A la distancia, los
Cuentos completos de Sir Kingsley Amis (1922-1995) ofrecen un retrato de varios de los asuntos de su obra como novelista, género donde tuvo su primer gran éxito en 1954 con La suerte de Jim ‒luego de iniciarse como poeta y antes de avanzar como ensayista, guionista y articulista‒, y también la evolución de una prosa que, al servicio de la narrativa breve, Amis consideraba apenas “trabajo en vacaciones”. Pero es en el merodeo de las obsesiones y las fantasías en estas veinticinco historias escritas en cinco décadas donde surgen, además, los rasgos del hombre detrás de las palabras. Considerado uno de los mejores escritores satíricos del siglo XX ‒estilo cada vez más repudiado por las fuerzas de la corrección, como señala su hijo, Martin Amis, porque “la sátira no se ríe con alguien sino de alguien”‒, los vínculos de Kingsley con la política son la primera gran fuerza en muchas páginas. Y si en la juventud experimentó un interés por la clase trabajadora transparentado en cuentos como “El enemigo de mi enemigo” y “Comisión de investigación”, ambientados en la burocracia militar de la Brigada de Señales de su país durante la Segunda Guerra Mundial ‒donde estuvo desde 1942 hasta 1945‒, más adelante “El misterio de Darkwater Hall” y “Boris y el coronel” revelan la paranoia crujiente alrededor de la lucha de clases durante la Guerra Fría (término político que inventó George Orwell, quien también describió a un Amis ya abiertamente conservador como “liberal decadente, muy deshonesto”).

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Es en el merodeo de las obsesiones y las fantasías donde surgen, además, los rasgos del hombre detrás de las palabras.

En tal caso, ese sinuoso camino desde el Partido Comunista, en 1941, hasta el título de Caballero Comendador de la Orden del Imperio Británico, en 1990, nunca afectó lo que, más allá de las mutaciones ideológicas, nutrió los otros dos pulsos vitales de su escritura: el alcohol y las mujeres. En ese sentido, “El clarete de 2003”, “Los amigos del morapio” e “Inversión en futuros” son cuentos que, a partir de un científico que viaja en el tiempo para saber qué va a ser posible tomar en los próximos años, exhiben no solo la capacidad de Amis para percibir las taras culturales de su época ‒como, por ejemplo, la idea hoy estandarizada de que consumir vino requiere “una pizca de simbolismo, de estilo, una referencia al arte…, ese tipo de cosas”‒, sino también la astucia para provocar carcajadas (“Es… No sé… Es la riqueza del verano, toda la gloria del… del amor y la poesía lírica, un modo de vida plena, profunda y… una magnífica sucesión de…”).

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Hay una capacidad para percibir las taras culturales de su época, como la idea de que consumir vino requiere “una pizca de simbolismo, de estilo, una referencia al arte…, ese tipo de cosas”, y astucia para provocar carcajadas.

De hecho, es sobre lo más pulsional de sus personajes que Amis despliega lo que aún logra su mejor efecto, como cuando ante “tres camareras belgas” un soldado se sorprende pensando que “su fealdad era demasiado extrema para ser consecuencia del azar”, o cuando describe a un hombre que llega a una reunión familiar con “un traje que parecía sopa de verduras tejida”. Las mujeres, por su lado, con excitación, con cautela y, al final, con melancolía, sobrevuelan casi cada historia en versiones donde la vida marital y la vida sexual combinan proporciones tan cambiantes de hartazgo y de libertad como las que llevaron al propio Kingsley a ser conocido por sus “alarmantes energías y apetitos” (con los que, no está de más señalarlo, construyó antes una literatura que una reputación). La imaginación de Amis también demuestra ser hábil para convertir las huellas de William Shakespeare, Bram Stoker (Drácula), Ian Fleming (creador de James Bond, personaje sobre el que Amis escribió una novela) y Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes) en el punto inicial de relatos que, como “Asuntos de muerte” y “Ver el sol”, absorben las coordenadas de la tragedia, el vampirismo y el suspenso para, después, volverse permeables al homenaje erudito, la parodia e incluso la experimentación. Como en “Algo extraño”, donde se olfatea la lectura de Stanislaw Lem, y “Hemingway en el espacio”, cercano a las primeras historias de ciencia ficción de J. G. Ballard y Philip K. Dick. En el balance, una galería breve y brillante del mejor Kingsley Amis//////PACO