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Vértigos intimidatorios de la técnica

¿Nuestro presente está encapsulado por fuerzas superiores a cualquier mecanismo conocido de control social, político o científico? ¿Por qué parece imposible torcer el cauce en apariencia razonable de una realidad cada vez más extraña? En ocasiones asumidas como duras verdades, estas preguntas fueron meditadas hace ya casi un siglo por Martin Heidegger. Sin embargo, tanto las derivas intelectuales planteadas por el filósofo de origen chino Yuk Hui en ensayos como La pregunta por la técnica en China, como los dramas tecnofóbicos narrados por el escritor chileno Benjamín Labatut en novelas como MANIAC, indican que la cuestión sigue abierta.

Fue en las páginas de Ser y tiempo, publicado hace ya 97 años, donde Heidegger empezó a meditar lo que, recién en la conferencia La pregunta por la técnica, en 1953, se presentaría ante la historia de la filosofía occidental con un diagnóstico aún bastante vigente: metafísica y existencialmente, el hombre ha sido reducido a un ente “hecho” por la técnica moderna, perdiendo así la cualidad originaria de un ser que “hace” la técnica moderna. Es esta “estructura de emplazamiento”, como el pensador alemán describió a la esencia de la técnica, lo que condensa al cielo y la tierra del mundo y sus habitantes en un pálido “stock de existencias”, un cúmulo impávido de recursos a disposición de la voluntad incontrolable y globalizada de lo técnicamente posible.

¿Por qué parece imposible torcer el cauce en apariencia razonable de una realidad cada vez más extraña? En ocasiones asumidas como duras verdades, estas preguntas fueron meditadas hace ya casi un siglo por Martin Heidegger.

Como prueba de su agudeza, a falta de la palabra “internet” (que no existía ni probaba con tanta claridad como hoy su diagnóstico), Heidegger consideraba desde mediados del siglo XX que la disciplina llamada a disolver al hombre en una serie de datos calculables era la muy novedosa “cibernética”. Quedó así planteado uno de los fundamentos contemporáneos de la crítica filosófica a la técnica (por supuesto, más tarde sacralizado, otras veces discutido y en ciertos casos degradado): la noción de que no habrá un auténtico camino hacia el Ser del hombre mientras éste permanezca cautivo del afán ingobernable del desarrollo tecnológico moderno. Pero, ¿y si tal fundamento impidiera pensar algo diferente?

Como puerta a esa posibilidad, la “cosmotécnica”, como Yuk Hui denomina a la “unificación del orden cósmico y el orden moral por medio de actividades técnicas”, es el concepto mediante el cual la “estructura de emplazamiento” pensada por Heidegger podría ser “reapropiada”. De esta manera, la técnica moderna se volvería controlable y los horizontes de lo posible cambiarían. Por quiénes, cómo y para qué es lo que Hui explica en libros como Fragmentar el futuro o Sobre la existencia de los objetos digitales. En La pregunta por la técnica en China, en tal caso, Hui se focaliza en la modernización fallida de un país que, en sólo unas pocas décadas de su antiquísima historia, pasó a liderar el desarrollo tecnológico mundial desde una economía comunista. ¿Y no demuestra esto que lo que la técnica hace y significa puede ser una noción abierta y alterable según cada civilización?

En su análisis de cómo los pensadores oficiales chinos tratan el colosal impacto entre la filosofía oriental y la impronta técnica occidental, Hui destaca una particularidad que, aunque problemática en términos ideológicos (la “razón tecnológica” de la China actual parece convertirse en “la condición de todas las condiciones”), puede ser la clave de una “diversidad de tecnicidades” que inauguren nuevas formas técnicas de relacionarse con el mundo. Lo cierto es que, hábil para escapar tanto de las posiciones voluntaristas que declaman un retiro imposible de nuestra realidad tecnología como de quienes, como Aleksandr Duguin, “el pensador heideggeriano de la nueva derecha rusa”, proponen un retorno a la tradición y el conservadurismo, la “cosmotécnica” de Hui es una lúcida invitación a cuestionar lo que gran parte de la filosofía de la técnica todavía asume como incuestionable.

El matemático húngaro János Neumann (1903-1957), rebautizado como John von Neumann al nacionalizarse estadounidense.

Ahora bien, ¿cuál sería la contracara de cualquier gesto intelectual de resistencia ante lo que hoy suele llamarse a veces “aceleracionismo” para describir el vértigo intimidatorio del progreso tecnológico? Basada en la vida y la obra del matemático húngaro János Neumann (1903-1957), rebautizado como John von Neumann al nacionalizarse estadounidense y desarrollar al servicio del Pentágono muchos de los grandes saltos científicos en áreas como la cibernética, la computación, la teoría de los juegos y la física cuántica, MANIAC coloca una fórmula precisa en la boca de su protagonista: “Los hombres de las cavernas inventaron a los dioses. No veo nada que nos impida hacer lo mismo”.

Escrita en un estilo que por la forma rápida y el tono confesional resulta casi una extensión cronológica y temática de Fortuna, la exitosa novela del argentino Hernán Díaz acerca de la creación fraudulenta de riquezas, la idea que Benjamín Labatut le asigna a la marcha de MANIAC es que, a pesar de la aparente neutralidad moral de la ciencia, incluso los genios son responsables de las cosas que inventan. Es por esto que von Neumann, cuyo talento tuvo poco que envidiar a Albert Einstein (que lo consideraba “un verdadero peligro”) o al hoy célebre Robert Oppenheimer (con el que creó las bombas atómicas que Estados Unidos arrojó sobre Japón), se presenta a través de un coro de voces iluminadas, arrasadas o humilladas por su existencia que, sin embargo, coincidirán en algo: aunque “los seres humanos pueden ser completamente irracionales y desencadenan el caos ingobernable que vemos a nuestro alrededor, eso también supone una gran misericordia”.

Pionero en diseñar los mecanismos que darían vida a los algoritmos que nutren a muchas plataformas basadas en Inteligencia Artificial y se proyectan, incluso, hacia las últimas teorías posthumanistas, la historia de von Neumann es, también, el previsible relato de una caída intelectual en el conservadurismo. Al final de su vida, enfermo de cáncer, el mismo hombre que había desarrollado muchas de las prerrogativas militares de la Guerra Fría resolverá la pregunta por la técnica con una posición carente de toda imaginación: “Para János era evidente que nuestra civilización había progresado hasta un punto tal que los asuntos de la especie ya no podían confiarse de manera segura en nuestras propias manos”////////////PACO