Cuando conocimos a Wendy Sulca ella tenía poco más de diez años y nosotros cerca de treinta. El encuentro era por YouTube, donde sus canciones acumulaban millones de visitas. La distancia generacional, secular casi, no podía sino habilitar un tipo de acercamiento marcado por la extrañeza y el desconocimiento. Ella cantaba y bailaba huaynos peruanos y nosotros la veíamos desde la pantalla de una notebook baqueteada apoyada sobre una mesa poblada de vasos y botellas, o la escuchábamos entre la oscuridad de una fiesta donde primaba – casi con toda certeza – algún tipo de confusión. Sonaba “La tetita” o “Cerveza, cerveza” y Wendy aparecía con su vestido típico del interior ayacuchano, todo profusión de bordados de hilos de plata y colores vivos, rodeada de músicos floklóricos, enmarcada en un paisaje de montañas, con inserts de Machu Pichu, o de la costa del Pacífico. No se trataba de videos caseros, sino de producciones artesanales, esforzadas pero con aspiraciones muy claras, muy conmovedoras, de acceder a una difusión que le ganara un espacio dentro de la música del Perú. Y era imposible dejar de mirarla. Era imposible no detener la conversaciones estúpidas para escucharla y preguntar quién era esa niña, de dónde había salido, cómo se había llegado a ella por entre la oferta continuamente renovada de apuestas fallidas de Internet.

¿La escuchábamos como un consumo irónico más? ¿Esa categoría despreciable que aplana cualquier objeto para imponerle la mediocridad o la falta de imaginación del que escucha o ve era la que nos hacía pasar una y otra vez el puñado de canciones que Wendy cantaba en esos primeros años? Tal vez sí, tal vez en un primer momento también sucumbimos a esa tentación de la interpretación fácil, la mala ironía es más que nada un acto reflejo de nosotros, los habitantes del mundo de la saturación de la información. Pero los consumos irónicos son, por definición, breves y una vez demolidos, astillados por el sarcasmo quedan olvidados y listos para el siguiente reemplazo. Después de varios años, atravesada la niñez y la adolescencia, después de crecer en público, con Wendy no pasa eso.

En 2009, Wendy fue entrevistada por Jaime Bayly en El Francotirador, su programa de la televisión limeña. La entrevista fue de las más extrañas (bizarras, sí, usemos esa palabra desgastada por única vez) del novelista peruano. Bayly introdujo la conversación contando que una vez más había desobedecido a sus médicos y se había ido de fiesta a Buenos Aires y Uruguay. Fiestas pobladas de escritores (Gustavo Escanlar “que se metía toda la coca de Montevideo”, Dani Umpi “que te adora; es gay, por supuesto”) y artistas y sus consiguientes excesos tóxicos. En medio de alguna de esas fiestas rioplatenses, seguía Bayly, entre la cocaína, el alcohol, la música y la compañía agradable había sonado una canción de Wendy y todos, menos él que la desconocía, se habían puesto a cantarla. “Eres nuestra Shakira”, le decía Bayly a una pequeña Wendy de 13 años que lo miraba sin entender del todo el entusiasmo de esa celebrity del periodismo que le hablaba de drogas, gays, fiestas y un mundo que desconocía. En ese momento ella no había salido aún del Perú y la difusión de sus canciones corría por exclusiva cuenta de la lógica de multiplicación de YouTube. Pero no había ninguna ironía en las palabras exageradas de Bayly, ni afán de sarcasmo, ni puesta en escena al servicio de la ridiculización. En efecto, los temas de Wendy eran cantados en las fiestas de las minorías sensibles de ciudades como Buenos Aires o Montevideo, en efecto sus canciones habían pasado a formar parte del repertorio pop del disfrute gay frendly: algo de su ingenuidad, de su inocencia, de su cristalinidad, de su carisma, sí, había hecho conexión. El pop obra esos milagros, es su mayor virtud: conectar planetas muy lejanos.

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La historia de Wendy Sulca resumida: hija de padres de Ayacucho (la zona donde el accionar de Sendero Luminoso fue más terrible) que migraron a la capital escapando del peligro, nació en las afueras de Lima y creció en una familia relacionada con la música folklórica. Su padre, Franklin, que tocaba el arpa murió siendo ella muy chica en un accidente automovilístico. A partir de entonces con la asistencia y dirección de su madre empieza a grabar esas primeras canciones: “La tetita” y “Cerveza, cerveza”, videos de un surrealismo involuntario y una ternura conmovedora o “Papito”, dedicado a su padre y grabado en un cementerio de Lima, un clip de una tristeza inconfundiblemente auténtica. Después vino la viralización por América Latina y las parodias que la misma trae como su sombra. Desde 2010, junto a la Tigresa del Oriente y Delfín Quispe (otros ejemplos del mismo fenómeno) las giras por la región y más allá, un nuevo hit en la red con “En tus tierras bailaré” (René Pérez de Calle 13 lo llamó el We are the World de YouTube). Siguieron colaboraciones con Fito Páez, Dante Spinetta, Calamaro, Dani Umpi. Y más recientemente (acaba de cumplir 18 años durante su reciente visita a Buenos Aires) un cambio en su repertorio hacia el pop: un cover de Like a Virgin de Madonna, una versión de Wrecking Ball de Miley Cyrus (la exestrella musical infantil que en su devenir catastrófico podría pensarse, en todo sentido sentido, como el exacto opuesto de Wendy).

Volviendo al punto del consumo irónico, la conclusión es que se trata de una aproximación estéril: la historia de Wendy resulta mucho más interesante que esos enfoques porque dice mucho del presente latinoamericano: la vitalidad de la cultura popular cuando entra en contacto con plataformas globales como Internet, la ética de la superación personal a través del trabajo, la capacidad sorprendente del pop para conservar identidad y al mismo tiempo mezclar mundos abismalmente separados, lo artesanal como escalón para abordar con hambre el deseado éxito profesional, siempre tan esquivo, siempre tan lejano; la reinvención incesante de una cultura moldeada por la tradición y la modernidad. Como nos dijo la propia Wendy en un intercambio de mails durante su reciente visita a esta ciudad: “Creo que he empezado una nueva etapa en mi vida, quiero mejorar día a día profesionalmente, mi sueño es ser una artista reconocida difundiendo mi cultura y mis raíces a nivel mundial.” Desde acá le deseamos el mayor de los éxitos en esa empresa.///PACO