Luis Boullosa es músico y escritor y desde hace unos años viene entregando las mejores piezas ensayísticas de la península ibérica sobre la intersección, compleja, entre la letra y el rock. Diez maneras de amar a Lana Del Rey, su libro más reciente, examina la idas y venidas de la cultura pop tomando como excusa sublime ese Aleph oscuro de la voz femenina americana que es Lana del Rey. Erudito, dúctil, siempre mirando un poco más allá de su tema, dando respuestas sobre temas que exceden su objeto de estudio, Boullosa confecciona un tejido de saberes y hermenéuticas que exhiben una biblioteca y una discoteca virtuosa. ¿Por qué nos emociona la música que nos emociona? ¿Qué relación identitaria tenemos con nuestros consumos culturales, con nuestra escucha, con nuestras lecturas? De la infancia a la juventud, de la razón a la locura, Diez maneras de amar a Lana Del Rey es un libro sobre el amor, pero sobre todo -como enfáticamente lo señala su título- un libro sobre las formas del amor, y también ese amplio catálogo tecno-romántico de discos, películas, músicos, poetas, novelistas y cineastas que nos enseñan a amar. Diez maneras de amar a Lana Del Rey lo publicó Liburuak, para su sello Burua, en España y en Argentina lo distribuye Editorial Océano.
Tu libro es más barroco y laberíntico que las mismas canciones que analizás, cuya delicada complejidad no aparece en una primera escucha. ¿No hay una sobreinterpretación, amable e inteligente, sí, pero sobreinterpretación al fin, cuando ponés a Lana del Rey como heroína indiscutida del siglo XXI? Aunque ella aparece tan poderosa en tu libro que llega a ser un personaje central del siglo XX.
He intentado ser más neoclásico que barroco, pero puede ser que no lo haya conseguido. O puede haber algo de eso que llaman “american gothic”, pero dibujado con neones. Este fue un libro raro para mí, porque es como un spin-off de un libro más grande, más intrincado, que estaba intentando y que no acababa de salir. Había allí una o dos páginas sobre Lana Del Rey, en un capítulo sobre Norteamérica y la creación de nuevas mitologías, y pensé, a mi modo irreflexivo: “si tienes dos páginas tienes cien”. Y, como por milagro, el libro salió rodado, completo, de una manera “natural” que es muy extraña en mí. Pero claro, en eso que improvisaba se infiltraron muchas de las preocupaciones que corrían por el libro antiguo; todas esas preguntas generales y generacionales sobre la cultura americana y su impacto sobre mí/nosotros. Toda esa preocupación por la paternidad espiritual y por el juego como parte esencial de la cultura. Por la maternidad, en este caso. Esa investigación sobre quiénes somos al nivel del deseo. Creo que el resultado es un libro abierto, una indicación de rutas y preguntas posibles, con bastante libertad de asociación y relativamente juguetón. Fui feliz escribiéndolo y creo que se nota ese carácter exploratorio casi lúdico. Ese proceso de descubrimientos en secuencia. Por supuesto no existe una sola maternidad espiritual, pero como hijo de la segunda mitad del siglo XX, la influencia americana es inevitable y al tiempo controvertida; un amor-odio intenso hacia esa supraestructura imperial a veces sofocante, a menudo inane o destructiva, pero también fascinante. En cuanto a Lana del Rey, es verdad que en cierto modo es un pie que me permite indagar en una serie de cuestiones sobre el POP como cultura romántico/capitalista. Pero también es cierto que si esa figura no encerrase una potencia, un misterio, una centralidad, no me hubiese servido como guía. ¿Sobreinterpreto? Puede. No subestimemos el placer y la utilidad de la sobreinterpretación. Todo el Rock&Roll, por ejemplo, es en cierto modo una sobreinterpretación. La literatura es sobreinterpretación, casi siempre. España es una pura sobreinterpretación. Igual Argentina también, no lo sé.
Es cierto, como dices, que la delicada complejidad de Lana Del rey no aparece a primera escucha. Su artesanía tiene algo parecido al amor verdadero, cuya cristalina estructura no se comprende a veces hasta muy adelante, ya que su exterior no es de una inteligencia efectista, sino de una calma de apariencia obvia, casi tópica. Pero del mismo modo, cuando profundizas se abre como un abanico extraordinario. Y para eso está el escritor, supongo. Para seguir una intuición y leerse doscientas entrevistas, ver otros tantos videos, analizar encarnaciones y reencarnaciones, conflictos, sutilezas no aparentes, intentar fusionarse con el tema, vivir en ese espacio paralelo los días que sean necesarios y llevarte de la mano en su mismo camino de comprensión. Y entonces descubres a esa figura, Lana, que es un verdadero cruce de caminos y que tiene muchas más capas de las esperadas. El reto es que esa complejidad de análisis, la sobredosis de dato, no se note; que la fluidez con que uno arranca el libro, como si fuera una cartita de amor, siga guiando el texto aunque por dentro se vayan acumulando referencias, ideas y revelaciones. No sé si lo conseguí, pero lo intenté, libremente.
(…) «Que yo, que he vivido toda la vida en los subterráneos, escribiendo sobre bandas ignotas y reivindicando lo lateral como central, haya escrito un libro sobre una figura tan reconocida públicamente no deja de ser, es cierto, una ironía.»
El último disco de Lana, Do You Know There’s a Tunnel Under Ocean Blvd? -que no he podido analizar en el libro porque salió un tiempo después, pero que merecería un capítulo añadido- es un buen ejemplo de todo esto (en realidad sus últimos cuatro discos lo son). Una especie de rompecabezas que es como un diario encontrado en la basura y donde lo confesional, lo mitológico y lo social se enredan con una finura poco habitual. También es un disco que necesita un acto de entrada, de confianza ciega, en cierto modo. Con toda su dulzura doliente, es un trabajo durísimo, violento, atravesado por el dolor metafísico, punteado por la aspereza de los traumas familiares. Amenazador. Muy exigente. Ahí Lana es una especie de madre/hija/amante que te dice: “puedo ser dulce y buena, y estoy dispuesta a arrancarte la cabeza para defender ese derecho mío a ser dulce y buena”. Es una figura maternal que tiene mucho de consolador y mucho de aterrador. Quizá por eso sus seguidores la llaman tan a menudo “Mommy”, “Mother”. Madre. Mamá. Y esa es sólo una de sus facetas.
Que yo, que he vivido toda la vida en los subterráneos, escribiendo sobre bandas ignotas y reivindicando lo lateral como central, haya escrito un libro sobre una figura tan reconocida públicamente no deja de ser, es cierto, una ironía. De hecho a menudo me han preguntado si era un libro “de encargo”. Pero yo no hago libros de encargo. Y uno no elige del todo estas cosas, igual que no elige del todo los afectos.
Leyendo este y otros de tus libros siempre tengo la sensación de que la música de los Estados Unidos está más cerca de España de lo que un argentino puede pensar. ¿Sos un americano vocacional? Quizás la pregunta también podría ser: ¿podrías ser un argentino vocacional o la gravitación de la América sajona, esa América imagina, nos arrastra a todos?
El calado de la música norteamericana es España ha sido extraordinario. Hay que recordar que España pasó por cuarenta años de dictadura en los que un sinnúmero de señas de identidad del país fueron apropiadas por el único gobierno fascista que permaneció intacto en Europa después de la segunda guerra mundial. Y muchas músicas estuvieron incluidas en ese hecho, en esa apropiación, como fue el caso de la copla y otros géneros tradicionales (con la excepción parcial del cante jondo). Puede que esto hiciese que cierta gente, incapaz de seguir reconociendo tales géneros “apropiados” como suyos, volcase las expectativas hacia lo que venía de fuera. Pero esto es simplemente una idea al vuelo. Por otro lado, dos países que deberían estar mucho más cercanos culturalmente y musicalmente, como son Argentina y España, viven sin embargo separados por un abismo y una permanente incomprensión. Cosa que yo no acabo de entender y que sin duda merece un análisis, que intuyo complejo y que quizá pueda intentar algún día. La urdimbre identitaria de la generación de mi padre, creo, era más equilibrada y el peso de Europa mucho más obvio en ellos. Yo, como muchos de mi generación, estoy cerca no ya de Norteamérica, que a buen seguro es otra cosa, sino de la Norteamérica posible (y nunca del todo lograda) que las artes de allí fueron capaces de proyectar. Tenían a favor la capacidad de transmisión casi instantánea, toda la potencia de contagio de un imperio. Por supuesto, soy muchas otras cosas también, aparte de un californiano hipotético, un infectado, pero está bien ser sincero en esto.
El octavo capítulo de tu libro se llama Motomami blues. Desde acá se lee como una referencia a Rosalía, aunque después aparece un tríada de autores bastante argentinos, como Lynch, Cronenberg y Ballard. ¿O lo de Motomami tiene otras connotaciones? ¿Podrías escribir un libro sobre Rosalía?
Es una referencia a Rosalía, sí, que me gusta, sin excesos. Pero más que a ella a un momento de la discusión cultural (española, no sé si argentina) en el cual se empiezan a afianzar nuevos modos musicales y de comunicación que provocan reacciones encontradas. Y en el cual (a nivel mundial) una parte muy importante del pop mainstream inteligente, válido, está hecho por mujeres. Y son mujeres con perfiles muy distintos y muy interesantes. A veces perfectamente contrapuestos. Las mujeres entienden la mitología pop de un modo muy distinto a los hombres. Los hombres están cómodos en su figura crística, sacrificial, en ese martirologio extremadamente desarrollado y detallado. Líneas de sangre, dinastías reales, combate chamánico, guerrilla underground. Pero el Rock&Roll, desde su origen es una conjugación y una permutación de todas las posibilidades humanas. Reducirlo a un mundo masculino sería pobre, y el lado femenino añade una mitología nueva, una mitología menos negra: frente al sacrificio, la fertilidad. No deja de ser una enésima vuelta de tuerca en la eterna disputa entre los dioses solares y la Diosa Triple, que Robert Graves contó muy bien en La diosa blanca. El POP no deja de ser una parte de las guerras mitológicas. Simplemente está demasiado cerca de nosotros y a veces no percibimos esa cualidad mítica. También es una demostración de que lo marginal es lo central; de que la cultura, si está viva, es siempre una contracultura. El análisis de esas corrientes y esos panteones me parece muy interesante.
«(…) el Rock&Roll, desde su origen es una conjugación y una permutación de todas las posibilidades humanas. Reducirlo a un mundo masculino sería pobre, y el lado femenino añade una mitología nueva, una mitología menos negra: frente al sacrificio, la fertilidad.»
Me gusta la nostalgia inteligente de tu escritura, es astuta y sensual. En Diez maneras de hablar de Lana del Rey aparece exhibida de forma muy virtuosa y sobre una figura actual. En América, por nuestra parte, tanto del sur como del norte, vivimos en un presente continuo. Nos emociona el día a día, incluso cuando lo vestimos de vintage. ¿Te da placer recordar mundos pasados? La huida y el otro que señalás en el prólogo. ¿Es tu “crítica de rock” una versión del ensayo lírico romántico? Quizás la música siempre sea una excusa para escribir tus memorias pop.
Creo que este es un libro que para hablar de algo se viste de eso mismo de lo que habla. Un libro que para poder fluir usa una mímesis. Hablo de un tipo de romanticismo exacerbado que al tiempo baila con el capitalismo salvaje (y agonizante) de nuestro tiempo, en ese vértice que se acerca peligrosamente a lo hipertecnológico pero pretende salvar ciertas esencias eternas. Y como hablo de ello, me dejo llevar por ello, me vuelvo yo también algo romántico y algo nostálgico y algo futurista; me dejo contagiar por el tema y con el tema mismo me vuelvo saltarín y puedo pasar de Lana a Fantomas, de este a Dylan, de Dylan a Jung, de Jung a Nicki Minaj y de Nicki Minaj a John Ford o a Sábato o a los ramones, o a la inteligencia artificial. A veces esa mímesis y ese juego es la opción correcta y te libera. No puede uno escuchar a Lana del Rey, por ejemplo, desde un ángulo hiper analítico y académico, porque lo que ella hace nos pide, en arranque, una cierta suspensión de la incredulidad. Nos pide romance, exceso plástico, arrebatos, una pizca de infantilismo que resulta bastante sanador, mucho amor. Entrar en ese territorio cuesta un rato; te obliga a anular las defensas, a “creer”, a ser menos escéptico, menos europeo, más instantáneo. Por otro lado intento ser riguroso en el análisis; mantener la disciplina periodística.
(…) «No puede uno escuchar a Lana del Rey, por ejemplo, desde un ángulo hiper analítico y académico, porque lo que ella hace nos pide, en arranque, una cierta suspensión de la incredulidad. Nos pide romance, exceso plástico, arrebatos, una pizca de infantilismo que resulta bastante sanador, mucho amor. «
En ese sentido, aunque la nostalgia sea un tema permanente, el proceso es extraordinariamente táctil, humano y “presente”. Recuerdo volver a casa algunas noches y pensar: “hoy no he trabajado en el libro, pero aún puedo hacer algo”, y quedarme horas y horas escuchando los discos de Lana (o de otra gente de la que escribo), divagando hasta que amanecía. Recuerdo mi vida práctica transformada por lo que estaba escribiendo. Mi comprensión de las relaciones. Mi entendimiento del concepto mismo de escribir. Llegar hasta esa linde en la que la artesanía y la vida son de pronto casi la misma cosa por un momento, aunque sea un momento modesto. Ese tipo de vida ampliada me resulta fructífero, y el único problema es el retorno a la vida común, una vez que el libro termina.////PACO