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Circuitos entre la crónica y la verdad

Si uno llegase a The Interior Circuit. A Mexico City Chronicle por sus reseñas, encontraría un decorado de palabras destinadas a consagrar el acierto que Francisco Goldman ha logrado en uno de los textos más resonantes de su obra. Después de todo, The Interior Circuit (publicada en inglés en 2014 y traducida al español en 2015) ha dado la impresión de ser un retrato contundente sobre la Ciudad de México. No en vano se dice que muestra “la aguda capacidad observadora” de su autor, y tal vez también sea cierto que su relato exhibe un repertorio de problemas que representan algo trascendental para una de las ciudades más grandes del hemisferio occidental.

Sin embargo, no es sólo en la mera observación donde se asientan los méritos del libro. Los críticos que miman los talentos de este cronista norteamericano también han sopesado la relación dotada que el narrador mantiene con la ciudad (“es una crónica sentimental que cuenta la progresiva mexicanización de Francisco Goldman, estadounidense y guatemalteco que ha terminado convertido en un chilango fervoroso”) y hasta su capacidad innovadora (“le da algo nuevo a la crónica como género”). De modo que, antes que otra cosa, The Interior Circuit es la sede de una relación privilegiada (entre Goldman, claro, y su capacidad para percibir la realidad), y la virtud del relato es narrar esa relación basada en su experiencia personal. Pero, ¿alcanza con vivir algo para volverlo verdadero?

Esta pregunta es delicada, porque sin soberbia ni humildad, Goldman baraja en The Interior Circuit sus cartas literarias para narrar el dilema de la pérdida, y al hacer las cuentas con el tiempo, comprueba que, en el aniversario de la muerte de su esposa —la escritora mexicana Aura Estrada—, a la que “estaba duelando por quinto año luego de una relación que apenas había durado dos”, abandonar la ciudad donde se habían conocido para olvidarla de una vez le parece inconcebible. Lo que asoma, entonces, es redoblar la apuesta: “Tal vez no sólo quedándome allí sino adoptando la ciudad como propia llegaría a encontrar una manera de vivir en la Ciudad de México sin Aura”.

A partir de lo que parece el centro de sus preocupaciones, Goldman despliega el momento de mayor imaginación de su texto: una mañana cálida, caminando por la Glorieta Citlaltépetl, avista a un hombre mayor manejando un Beetle. Al principio no parece haber una explicación para el auto que da vueltas sin parar, pero pronto se vuelve evidente que el hombre está tomando clases de manejo. De ahí en más, y en lo que será una suerte de deseo mimético, la lógica queda clara: tal vez aprendiendo a manejar en la ciudad también Goldman encuentre una forma de llevar a término el trabajo de su duelo. Y en ese caso, para volver el desafío más entretenido, echará mano de la Guía Roji, “un mapa borgeano de la ciudad”, que intentará “usar casi como el I Ching: abriendo una página al azar, poniendo el dedo sobre ella y yendo a donde quiera que el dedo haya caído”.

Goldman, que nació en Boston, está sin dudas advertido de la relación compleja entre los Estados Unidos y México. Y es por eso que, para constituirse en el “personalísimo manual para adentrarse en la intrincada y caótica actualidad mexicana” que sus críticos dicen que es, The Interior Circuit hace un ajuste de cuentas con algunos supuestos. Por ejemplo cuando, antes, en un seminario en Aspen, un estudiante estadounidense reprende a Goldman por elogiar la Ciudad de México y él queda consternado. “Dale, dejate de joder, ¡cuántas pavadas! Todo el mundo sabe que la Ciudad de México es violenta, corrupta, que está superpoblada y contaminada como la mierda. ¿Cómo podés hablar así?”. Muchos capítulos más adelante, el propio Goldman insistirá en que la crónica es, en cierto modo, una respuesta a ese comentario. “Quería celebrar y defender la ciudad (el mismo impulso que sentí cuando escuché al estudiante de Aspen gritar: ¡Cuántas pavadas!)”. A partir de ahí, disciplinar esa percepción se vuelve una especie de objetivo periodístico que lleva a Goldman a demostrar que la Ciudad de México es algo más que un gran conglomerado de narcotraficantes, políticos corruptos, esbirros, cocainómanos y asesinos.

Para lograrlo, The Interior Circuit se centra, sobre todo, en hacer pasar al crédito del gobierno el gravoso débito del mal. En realidad, señala Goldman, no es que la Ciudad de México sea mala; el verdadero problema es que está gobernada por el PRI. Es por esa razón que una parte significativa de la crónica se entrega a narrar la corrupción política y la manipulación mediática del partido que gobernó a México durante 71 años consecutivos. Las pruebas, que se acumulan en una documentación abundante, revisan largamente el #YoSoy132, la versión mexicana de “Los indignados” que terminó convertido en uno de los movimientos de protesta más significativos en la historia del país. 

Por otro lado, lo que parece decir el terrible caso Heavens, que ocupa buena parte de The Interior Circuit, es que tampoco es real que la Ciudad de México sea tan buena. En mayo de 2013, trece jóvenes salieron a bailar, los secuestraron y aparecieron mutilados en una fosa común de un bosque en las afueras de la ciudad. El caso, que sigue abierto, se convirtió en una de las mayores matanzas ligadas al narcotráfico. Y si la crónica de Goldman trasunta inquietud frente a tantas inequidades, lo que también sugieren las costuras de su retórica es que, tal vez, el material que presenta sea más útil para una nueva serie de Netflix sobre el narcotráfico y el crimen en Latinoamérica que para rebatir la percepción prejuiciosa del estudiantado de Aspen.

Sin duda, cientos de páginas de investigación son evidencia suficiente de que Goldman ha hecho su tarea periodística. Sin embargo, en 2009, Wikileaks ya había revelado una serie de cables que coinciden, en parte, con lo que narra la crónica como si se tratara de la primera vez. La pregunta inevitablemente sugestiva es si, por acumular información, Goldman entonces sienta las pruebas de que realmente entiende algo sobre México. Basta comparar el cable de Wikileaks (“la Marina de México, actuando bajo información proporcionada por los Estados Unidos, mató a Arturo Beltrán Leyva en una operación el 16 de diciembre, en lo que fue el derribo más importante de una figura de un cártel bajo la administración de Calderón”) con lo que escribe Goldman (“actuando bajo información de las autoridades norteamericanas, un comando de la Marina de México persiguió y mató en Cuernavaca a Arturo Beltrán Leyva, el líder del cartel”) para comprobar que la sintaxis del cable es, incluso, más imaginativa, compleja y dramática, y para cuestionar, por otro lado, si los premios que recibió Goldman por su “periodismo de no ficción” no deberían habérselos dado, en cambio, a Julian Assange.

Por eso, si es cierto que a veces las apariencias engañan, tal vez no sea imprudente recordar la verdad del adagio para empezar a definir en serio qué es la crónica de Goldman. En efecto, en lo que tiene para decir en The Interior Circuit. A Mexico City Chronicle, tal vez haya, a pesar de la transparencia del título, un malentendido. Estadounidense, guatemalteco y ansioso por convertirse en mexicano, Goldman, que vive entre México D.F. y Nueva York, que enseña “ficción latina en inglés” y escribe entre las dos aguas del periodismo y la literatura, coquetea con la verdad pero cierra filas detrás de los hechos. Y esto es así porque los hechos, al final, no se confunden con la verdad. Lo que The Interior Circuit acumula torpemente es cierta información que también podría encontrarse en Wikipedia, y eso está lejos de garantizar una relación representativa con algo del orden de lo verdadero. Si así fuese, a los efectos de contar la verdad de México, le alcanzaría a Goldman con transcribir las guías telefónicas del D.F. Esa sería, en rigor, una descripción completa de la realidad mexicana. ¿Pero quién la celebraría como un “fascinante y descomunal retrato”? Cuando Goldman acopia material periodístico para decir del caso Heavens que “los secuestros ocurren diariamente en México, pero no en el Distrito Federal, y menos en una zona central donde hay hoteles, restaurantes, bares gay y boliches”, no pareciera que indaga en lo que realmente dio origen al crimen, sino que más bien diseña premisas de marketing para el turismo. A fin de cuentas, es cierto que Goldman presenta un material exuberante, pero también es cierto que hay una impericia formal para procesarlo. Como resultado, el relato genera un efecto de saturación y una prosa sosa y sin novedades que deja a la crónica muy lejos de sus aspiraciones literarias.

En una escena de Cet Obscur Objet du Désir, la última película dirigida por Luis Buñuel, Mathieu, un hombre rico entrado en años, quiere olvidar un romance trunco con Conchita, una joven sevillana que lo seduce, le pide dinero y más tarde le niega sus favores. Para lograr ese escape, se tapa los ojos y señala al azar un mapa. Su intención, por supuesto, es ir a un lugar recóndito que propicie la tarea del olvido. Y pese a que todo el ejercicio sale bien, elige sin embargo ir a Sevilla, es decir, el único lugar donde, lejos de olvidar, podía revivir el pasado. Lo mismo sucede en el relato de Goldman. “Cerré mis ojos, abrí la Guía Roji y puse mi dedo al azar en una página. Cuando abrí los ojos, señalaba la Calle Begonias”. Sin embargo, tampoco Goldman va a respetar su método de concluir el duelo manejando al azar por la ciudad (“decidí que no quería manejar hasta la Calle Begonias”) porque, paradójicamente, todo método —siempre imaginado como un camino hacia un lugar— muestra los lugares hacia los cuales alguien no puede llegar. De esa suma de imposibilidades, para Goldman la identidad es la primera de todas. 

En 2012, unos años antes de su gran obra, en el marco de una mesa del “Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias”, Goldman discutió con Cristian Alarcón y Rossana Reguillo sobre las virtudes de la crónica. Reguillo afirmó que “el trabajo del periodista anfibio ha de ser capaz de marcar una diferencia, de generar una nueva manera de conocer el mundo”. Basta revisar si la posición “anfibia” de Goldman no es lo que, por el contrario, vuelve laxa toda garantía de sentido. ¿Y si en vez de otorgar una comprensión privilegiada que los lectores no pueden articular por sí mismos The Interior Circuit no fuese más que otro retrato miserabilista for export? A su manera, The Interior Circuit continúa una larga tradición de discursos de pobreza y miseria a la hora de narrar América, y tal vez sea esa la verdadera razón por la cual lo celebran con tanto entusiasmo el San Francisco Chronicle o el New York Times. Y si no, imaginemos lo que diría el Bussiness Insider si un mexicano se instalase en Flushing Heights y escribiese la gran novela norteamericana.

A la luz de la única impresión constante que deja The Interior Circuit —la de que perderse en auto por una ciudad no alcanza para conocerla—, podríamos preguntarnos si, en vez de escribir una crónica sobre cómo los mexicanos no son tan malos como para que se erija un muro en su frontera, Goldman no debería haber escrito en cambio sobre por qué los estadounidenses no son tan buenos. Después de todo, fue Shakespeare quien nos advirtió de antemano que “los seres perversos parecen hermosos al lado de otros más perversos; no ser lo peor también tiene su mérito”////PACO

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