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Por Luis Andrade

Mi primer acercamiento con la música de Lou Reed fue a través de la película Trainspoting. Tenia 15 años, recuerdo todavía aquella escena cuando Mark (Ewan McGregor) volvia del trabajo desesperado con su dealer para inyectarse heroína. La droga surte efecto, Mark colapsa y entonces entra la música, primero la melodía y después la voz de Lou: Just a perfect Day, drink sangría in the park and the later, when it gets dark we go home… Quede impresionado con la idea del montaje, mientras la letra hablaba de un día perfecto Mark terminaba en el hospital tratando de evitar la sobredosis. Consulté con mi vecino. Su padre era un melómano con una discografía envidiable. Me contó que el tipo que cantaba esa canción tenía una banda con una banana en la tapa, y que según su padre y el resto de los conocedores, era un disco paradigmático en la historia del rock. Tiempo después escuche los discos de Velvet Underground, el disco de la banana efectivamente era ultra conocido, no solo por los  temas Venus in Furs,Ill be your mirror y Heroin. Ademas teniía la particularidad de que el diseño de tapa había sido realizado por el artista platico Andy Warhol.

Desde sus inicios con Velvet Underground y en sus discos de solista, Reed se mostraba siempre comprometido con la apuesta alta, la vanguardia, el art-rock, la duda constante, la voz de las minorías, de los subsuelos de las grandes ciudades, baladas llenas de dealers, putas y trasvestis en busca también del sueño americano que proponía el siglo XX en Nueva York. Un tipo sensible a la mayoría de las disciplinas del arte.

Una de sus últimas apariciones en público fue durante el Festival de Publicidad en Cannes, donde reconocía estar vivo casi de milagro después de un trasplante de hígado. Presumía ser un triunfo de la medicina moderna, de la física y la química, recuperando fuerzas con el Tai Chai, disciplina que practicó junto a su maestro Ren Guang-yi, con el cual colaboraría aportando la música de su DVD institucional.

UN periodista, subestimándolo, le preguntó como hacía para mantenerse creativo a los 71 años de edad, Reed respondió irónicamente: “Me masturbo todos los días.” La prensa siempre lo trató de viejo testarudo y malhumorado, pero no me podría imaginar a un viejo gruñón escribiendo versos tan personales y emotivos como Satélite of love o Who I am.

Reed pertenecía la clase de artista que entendió que ser un referente no era suficiente o al menos no su misión.  Siempre iba hacia delante, contra el cliché y lo esperado frente a sus anteriores éxitos, la mejor forma de constituirse como artista o al menos la más sincera. Nunca vivió de ser Lou Reed.

Supe la noticia de su muerte a través de un amigo muy cercano con el que fantaseábamos con la idea de verlo en vivo. Las redes sociales se plagaron de mensajes con videos y frases lamentando su partida. Un último comunicado demasiado emotivo de parte de su mujer Laurie Anderson, nos invita a recordarlo como un príncipe peleador. En su última foto, realizada por su amigo, el fotógrafo francés Henri Seydoux, aparece de frente mirando a cámara sosteniendo el puño en lo alto. Te recordaremos así. En la lucha constante para seguir abriendo puertas  a través de tu creatividad. Buen viaje, Lou, siempre nos quedará Berlín…///PACO