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Vida y drogas de Philip K. Dick

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Muchas veces se ha descrito a Philip K. Dick como el arquetipo del escritor drogadicto o como un poeta de la psicodelia, pero no fue hasta una edad bastante avanzada que consumió drogas alucinógenas por primera vez. Y cuando lo hizo, fue más por razones sociales que por una búsqueda de inspiración. Aun así, el propio Roberto Bolaño, en la entrada que le dedica en Entre paréntesis, lo llama “una especie de Kafka pasado por ácido lisérgico” a pesar de que las novelas que pondera, Tiempo de Marte y El hombre en el castillo, hayan sido escritas antes de estos consumos.

El error es, al menos, curioso, ya que la crítica norteamericana cometió la misma equivocación al presentar a Bolaño como un yonqui recuperado cuando tomó como biográfico el relato “La playa”, en el que un ex heroinómano divide sus días entre el tratamiento ambulatorio y la arena de Blanes. También comete el mismo error Harlan Ellison en la nota que precede al cuento de Dick “La fe de nuestros padres” en la antología Visiones peligrosas II, segundo volumen de la pionera antología de 1967 que ayudó a definir la Nueva Ola de la ciencia ficción. En esa nota, Ellison se jacta de haberle pedido a Dick un cuento para el libro y asegura que, al igual que la recientemente publicada Los tres estigmas de Palmer Eldritch, “es el resultado de uno de esos viajes alucinógenos”. Cabe decir que Dick no hizo mucho para desmentir esta fama que le daba cierto distintivo. Pero, entonces, ¿qué drogas consumió Philip K. Dick a lo largo de su vida y cuándo y por qué empezó a hacerlo?

INPUT

Cuando tenía cuatro años, los padres de Dick se separaron y él empezó a tener ataques de asma y taquicardia, por lo que vivió medicado desde la niñez. Al mismo tiempo, sufría de desmayos de origen psicosomático. Aun así, fue alrededor del año en que empezó a escribir en serio, en 1952, cuando el padre de Kleo, su segunda esposa, le recetó una anfetamina que se indicaba para la depresión. Desde entonces, Dick se hizo adicto a sustancias que le permitían aumentar su capacidad de trabajo en una época en la que escribir más significaba vender y ganar más. De hecho, entre 1952 y 1958, además de sus primeros cuentos para revistas de ciencia ficción, escribió ocho “ladrillos” realistas que nadie quiso publicar (como Voices from the Street, editada recién en 2007). Ya resignado a su destino de autor de ciencia ficción, durante 1963 y 1964 escribió y vendió doce novelas y muchas historias para revistas. En esos años, Dick tipeaba en su máquina de escribir un promedio de sesenta páginas por día.

Dentro del largo anecdotario, hay un episodio que suele repetirse en todas sus biografías. Una tarde de 1963, cuando ya vivía con su tercera esposa en el campo, Dick caminaba hacia el cobertizo donde escribía y vio un rostro aterrador en el cielo, algo parecido a una máscara de gas como la que había usado su padre en la guerra. “Es el mal que se me revela”, pensó Dick. Aunque él cerrara los ojos y los volviera a abrir, la máscara no desaparecía. Días después, cuando consultó con un psiquiatra, este le preguntó si había tomado LSD. Dick lo negó; nunca había consumido esa nueva sustancia (de la que sí había leído), aunque la visión inspiró Los tres estigmas de Palmer Eldritch, novela que la revista Rolling Stone señaló como “la novela LSD por excelencia de todos los tiempos”.

Dick tendría su primera experiencia auténtica con ácido lisérgico (la primera de unas dos o tres, según una de sus biografías, o la única y con un mal resultado, según una entrevista) después de divorciarse y regresar a Berkeley. Sin embargo, las drogas sí aparecen con mucha mayor regularidad en sus cuentos y novelas. Sin ir más lejos, en Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974) y Una mirada a la oscuridad (1977) son un tema central o motorizan la trama.

En Los tres estigmas de Palmer Eldritch, por ejemplo, se describe un universo con colonias en distintos planetas donde los humanos mascan una “droga alucinógena ilegal” llamada Can-D. Esta droga se usa en conjunto con un set de muñequitos (tipo Ken y Barbie, con su auto, su casa y otros accesorios) que permite la experiencia vívida de estar en la Tierra y ser esos personajes. El conflicto se desata cuando Palmer Eldritch vuelve de su exilio en el sistema Próxima con una nueva droga para contrabandear. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, en cambio, un cantante de fama mundial es atacado por una admiradora que lo rocía con una droga que tiene el efecto de modificar no solo su percepción de la realidad, sino la del resto de las personas, ya que todos son “objetos de su sistema de percepción”. El nuevo mundo que genera esta droga tiene la particularidad de ser uno en el que el cantante no existe, por lo que seguiremos sus peripecias para recuperar su existencia (lo que ocurre cuando los efectos de la droga se terminan). De estas tres novelas, sin embargo, es Una mirada a la oscuridad la que con más crudeza (y menos ciencia ficción) retrata las consecuencias del consumo, al narrar los días de un grupo de amigos adictos a la “sustancia M” (de Muerte) que viven en la misma casa. Más allá de una trama policial, lo que vemos es cómo sus cerebros, y por lo tanto sus vidas, se van resecando sin esperanza de recuperación. De hecho, Una mirada a la oscuridad concluye con una lista de personas reales (amigos de Dick) y las consecuencias que les trajo el consumo de drogas: la mayoría acabaron muertos o con lesiones permanentes.

Quedaría por mencionar otro hecho biográfico que ocurrió antes de que publicara estas dos últimas novelas. Invitado a dar una conferencia en Vancouver, Dick se queda en la casa de unos conocidos que, finalmente, lo echan a la calle, por lo que durante dos semanas vaga por la ciudad y toma muchas pastillas. Su instinto de supervivencia hizo que, antes de colapsar, llamara por teléfono a urgencias, por lo que terminó en un centro de desintoxicación para heroinómanos a pesar de que no consumía heroína. No obstante, después de un mes de abstinencia, Dick volvió a los Estados Unidos y concluyó Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, que había abandonado a la mitad, y escribió Una mirada a la oscuridad, cuyos capítulos finales transcurren en un centro de desintoxicación similar al que conoció. Al igual que Dick, el protagonista de esta novela se droga para hacer su trabajo, y no por diversión.

OUTPUT

¿Por qué escribir tanto en tan poco tiempo? La respuesta no sorprenderá a ningún trabajador: Philip K. Dick tenía que pagar las cuentas. En este sentido, las drogas fueron para Dick algo más parecido a lo que habían sido para los soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (que tomaban pervitina para mantenerse varios días sin dormir) que a lo que eran para los hippies de camisa floreada en California. El suyo era un consumo utilitario antes que recreativo, aunque en sus últimos años la ingesta se haya vuelto desordenada y peligrosa.

En retrospectiva, todo empezó en octubre de 1951, cuando a los veintidós años Dick vendió su primera historia a una revista y, en un rapto de optimismo, renunció a su trabajo como vendedor de discos. Para 1953, vendía historias a quince revistas diferentes, pero la paga no le alcanzaba. Un dato importante es que, en el mercado editorial de la época, un cuento podía llegar a valer veinte dólares, mientras que una novela podía venderse por cuatro mil. Por lo tanto, Dick se preparó durante meses reuniendo personajes, tramas y subtramas que metió en su primera novela, Lotería solar, que en 1956 le compró Don Wollheim. En “Autorretrato”, un texto de 1968, Dick recuerda que tenía doce años cuando leyó su primera revista de ciencia ficción. Se llamaba Relatos de ciencia inspiradores y el editor era el propio Wollheim.

En todo caso, transformar el tiempo en escritura y la escritura en dólares fue una de las mayores preocupaciones de Dick durante toda su vida adulta. Recordemos que se había casado cinco veces y tenía tres hijos a los que les debía pensión alimentaria. En “La corta vida feliz de un escritor de ciencia ficción”, un texto de 1976 escrito para una revista alemana poco tiempo antes de que se publicara Una mirada a la oscuridad, se queja particularmente de la cuestión. Dice: “Aquí estoy, después de veinticinco años de escribir ciencia ficción, recibiendo avisos de que me van a cortar el agua, el gas, la electricidad si no pago en tres días, y yo digo: ¿Para qué me sirvió todo?”. También cuenta sobre un colega que había conseguido un trabajo mejor pago y que en ese momento, escribía solo por las noches. Pero Dick se niega a ser ese tipo de escritor. Luego, reconoce con pesimismo: “Estoy demasiado débil, demasiado gastado por la enfermedad y el miedo como para hacer otra cosa que no sea tratar de mejorar mi economía”. En otro texto de 1974, Dick decía incluso que “el profesor de secundaria promedio, por nombrar otro grupo mal pago, gana el doble que yo”.

La preocupación por el dinero se pone también de manifiesto en “Extrañas memorias de muerte”, un texto publicado en 1984 como cuento, pero recogido en Escritos literarios y filosóficos. El edificio en el que vivía se transformó en un condominio y le dieron la opción de comprar su departamento por $52000. En efecto, fue lo que hizo con los derechos que había cobrado por la filmación de Blade Runner. Sin embargo, Dick se lamenta por una vieja vecina a la que desalojarían por no poder pagar el nuevo alquiler. “El dinero es el sello oficial de la sanidad”, escribe. Él, mientras tanto, se queda porque “por un lado, tengo miedo de mudarme (miedo a lo nuevo, al cambio) y por el otro, porque soy vago”.

FUNCTION

En su forma más abstracta, un androide puede definirse como una función que recibe un número arbitrario de parámetros y devuelve un resultado. Los parámetros son todos los estímulos que recibe a través de sus sensores en un momento dado, y el resultado es su comportamiento mediante actuadores. Casualmente, el título de la conferencia que dio Dick en Vancouver en 1972, antes de ir a parar a la clínica para heroinómanos, fue “El androide y el humano”. Ahí comenta que los elementos construidos por el hombre (como computadoras o sistemas electrónicos) están cada vez más “animados”. Sostiene: “En un sentido muy real, nuestro entorno está cobrando vida”, y dado que estos sistemas son diseñados e implementados por humanos, les imprimimos nuestras ideas y nuestros sesgos. “Escribí en algunas de mis historias y novelas sobre androides o robots o simulacros, no importa el nombre. Lo que importa es que son construcciones artificiales que se enmascaran como humanos”. Pero entonces se pregunta: “¿Qué pasaría si como renovación del tema del robot que aparenta ser humano, apareciera, en cambio, un robot reluciente que al ser agredido sangrara?”.

Más adelante, Dick esboza un cuento: “Algún día un humano llamado Fred White le disparará a un robot llamado Peter Algo y para su sorpresa, lo verá llorar y sangrar. Y el robot moribundo puede que devuelva el disparo y, para su sorpresa, vea un rastro de humo gris salir de la bomba eléctrica que se suponía era el corazón latiente del Sr. White. Sería un gran momento para ambos”.

Por supuesto, el problema que le interesaba a Dick es que “a medida que el mundo exterior se vuelve más animado, los llamados humanos nos estamos volviendo inanimados. En el sentido de que somos empujados, dirigidos por tropismos más que por nuestros deseos”. Y advierte: “Nos estamos fundiendo gradualmente en la homogeneidad con nuestras construcciones mecánicas hasta que, por ejemplo, haya un escritor que deje de escribir, no porque alguien desenchufe su máquina de escribir, sino porque alguien lo desenchufa a él”. El ejemplo es revelador. ¿Era Dick una especie de androide literario propulsado por anfetaminas?

En “Hombre, androide y máquina”, un ensayo de 1976, el “androide Dick” se confiesa: “En el universo existen cosas muy frías a las que he dado el nombre de máquinas. Su comportamiento me asusta, especialmente cuando imitan al humano tan bien que da la sensación de que estas cosas tratan de hacerse pasar por nosotros”. Más adelante, dice también: “Estas criaturas están entre nosotros”. Y finalmente: “A veces ellos mismos no saben que son androides”.

Recién en los últimos años de su vida Dick pudo vivir sin preocuparse por el dinero. Y cuando la máquina que convertía anfetaminas en literatura y literatura en dinero no fue más necesaria, se apagó. Entre el 17 y el 18 de febrero de 1982, Dick tuvo un accidente cerebrovascular. Sus vecinos lo encontraron en el piso del departamento que había comprado, y después de algunos días de vida artificial, el 2 de marzo, fue desconectado////PACO

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