Cine


Almorzando con Orson Welles

 

Un 6 de mayo de hace cien años nacía Orson Welles. Innovador en el teatro, la radio y el cine americano  -antes de cumplir 25 años- Welles tuvo una carrera tumultuosa, accidentada y marcada por la genialidad, la egomanía y la conflictiva relación que mantuvo con Hollywood durante toda su vida. En 1983, muchos años después de Citizen Kane, de sus idas y vueltas a Europa, de sus películas inconclusas, cuando era un icono cinematográfico venerado (y marginado al mismo tiempo, una estrella de un mundo que se desvanecía) mantuvo la siguiente conversación con Henry Jaglom, un joven director que lo admiraba, durante uno de los frecuentes almuerzos que compartían en el restaurant Ma Maison de Los Ángeles. Chaplin, Woody Allen, Roosevelt, la mafia, Katherine Hepburn y Spencer Tracy, los viejos y los nuevos tiempos, los nazis y los productores de cine, Fidel Castro y Tennessee Williams son algunos de los temas y personajes que atraviesan los recuerdos y la lengua impiadosa de Welles mientras se enfría la comida.
 
 
 
 Orson Welles: Bueno, ¿qué pedimos?
 
 
 Henry Jaglom: Voy a probar la ensalada de pollo.
 
 
OW: ¡No, de ninguna manera! No te gustan las alcaparras.
 
 
HJ: Les voy a pedir que saquen las alcaparras.
 
 
OW: Están muy ocupados. Hoy es un día para devolverle un plato al chef.
 
 
Llega el mozo.
 
 
Mozo: ¿Quiere la ensalada con pomelo y naranja?
 
 
OW: Eso es horrible. Un horror. Típicamente alemán.
 
 
HJ: Arruinaron la ensalada de pollo cuando empezaron a usar mostaza. Ahora es algo totalmente diferente.
 
 
OW: Hay un nuevo chef.
 
 
Mozo: ¿Cerdo al horno?
 
 
OW: Dios mío, ¿cerdo al horno con este calor? No puedo comer cerdo. Pero lo voy a pedir igual, solamente para olerlo.
 
 
El mozo se va.
 
 
HJ: ¿No es terrible lo de Tennessee Williams? ¿Escuchaste cómo murió?
 
 
OW: Escuché nada más que murió ayer. ¿Cómo fue?
 
 
HJ: Pasó algo con una especie de pipa que usaba para inhalar alguna cosa.
 
 
OW: ¿Droga? Por ahí solo fue un sándwich de carne. Me gustaría morir solo en una habitación de hotel, de un síncope, como en los viejos tiempos. Ken Tynan me contó la historia más divertida sobre Tennessee. Los dos viajaron a Cuba invitados por Castro. Estaban en la oficina del líder massimo, con varias otras personas, gente cercana a El Jefe, como el Che Guevara. Tynan chapuceaba un poco de español y Castro hablaba un inglés bastante bueno así que estaban coversando. Pero Tennessee se aburría mucho, estaba aislado en un rincón. En un momento se dirigió a Guevara y le dijo (con acento sureño) “¿te importaría salir y traerme un par de tamales?”
 
¿Droga? Por ahí solo fue un sándwich de carne. Me gustaría morir solo en una habitación de hotel, de un síncope, como en los viejos tiempos.

HJ: ¿Lo habrá inventado Tynan?
 
OW: Tynan no era un fabulador. Seguramente Tennessee le dijo eso a alguien, aunque tal vez hay exagerado diciendo que fue a Guevara.
 
 
El representante de artistas Swifty Lazar se acerca a la mesa.
 
 
Swifty Lazar: Nada más quería saludarlos.
 
 
OW: Te ves muy bien.
 
 
SL: Me siento bien. Cuidate, Orson.
 
 
OW: ¿Qué, me veo mal?
 
 
SL: No, te veo muy bien.
 
 
Lazar se va.
 
 
OW: No me gusta la gente que dice “cuidate”. No ha cambiado en 30 años. Vive en un hotel. Siempre pide muchas toallas y cuando va del baño a la cama las pone en el piso para caminar encima.
 
 
HJ: ¿Tiene una obsesión con los gérmenes?
 
 
OW: Lo vi con mis propios ojos.
 
 
HJ: ¿Qué piensa que puede agarrarse en los pies?
 
Grace Kelly también cogía por ahí, en los camarines cuando estaban vacíos, pero nunca contaba nada. Katie era diferente. Era una una mujer libre cuando era joven.
OW: Gusanos. En el Ritz. Manías.
 
HJ: A propósito, estoy leyendo el libro de Garson Kanin sobre [Spencer] Tracy y [Katherine] Hepburn.
 
OW: ¡Oh! Cuando estaba haciendo Kane me sentaba al lado de ella mientras la maquillaban para A Bill of Divorcement. Ella describía con lujo de detalles como se la cogía Howard Hughes. Poca gente hablaba así en esa época. Carole Lombard era otra excepción. Para ella era natural, no podía hablar de otra manera. Katie, en cambio, con ese acento de colegiala de clase alta parecía tener la decisión conciente de hablar así. Grace Kelly también cogía por ahí, en los camarines cuando estaban vacíos, pero nunca contaba nada. Katie era diferente. Era una una mujer libre cuando era joven. Como las chicas de ahora. Tracy nunca me cayó bien.
 
HJ: ¿No te parecía encantador?
 
OW: No, no, para nada. Era un tipo odioso. Creo que yo no le caía bien a Katie. No le gustaba mi aspecto. ¿No te parece que existe algo así como el rechazo físico? Los europeos lo piensan de otros europeos. Si no me gusta tu aspecto no me vas a gustar. Mirá, creo que no es cierto que todas las razas y nacionalidades sean parecidas. Es una gran mentira. Creo que la gente es diferente. Los sardos, por ejemplo tienen deditos regordetes. Los bosnios tienen cuellos cortos.
 
HJ: Orson, eso es ridículo.
 
OW: ¡Medilos, medilos! Nunca pude soportar ver a Bette Davis, así que no la miraba actuar. Odio a Woody Allen físicamente, me desagrada ese tipo de hombres.
 
HJ: Nunca pude entender por qué, ¿lo conocés?
 
OW: Oh, sí. No puedo ni hablar con él. Tiene la enfermedad de Chaplin. Esa combinación especial de arrogancia y timidez me pone frenético.
 
HJ: No es arrogante, es introvertido.
 
OW: Es arrogante. Como todas las personas con personalidad tímida su arrogancia no tiene límites. Todos los que hablan bajito y se avergüenzan en público son increíblemente arrogantes. Parece tímido pero no lo es. Está asustado. Se odia a sí mismo y se ama a sí mismo, un tema muy complicado. Y son las personas como yo las que tienen que aguantarlos y hacer como que no pasa nada. Es de lo más incómodo: un tipo que se presenta como lo peor del mundo para causar gracia y así poder liberarse de sus inhibiciones. Todo lo que hace en la pantalla es terapia.
 
 
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Mozo: Bon appétit, caballeros. ¿Cómo está todo?
 
OW: Estamos hablando, gracias. [El mozo se retira.] Ojalá no hicieran eso. Si tuviera un restaurant les prohibiría a los mozos preguntarles a los clientes como están los platos. En especial si están hablando.
 
HJ: ¿Qué le pasa a tu comida?
 
OW: No es lo que me sirvieron ayer.
 
Es de lo más incómodo: un tipo que se presenta como lo peor del mundo para causar gracia y así poder liberarse de sus inhibiciones.
 
HJ: ¿Querés que llamemos al mozo?

OW: No, no, no. Una queja por mesa es suficiente, a menos que quieras que te escupan la comida. Te voy a contar una historia sobre George Jean Nathan, en mayor crítico de teatro de Estados Unidos. Nathan era el tipo más tacaño que haya existido, más tacaño que Charles Chaplin, incluso. Vivió 40 años en el Hotel Royalton, que está enfrente del Algonquin. Nunca le daba propina a nadie, ni cuando le traían el desayuno, ni siquiera en época de Navidad. Después de unos diez años de no recibir ninguna propina, el mozo le meó un poco el té. Todo Nueva York se enteró menos él. Los mozos cruzaban la calle y les contaban a los del Algonquin, que estaban ansiosos por ver cuándo se daría cuenta de lo que estaba tomando. Los años pasaron y cada vez la proporción era más orina y menos té.  Para nosotros, en el teatro, era muy divertido ver al respetable crítico y saber que estaba lleno de pis. Yo, con mis propios oídos, lo escuché en el “21” quejarse “¿por qué acá no hay un té tan bueno como en el Royalton?” Me caí al piso, te imaginarás.
 
HJ: En el diario dicen que desde que [el chef] Wolfgang Puck se fue este lugar está en caída libre.
 
OW: No lo aguanto a Wolfgang. Es una mierdita. Un enanito horrible.
 
HJ: Warren Beatty dijo hace poco que la tele cambió al cine, porque para la mayoría, en el cine tenías que comprometerte, te gustara o no. Tenías que ver lo que pasaran, mientras que en casa…
 
OW: No estoy de acuerdo. Es una cuestión de edad. En la época en que iba mucho al cine, en los años treinta, uno no se quedaba quieto. Entrabas y salías del cine a cualquier hora, de día o de noche. Como si fuera un bar al que vas a tomar una copa. Todos los cines estaban medio vacíos. Nunca preguntábamos a qué hora empezaban las películas. Llegábamos después del teatro.
 
HJ: ¿No te importaba no ver las películas desde el principio?
 
OW: No. Nos levantábamos cuando empezaba la parte con la que habíamos llegado. Todos los hacían. Me encantaban las películas por eso mismo. Era barato, así que si no te gustaba una decías “hagamos otra cosa, vamos a ver otra película”. Era tan habitual irse del cine como ahora apagar la tele.
 
HJ: ¿Las cosas eran mejores en los viejos tiempos?
 
OW: Es terrible para los viejos decir eso, siempre lo repiten. Pero es verdad. Lo bueno era la cantidad de películas que se hacían. Si eras Darryl Zanuck y producías 80 películas al mismo tiempo, ¿cuánta atención podías prestarle a cada una? Algo bueno se te iba a escapar. Me llevaba bien incluso con los peores de los viejos magnates. Eran más fáciles de tratar que esta gente universitaria y  obsesionada por el mercado de hoy. Nunca la pasé mal, realmente, con los “viejos muchachos”. La pasé mal con los abogados y los agentes. ¿No fue Norman Mailer el que dijo que el nuevo género artístico de Hollywood es negociar? Toda la energía está puesta en negociar. Durante 45 años como director y actor negocié con agentes. Como productor, del otro lado del mostrador, nunca vi a un agente pelear por su cliente. Nunca escuché a alguno de ellos decir: “no, un minuto. Este es el actor que usted necesita.” Lo que siempre decían era: “¿no le gusta? Tengo a otro para ofrecerle.” No tienen alma.
 
HJ: En los viejos tiempos todos los acuerdos se cerraban dándose las manos. No había nada escrito y lo respetaban.
 
OW: Siguiendo la cultura protestante o judía, Estados Unidos se desarrolló con la idea de que la palabra es un compromiso. Sino la frontera, donde no había ley, nunca se hubiera abierto. La palabra de un hombre tiene su importancia. Mi teoría es que todo se fue al diablo con la Prohibición, porque era una ley que nadie podía obedecer. Todo el concepto del imperio de la ley se pervirtió en ese momento. Luego vino Vietnam, y la marihuana, que claramente no debería ser ilegal. Si en Texas vas a la cárcel diez años por prenderte un porro, ¿qué sos? Un criminal. Es como en la época de la Prohibición. Cuando la gente acepta como algo normal violar la ley la sociedad entera se convierte en otra cosa, ¿entendés?
 
Richard Burton se acerca a la mesa.
 
La palabra de un hombre tiene su importancia. Mi teoría es que todo se fue al diablo con la Prohibición, porque era una ley que nadie podía obedecer.

Richard Burton: Orson, qué bueno verte, pasó mucho tiempo. Te veo bien. Estoy con Elizabeth, quiere saludarte. ¿Puedo traerla?
 
OW: No. Como podés ver estoy almorzando, pasaré antes de irme.
 
Burton se va.
 
HJ: Orson, te estás portando como un imbécil. Eso fue grosero.
 
OW: No me patees por debajo de la mesa. Odio eso. No necesito que seas mi conciencia, mi Jimmy Cricket judío. Sobre todo no me patees las botas.  Me protegen los tobillos. Richard Burton tiene mucho talento, pero se arruinó. Se convirtió en un bufón con una esposa famosa. Ahora trabaja por la plata y hace mierdas. Y no fui grosero. Citando a Carl Laemmle: “le di una respuesta evasiva. Le dije ‘andate a la mierda.’”
 
HJ: Te parece que él se vendió y vos no.
 
OW: En su época, Sam Goldwyn era considerado un productor elegante porque nunca filmaba deliberadamente algo que no estuviera a la altura de su idea de calidad. Lo respetaba por eso. Era un comerciante honesto. Pudo hacer alguna película mala, pero no creía que fuera mala. Y era simpático. Una vez me dijo con esa voz fuerte que tenía “Orson, a vos te firmaría un cheque en blanco”. Y también me dijo “con los hermanos Warner un acuerdo de palabra no vale ni el papel en que está escrito.” Gregg Toland, que filmó muchas películas para Goldwyn, me dijo una vez en Rusia: si la cara de los actores no brilla hay que filmar la escena de vuelta. Sam pensaba lo mismo. Si no había un foco liuminando la cara de un estrella durante 30 segundos se volvía loco. “¡Estoy pagando esa cara! ¡Quiero ver al actor!” Tomas largas, perfecto; pero nada de sombras.
 
HJ: ¿Alguien te ofreció hacer películas, además de Goldwyn?
 
OW: ¡Mayer me ofreció el estudio! Estaba totalmente enamorado de mí, porque yo no iba a poder hacer nada con él. Dos veces me mandó a llamar, estuvo todo el tiempo seduciéndome. Me llamaba “Orse”. Cada vez que me llamaba se ponía a llorar y una vez se desmayó. Era para salirse con la suya. Todo falso, absolutamente falso. El trato era: yo tendría el estudio, pero tenía que dejar de actuar, dirigir y escribir; dejar de hacer películas. Mayer era un saturrón, un adulador, hacía la venia a la bandera, hacía tratos con la Purple Gang de Detroit.
 
HJ: ¿La Purple Gang de Detroit?
 
OW: Antes de los sindicatos todo era de la mafia. Pero nadie decía “la mafia”. Se decía “la banda”.
 
HJ: ¿Conociste a algunos? ¿Meyer Lansky?
 
OW: Muy bien. Era el gangster número uno de Estados Unidos. Los conocía a todos. Tenías que conocerlos. Si vivías, como yo, en Broadway en esa época, si vivías en los nightclubs, no podías no concerlos. Me gustaba levantarme a las chicas de las revistas, me gustaba conocer a todo el mundo que pasaba por ahí, me gustaba quedarme despierto hasta las cinco de la mañana, y a ellos les encantaba ir a los nightclubs. Llegaban y se podían sentar en tu mesa.
 
HJ: ¿Qué te pareció Lee Strasberg haciendo de Hyman Roth en El padrino II?
 
OW: Mucho mejor que el real. Meyer Lansky era un tipo aburrido. Hyman Roth es como debería haber sido. Todos tendrían que haber sido así, pero no era el caso. El padrino fue la glorificación de una banda de vagos. Los mejores eran como ese tipo de gente que toma cerveza berreta. No tenían clase. Los gangsters con clase son un invento de Hollywood. Thalberg fue el mejor villano de la historia de Hollywood. Antes de él, los productores tenían una participación muy menor. El productor no dirigía, no actuaba, no escribía, entonces lo único que podía hacer era (a) joder todo, algo que no hacían frecuentemente, o (b) tratar las cosas con ternura. Apoyarlas. Los productores aparecían en el set para comprobar que te mantuvieras dentro del presupuesto y que no hubieras quemado la escenografía.
 
HJ: ¿Los otros jefes de los estudios no interferían?
 
OW: Ninguno de los viejos estafadores hacía mucho daño. Pero después aparecen los productores educados: tienen una oficina, tienen una función, tienen algo de que ocuparse. No dirigen el estudio ni cuentan la plata, así que tienen que ser creativos. Ese fue Thalberg. El director se convirtió en el tipo que solo tiene que gritar “acción” y “corte”. De repente eras “solo un director” dentro de una “producción de Thalberg”. Se había creado un nuevo rol en el mundo, igual que cuando no existían los directores de orquesta.
 
HJ: A F. Scott Fitzgerald lo debió impresionar, para hacerlo el modelo de El último magnate.
 
OW: Los escritores siempre se tragaban sus trucos. Los escritores son tan inseguros que cuando les decía “no soy escritor, pero puedo decirte lo que funciona mal acá” le daban toda la razón. Hablando de eso, en esa época se escribían mejor guiones – es una generalización, pero es lo que pienso –, aún cuando los escritores pensaban que se estaban rebajando al trabajar acá. Faulkner y los demás. “Vamos allá para juntar un poco de plata”. Y sin embargo hacían un trabajo digno por esa plata, porque en vez de irse a sus casas de Hollywood Hills a escribir los guiones, tenían que almorzar con todos los demás en el comedor del estudio, lo que provocaba una situación de competencia.
 
HJ: Pero Thalberg también era creativo. Al menos desde el punto de vista de Fitzgerald.
 
OW: Bueno, esa es mi definición de “villano”. Obviamente tenía su poder. Convenció a Mayer de que sin él sus películas no tendrían clase. ¿Te acordás de eso que contaba Mayer? Todos los otros magnates decían “judíos sucios que hacen películas para teatritos”. Siempre me contaba eso.
 
HJ: Cuando Mayer te conoció eras muy joven y muy atractivo, muy magnético.
 
OW: Por eso me quería. Pensó que había encontrado otro Thalberg.
 
 
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HJ: ¿Saben algo los franceses sobre Kane?
 
OW: Pensaba que había sido un gran éxito en París. Cuando llegué me di cuenta de que no era así. No sabían ni quién era. Lo primero que escucharon sobre el tema fue por el ataque violento de Jean-Paul Sartre. Escribió una nota larga, 40.000 palabras o algo así.
 
HJ: Bueno, por ahí se ofendió políticamente.
 
OW: No. Creo que fue porque Kane es una comedia.
 
HJ: ¿Sí?
 
OW: Claro. En el sentido clásico de la palabra. No una comedia con gente que se tropieza para reírse, sino una comedia donde se parodian todos los elementos trágicos.
 
HJ: Nunca pensé en Kane como comedia. Es muy conmovedora.
 
OW: Es conmovedora, pero las comedias también pueden conmover. Todo el tema de Xanadu es una ligera ironía. Y Sartre, que no tiene sentido del humor, no pudo entenderlo.
 
Mozo: ¿Quieren ver los postres?
 
OW: No nos traigas el postre en los próximos dos minutos, pero quiero un café espresso.
 
Mozo: ¿Décaféiné?
 
OW: Oui, décaféiné. Oui.
 
Se retira el mozo.
 
HJ: ¿Norma Shearer, la viuda de Thalberg, no se mató en ese accidente de avión?
 
OW: No, no. No se mató en un avión. Esa es otra cosa increíble. Después de que Thalberg muriera, Norma Shearer – una de las damas menos talentosas que hayan aparecido en la pantalla grande – se convirtió en la reina de Hollywood. Todos decían “Mrs. Thalberg está llegando”, “viene Miss Shearer”, era como si hablaran de Sarah Bernhardt.
 
HJ: O de María Antonieta.
 
OW: Estabas pensando en… cómo es su nombre, la buena…
 
HJ: La novia de Gable, Carole Lombard.
 
OW: Su esposa. Me encantaba. Era muy amiga mía. Y no quiero decir que fuéramos amantes. ¿Sabés por qué se estrelló su avión?
 
HJ: ¿Por qué?
 
OW: Iba lleno de científicos americanos, lo tiraron los nazis. Ella era uno de los civiles que viajaban en el avión. Lo llenaron de disparos.
 
HJ: ¿Quién lo derribó?
 
OW: Agentes nazis en Estados Unidos. Es una historia escalofriante.
 
HJ: Absurdo.
 
OW: Los que lo saben, lo saben. Lo taparon todo. La historia oficial fue que chocó con una montaña.
 
HJ: ¿Los agentes tenían armas antiaéreas?
 
OW: No. En esa época los aviones no volaban muy alto. Lo esperaron en una montaña. Los malos sabían exactamente la ruta del avión. Esperaron en una cima, en la parte más dificil de pasar para un avión. Una persona puede derribar un avión, y si son cinco o seis no pueden fallar. No puedo jurar que sea verdad. Me lo contó gente que jura que es cierto y a la que le creo. Pero es lo más cerca que uno puede llegar sin tener algún tipo de autorización de los servicios de seguridad. Nadie quería admitir que había gente en pleno Estados Unidos dispuesta a tirar un avión para los nazis. Porque sino todo el mundo iba a empezar a denunciar a cualquiera por tener una abuela alemana. A Roosevelt le preocupaba mucho eso. La Primera Guerra Mundial había terminado hacía veinte años. Se acordaba de los disturbios contra los alemanes. Y no quería que nada de eso se repitiera. Le preocupaba realmente lo que iba a pasar con los japoneses si los rednecks estallaban.
 
HJ: ¿Su idea era protegerlos, entonces? ¿Por eso los encerró en campos?
 
OW: Sí.
 
HJ: Conociste a Roosevelt, ¿no?
 
OW: Sí, me encontré con él cuando ya era muy tarde. Le gustaba pararse y hablar. Era libre conmigo. No tenía que manipularme. No necesitaba mi voto. Me decía “vos y yo somos los dos mejores actores de Estados Unidos”.