murió de muchas cosas juntas. Había vivido la vida de un hombre de jazz y, eso a finales de los 30 y principio de los 40, era una vida nocturna. De joven iba a escucharlo con su banda y sentía vergüenza de mí mismo. Ellos estaban tocando música de verdad. Para esa época yo ya era famoso en la ciudad y recibía cierta admiración. Pero no estaba haciendo ninguna contribución valiosa”. Red Conner tal vez no influenció el estilo de Coleman, él mismo señaló, cuantas veces pudo, que nadie lo hizo, pero sí forjó su respeto por el jazz y la vida del hombre de jazz.

III.

En 1949, mientras estaba de gira con una banda en Natchez, Missisippi, Ornette Coleman fue despedido. Había intentado enseñar un número de jazz a un compañero de banda. Él mismo compañero lo delató alegando que un subversivo quería transformarlo en un “bebopper”. El líder de la banda, con pocos ánimos de ver a su grupo contaminado, le pagó en efectivo a Ornette y lo dejó en las calles de Natchez hasta que la policía lo echó.

“Estaba sentado en un bar comiendo, se acercaron y me dijeron que tenía que irme”. Al parecer, un negro con el pelo largo y la barba hasta el cuello excedía lo que los policías sureños podían tolerar. Sobre todo, si no tenía trabajo. Ornette se fue a Nueva Orleans.

IV.

En Nueva Orleans las cosas no mejoraron mucho para Ornette. Durante el día trabajaba de jardinero, de noche, cuando podía, tocaba su saxofón en algún club. “Ratas” menciona Ornette, “cucarachas, sudor y humo”. Tal vez, algo de vudú y no mucho público. Nueva Orleans no era Forth Worth. Al poco tiempo de llegar a la ciudad, un grupo de negros lo invitó a una reunión en Baton Rouge, unos kilómetros más al norte, sobre la costa del Missisippi. Le dijeron que querían conocerlo, que admiraban su música. Apenas llegó al barrio donde lo citaron, seis hombres lo patearon, le bajaron un par de dientes y rompieron su saxofón contra el cordón de la vereda. Ornette nunca supo muy bien por qué lo golpearon. Según contó, sin dar muchas precisiones, las razones rondaban alrededor de un previsible malentendido por mujeres.

Cuando Ornette llegó arrastrándose a la estación de policía, le dijeron que si los hombres no lo mataron, probablemente lo harían en el futuro.

V.

Otra vez la ruta, pero ahora hacia el oeste. Ornette se unió a la banda de Pee Wee Crayton en 1951 y llegó hasta Los Ángeles. Luego de solo diez noches tocando, Crayton no soportó más el estilo impredecible de Coleman. Antes de entrar al bar la última noche, Crayton le dijo “no vas a tocar hoy, pero igual te voy a pagar”. Con unos pocos dólares en el bolsillo y su saxofón, Ornette estaba otra vez varado. Ahora en L.A.

Primero, trabajó como casero para una mujer madura que le permitía alquilar el fondo del garage de su casa. “No había calefacción” cuenta Ornette, “pero era un lugar donde vivir”. Coleman ayudaba a la mujer con una pequeña guardería que tenía, cuidaba de los chicos, limpiaba la cocina o lo que hiciera falta. Luego, recoge el periodista Nat Hentoff, trabajó como operador de ascensores en un lujoso hotel del centro de Los Ángeles.

Una noche, como tantas, con apenas dinero, Ornette caminó los kilómetros que lo separaban de la sección negra de Los Ángeles e intentó subir al escenario con Dexter Gordon, pero, otra vez, sin éxito. “Me hizo dejar de tocar y bajar del escenario. Tuve que volver caminando, bajo la lluvia”. Según Ornette, eso pasaba seguido. Tal vez, muy seguido. Algún músico le prometía que iba a tocar, pero lo mantenían sentado toda la noche. Cuando el bar estaba por cerrar a las 2 de la madrugada, lo dejaban subir tres o cuatro minutos a tocar para las mesas vacías y los pocos empleados que, atentos a sus relojes, esperaban la hora para volver a sus casas.

VI.

Con lo que consiguió, Ornette pudo armar una banda en Los Ángeles. Según Ornette, era la banda que necesitaba. Otros músicos como él, al borde de la indigencia, con trabajos de mierda, sin auto y sin plata. Otros músicos de la ruta o locales, algunos varados en Los Ángeles o buscando escapar de ella. El primer show que consiguió fue un viejo club de striptease, en Watts, al sur de la ciudad, un barrio conocido por sus bajos ingresos, sus altas tasas de criminalidad y el desarrollo avanzado de pandillas. “Imaginate un club de strippers ahí” dice Ornette. Eso no desmotivó a la banda de Coleman, pero, mientras improvisaban la primera noche, se cortó la luz. El dueño del club hacía meses que no pagaba la boleta de electricidad y, de repente, interrumpieron el servicio. “Seguimos” ordenó Coleman, “seguimos”. La banda continuó tocando e improvisando sin amplificación ni luz para ver sus instrumentos. “Solo oscuridad y música. Instinto” recuerda Ornette aunque no puede precisar cuánto tiempo estuvieron tocando así, a oscuras. “Minutos o tal vez siglos”.

VII.

John Lewis, fundador y director del Modern Jazz Quartet, le insistió a Ornette con que su futuro estaba en Nueva York. Los Ángeles estaba seca, minada. “No hay más ratas e indigentes a los que les puedas tocar”. Para poder pagar los pasajes de los miembros de su banda, Ornette gastó la mitad de la plata que Atlantic le había adelantado para su primer disco. También, les tuvo que pedir prestados 72 dólares a cada uno para poder completar la tarifa de Greyhound. 4470 kilómetros separan Los Ángeles de Nueva York.

Una vez en la costa este, la banda de Ornette consiguió una residencia en el Five Spot Cafe, ubicado en el número 5 de Cooper Square, Bowery, Manhattan, un barrio conocido como el “skid row” de la Nueva York del siglo XX. La banda formada con Don Cherry, Charlie Haden y Billie Higgins.  La primera noche, entre el público que disfrutó, o despreció, la actuación de Ornette se encontraban músicos como John Coltrane, Miles Davis o Leonard Bernstein. El estilo de improvisación de Ornette no daba lugar a reacciones mixtas. Entre el público, los críticos de jazz y los otros músicos las posturas estaban polarizadas: profeta o fraude.

En una entrevista, le preguntaron a Miles Davis por la serenidad con la que tocaba Ornette Coleman. “Hell!” respondió, “solo hay que escuchar lo que escribe y cómo lo toca. Si lo pensamos psicológicamente, el tipo está hecho mierda por dentro”.

Coleman, por su lado, tenía sus objetivos trazados. Quería que su saxofón sonara como una voz humana. “Hay un intervalo” señala, “un intervalo en el que el instrumento acarrea una cualidad humana si lo tocás en el tono correcto. Se puede alcanzar el sonido de una voz humana si de verdad escuchás y tratás de expresar la calidez de una voz humana”.

Shelly Manne, un baterista que grabó con Ornette en Contemporary, cree que Coleman merodeó sus objetivos. “Cuando toca, suena como una persona llorando o riendo. Y consigue que yo quiera reír o llorar”.

VIII.

Si hablamos de Ornette, también hay que hablar de su instrumento. Una de las críticas que recibió Coleman por los años del Five Spot y de sus discos en Atlantic fue que tocaba con un saxofón de plástico. “Lo compré en Los Ángeles en 1954” le cuenta Ornette Coleman en una entrevista a Nat Hentoff, “necesitaba un saxo nuevo, pero no tenía plata. El tipo del local de música dijo que podía venderme un saxofón nuevo, un modelo de plástico, al precio de un Selmer usado. No me convenció al principio, pero preferí tener uno nuevo. Ahora no usaría otro. Los fabrican en Inglaterra y tengo que hacer que me los traigan desde allá. De la  forma en que toco, solo me duran un año, como máximo”.

Coleman se refiere al saxofón Grafton, un modelo hecho en acrílico color crema con teclas de metal y producido en Londres entre los años 50 y principios de los 60. El diseño original fue patentado en 1945 por un italiano, un tal Ettore Sommaruga que se relocalizó en Londres escapando, uno vaya a saber por qué, de la Italia de Mussolini. El saxofón fue bautizado por la calle donde Ettore vivía, “Grafton Way”. Luego de conseguir capital de Geoffrey Hawkes y John E. Dallas, Sommaruga abandonó la compañía temprano, en 1953, antes incluso de que Ornette comprara su primer modelo, y se mudó a Francia, donde dirigió un hotel hasta el día de su muerte, en 1985.

“El saxofón de plástico es mejor para mí” continúa Ornette, “porque responde mejor a la manera en la que soplo. Hay menos resistencia que con el metal. Además, las notas parecen salir despegadas, digamos, casi como si pudieras verlas”.

Como bien señaló el vendedor de instrumentos en Los Ángeles, el precio de venta del Grafton era de £ 55, es decir, aproximadamente la mitad del costo de un saxofón de latón convencional en esos años. La publicidad de la época vendía al Grafton como un “poema en marfil y oro”.

La decisión de fabricarlo principalmente con vidrio acrílico como el plexiglás no se debió a sus cualidades tonales, sino al deseo de Ettore de producir un saxofón barato para la empobrecida europa de posguerra y al impulso del fabricante de abaratar costos en materiales y procesos de producción. Sin mencionar la escasez de metales. El número de serie de un Grafton aparecía en una ubicación inusual: estampado en el cuerpo principal del saxofón (y resaltado en negro) en la parte delantera, aproximadamente 2 cm por encima de la tecla F frontal que se maneja con la mano izquierda. Los números de serie tienen un máximo de cinco dígitos. El Grafton de número 10265 en su dorso perteneció a un tal Charlie Parker.

IX.

En Nueva York, Coleman estaba lejos de su esposa, quien se quedó en Los Ángeles cuidando de su hijo, Denardo. Aunque, por sobre todo, extrañaba al chico. Pero Ornette sabía resistir, sabía que su hijo lo iba a esperar, pero el éxito no. Coleman entendía que Nueva York era la ciudad donde tenía que estar. Su familia en Forth Worth, por su lado, quería que regresara a su pueblo natal, al desierto de Texas. “Nueva York” dice Ornette, “es la mejor ciudad para el jazz. Incluso cuando la nieve está dura contra el piso, había noches que la gente se quedaba afuera, en el frío, haciendo la fila para entrar al Five Spot”.

Coleman ganaba poco dinero en Nueva York y por los días se perdía caminando por la ciudad. Se detenía, a veces, en los museos, Guggenheim o MoMA. En el Five Spot, conoció a algunos de los expresionistas abstractos e, incluso, se hizo amigo de algunos de ellos. “Ahora lo que me interesa es caminar y ver a la gente hacer lo que sabe hacer” cuenta Ornette, “Puede ser deporte o arte, no me importa, siempre que la persona muestre algún tipo de placer en lo que está haciendo. Siempre me relajó ver a un hombre expresarse”. 

Una noche, Coleman entró al Radio City Hall y vio a un hawaiano que estaba balanceando cuatro vasos de cocteles sobre una tabla de madera. La tabla de madera se sostenía, a su vez, sobre el mango de una espada. El hawaiano se metió un puñal en la boca y equilibró el puñal punta a punta contra la espada, subió quince metros por una escalera, abrió las manos y no derramó ni una gota. “Fue la pieza de arte más hermosa que vi en vida” cuenta Ornette, “luego me tuve que preguntar. ¿Dónde estoy yo, qué es lo que estoy haciendo, si este hombre puede hacer algo tan increíble?”.

X.

Nat Hentoff le preguntó a Ornette qué fue lo que más le molestaba de las críticas que recibió durante los años del Five Spot Cafe. Ornette dudó, miró su saxofón, meditó un segundo. “Me bauticé como testigo de Jehová por insistencia de mi esposa. Aunque hace mucho que no practico. Espiritualmente, digamos, i’m free-lancing now. Lo que más me molestó de la hostilidad de otros músicos durante esos años es que algunos decían que yo estaba ‘jugando a ser Dios’. Pero para mí, cuando alguien intenta dar lo mejor de sí a su manera, eso no significa que está ‘jugando a dios’. Simplemente intenta mostrar que Dios existe”////PACO

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