Esta no es una crítica cinematográfica, ni siquiera es una crítica y no tiene intenciones de analizar un filme. No tiene más propósito que preguntar qué pasa cuando un texto cuenta una historia incierta, ambigua, donde el espectador nunca está cómodo del todo. Imaginémoslo sentado en su butaca, incluso, para contribuir al costumbrismo de la escena, agreguemos pochoclos, nachos con queso y gaseosa. Ahora él se reclina un poco y se dispone a ver Whiplash, un filme que parece ser la historia de un joven baterista alumno de una de las mejores escuelas de música, que está dispuesto a todo para que el director de la orquesta descubra su talento. Entonces, mientras el tipo mastica los pochoclos supone que en breve llegará la escena donde por casualidad el director de la orquesta, que tiene cara de malo y mira como por encima del hombro, despreciando a todos por igual, lo descubra entre el montón de ansiosos postulantes, y lo cite a un ensayo.

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El chico no lo puede creer e incluso tolera que lo haga madrugar sin sentido. Hasta ese momento todo transcurre más o menos de manera normal, el joven talentoso es un diamante sin pulir, el maestro, parece apelar al típico maltrato hollywoodense, pero en el fondo, seguro es un “buen tipo con una historia dura que lo hace construir una coraza a su alrededor”. Pero para cuando llega el primer sorbo de gaseosa, como para bajar el pastiche de los nachos con queso, el espectador empieza a sentirse incómodo, aunque su butaca sea la de un cine con tecnología digital 3D. Hay algo en el relato que aparece desajustado. Al principio se esboza como apenas una escena corta, una mirada, un cambio mínimo de perspectiva, y cuando ya ha transcurrido media hora del filme, queda claro que si se tiene el estómago delicado, será mejor dejar la fritura para otro momento.

Si las películas reflejan el clima de época, Whiplash devuelve una imagen un poco borrosa, porque empantana la posibilidad de construir tipos fijos.

Si las películas reflejan el clima de época, Whiplash devuelve una imagen un poco borrosa, porque empantana la posibilidad de construir tipos fijos. Como si a la semántica estructural, sostenida en la identificación de los actantes, se le complicara encontrar al héroe, al ayudante, al villano, al bien amado o al traidor. Tal vez esta falta de referencias en el guión deba tomarse como una advertencia de algo más. Una especie de exceso en un sentido tradicional que obliga a preguntarse una y otra vez, ahora con la boca vacía de comida chatarra, ¿Por qué los personajes no se quedan quietos en el lugar asignado por el relato moderno? ¿Por qué insisten en cambiarse de silla cada vez? Cuando uno cree que la cosa viene por un lado, el argumento pega un zarpazo, una vuelta de timón y nos deja con el vaso a medio camino entre la mano y la boca. La respuesta obvia es la que sostiene la crisis de los grandes relatos. En ese sentido, la película no haría más que reflejar eso tan trillado. Pero hay un elemento aún no del todo visitado que aunque encuentra parte de sus razones en la crisis de la modernidad, no la agota en ella. Quizá, la palabra que mejor lo define sea la “amoralidad”. Si Whiplash es una película amoral, lo es porque no se deja aprehender del todo. Porque no respeta lógicas de conducta, porque no mide causas y consecuencias, y porque cada acción no contiene a la manera de la dialéctica, su síntesis. Podría aventurarse, además, que las escenas, los cortes, los montajes, se erigen sobre un piso fisurado que sólo logra fundir a negro, porque no le queda otra opción que caer, una y otra vez, en un pozo ciego.

Amoral es todo aquel que ha abandonado la certeza del lazo social para dejarse llevar por la pasión egoísta y egocéntrica de su propia acción en un presente absoluto.

En este caso, lo amoral debe entenderse menos como una falta y más como un sentido pleno. No es un término que niegue las normas que diferencian el bien y el mal, es más bien un estado de ánimo que aparece con la fuerza de la evidencia. Sin caer en misticismos, algo así como una energía que habilita a conductas desmedidas, y por eso los bateristas pueden tocar hasta desangrarse o una frase amorosa puede acompañarse de un golpe de puño. Amoral es todo aquel que ha abandonado la certeza del lazo social para dejarse llevar por la pasión egoísta y egocéntrica de su propia acción en un presente absoluto. Una acción que en un solo gesto, niega al otro para constituirse en la plenitud del cuerpo. En el siglo pasado, Georges Bataille llamó Soberanía a ese estado donde para constituirse como un yo es necesario negar al otro. Curiosa teoría contemporánea y contraria al psicoanálisis, porque se afirma allí donde la productividad del lenguaje se pierde en su nombrar.

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La soberanía es para Bataille la poesía, pero también el gasto suntuoso, el sexo sin fines reproductivos o el derroche de enormes fortunas. No es casual, que recuerde al Potlach, esa ceremonia que llevaban a cabo los pueblos indios del noroeste norteamericano  donde la acumulación de riquezas tenía como fin último su sacrificio posterior, su destrucción total para humillar a la tribu vecina. Cuando lo que se hace o lo que se dice, tiene como función primordial la provocación, la exaltación de los sentidos, cuando el otro sólo aparece como objeto de goce perverso, entonces, ya no quedan más opciones que mirar, y dejarse llevar por esa agua pantanosa y negra. Como en la pornografía, todo está a la vista, los planos se vuelven groseros, la música, ruido, y todo no es más que una excusa burda para mostrar que el verdadero goce está ahí donde no hay moraleja que encontrar. Y mientras tanto, el tipo sigue sentado, ya no mastica nada, a lo mejor todo se le cayó al piso, porque las butacas, por muy confortables que sean, sólo tienen espacio lateral para apoyar los vasos pero no las bandejas. Ahora se queda quieto, tratando de escuchar la música, porque al fin y al cabo, le dijeron que era una película que trataba sobre músicos de jazz, de la búsqueda de un “tempo” colectivo perfecto. Entonces, espera, quieto, sentado, que al final se produzca el milagro y toda la orquesta, como metáfora de la vida social, se sincronice en un ritmo único y armónico. Probablemente sea una espera infructuosa, a lo mejor es un problema de guión, pero ya se advirtió que ésta no es una crítica cinematográfica/////PACO