En uno de los muchos videos en YouTube con las conferencias, los chistes y las entrevistas de Slavoj Žižek ‒continuo difícil de separar, cuando no imposible de distinguir‒, el autor de Porque no saben lo que hacen. El goce como factor político (1998) confiesa cuál es el objetivo de su trabajo. De lo que de verdad se trata, explica, es de leer los avances de la física cuántica y todas sus presuposiciones recientes sobre el mundo a través de la dialéctica de George W. F. Hegel y viceversa. Con esa rehabilitación de los gestos clásicos de las ideas de Hegel ‒antes incluso que las de Marx‒, y siguiendo la noción de que la filosofía “nos enseña qué es lo que tenemos que saber sin que lo sepamos para poder funcionar” ‒una de sus definiciones más recurrentes de qué es la ideología, homologable a los campos de fuerza de la física cuántica‒, el pensamiento puede servir para asimilar la mirada de la ciencia sobre nuestra realidad cotidiana y sobre aquello que nos rodea aunque no podamos verlo mientras, sin embargo, hace funcionar al mundo. El resto de sus preocupaciones, por las que admite ser más conocido ‒el análisis de la cultura pop, el cine, la literatura, la música e incluso la política, tematizadas a través de una larga lista de libros‒, es “daño colateral”, como él mismo dice.

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¿Cuál es exactamente el motivo por el cual el pensamiento de Žižek genera tanto interés?

En Buenos Aires, sin embargo, es la parte de su obra vinculada al psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) a través de Hegel ‒y viceversa‒ la que más fascina a sus lectores. Tal vez porque se trata de una ciudad con una densidad de psicólogos que supera la media general o porque en el aparente diletantismo de Žižek ‒capaz de combinar a Alfred Hitchcock con chistes sobre la virginidad de Jesús‒ la sólida aridez de la prosa hegeliana o lacaniana parece volverse más accesible, los libros “del Elvis de la teoría crítica”, como lo llama el documental Žižek! (2005), filmado en Buenos Aires, nunca pasan desapercibidos. De hecho, La guía perversa para el cine (2006), en la que repasa en clave psicoanalítica sus películas de Hollywood preferidas, o La guía perversa para la ideología (2012), en la que analiza los procedimientos culturales del capitalismo y la democracia y del comunismo y el totalitarismo, se transmiten habitualmente por la televisión pública. Formado como filósofo durante los últimos años del régimen del mariscal Tito, donde fue promotor de traducciones de autores occidentales y de lecturas multidisciplinarias capaces de abrir el debate académico y periodístico en su país, Slavoj Žižek es en la actualidad investigador de la Universidad de Liubliana en Eslovenia, aunque también estudió psicología en la Universidad de París VIII con Jacques-Alain Miller, una de las máximas autoridades del pensamiento lacaniano. ¿Pero cuál es exactamente el motivo por el cual el pensamiento de Žižek genera tanto interés?

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Tal vez porque la densidad de psicólogos supera la media general o porque en el aparente diletantismo de Žižek la aridez de la prosa hegeliana o lacaniana parece volverse más accesible, el “Elvis de la teoría crítica” nunca pasa desapercibido.

Acontecimiento (Sexto Piso, 2014), su último libro de ensayos, y la antología Mis chistes, mi filosofía (Anagrama, 2015) casi son por su simultaneidad y divergencia un corpus suficiente para pensar respuestas. En un inglés eficiente y minado por la sonoridad eslava, y con una oratoria atractiva por todo lo que parece exhibir de maníaca, el autor de ¡Goza tu síntoma! (1994) sintetiza algo de la figura romántica del filósofo de tradición socrática demasiado ocupado en la elucidación del mundo como para mantenerse en los límites de la buena presencia con la acción política concreta ‒fue candidato a la presidencia de Eslovenia en 1990‒, una conjunción que lo ubica también en la línea cada vez menos frecuente del intelectual capaz de articular bajo su propio nombre una teoría y una praxis, una provocación y un conocimiento, un lustre académico y una experiencia vital. Si el tema central de la ensayística de Žižek y sus puntos de contacto con un salto más allá del marxismo, tal como lo proponía el primer peronismo, sirven como excusa para pensar en el autor de El resto indivisible (2013) como un filósofo de “impronta argentina” ‒motivo de un preciso ensayo de Juan Terranova en Paco‒, por lo pronto el populismo leído a través de la obra del “postmarxista” Ernesto Laclau (1935-2014) es otra de las obsesiones intelectuales de Žižek. “La democracia siempre acarrea el problema de la corrupción, del gobierno de la obtusa mediocridad ‒escribe en El sublime objeto de la ideología (1992), su libro más famoso‒; el único problema es que cada intento de eludir este riesgo inherente y de restaurar la democracia “real” acarrea necesariamente su opuesto, termina en la abolición de la democracia misma”. De ahí el lastre de los totalitarismos ‒y el recuerdo de la vida bajo el comunismo‒ sobre muchas de las prácticas culturales del capitalismo más contemporáneo, y la disposición “žižekiana” a deshacer algunos de los lugares comunes del pensamiento progresista más letárgico, como el de que toda forma de violencia es mala ‒cuando en realidad es política, y eso es lo que en verdad importa, como advierte en Sobre la violencia (2009) y En defensa de la intolerancia (2007), atento al poder del “status de víctima”‒, y su facilidad para erizar o excitar la sensibilidad de sus colegas occidentales con anécdotas del servicio militar yugoslavo o viejos chistes socialistas que ‒en el espíritu de que un chiste verdadero tiene que ser ofensivo para ser útil‒ van desde lo machista hasta lo xenófobo sin dejar de ser didácticos y transmisores de verdad. (Aunque también hay otros que, en cambio, ilustran los mecanismos de la culpa y la redención religiosa, como el de la joven cristiana que le reza a la Virgen María diciendo: “Oh, tú que concebiste sin pecado, ayúdame a pecar sin concebir”).

Slavoj Žižek, slovenian philosopher in his flat in the center of Ljubljana

La posición más arrogante es esta aparente modestia multidisciplinaria de “lo que digo no es incondicional, es solo una hipótesis”. Realmente una posición muy arrogante. La única forma de ser honesto y exponerse a la crítica es afirmar con claridad y dogmatismo dónde está cada uno.

Interesado en el amplio horizonte psicoanalítico sobre el que la filosofía, la ciencia y la política refractan sus variadas categorías de pensamiento, la sexualidad como territorio donde se cristalizan todas las formas de angustia, neurosis, histeria y ansiedad de las sociedades modernas son otra constante en la obra de Žižek. En ese sentido, Acontecimiento combina una vez más algunas de las observaciones sobre el capitalismo tal como aparecen en Pedir lo imposible (2014) con varios principios lacanianos explicados a través de la cultura popular en libros inaugurales como Mirando al sesgo (1991) y con las trampas del espiritualismo new age en El títere y el enano (2003). Con esas herramientas, por ejemplo, Žižek se las arregla para proponer una interpretación de ese budismo “que se presenta como el remedio para la estresante tensión de las dinámicas capitalistas”, habitualmente de moda entre actores de Hollywood y altos ejecutivos sensibles, como “el complemento ideológico perfecto del capitalismo”. Como fantasía y evasión, la trampa del budismo está para Žižek en que, en lugar de intentar lidiar con el ritmo acelerado del progreso tecnológico y de los cambios sociales, “mejor sería que renunciáramos a esforzarnos por mantener el control sobre lo que sucede, rechazándolo por tratarse de la expresión de la lógica moderna de la dominación”. Pero el psicoanálisis que le interesa a Žižek es también aquel que, tal como la ideología se encarga de reproducir y sostener a cada instante, funda las fantasías que permiten habitar y darle sentido no solo al mundo sino también a las relaciones públicas y privadas que construimos en él. Si en El acoso de las fantasías (1999) la preocupación giraba alrededor de cómo esos espectros inauguran formalmente la sexualidad humana ‒a través del encuentro y el desencuentro entre la imaginación de hombres y mujeres‒, Acontecimiento avanza con la misma idea sobre dispositivos como, por ejemplo, el teatro performático y las falsas proclamas de las vanguardias. Leídas a la luz de la performance hace unas semanas en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, las palabras de Žižek vuelven a aterrizar con especial preferencia en Buenos Aires: “En el teatro de vez en cuando se producen acontecimientos brutales que nos abren los ojos a la realidad del escenario. En lugar de interpretar estos gestos como intentos de romper el hechizo de las ilusiones y enfrentarnos a lo Real sin tapujos, uno debería denunciarlos por lo que son: lo exactamente opuesto de lo que afirman ser, huidas de lo Real, intentos desesperados de evitar lo Real que se revela a través de la ilusión misma”.

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El populismo leído a través de la obra del “postmarxista” Ernesto Laclau (1935-2014) es otra de las obsesiones intelectuales de Žižek.

Con un radar afinado para detectar las preocupaciones más inmediatas de los medios y la de los auditorios académicos de casi todo el mundo ‒ante los que puede explicar las diferencias entre el idealismo alemán y el pragmatismo inglés mediante las formas de los inodoros en cada país‒, uno de los grandes méritos intelectuales de Žižek está probablemente en lo que el crítico inglés Terry Eagleton, uno de sus antecesores más directos en el rubro de cómo cruzar ideas originales con eventos concretos de la realidad, definió como “una promiscuidad intelectual que parece no tener fin porque sufre de esa rara afección conocida por estar interesado en todo”. Con la lucidez como principal efecto literario ‒y capaz de intimidar a opinólogos remilgados nada más que con su aspecto‒, el mundo sobre el que reflexiona Žižek es uno donde el liberalismo propone creer en cada vez menos cosas y el fundamentalismo en cada vez más, y ese es un mundo donde las palabras y el pensamiento parecen forzados a simplificarse hasta volverse evanescentes o a saturarse hasta volverse ornamentales. ¿En qué punto sirve buscar entonces los mecanismos para ser libre? “Yo creo en las posiciones tajantes. Creo que la posición más arrogante es esta aparente modestia multidisciplinaria de “lo que digo no es incondicional, es solo una hipótesis”, y frases por el estilo. Es realmente una posición muy arrogante. Creo que la única forma de ser honesto y exponerse a la crítica es afirmar con claridad y dogmatismo dónde está cada uno. Hay que asumir el riesgo y tomar una posición”, explica en Conversaciones con Žižek (2004). Y eso no es más que una variante de lo que Žižek ofrece a quienes lo leen y lo escuchan: la certeza de que muchas veces nos sentimos libres porque carecemos del lenguaje para expresar nuestra falta de libertad////////PACO