Su breve entrada en Wikipedia sintetiza los problemas que enfrentamos cuando tenemos que escribir sobre música. Ahí se nos dice que David Fiódorovich Óistraj, también David Oistrakh, nació en Odessa, el 30 de septiembre de 1908, y murió en Ámsterdam, el 24 de octubre de 1974. Al mismo tiempo se informa, quizás demasiado rápido, que fue “un violinista ruso, uno de los de mayor prestigio del siglo XX.” Se agrega que no destacó como niño prodigio, que salió segundo en un concurso cuando era adolescente y que dio a una serie de conciertos para las tropas rusas durante la Segunda Guerra. Algunas fuentes no confirmadas dicen que tocó el Concierto para Violín de Tchaikovsky en Stalingrado mientras los aviones alemanes atacaban la ciudad. Si fue así, el coraje se reparte entre todos los miembros de la orquesta bombardeada. Luego, y aunque viajó a Occidente, la Unión Soviética no lo dejó exiliarse. A diferencia de otros intérpretes y compositores, él no combatió esa prohibición. Incluso cabe dudar si alguna vez quiso el exilio. ¿Qué más? Tocaba con un Stradivarius. En su honor, un asteroide fue bautizado con su apellido. Como biografía parece poco.

1384490327-1736468001

Barbara Pistoia me dijo que era una lástima que Joe Belushi hubiera muerto porque era el actor ideal para hacer de Oistrakh en una biopic. Es verdad que se parecían. Pero esa biopic, ¿qué contaría? Oistrakh tuvo una vida llena de talento, su existencia fue una aventura musical completa de una intensidad admirable, pero sin anécdotas, sin desgarraduras, sin nudo, sin conflictos. Lo suyo fue la música en el plano en el que se opone a la ética de Hollywood. En 1996, Bruno Monsaingeon lo retrató en un telefilm titulado David Oistrakh: Artiste du peuple? donde todos hablan bien de Oistrakh, mal de Stalin y el centro del esfuerzo fílmico parece ser exhibir el audio de una simpática conversación telefónica que tuvieron Shostakovich y el violinista, cuando el compositor lo escuchó tocar el estreno de su Concierto para violín número 2 por la radio desde el hospital donde estaba internado. Por todo esto, la película de Oistrakh está, mejor, fragmentada en cada una de sus apariciones en YouTube donde podemos verlo y escucharlo tocando con una calidad admirable.

El recorrido, así, se limpia de curiosos y turistas y deja al melómano solo frente a la música. Aunque es posible, como siempre, decir algo más. Donde Hollywood no logra narrar, tenemos, por ejemplo, el reconocimiento de los compositores más importantes del siglo XX. Aram Jachaturián y Shostakovich le dedicaron sus conciertos para violín y, se dicen, convencieron a Prokófiev de arreglar su sonata para flauta y convertirla en su segunda sonata para violín con el fin de que Oistrakh la estrenara.

Así fue. Prokofiev compuso su Sonata para flauta en Re, Opus 94, en 1942, durante su estadía en un refugio para artistas de los Montes Urales y un año después la adaptó para el violín de Oistrakh, que la estrenó el 17 de junio de 1944 acompañado por Lev Oborin. También con Oborin, Ositrakh dio a conocer la Sonata para violín número 1 en Fa menor, Opus 80, escrita entre 1938 y 1946. Los intérpretes la prepararon bajo la supervisión personal del compositor. En los descansos de los ensayos, Prokofiev y Oistrakh jugaban al ajedrez. Hay fotos con el tablero de por medio. Incluso llegó hasta Internet una especie de volante que publicita una de sus partidas. ¿Quién fue a verlos jugar? La escena es de una ironía extrema, de una excentricidad casi dolorosa: el publico mira como dos de los músicos más dotados de la historia rusa piensan y mueven sus piezas en silencio.

Captura de pantalla 2015-05-26 a la(s) 09.35.05

Escrita en una tonalidad mayor, la sonata original para flauta suena lírica y alegre, a veces incluso impresionista. La sonata para violín es oscura, sin llegar al pesimismo. Si el piano inicial sorprende por su opacidad, el violín puede, en contrapunto, devolverle melodías románticas. A veces los roles se invierten. Oistrakh se luce con los arpegios, las escalas en velocidad y el pizzicato.

Estas únicas dos sonatas para violín de Prokofiev nos llegan como dos hermanas de diferente carácter, unidas por incómodos y orgulloso rasgos familiares, que caminan de la mano, hablando sobre el siglo XX, mientras nosotros avanzamos por el siglo XXI. Acompañado por Samuil Feinberg, Oistrakh tocó el primer y el tercer movimiento de la sonata en Fa menor en el velorio de Prokofiev. (El mismo 5 de marzo de 1953 moría Stalin así que esa música se debe haber escuchado con una intensa mezcla de emociones.)

Oistrakh también tocó y estrenó muchas obras de Shostakovich, sus conciertos para violín y orquesta, sí, pero también danzas, tríos y cuartetos. Si buscamos en YouTube, podemos encontrar una rareza. La pieza se presenta con este epígrafe: “In 1968 David Oistrakh and Dmitri Shostakovich made a recording of Shostakovich’s first Violin Sonata in the apartment of Shostakovich.”

El sonido tiene ciertos defectos, se escuchan algunas frituras pero, en general, es cristalino y preciso. No hay ni un solo amague, ni una sola nota fuera de lugar. A Shostakovich le habían diagnosticado polio en 1965. ¿Con qué tecnología doméstica contaban estos artistas soviéticos para realizar el registro de sus ensayos? ¿Un grabador de cinta abierta? Si se trata de un fake, hay que decir que en todo fake hay un dejo de verdad. Compositor y violinista deben haber tocado juntos. Imaginarlos ensayando en una habitación moscovita una noche de 1968 me emociona. Shostakovich compuso su Sonata para violín y piano en Sol mayor, Opus 134, en el otoño ruso de ese año. Según Wikipedia, la completó en octubre. Dedicada a Oistrakh, el violinista la estrenó el 3 de mayo de 1969 en el Gran Hall del Conservatorio de Moscú. 1968 por otra parte fue un año convulsionado, explosivo, lleno de un talento excepcional. Mientras en Occidente los estudiantes tomaban las calles y las universidades, mientras el Vietcong atacaba la embajada de estados Unidos en Saigón y en Checoslovaquia se vivía la Primavera de Praga, mientras los Beatles editaban The White Album, los Rolling Stones, Beggar’s banquet, Frank Zappa, We are only in it for the money, y Jimmy Hendrix, Electric Ladyland, poder imaginar que, ajenos a esto, Oistrakh y Shostakovich ensayaban en un austero departamento ruso genera cierta distancia, una noble y melancólica autonomía, un intimidad que desafía a la historia. (Diez años más tarde, en 1978, esta obra de Shostakovich sumó otra anécdota a su historia de tensiones entre intimidad y política cuando fue tocada por Gidon Kremer y Andrei Gavrilov en el hall de la Filarmónica de Berlín. Según un epígrafe de YouTube, los artistas no sabían que estaban siendo filmado. El registro audiovisual es de una excelente calidad. Los hombres de la KGB que los espiaban trabajaron con criterio.)

T9783_David-Oistrakh-Dmitri-Shostakovich-Sviatoslav-Richter-in-19691

Más allá de los compositores soviéticos, Oistrakh grabó las sonatas completas de Bach para violín y clavicordio, y tocó a Martinu, Brahms, Sibelius, Mozart, Paganini y Beethoven, entre muchos otros. De todos los excelentes pianistas que lo acompañaron, Sviatoslav Richter merece un comentario. YouTube nos ofrece muchas de sus mejores actuaciones en conjunto, de las cuales vale destacar la atormentada sonata de Bartok, que tocaron en el Conservatorio de Moscú en 1972 y fue registrada con una calidad admirable.

(A diferencia de Oistrakh, Richter sí podría haber sido narrado con la sensibilidad de Hollywood. Homosexual en un mundo totalitario donde eso se veía y amonestaba como un crimen, tuvo un apellido alemán mientras la Unión Soviética peleaba su gran guerra contra Alemania. De hecho, la KGB mató a su padre en Odessa hacia 1941 por considerarlo un espía. Richter era bello y en las fotos que lo retratan, tanto en su juventud como en su madurez y vejez, percibimos cierta arrogancia, una mirada distante, que podría contener la dura soberbia pero también la no menos áspera carga de ser consciente del propio y excepcional talento. Sobre el final de su vida, Bruno Monsaingeon lo convenció de hacer un documental que tituló Richter, el enigma. La película se estrenó en 1998 y puede verse en YouTube.)

No es posible gustar de todos los intérpretes de todas las épocas y de todos los compositores de todas las escuelas. Los gustos pueden ser amplios e incluso contradictorios pero no pueden ser totalizadores. De ser así, si se gusta de todos, no se está escuchando la especificidad, el carácter y el estilo de cada uno. Dicho en breve, se prefiere a un intérprete porque no se prefiere a otro. Quizás ambos sean buenos y ambos satisfacen al que escucha pero en el momento de poner a sonar una pieza algo hace que nos inclinemos por uno, y esa opción está basada en el gusto. Respetar, honrar, hacer crecer ese gusto es parte central de la música. ¿Y cuál era el estilo de Oistrakh? Su sonido expresivo, sus fraseos y sus delicados matices en el volumen, que van de ligeros pianisísmos a sólidos y agresivos fortes, nos ofrecen un Oistrakh romántico y pasional. Nadie como él hizo sonar tan sensuales las disonancias modernas que se escuchan en las obras Prokofiev y Shostakovich.

El intérprete en la música no puede ser reducido a sus herramientas, a su habilidad. La mirada deportiva se anuncia pero es injusta y torpe. Hay tantos detalles en la interpretación como en la composición misma. Oistrakh es un ejemplo excepcional de eso. Y si sumamos que no existe una biografía en la cual apoyarse, lo que queda es la música. Podemos imaginar al joven Oistrakh haciendo escalas durante el invierno ucraniano, podemos pensarlo caminando por San Petersburgo, leyendo la prensa comunista, viéndose a sí mismo en los rudimentarios aparatos de televisión soviéticos, almorzando o cenando en Ámsterdam antes de un concierto, incluso descubriendo las ventajas y diferencias de los Estados Unidos. Pero adelante de todo está la música. Una vez Ciorán describió a Shakespeare como la unión del hacha y la rosa. Oistrakh alcanzó esos momentos de contundencia delicada en una nación conflictiva y extrema que ya no existe. Hoy se lo recuerda y se lo sigue escuchando a través del tiempo y las geografías. Ese es todo el mito de artista que necesita.///PACO